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Pardo de Andrade, Manuel (1760-1832).

Periodista y literato español, nacido el 21 de noviembre de 1760 en el pazo de Yaz, parroquia de San Martín de Dorneda, en las cercanías de La Coruña, y muerto el 5 de mayo de 1832 en París.

Vida

Nacido en el seno de una familia hidalga, su condición de segundón lo destina al claustro agustino, pues su familia consideró que la orientación moderna y progresista de esta orden -recién establecida en La Coruña-, que venía a llenar un vacío en las instituciones pedagógicas locales, era la más adecuada para el joven de quince años. Así pues, en 1775 el joven Pardo de Andrade ingresó como novicio en el convento de Agustinos de la Cerca, cerca de la ciudad de Santiago, y un año más tarde ya profesaba.

Desde el principio se destacó su inteligencia despejada y su facilidad para los estudios, lo cual animó a sus superiores a enviar al joven novicio a Salamanca para proseguir allí sus estudios de Filosofía y Teología durante los cursos 1780-81 y 1781-82. Este era un momento en que, a pesar de la decadencia intelectual de los últimos años, la circulación de ideas era todavía intensa en aquella ciudad, a lo que contribuía en no poca medida el convento de San Agustín, que había hecho de la celda de su prior fray Diego González uno de los más exquisitos cenáculos literarios de España.

La Orden envía a su joven promesa a continuar sus estudios en Italia. Lo encontramos en Roma a partir de agosto de 1782 y al año siguiente en Perusa, desde donde se traslada a Ancona como Lector de Humanidades, Física y Moral hasta 1787. Durante su estancia en este puerto del Adriático, uno de los más activos de los Estados Pontificios, se vio envuelto en actividades en parte extrañas a la rutina conventual y didáctica; en 1784, cuando la peste interrumpía las relaciones de todo género entre Europa y Turquía, Pardo de Andrade actuó de enlace entre la embajada española de Constantinopla y los representantes diplomáticos españoles en Bolonia; en esta época llevó a cabo una actividad literaria muy intensa en legua italiana de la que sobrevive la tragicomedia La conversione di Sant'Agostino, escrita para conmemorar el centenario de la muerte del fundador y destinada a ser representada en el que regentaban los agustinos de Ancona.

En 1787, a pesar de que su nombramiento como Maestro de Lógica parecía abrir una nueva etapa académica, regresa a España y, alegando problemas de salud -lo cual, por otra parte, era cierto-, decide poner fin a su vida conventual. En espera de la secularización, que habría de obtener en noviembre de 1792, vuelve a la casa paterna y allí continúa ejercitándose en las letras.

Su nombramiento de capellán castrense en el segundo batallón del Regimiento de Infantería de Guadalajara hace que pase los siguientes once años recorriendo el centro y norte de la Península lo que abre un horizonte de expectativas inesperado que le aleja del típico intelectual de aldea en que se hubiera quedado. La década final del siglo XVIII presencia, pues, su transformación en "escritor de papeles públicos". Espaciados al principio, pero con frecuencia y regularidad cada vez mayores veremos aparecer en el Diario de Madrid sus escritos, firmados con una serie de pseudónimos de los que el más conocido es "León de Parma". Surge así una labor periodística entendida a la manera de la época, es decir, un escritor polifacético imbuido de los ideales ilustrados (utile dulci). Divagaciones poéticas, polémicas literarias, artículos de viajes, opiniones sobre educación contribuyen a formar un determinado gusto en los suscriptores de uno de los periódicos de mayor tirada de la época, así como a la difusión de ideas progresistas.

Uno de los grandes logros del literato fue que, gracias a sus escritos, la opinión nacional supo de los problemas de Galicia que, en última instancia, eran espejo de otros ámbitos de la comunidad nacional. Nace así en 1797 el periódico coruñés El Curioso Herculino, ambicioso proyecto que resurgiría con renovadas fuerzas tras la invasión francesa. El interés por los problemas económicos y sociales de Galicia no se limita sólo al periódico, sino que hace llegar sus "proyectos" hasta la Sociedad Económica Matritense.

Retirado a su pazo como capellán militar con el grado de capitán, la vocación periodística de Pardo de Andrade toma nuevos bríos contra el invasor francés, decidido más que nunca a formar a la opinión pública. Publica así que se considera el primer periódico político de la época, el Diario de La Coruña. Cuando la ciudad capitula ante el empuje francés, Pardo de Andrade se refugia en los montes, mientras su pazo y sus escritos son pasto de las llamas. Una vez recobrado el gobierno por las autoridades nacionales Pardo de Andrade volverá a guiar la opinión pública de Galicia entera desde las páginas del Semanario político, histórico y literario de La Coruña, periódico que examina en su parte histórica las vicisitudes de la resistencia ante el invasor, analiza la política internacional y no descuida los frutos de la cultura de la inteligencia y del arte, con una especial relevancia a la poesía.

La Coruña, escenario lejano de la guerra, es lugar de refugio para muchos hombres de letras cuya gran apertura de ideas favorece una fermentación de publicaciones e iniciativas políticas, como Valentín de Foronda, Antonio de la Peña, Manuel Santurio García Sala, Pablo de Jérica, Marcelino Calero y Portocarrero, que libran la batalla por el liberalismo en tierras coruñesas. Pardo de Andrade, protagonista indiscutible de esta actividad, emprende en 1811 una labor de pedagogía popular a través de la escena teatral.

