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ReligiónHistoriaBiografía

Pedro el Ermitaño (¿-1115).

Religioso francés, nacido en la diócesis de Amiens en el siglo XI y fallecido en 1115. Cuando el papa Urbano II hizo el llamamiento a la Cruzada Santa, en el año 1095, con la intención de liberar los Santos Lugares, Occidente respondió de una manera entusiasta. Los móviles a esa respuesta tan fervorosa fueron de diversa índole, entre ellos destacan los religiosos y los económicos.

La Cruzada popular

La liberación de Jerusalén, pedida con insistencia por la Iglesia, fue un motivo suficiente para convencer a los cristianos de embarcarse en semejante empresa. Por toda Europa aparecieron predicadores que no paraban de enumerar milagros y prodigios acaecidos en Tierra Santa. Todo ello no hizo sino aumentar aún más el deseo de dirigirse hacia aquellos lugares maravillosos. Estos predicadores, investidos de una aureola de santidad, mesianismo, providencialismo, y sobre todo con grandes dosis de imaginación, prometieron la remisión de los pecados a aquellos hombres que marcharan a rescatar Jerusalén de manos del infiel. Jerusalén era descrita con palabras bíblicas. El peregrino y cruzado marchó a Oriente creyendo que se encontraría con la Jerusalén Celestial, ciudad de donde manaba leche y miel, y que se ofrecía al creyente como la tierra de promisión y refugio de los desheredados, que eran muchos.

Fue en este contexto de religiosidad y de exaltación donde apareció la figura de Pedro el Ermitaño, natural de la ciudad francesa de Amiens. Sus peregrinaciones y predicaciones pronto calaron en el ánimo incrédulo de la población. Pedro aparecía tan pronto en una ciudad como en otra, montado en un burro (a imitación de Cristo en su entrada a Jerusalén), con aspecto demacrado por una rigurosa disciplina, con los pies desnudos y, sobre todo, con una fuerza de disuasión sobre el numeroso público que se agolpaba para escucharlo. Sus palabras arrastraban a las masas. Para ellos, Pedro el Ermitaño no sólo representaba un grito de guerra contra el infiel, sino también una promesa de libertad que les liberaría de sus condiciones de pobreza, esclavitud y opresión. La situación socioeconómica del momento jugó a favor de Pedro: cosechas pésimas, hambrunas terribles, sociedad violenta y belicosa, fanatismo religioso alentado por la propia Iglesia, etc. El desheredado no tenía nada que perder siguiendo a Pedro al lejano Oriente donde salía el Sol.

La partida hacia Tierra Santa

Pedro el Ermitaño aprovechó la llamada papal a la Cruzada para dirigir él mismo todo un ejército de pobres, hambrientos y aventureros. En el año 1096 logró reunir un contingente de aproximadamente unas 15.000 personas, formado por fugitivos, exaltados, y familias enteras, todos ellos en busca de la Jerusalén prometida. A Pedro se unieron otros predicadores del mismo talante religioso, como fueron Gautier Sans-Avoir ("Gualterio Sin Haber") y Gotescalco de Alemania. En la ciudad de Colonia el grupo se dividió, saliendo primero Gautier. El grupo iba sin organización alguna, sin jefes reconocidos que supieran frenar y liderar a un grupo tan heterogéneo y tan exaltado. Pasaron por la ciudad de Ratisbona, Viena, Belgrado y, por fin, Constantinopla, dejando a su paso ciudades arrasadas y saqueadas por las sucesivas acciones de pillaje, además de masacrar a la minoría judía en las poblaciones donde éstas se asentaban.

Cuando las fuerzas de Gautier y de Pedro llegaron a Constantinopla fueron instaladas, a duras penas, en la ciudad de Civitot, con el fin de que no saquearan también la ciudad de Constantinopla. El plan era esperar a que llegaran las tropas de los caballeros, comandadas por Raimundo de Tolosa. Los cruzados de la pobreza, como fueron llamados, no esperaron a la caballería, debido a la moral adquirida por la victoria en algunas escaramuzas contra los musulmanes de la zona. Esto provocó que se lanzaran a un ataque desordenado y suicida en unas tierras que no conocían. El ejército de los pobres fue absolutamente masacrado sin piedad por un ejército profesional y combativo, el del emir Selyuquí de Mossul. Gracias a la presencia de naves bizantinas, que llegaron en socorro de los exaltados cruzados, se pudo evitar el ataque final de los turcos.

A estas bandas de Gautier y Pedro el Ermitaño le siguieron otras, que no llegaron a Constantinopla, ya que fueron aplastadas a su paso por Alemania y Hungría. La conquista de Tierra Santa se consiguió con la llegada de la cruzada de los caballeros, preparados y educados para la guerra.

Bibliografía

  • PERNAUD, R: Los hombres de las Cruzadas, Madrid, 1987.

  • ZABOROV, M: Historia de las Cruzadas, Madrid, 1979.

CHG.

Autor

  • Carlos Herráiz García