Núñez Rodríguez, Emilio (1855-1922).
Político y militar cubano, nacido en Sagua la Grande el 27 de diciembre de 1855 y muerto en La Habana el 5 de mayo de 1922.
El 20 de mayo de 1902, el general Leonard Wood entregaba una carta de salutación de Theodore Roosevelt al presidente de la República de Cuba, Tomás Estrada Palma. Mientras que esta escena se desarrollaba en el palacio de Gobierno, en la fortaleza del Morro de La Habana era arriada la bandera norteamericana y en su lugar izada la de Cuba. El acto fue presidido por el general Emilio Núñez Rodríguez, veterano de las tres guerras de independencia contra España. En esa fecha frisaba los cincuenta años; había luchado a las órdenes de Carlos Roloff y Jesús Calvar en la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y, en la Guerra Chiquita (1879-1880), fue el último en abandonar el combate. Había compartido el exilio con José Martí, con el que preparó y desarrolló la definitiva Guerra de Cuba (1895-1898). Emilio Núñez fue el militar que supo luchar por la independencia y que, a partir de esa fecha, dedicó el resto de su vida a instituir la República (gobernador de la provincia de La Habana, delegado de la Convención Constituyente, Secretario de Agricultura, Comercio y Trabajo y vicepresidente de la República) y mantener viva la memoria de quienes la habían hecho posible (presidente del Consejo Nacional de Veteranos).
Emilio Núñez nació en el ingenio “San Francisco”, en Santo Domingo (Sagua la Grande), propiedad de sus padres. Algunos de sus biógrafos, quizá para resaltar más sus virtudes cívicas, señalan que su padre era un opulento hacendado. La estadística disponible nos ofrece una imagen más matizada. La familia Núñez era propietaria de un ingenio azucarero de tamaño medio, que aunque tenía incorporada la máquina de vapor, sólo era capaz de cultivar cuatro de sus 54 caballerías de tierra. Era el de mayor extensión de su partido, pero las 258 toneladas que producía en 1860 estaban ligeramente por debajo de las trescientas de media. “San Francisco” era un establecimiento que iba a menos: en 1877 su extensión se había reducido a treinta caballerías –de las que se cultivaban cinco- en las que trabajaban 18 esclavos y por las que se obtenía una renta líquida de cinco mil pesos, inferior a los 15.600 que promediaban los ingenios de Sagua. De esta manera, parece más correcto señalar que Núñez pertenecía a una de las numerosas familias criollas que no pudieron adaptarse a las transformaciones de la industria azucarera a mediados del siglo XIX y que, poco a poco, se vieron desplazadas del negocio. Una situación muy similar a la de otros líderes independentistas, como Carlos Manuel de Céspedes, en donde su oposición al dominio colonial español crecía en proporción inversa al deterioro de sus condiciones sociales.
Los estudios primarios los realizó en el colegio de Matanzas La Empresa, que dirigía el afamado pedagogo cubano Antonio Guiteras, formación que ayudó a consolidar las ideas proindependentistas que le habían inculcado en su familia. Todos sus hermanos, excepto el pequeño, participaron en las guerras de independencia, y sólo Emilio e Indalecio sobrevivieron. Cursó bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, más pendiente de la guerra que se libraba en el oriente de Cuba que de sus estudios. Recién graduado, a los veinte años, decidió interrumpir su formación académica para unirse a las fuerzas mambisas.
Núñez se incorporó al ejercito de Las Villas, sirviendo a las órdenes de Carlos Roloff y Manuel Calvar. También figuró en el estado mayor de Enrique Reeve, El Inglesito, con quien colaboró en la invasión de Colón. Poco a poco fue progresando en el escalafón y, gracias a su don de gentes, ganándose el respeto de sus superiores y subordinados. Bien por su pericia, bien por su fortuna, nunca fue herido, ni capturado; comandó tropas muy disciplinadas, muy leales a su persona, en su mayor parte procedentes de su región natal, Sagua. En 1878, tras la Paz del Zanjón, capituló en compañía de Roloff y Ángel Mestre. Deponía las armas con el grado de comandante y el prestigio intacto.
