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Pareja Diezcanseco, Alfredo (1908-1993).

Narrador, ensayista, periodista, historiador, político y profesor universitario ecuatoriano, nacido en Guayaquil en 1908 y fallecido en su ciudad natal en 1993. Fue tío del también escritor guayaquileño Miguel Donoso Pareja, a quien aficionó desde niño a la lectura y apoyó en los comienzos de su andadura literaria. Miembro del denominado "Grupo de Guayaquil" (en el que figuran otra plumas tan conspicuas de las Letras ecuatorianas como Demetrio Aguilera Malta, Joaquín Gallegos Lara, Enrique Gil Gilbert y José de la Cuadra y Vargas), fue a la vez uno de los autores más destacados de la llamada "Generación del 30", formada por un puñado de narradores -en su mayoría, guayaquileños- que elevaron el realismo social a la categoría de género literario en el panorama cultural ecuatoriano del segundo tercio del siglo XX. Pero, frente a sus compañeros de generación, Alfredo Pareja se distinguió por dos singularidades que otorgan señas de identidad específicas a su producción literaria: fue el único de ellos que no cultivó el género de la narrativa breve, y el primero de los cinco que acometió la innovación de desplazar la ambientación de sus novelas desde el espacio rural al ámbito urbano.

Vida

Nacido en el seno de una familia modesta, se vio forzado a interrumpir sus estudios cuando sólo había realizado el primer curso de enseñanza secundaria, pues las escasas posibilidades económicas de los suyos no le permitieron seguir asistiendo a los centros educativos de pago emplazados en su Guayaquil natal. Obligado a trabajar desde muy joven para procurarse su propio sustento y contribuir al sostenimiento de su núcleo familiar, desempeñó a lo largo de su azarosa trayectoria profesional los más diversos oficios, desde grumete en un barco mercante (lo que le permitió arribar a Nueva York y vivir durante algún tiempo en la colosal metrópoli estadounidense) hasta gerente de banco, pasando por otros empleos tan alejados de su innata vocación humanística como el de vendedor de perfumes y el de propietario de sendas platerías en Ciudad de México y Buenos Aires.

En su juventud, al tiempo que desempeñaba algunas de estas labores, mantuvo viva una voraz curiosidad intelectual que le permitió forjarse una vasta cultura autodidacta. Interesado por aquel entonces en el estudio de las Leyes, asistió en calidad de oyente -pues no podía afrontar el coste de la matrícula- a las clases de Derecho impartidas en la Universidad de Guayaquil, aunque jamás logró que se reconociera su aprovechamiento con el título oficial de abogado, debido a que, para obtenerlo, era un requisito indispensable haber superado previamente unos exámenes de enseñanza secundaria que Alfredo Pareja ni siquiera había tenido la oportunidad de afrontar. En 1931, cuando solicitó a los senadores del Congreso Nacional que se le permitiera pasar estas pruebas (que, una vez superadas, supondrían automáticamente la validación de su asistencia como oyente a las clases universitarias y, en consecuencia, la entrega del título de abogado), recibió la callada por respuesta.

A pesar de estas penosas trabas administrativas y de los múltiples impedimentos sociales que de contino se interponían en su formación intelectual, el animoso escritor de Guayaquil continuó estudiando por su cuenta hasta lograr un merecido prestigio como periodista que, años después, se vio incrementado por sus innumerables méritos humanísticos; así, cuando ya había asombrado a críticos y lectores con la brillantez de su prosa y la profundidad de sus ensayos históricos y literarios, su fama popular recibió, por fin, el respaldo de los reconocimientos oficiales, plasmados en la concesión de un doctorado Honoris Causa por la Universidad de Guayaquil; en su promoción hasta una cátedra universitaria de dicha institución; en la entrega del prestigioso Premio Nacional de Cultura en 1978 (sin duda alguna, el mayor galardón al que puede aspirar un intelectual ecuatoriano); y en su llamamiento para que ocupara algunos de los cargos políticos de mayor relieve en la vida pública ecuatoriana, donde, ya en su vejez, llegó a ejercer como ministro de Relaciones Exteriores (1979-1980).

