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Pedro II, Emperador de Brasil (1825-1891).

Emperador de Brasil nacido en Río de Janeiro el 2 diciembre de 1825 y muerto en París el 5 de diciembre de 1891. Fue el segundo y último emperador de Brasil. Reinó durante 58 años, los nueve primeros como regente y 49 como emperador constitucional. Fue el único emperador del hemisferio austral, y el único de América durante la segunda mitad del siglo XIX (a excepción de Maximiliano, a quien los mexicanos no reconocieron jamás). Cuenta en su haber con el mérito de haber evitado el fraccionamiento de Brasil, que se mantuvo bajo su reinado como una sola nación constitucional.

Don Pedro de Alcántara, hijo de Pedro Iy de doña María Leopoldina Carolina de Hagsburgo (hija del Emperador Francisco I de Austria, amén de sobrina de María Antonieta y cuñada de Napoleón) nació en el Palacio de Boa Vista (residencia imperial) de Río de Janeiro el 2 de diciembre de 1825. Don Pedro I (Pedro de Alcántara Bragança y Borbón) había independizado Brasil de Portugal hacía poco más de tres años (7 de septiembre de 1821), y había proclamado el Imperio al año siguiente y la Constitución en 1824 (única que tuvo Brasil hasta 1889). El heredero del trono brasileño fue criado principalmente por su aya portuguesa doña Carlota Verna, ya que su madre doña Leopoldina murió cuando el niño tenía un año.

En 1831, cuando don Pedro contaba cinco años, surgió la crisis dinástica portuguesa, que le privó también de la presencia paterna. Cuando su abuelo Juan VI de Portugal murió en Lisboa en 1826, se proclamó heredero a su hijo Pedro IV de Portugal, que reinaba en Brasil como Emperador Pedro I. Este comprendió el peligro de que Brasil volviera a ser una colonia y decidió continuar reinando en América. Dictó una Constitución para Portugal, parecida a la de Brasil, y abdicó sus derechos sobre la corona portuguesa en su hija primogénita doña María da Gloria, que tenía siete años. Doña María II tuvo que casarse con su tío don Miguel, que intentó restaurar el absolutismo y quitarle la corona a su mujer. Ante esta situación, el Emperador decidió asumir la corona europea y abdicó la brasileña en su hijo don Pedro. El 7 de abril de 1831 traspasó el titulo imperial al infante y partió para Lisboa, donde reinaría como Pedro IV.

El peligro de una ruptura de la unidad política brasileña surgió de inmediato. El enorme país tenía grupos regionalistas en el norte, el sur y el interior, donde bullían además grupos republicanos federalistas que querían implantar el modelo de gobierno hispanoamericano. Los fantasmas de la guerra civil y de una hipotética reincorporación a Portugal produjeron el milagro de que los brasileños aceptasen provisionalmente la fórmula imperial como la más conveniente, máxime teniendo en cuenta que el heredero tenía sólo cinco años. Se aclamó al futuro Emperador, se constituyó una Regencia provisional y se trató de aplacar a los disidentes. Un obstáculo fue el ejercicio del poder moderador o cuarto poder, inventado por la Constitución brasileña de 1824 (aparte del ejecutivo, el legislativo y el judicial), que ostentaba el propio monarca para conciliar los ánimos enfrentados. Como no podía ejercerlo un niño, se depositó provisionalmente en el Legislativo, que se dio además la atribución de elegir al tutor del Regente. Éste fue don José Bonifácio de Andrada, uno de los políticos más hábiles del país, a quien auxilió un extraordinario ministro de Justicia, el padre Diego Antonio Feijó. La educación del menino emperador fue cuestión de Estado y se encomendó a un gran equipo de maestros. Fue excelente en aspectos intelectuales y lingüísticos y pesó mucho en el futuro carácter de Pedro II, que fue siempre un hombre equilibrado y un gran lector. Lamartine le llamaría luego “el rey Filósofo” y su gobierno fue calificado por el presidente argentino Bartolomé Mitre como una “democracia coronada”. Ambos títulos tuvieron mucho que ver con su avidez por la lectura, con su correspondencia con destacados intelectuales, como Taunay o Koch, y con sus traducciones al portugués de obras de Shakespeare, Goethe, Heine, Víctor Hugo, Calderón de la Barca, Campoamor, Manzoni y Longfellow.

Para resolver el problema de las aspiraciones federalistas se hizo un arreglo constitucional: una adición a la carta magna de la que resultó una especie de "República federal monarquizada" o una "Monarquía federal republicanizada". Las provincias imperiales obtuvieron competencia en todo lo relativo a jurisdicción civil, judicial y eclesiástica, instrucción pública primaria y secundaria, expropiaciones de interés municipal, impuestos y gastos provinciales y municipales, administración, obras públicas y navegación. En cuanto a la Regencia, se transformó en unipersonal y se nombró para ella a Feijó, sustituido luego por Vasconcelos.