En la posguerra, Núñez trató de reintegrarse en la vida civil. Fomentó una propiedad agrícola que había heredado, pero pronto retomó sus actividades revolucionarias. Las autoridades coloniales, conscientes del predicamento que tenía entre el independentismo, intentaron separarlo de la conspiración, para lo que le ofrecieron distintas ventajas que siempre rechazó. En agosto de 1879 la guerra renació en Cuba, y en un intento por evitar su reincorporación al ejército mambí, en octubre, fue detenido y deportado a La Habana, de donde pudo escapar, contactar con la Junta Revolucionaria de Nueva York y comandar, con su hermano Bernardo, un ejército que extendió la guerra por Las Villas.
La Guerra Chiquita, que la historiografía cubana no ha dudado en calificar como una experiencia necesaria, constituyó un fracaso. En la memoria de muchos de los patriotas estaban todavía recientes las penalidades de los diez años de guerra; el autonomismo era una vía política criolla legal, que aglutinaba a muchos antiguos mambises y comenzaba su andadura con la promesa de lograr por medios pacíficos lo que no se había conseguido con las armas en la mano; finalmente faltó, además de los principales líderes militares, Antonio Maceo y Máximo Gómez, organización y recursos.
La segunda guerra cubana por la independencia fue un fracaso, pero consolidó a Núñez como uno de sus líderes. Ya comandante, continuó su buena estrella de la anterior contienda, y cuando, uno tras otro, todos los líderes militares mambises se fueron rindiendo, fue capaz de mantener la beligerancia y forzar una capitulación (previa autorización de la Junta Revolucionaria de Nueva York) lo más ventajosa posible en la que se contemplaba la libertad para los esclavos que habían luchado a sus órdenes. En esas circunstancias le escribió José Martí: “... yo le aconsejo como revolucionario y como hombre que admira y envidia su energía, y como cariñoso amigo, que no permanezca inútilmente en el campo de batalla al que aquellos a quienes usted defiende son impotentes para hacer llegar a usted auxilios [...] No las depone usted [las armas] ante España, sino ante la fortuna. No se rinde usted al gobierno enemigo, sino a la suerte enemiga. No deja usted de ser honrado: el último de los vencidos, será usted el primero de los honrados”. A pesar de su difícil situación económica (durante el conflicto las autoridades coloniales habían quemado el ingenio azucarero de su familia), y a diferencia de otros connotados independentistas que habían sufrido por una situación similar, partió al exilio, en diciembre de 1880, rechazando los diez mil pesos que las autoridades coloniales le habían ofrecido.
Tras pasar por distintas localidades estadounidenses, México y Santo Domingo se estableció en Filadelfia, donde estudió odontología, participó en el negocio del tabaco y contrajo matrimonio con la exiliada cubana Dolores Portuondo. En una visita clandestina a Sagua fue descubierto por las autoridades, lo que le supuso nueve meses de cárcel en la habanera fortaleza del Morro, donde años más tarde presidiría la solemnidad del primer izado de la bandera cubana. Continuó laborando por la independencia y fue uno de los más estrechos colaboradores de José Martí y Máximo Gómez, con el que trabó una profunda amistad. En 1894, por indicación del primero, realizó distintos viajes a Cuba con la misión de verificar las posibilidades de éxito de una nueva guerra. En un principio sus informes fueron negativos, pero el deterioro de las condiciones materiales en la isla, producto principalmente de las modificaciones de la política arancelaria estadounidense, y la adhesión que le mostraron connotados independentistas (Manuel Calvar, Juan Bruno Zayas, Juan Gualberto Gómez) modificaron su pensamiento y comunicó a Martí lo que éste quería oír.
A diferencia de lo que ocurrió en la Guerra de los Diez Años y en la Guerra Chiquita, en la Guerra de Independencia (1895-1898) Núñez, ya general, desempeño labores de logística. En un conflicto en que hombres y pertrechos venían del exterior era fundamental organizar un departamento que coordinase todas las expediciones, para situar en el momento y el lugar adecuado las armas y los soldados. Núñez tuvo muy en cuenta la experiencia acumulada y desarrolló una estrategia que más que basarse en el desembarco en un punto determinado, propiciaba el acercamiento de los navíos a la costa cubana, a la que se arribaba en pequeñas embarcaciones, lo que dificultaba sobremanera la interceptación. En los años que duró la guerra, consiguió llevar a la isla veintidós expediciones que burlaron no sólo a la marina de guerra española, sino a sus representantes diplomáticos en los Estados Unidos. En octubre de 1898, derrotada España y controlada Cuba por los Estados Unidos, Núñez dio por concluidas las actividades del departamento de expediciones y, en un informe en el que daba cuenta de sus actividades, estipuló las bases sobre las que debía construirse la República: libertad política, estrechamiento de las relaciones con Latinoamérica y el fomento de la inmigración como el mecanismo más eficaz para alcanzar el progreso económico.