Este mismo año de 1811 es también el de la publicación de una de sus principales aportaciones al pensamiento político de la época, las Reflexiones sobre la mejor constitución posible en España, original meditación sobre temas que lo atraían desde 1809. Por decreto del Consejo de Regencia se crea el Boletín Patriótico en septiembre de 1811 para "promover el entusiasmo en los pueblos invadidos por el enemigo y mantener el espíritu público" y se encargaba oficialmente de su redacción y distribución para la mitad occidental de la Península a Pardo de Andrade que, de esta forma, pasa a colaborar directamente con el gobierno. El periódico tuvo una vida breve y azarosa no sólo por la dependencia de Canga Argüelles, la escasa retribución de su redactor y el tono impersonal que se imponía a la hojita, dedicada en su mayor parte a la reproducción de documentos oficiales, que no permitía a Andrade grandes vuelos ideológicos. A lo largo de 1812, 1813 y 1814 ocurrió justamente lo contrario con el periódico El Ciudadano por la Constitución, fue una fecunda labor con un equipo literario de excepcional calidad de la que, además, surgió nuevo concepto de la poesía, subordinada al móvil ideológico: poesía de urgencia.

Buena prueba de la importancia que los liberales conceden a las fiestas cívicas -en oposición a las religiosas- para moldear el espíritu ciudadano es la aparición en La Coruña, en 1812, de un folleto anónimo aunque atribuido inmediatamente a Pardo de Andrade, titulado Juicio imparcial sobre la conducta del obispo "que fue" de Orense, denuncia de las supervivencias del antiguo régimen más peligrosas para el nuevo orden constitucional. Otras dos obras anónimas aunque también de atribución casi segura son los Principios elementales que han de servir de gobierno a la Comisión de las tres juntas reunida en Galicia, León y Asturias... y El pueblo gallego no hizo gestión alguna para que el Supremo Gobierno restablezca el Tribunal de la Inquisición, publicados en La Coruña en 1811 y 1812, respectivamente.

En agosto de 1813 Pardo de Andrade entraba a formar parte de la recién constituida Junta de Censura y protección de la libertad de imprenta en calidad de vocal eclesiástico. Por estas fechas Pardo de Andrade colaboraba en todas las empresas de divulgación constitucional para neutralizar el poder del bando adversario. Episodio bien significativo del grado de compromiso que había alcanzado fue la publicación, anónima, de Os rogos d'un gallego establecido en Londres, dedicados os sus paisanos para abrilles os loyos sobre certas iñorancias, e o demais que verá o curioso lector (La Coruña, 1813), romance al estilo de los que cantaban los ciegos. El escritor constituye entonces junto con los más significados liberales coruñenses -en su mayor parte activos en la redacción del Ciudadano por la Constitución- un comité de protección civil que se reunía en el café de la Esperanza y que se proponía orientar a campesinos y artesanos -de siempre manipulados por los terratenientes- y dar a conocer la Constitución en el ámbito rural.

El pertenecer al Club de la Esperanza -foco de masones y revolucionarios- fue precisamente la acusación que se esgrimió contra él en 1814. Andrade embarca entonces en La Coruña con destino a Inglaterra para salvarse de la pena de horca, previa degradación, a que lo condena el tribunal militar. Finalmente se establece en París, donde transcurren los siguientes seis años de su vida, desde 1814 a 1820, y donde las penalidades no logran que este hombre abandone sus antiguos ideales. Sigue conspirando mientras escribe las décimas que se publicarían en La Coruña, bajo el título de Poesías, en 1820, cuando la Junta de Gobierno le remite seis mil reales para gastos de viaje "en consideración a sus buenos servicios y ser necesario en la Provincia para escribir".

Su vocación de escritor público quedaría confirmada durante el Trienio constitucional en que, como redactor del Correo de la Diputación de La Coruña, volvía a reanudar sus actividades publicísticas. No había de ser por mucho tiempo, pues el periódico cesó en 1822 y, al año siguiente, tras el bloqueo de La Coruña por el general Bourke, el escritor vuelve a huir a Inglaterra, y de allí a Bruselas; en esta última ciudad reside hasta 1825 aunque viaja frecuentemente a Alemania e Inglaterra, por problemas con el permiso de residencia. El clima adverso debió sin duda influir para que decidiera marcharse y, así, en 1825 lo encontramos en París en compañía de su mujer e hijas, trabajando como traductor de obras científicas.

El 5 de mayo de 1832 moría de cólera en la capital del Sena el que fuera escritor político e insigne poeta, el peligroso revolucionario fichado por la policía francesa, ahora convertido en un hombre vencido por la adversidad. Para evaluar la dimensión revolucionaria de sus escritos de la madurez, causa de las penalidades de sus últimos años, hay que tener en cuenta el ascendiente indudable que ejerció durante los años de crisis nacional sobre la opinión pública, en los que actuó como catalizador de sentimientos patrióticos.

A. Gil Novales

Autor

  • Gil Novales.