Pese a todo, el secesionismo afloró con las sublevaciones de Río Grande y Pará, y en diciembre de 1838 con la “balaiada” de Maranhao, que se reprimió a sangre y fuego. El problema se fue agravando con el transcurso de los años y era ya patente en 1840, cuando el heredero estaba a punto de cumplir los 15 años. Una delegación de senadores y diputados fue a ver al Menino Emperador el 22 de julio de dicho año para proponerle anticipar su mayoría de edad al 2 de diciembre siguiente, fecha de su cumpleaños, pero la respuesta de don Pedro fue: “Quero já”. Al día siguiente, diputados y senadores proclamaron la mayoría de edad y Pedro II juró defender la religión católica, la integridad e indivisibilidad del Imperio y la Constitución. Aquel día comenzó el II Imperio.

La década siguiente fue trascendental para la consolidación del país y su sistema de gobierno. El viejo republicano Antonio Carlos Ribeiro actuó como primer ministro y logró detener el nacionalismo regionalista enviando las tropas donde surgía el peligro de secesión. El Emperador ejerció además su poder moderador haciendo sus primeros equilibrios entre los partidos conservador y liberal, cuestión en la que adquirió pronto gran habilidad. Don Pedro restableció el Consejo de Estado, que presidía, y favoreció la reforma del Código de proceso criminal acentuando el poder de los organismos de justicia. Inició además la construcción de la ciudad que sería sede de su palacio, Petrópolis, a unos 60 km de Río de Janeiro. Los liberales republicanos se lanzaron a la rebelión en Minas y Sao Paulo, pero fueron dominados por las tropas imperiales mandadas por el barón de Caxias. El último movimiento de rebeldía contra el gobierno fue el de Pernambuco de 1848, tras el cual el Imperio gozó de paz interior. En el terreno internacional hubo tensiones con Inglaterra por el tráfico esclavista, que mejoraron a partir de 1850, cuando se prohibió la trata negrera; también hubo problemas de límites con Uruguay y Paraguay y graves discrepancias con la dictadura argentina de Rosas.

Entre 1850 y 1864 se alcanzó el apogeo del Imperio. Mejoró el entendimiento entre los dos partidos tradicionales y se mejoró sustancialmente la situación económica, que había empezado a mejorar con la creación del Banco de Brasil en 1838. Surgieron bancos en Bahía, Maranhao y Pará y una Caixa Comercial en Bahía; sólo en 1859 se crearon 16 bancos, y las sociedades anónimas empezaron a funcionar en 1851. El desarrollo de las comunicaciones fue también esencial, con la extensión de la navegación a vapor, el telégrafo y el ferrocarril. En 1875, casi el 30% de los buques mercantes eran a vapor. Los ferrocarriles se iniciaron en 1852 con un privilegio otorgado por el Emperador para unir Río de Janeiro con Minas, Sao Paulo y otras provincias. El primer tendido se hizo en 1854 y unió Río con Petrópolis, donde vivía el Emperador. Vino luego el ferrocarril central de Brasil y otros muchos. El telégrafo se inauguró en Río, en 1852, entre la Quinta Imperial de San Cristóbal y el cuartel del Ejército en el campo de Santa Ana. El tendido del sistema general telegráfico se inició en 1860.

Los problemas con los países vecinos, sin embargo, continuaron agravándose. Brasil se alió con Paraguay y con los federalistas argentinos contra la dictadura de Rosas, y en 1851 invadió Uruguay para auxiliar a Montevideo, tras lo cual se firmaron cinco tratados entre Uruguay y Brasil (uno de ellos, de límites, le permitió apoderarse de Misiones). Derribado el dictador Rosas en 1852, surgieron nuevos problemas internos entre los blancos y colorados uruguayos, que conducirían a la Guerra Grande del Paraguay.

El periodo de madurez del Imperio comprendió de 1864 a 1878. Aumentó mucho la inmigración europea, hubo algunos conflictos entre la Iglesia y la Corona y surgió la Guerra Grande del Paraguay, que se dirigió contra la figura del dictador del Paraguay Francisco Solano López. La guerra permitió a Brasil acallar disensiones internas y dar solidez a la idea de nación, ya que los brasileños tuvieron que luchar por primera vez en una frontera lejana, la meridional. Argentina y Brasil se aliaron contra Paraguay y obligaron a Uruguay a hacer lo mismo. Fue una guerra espantosa y larga, ya que duró entre 1865 y 1870, y los paraguayos perdieron unos 800.000 hombres (casi la totalidad de los varones mayores de 14 años) y parte de sus territorios limítrofes con Brasil.

Tras el conflicto se produjo un enorme desarrollo del sur de Brasil, que logró superar en pujanza y riqueza al norte. Llegaron numerosos emigrantes (hasta un ritmo anual de treinta mil), se mejoraron las comunicaciones y se incrementó la producción de café. En el decenio 1871-80, Brasil exportó 36.336 millares de sacas de café. También se producían cueros, quina, oro y diamantes, aparte de los tradicionales azúcar y tabaco. La balanza comercial fue extraordinariamente positiva. En 1871 se dio la ley de libertad de vientres, por la cual se declaraba libre a todo hijo nacido de esclava. Fue un paso decisivo para la abolición de la esclavitud, que quedó reducida a sólo una generación. Ese mismo año, don Pedro II viajó a Europa y recorrió Francia, Grecia, España e hizo gala de su conocimiento de idiomas. En esta etapa se mejoró igualmente la enseñanza mediante la creación de institutos superiores y el aumento de la escolarización.