Obra

Narrativa

En su faceta de escritor, Alfredo Pareja Diezcanseco se dio a conocer como narrador a finales de los años veinte por medio de La casa de los locos (Guayaquil: Imprenta La Reforma, 1929), opera prima de escasa consistencia que, al igual que ocurriera con sus dos novelas siguientes, La señorita Ecuador (Id. Id., 1931) y Río Arriba (Id. Id., 1931), habría de ser repudiada por su propio autor durante su etapa de madurez, hasta el extremo de negarse rotundamente a hablar de ella. Este rechazo de sus escritos anteriores al estallido de la preocupación social fue compartido con otros autores de la "Generación del 30" que, como el citado José de la Cuadra y sus narraciones sentimentales primerizas, veían en sus obras de juventud el lastre de la herencia caduca que habían recibido de sus mayores y, en consecuencia, la equivocada e improductiva roturación de una parcela literaria estéril que, por fortuna, pronto habían sabido abandonar.

Así las cosas, puede afirmarse que el auténtico advenimiento de Alfredo Pareja Diezcanseco a la literatura hispanoamericana contemporánea se produjo tras la publicación de su cuarta novela, El muelle (Quito: Bolívar, 1933), una espléndida narración que, de la mano de sus protagonistas (el emigrante ecuatoriano Juan Hidovro, afincado en Nueva York, y su dulce esposa María del Socorro Ibáñez), se introduce en el ambiente de los trabajadores portuarios y conduce a la narrativa ecuatoriana del momento a la exploración de los espacios urbanos. Dos años después, el joven escritor de Guayaquil -contaba, a la sazón, veintisiete años de edad- siguió los pasos de sus compañeros de generación y emplazó su quinta novela, La Beldaca (Santiago de Chile: Ercilla, 1935) en el ámbito rural, para regresar de inmediato a los bajos fondos de la gran ciudad con Baldomera (Id. Id., 1938), un soberbio retrato de los grupos urbanos marginales, centrado en las figuras de la mulata vendedora de frituras que da título a la novela y de su esposo, el delincuente Lamparita.

A finales de los años treinta, Pareja Diezcanseco -ya consagrado como una de las voces más prometedoras de la nueva narrativa ecuatoriana- sorprendió gratamente a críticos y lectores con la publicación de la única novela humorística de aquel período, Hechos y hazañas de don Balón de Baba y de su amigo Inocencio Cruz (Buenos Aires: Club del Libro ALA, 1939), una acabada muestra de la versatilidad genérica y temática que, como reflejo de su agitada peripecia vital, reaparece una y otra vez en la prosa de ficción del audaz escritor guayaquileño. El retorno a los argumentos característicos de la delincuencia urbana -una de las claves temáticas de su obra- se produjo, a comienzos de los años cuarenta, con la aparición de Hombres sin tiempo (Buenos Aires: Losada, 1941), relato de las miserias y crueldades de Nicolás Ramírez, condenado a dieciséis años de privación de libertad por intento de violación y asesinato consumado. Finalmente, como broche de oro a esta segunda etapa de su trayectoria narrativa (que, por voluntad expresa del autor, debe considerarse la primera), salió de la imprenta a mediados de dicha década la novela titulada Las tres ratas (Id. Id., 1944), en la que tres figuras femeninas (Ana Luisa, Carmelina y Eugenia) encarnan toda la problemática de las relaciones familiares entre los miembros de las clases medias y bajas de los núcleos urbanos del país.

Tras la publicación de Las tres ratas, Alfredo Pareja Diezcanseco se consagró de lleno a la escritura ensayística, a la que aportó el sazonado fruto de sus investigaciones y análisis en los ámbitos de la historia, la política y la literatura. Al cabo de un dilatado período de silencio narrativo que se prolongó por espacio de doce años, volvió a los anaqueles de las librerías con una nueva entrega novelesca que inauguraba un ambicioso proyecto creativo e intelectual: la voluntad de novelar la historia reciente ecuatoriana a partir del 9 de julio de 1925, fecha en la que la denominada Revolución Juliana puso al frente del país a un grupo de militares procedentes de las clases medias que traían el objetivo de impulsar y desarrollar las tímidas reformas sociales, políticas y económicas esbozadas por el sector radical del liberalismo.