En representación del Cuarto Cuerpo del Ejército Libertador, tomó parte en la Asamblea de Representantes del Ejército Libertador (octubre de 1898 a abril de 1899). La Asamblea trató de mantener la preponderancia del elemento revolucionario y defender el papel que había jugado en la liquidación del poder colonial de España. Otros eran, sin embargo, los intereses de las autoridades de ocupación norteamericanas que supieron dividir y enfrentar a los distintos sectores del independentismo. Por un lado, obviaban a la Asamblea, mientras que, por otro, trataban de atraer a Máximo Gómez, general en jefe del ejército mambí y líder natural del independentismo. En esta coyuntura, Núñez, miembro de la primera, pero amigo personal y político del militar, fue de los pocos representantes que se opuso públicamente a la destitución de Gómez, decretada por la Asamblea en un último intento de ratificar su autoridad. Quizá en su actitud pudo influir la vinculación que, ya en esos momentos, tenía con el poder norteamericano quien le había designado como representante del ayuntamiento de la capital y, en sustitución de otro general mambí no tan bien avenido, Juan Rius Rivera, gobernador provincial de La Habana.
Formó parte de la Asamblea Constituyente cubana al obtener su acta en las elecciones de 1900 dentro de las filas del Partido Nacional, organización alentada por Máximo Gómez y que agrupaba los mambises menos radicales. El delegado Núñez presentó una ley de bases que pretendía limitar los monopolios, garantizar los derechos del ciudadano frente a cualquier exceso de poder por parte del Estado, obligar a que éste desarrollara una política social a favor de las clases obreras, a la vez que defender un impuesto progresivo sobre la renta de las personas. También se manifestó a favor de la libertad de cultos, de la total separación de la Iglesia y el Estado, del fomento de la inmigración y de dotar a los gobiernos provinciales de una organización eficaz. En el tema más trascendente que tuvo que abordar la Asamblea Constituyente, la Enmienda Platt, el apéndice constitucional que facultaba a los Estados Unidos para intervenir en la vida pública cubana, Emilio Núñez fue de los que votó a favor.
Al instaurase la República, se encontró entre los partidarios de Tomás Estrada Palma. De una reunión de notables en su domicilio salió el programa y la candidatura de éste para la presidencia. En las elecciones de 1902 revalidó, esta vez por sufragio, su puesto de gobernador provincial de La Habana, magistratura que desempeñó hasta 1906 y que se caracterizó por la mejora de las infraestructuras de transportes y por la especial atención que puso en el progreso cultural. A pesar de las preferencias que Máximo Gómez manifestó por Núñez para la elección presidencial de diciembre de 1905, no llegó a postularse, manteniéndose también al margen de la sublevación liberal de 1906, la conocida como “guerrita de agosto”, motivada por el fraude electoral que había propiciado la reelección de Estrada Palma.
En 1908, en compañía de Enrique José Varona y otras personalidades políticas del momento, antiguos autonomistas y moderados cercanos al estradismo, participó en la fundación del Partido Conservador. Su partido, que presentó la candidatura del general mambí Mario García Menocal, resultó derrotado, pero Núñez encontró otra manera de estar muy presente en la política cubana. En 1909 se creó la Asociación Nacional de Veteranos y, dos años después, Núñez asumió la presidencia de su Consejo Nacional, que no abandonaría hasta su muerte. Al frente del movimiento veteranista desarrolló una campaña que pretendió purgar de la administración pública a antiguos hombres de la colonia. En repetidas ocasiones Núñez señaló que estas actividades estaban al margen de los partidos, pero la campaña veteranista, que reclamaba constantemente el saneamiento de la vida pública, vino a cuestionar al gobierno liberal de José Miguel Gómez, a la postre otro antiguo general mambí y que por ello no podía desoír, como la mayor parte de la clase política, el mensaje de los que con las armas en la mano había hecho posible la República. Las críticas que Núñez lanzó desde la presidencia del Consejo Nacional de Veteranos contra la manera que el Gobierno había reprimido a la población de color en la conocida como "guerrita de los Independientes de Color" de 1812, acabaron con el escaso crédito político del miguelismo.