Pedro II tuvo un mayor protagonismo en la política, donde había irrumpido la presión militar, como consecuencia de la guerra del Paraguay. Los liberales eran más radicales y los republicanos se hacían notar. En 1876 hizo su segundo viaje al exterior. Lo inició en los Estados Unidos y Canadá y siguió luego nuevamente a Europa (recorrió Alemania, Portugal, Francia, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Suiza, Dinamarca, Suecia, Rusia, Grecia y Turquía). Lo terminó en Palestina y en Egipto, país por el que tenía un enorme interés científico. Escribió un Diario de su viaje al Nilo, con muchas observaciones importantes. Al regresar a Brasil alejó de su gobierno a los conservadores y se aproximó a los liberales. Llegó a hacer algo tan insólito como dar una cartera al republicano Lafayette y dos a los radicales.

En la última década del Imperio (1878-1888), don Pedro favoreció la reforma electoral, la ley de enseñanza libre (1879) y la abolición completa de la esclavitud, que se dio en 1888 con la llamada Ley Áurea. El Emperador hizo entonces su tercer viaje al exterior. El desarrollo socioeconómico de Brasil era imparable. En el quinquenio 1879-84 se exportaron 226 millones de toneladas de azúcar y 268.000 toneladas de café. En 1889 se pensó en convertir en oro la moneda fiduciaria circulante. Ese año, Brasil tenía 8.966 km de ferrocarril y 10.069 km de tendido telegráfico, con 182 estaciones. Los emigrantes recibidos desde 1820 hasta 1907 sobrepasarían los dos millones y medio.

Don Pedro II regresó de su tercer viaje el 22 de agosto de 1888, cuando ya era patente el malestar contra la monarquía. Los conservadores estaban descontentos por la abolición de la esclavitud, los militares por la falta de prebendas y los republicanos porque consideraban llegado el momento del cambio, ya que el Emperador era mayor y no tenía herederos masculinos (sus hijas estaban casadas con personajes muy impopulares). El Emperador entregó el gobierno al liberal Ouro Preto, momento en que se urdió la gran conspiración (11 de noviembre de 1889). Benjamín Constant acaudillaba a los jóvenes oficiales republicanos y contó con la ayuda de Diodoro da Fonseca y otros altos jefes. Los republicanos les asediaron para que en vez de cambiar el gobierno cambiaran el sistema político e implantaran la República. El golpe se planeó para el 17 de noviembre de 1889, pero se anticipó al 15 por temor a que fuera descubierto. Primero, se difundió el rumor de que se pensaba detener a Diodoro da Fonseca y a Benjamín Constant. En la noche del 14 se declararon en rebeldía varios batallones de caballería y un regimiento de artillería. Ouro Preto se enteró el 15 por la mañana y avisó al Emperador, que bajó en tren de Petrópolis y convocó el Consejo de Estado. Los revolucionarios decretaron la República desde el palacio municipal y Diodoro da Fonseca fue encargado del Gobierno. El Emperador supo la noticia de la proclamación republicana al día siguiente, el 16 por la mañana. Se le ofreció levantar la Marina, pero no aceptó, ya que no quería derramamientos de sangre. Luego llegó el mensaje de Fonseca en el cual se le invitaba a abandonar Brasil pacíficamente, tal como lo había hecho su padre, lo que fue aceptado por el monarca. En la madrugada del 17 fue escoltado con su familia al crucero Parahiba y de allí al buque Alagôas, en el que viajó a Lisboa, a donde llegó el 7 de diciembre de 1889. Visitó luego la tumba de su padre, cumplimentó a la familia real y se alojó en el hotel Bragança. Partió a continuación a Oporto, donde falleció la Emperatriz. Finalmente se radicó en París, donde asistió a conferencias y sesiones científicas y estudió lenguas semíticas. A fines de 1891 se instaló en el hotel Bedford, desde el cual salía para tomar parte en las sesiones del Instituto de Francia. Un día, al salir de una de ellas, cogió una gripe, y falleció el 5 de diciembre de aquel mismo año. Su entierro fue un acontecimiento que sintieron todos los parisinos. Con él se enterró más de medio siglo de historia de Brasil, porque, tal como publicó el diario Republicano Do Jornal do Brasil, "A historia do Reinado de don Pedro II é a Historia do Brasil de 1840 a 1889".

Bibliografía

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  • LYRA, HEITOR: "Historia de dom Pedro II, Sao Paulo, 1938-1943", en Historia da queda do imperio, Sao Paulo, 1964.

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  • MONTEIRO, TOBIAS: Historia do Imperio, Río de Janeiro, 1927.

  • OTTONI, C. B.: Pedro de Alcántara, segundo e último Imperador do Brasil, Río de Janeiro, 1893.

  • POMBO, ROCHA: Historia do Brasil, vol. IV, Río de Janeiro, 1951.

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