Surgió, así, una extensa y deslumbrante serie narrativa que, bajo el elocuente título de "Los nuevos años", comprende las cinco últimas novelas escritas por Pareja Diezcanseco a lo largo de cerca de cuatro lustros: La advertencia (Id. Id., 1956), El aire y los recuerdos (Id. Id., 1958), Los poderes omnímodos (Id. Id., 1964), Las pequeñas estaturas (Madrid: Revista de Occidente, 1970) y La Manticora (Buenos Aires: Losada, 1974). En la primera de ellas, ubicada -en el plano cronológico- en el contexto histórico de la Revolución Juliana y localizada -en el nivel espacial- en la ciudad de Quito, ambas coordenadas se convierten no sólo en los referentes reales que sustentan la trama, sino también en las auténticas protagonistas de una historia en la que la fecha histórica y el lugar concreto constituyen el marco narrativo idóneo para encajar ese espíritu reformista que, en opinión de los más optimistas, habría de animar la vida pública de la nación ecuatoriana durante "los nuevos años". Una cuidada galería de personajes contribuye a fijar en el papel las principales connotaciones sociales y psicológicas de aquel interesante período histórico: el comandante Canelos encarna las certezas y contradicciones del espíritu juliano, ilusionado por su afán reformista y, al mismo tiempo, temeroso de que una transformación social demasiado drástica pueda dar lugar a indeseables excesos revolucionarios; el padre Carlos carga con el recelo y las críticas que los liberales de aquella época dispensaron al clero; Pablo -hijo del comandante Canelos- y el carpintero Briones se erigen en los estandartes simbólicos de la pureza con que las gentes de bien se sumaban a las reformas progresistas; y, por encima de todos, reina el protagonismo de Clara, una figura que, al tiempo que mantiene vigente la importancia concedida en toda la narrativa de Pareja Diezcanseco al género femenino, arrastra consigo la desgracia de un destino fatal que se complace en cebarse contra todos los seres que la rodean.

Por medio de El aire y los recuerdos y Los poderes omnímodos -segunda y tercera entregas del ciclo "Los nuevos años"-, el escritor de Guayaquil comienza a alejarse del realismo social que hiciera eclosión en los años treinta para buscar otros cauces genéricos y temáticos más acordes con el nuevo discurso narrativo que comenzaba a extenderse por todo el ámbito geo-cultural hispanoamericano. No obstante, siguen presentes en estos relatos las circunstancias históricas concretas que el autor se había propuesto novelar, y de forma muy señalada en la tercera entrega de la serie, donde cobra naturaleza de personaje literario un ser real, José María Velasco Ibarra, quien, después de haber protagonizado la vida pública del país durante más de medio siglo (por vía de cinco mandatos presidenciales que dieron lugar a todo un período en la historia contemporánea de Ecuador: el "velasquismo" o "civilismo populista"), había de ocupar forzosamente muchas páginas de "Los nuevos años".

Así pues, el auténtico giro estético de la narrativa postrera de Alfredo Pareja no triunfó plenamente hasta la aparición de las dos últimas novelas de la serie, obras que, por su abandono definitivo del realismo social y su adscripción a los nuevos postulados del realismo mágico y de otras características privativas del denominado Boom hispanoamericano, han sido consideradas por algunos estudiosos de la literatura ecuatoriana como una nueva etapa de la producción narrativa del escritor de Guayaquil, con independencia de su inclusión -por intención expresa del autor- en el ciclo de "Los nuevos años". En Las pequeñas estaturas será, una vez más, un personaje femenino (Redama) el que se convierta en el motor de la acción principal, ahora presentado como el símbolo de la voluntad necesaria para el sostenimiento del amor; su compañero (Ribaldo) encarna, por contra, la mengua ocasionada por la humillación y la opresión que sufren los más débiles en una sociedad tejida sobre estructuras sociales anquilosadas. Los nuevos registros formales que actualizan esta narración e incorporan a su autor a los grandes nombres del Boom privilegian, por encima de otras modalidades del discurso, el monólogo interior sostenido de forma constante por la protagonista de la historia.

La inquietud experimentalista que animó la última narrativa de Alfredo Pareja Diezcanseco alcanzó su cota más elevada en La Manticora, considerada por una buena parte de la crítica como su obra maestra, aunque otros estudiosos de su obra vieron en ella un intento fallido de adaptarse, ya con cierto retraso, a las propuestas innovadoras de la literatura universal contemporánea. Sea como fuere, lo cierto es que esta novela postrera del escritor ecuatoriano supone un loable esfuerzo de aggiornamento que comparte, con otros narradores del momento, la necesidad de invitar al lector a que abandone su actitud pasiva para convertirse en parte activa del proceso creativo. Y si bien la temática de la obra -inserta en una tradición mítica que recorre la prosa de ficción hispanoamericana a lo largo de todo el siglo XX- no aporta grandes dosis de originalidad respecto a las propuestas argumentales de otros narradores ecuatorianos que explotaron ese filón mítico y legendario de su pueblo (v. gr., el mencionado José de la Cuadra), el plano formal de La Manticora -con notable afán en la renovación del lenguaje literario y abundante carga simbólica- y su nivel estructural -materializado en una especie de escenario teatral por el que discurren no sólo los personajes, sino también el propio narrador de la historia- dejan patente el arribo (para algunos, lamentablemente tardío) de Alfredo Pareja a la modernidad.