Las elecciones presidenciales de 1912 dieron la victoria al Partido Moderado. El general Mario García Menocal asumió la presidencia llevando en su gabinete a Emilio Núñez al frente de la Secretaría de Agricultura, que de esta manera veía recompensada la campaña del veteranismo contra José Miguel Gómez, a la vez que servía para garantizar a los cubanos el nacionalismo de un presidente que, hasta asumir la más alta magistratura del país, había estado administrando un central azucarero propiedad de una compañía norteamericana. Sin embargo, fueron los miembros del Gabinete más relacionados con el capitalismo norteamericano y británico (Cosme de la Torriente, Leopoldo Cancio, Rafael Montoro) los que cobraron relevancia frente a los que como Núñez se habían mostrado contrarios a la situación neocolonial en que se mantenía Cuba. Si bien es cierto que el tiempo que estuvo al frente de la Secretaría de Agricultura no favoreció a los intereses norteamericanos, también lo es que sus críticas a los mismos languidecieron al entrar en el Gobierno. Comenzó pidiendo la revisión del tratado de reciprocidad comercial con los Estados Unidos y la rebaja de las tarifas que los productores azucareros pagaban al ferrocarril, controlado por compañías norteamericanas. Sólo obtuvo, en 1915, una rebaja mínima de las tarifas que rápidamente el gobierno compensó con una subvención de un millón de pesos a la Cuban Railroad. Su ministerio coincidió con una coyuntura favorable para el azúcar cubano, que devino en el mayor exportador del mundo –la grande antilla vendía el 20% del dulce que llegaba al mercado mundial- y trató de aprovechar la bonanza para impulsar la modernización de los métodos de trabajo en las labores agrícolas.
El gobierno de Menocal había hecho de la lucha contra la corrupción política el eje de su campaña, pero, una vez en el poder dio paso a una de las administraciones republicanas más venales. No hay pruebas que demuestren que Núñez obtuviese algún beneficio de su gestión ministerial. Sabemos que fue vicepresidente de la Compañía Tabacalera Cubana, presidente de la Compañía Azucarera Central Fajardo, socio de la Loeb-Núñez Havana Company, de la que asumió la presidencia en 1908 y que en compañía de otro miembro del gabinete, Aurelio Hevia, también veterano de las guerras de independencia, tuvo negocios en Pinar del Río: Cuprífera Piñareña y Compañía Azucarera Hispano-Cubana, que explotaba los centrales Gerardo y Nueva Era. A pesar de todas estas evidencias, al salir del Gobierno, en 1921, era un hombre pobre que tenía que hipotecar su residencia para sobrevivir y poder asegurar atención médica a uno de sus hijos.
Si bien no abusó de su poder para enriquecerse, no fue tan recto respeto a las prácticas políticas. En 1916 Menocal decidió presentarse a la reelección; Varona, vicepresidente del gobierno, rechazó las intenciones del general y dejó vía libre para que la vicepresidencia fuera ocupada por Núñez, desde donde fue cómplice del fraude electoral y de la corrupción que caracterizaron el segundo mandato menocalista. Únicamente al final del gobierno, y cuando era evidente que el próximo presidente de la República iba a ser, previo acuerdo de Menocal y favorecido por la ingerencia norteamericana, Alfredo Zayas, recuperó Núñez su discurso del veteranismo nacionalista, de la defensa de los intereses económicos nacionales y de la moralidad pública, un discurso bien recibido por una parte de la burguesía cubana, la más perjudicada por la relación neocolonial y que el menocalismo no había sabido defender. Abría, de esta manera, el general Núñez una vía dentro del moderantismo que quizá le hubiera llevado, tal y como había deseado su amigo Máximo Gómez, a la presidencia de la República, si la muerte no le hubiera sorprendido en mayo de 1922.
Bibliografía
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REMOS, J. J. El general Emilio Núñez: un héroe de las tres guerras y un constructor en la paz. La Habana: Academia de la Historia de Cuba, 1955.
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RODRÍGUEZ ALTUNAGA, R. El general Emilio Núñez. La Habana: 1958.
Luis Miguel García Mora