Ensayo y biografía

Atendiendo a criterios cronológicos (pero no temáticos ni estilísticos), el corpus ensayístico del autor guayaquileño permite establecer dos etapas productivas bien diferenciadas. En la primera de ellas, desarrollada durante el largo intervalo narrativo que se concedió Alfredo Pareja entre las décadas de los años cuarenta y cincuenta, brilla con desusado fulgor La hoguera bárbara (México: Compañía General Editora, 1944), una apasionada biografía del político y militar Eloy Alfaro Delgado, máximo exponente en su época del liberalismo radical. Este preclaro prócer de la política ecuatoriana despertó el interés y la admiración de todos los autores del Grupo de Guayaquil (como José de la Cuadra, cuya prematura muerte le impidió redactar la semblanza biográfica del político que tenía proyectada) y de otros muchos escritores (como el gran ensayista decimonónico Juan Montalvo Fiallos, que colaboró estrechamente con él en el derrocamiento del dictador Gabriel García Moreno; o el poeta y abogado Francisco J. Fálquez Ampuero, que trabajó a su lado como secretario particular; y artistas (entre ellos, el pintor y escultor Alfredo Palacio Moreno, autor de uno de los más célebres monumentos dedicados a la memoria del gran estadista liberal).

Hijo de padre español y madre ecuatoriana, Eloy Alfaro Delgado ostentó la Presidencia de la República en dos períodos de gran agitación (1895-1901 y 1906-1911) y perdió la vida en Quito el día 28 de enero de 1912, asesinado por una furiosa turba del ala radical de los placistas (rivales de los alfaristas) que, después de haberle dado muerte, arrastró su cadáver por las calles de la capital ecuatoriana. Este dramático final (terrible pero inmejorable ejemplo de la enemistad cainita que llevó al enfrentamiento civil a los seguidores de un mismo espectro ideológico) inspiró el título y buena parte del contenido de la biografía escrita por Alfredo Pareja.

Al margen de la historia ecuatoriana -que, como podrá advertirse más adelante, polarizó la obra reflexiva y erudita del escritor de Guayaquil-, otras disciplinas atrajeron ocasionalmente su interés durante su primera etapa ensayística, como las artes plásticas y la crítica literaria. A las primeras dedicó la obra titulada Vida y leyenda de Miguel de Santiago (México: Fondo de Cultura Económica, 1952), un valioso acercamiento a la figura de este pintor ecuatoriano del siglo XVII que, según el crítico José María Vargas, "llevó el arte colonial quiteño a la máxima altura en el arte hispanoamericano"; a los estudios sobre literatura universal aportó otro ensayo espléndido, Thomas Mann y el nuevo humanismo (Quito: Casa de Cultura, 1956), obra que muestra a las claras la extensa y profunda formación autodidacta que se había procurado Alfredo Pareja Diezcanseco a través de miles de lecturas. El corpus de su primera etapa ensayística se completa con otras dos obras de contenido histórico: Historia del Ecuador (Id. Id., 1954) y La lucha por la democracia en Ecuador (Quito: Rumiñahui, 1956).

Tras el período de creación novelesca dedicado al ciclo de "Los nuevos años", a mediados de los años setenta el escritor guayaquileño regresó a las áridas arenas de la investigación ensayística con una obra monumental, Historia de la República (Ecuador de 1830 a 1972) (Quito: Editorial Universitaria, 1974), texto de obligada consulta en todos los centros escolares y universitarios de su país natal, cuyo éxito inmediato propició sucesivas reediciones (entre ellas, la profusamente ilustrada y ampliada hasta 1988, que fue distribuida por fascículos). Obra de un liberal convencido que, sin esconder su orientación ideológica, exhibe un asombroso rigor intelectual y una desacostumbrada honradez en el análisis y la interpretación de los hechos, esta Historia de la República constituye un instrumento imprescindible para el estudio de la implantación y el desarrollo del liberalismo en Ecuador desde su emancipación hasta nuestros días.

Los restantes títulos que conforman la segunda etapa cronológica de la producción ensayística de Alfredo Pareja Diezcanseco son Las instituciones y la administración de la Real Audiencia de Quito (Id. Id., 1975) y Ecuador: de la prehistoria a la conquista española (Id. Id., 1978).

Bibliografía

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J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.