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LiteraturaBiografía

Miró Ferrer, Gabriel Francisco Víctor (1879-1930).

Narrador y articulista español, nacido en Alicante el 28 de julio de 1879 y fallecido en Madrid el 27 de mayo de 1930. Fue su vida un contraste entre el artista exquisito entregado a su obra, brillante y colorista, no exenta de cierta capa de melancolía, rebosante siempre de sensibilidad, y el hombre gris que ha de aceptar un empleo burocrático para poder subsistir. Su recogimiento y su escasa participación en la vida social le permitieron cultivar en su intimidad bellos libros, plasmados con un estilo impecable, lírico y de acendrados matices.

Vida

Estudió en un colegio de jesuitas en Orihuela, localidad que cobijó años más tarde el escenario de sus novelas. En 1896 cursó Derecho en Valencia, y concluyó la carrera en Granada con el cambio de siglo. Opositó sin éxito a Judicatura en dos ocasiones; en 1906 aceptó un puesto administrativo en el Hospital Civil de San Juan de Dios de Alicante.

En 1909 fue nombrado cronista oficial de la villa alicantina. Comenzó a publicar, en 1911, artículos en la prensa de Barcelona (La Vanguardia, Diario de Barcelona), recogidos después en libro bajo el título Libro de Sigüenza. Se trasladó definitivamente a la ciudad condal en 1914 con su mujer y sus hijas. El proyecto de la editorial Vecchi y Ramos de publicar una gran "Enciclopedia Sagrada Católica" se encargó a Gabriel Miró, y a él se entregó con ahínco hasta que en 1915 quedó suspendido el plan de la obra; no todo resultó tarea baldía, pues la documentación reunida durante este tiempo le sirvió para configurar su libro Figuras de la pasión del Señor (1916).

Por mediación de Antonio Maura, en 1920 consiguió un empleo en el Ministerio de Trabajo en Madrid, y en 1922 en el Ministerio de Instrucción Pública. Ya no abandonó la capital, donde murió a los 51 años de edad tras una operación de apendicitis.

El frustrado intento de ser elegido académico de la R.A.E. en 1927 ocasionó que su principal valedor, Azorín, rehusara volver por la Academia en adelante.

Obra

En 1901, publicó La mujer de Ojeda y, en 1902, Hilván de escenas, obras de escaso valor que el propio autor desechó y que no se incluyeron en sus Obras Completas (1932-1949). Un jurado compuesto por los escritores Felipe Trigo, Valle-Inclán y Pío Baroja premió su novela corta Nómada en el concurso de El cuento semanal en 1908, lo que le dio popularidad e hizo que llamara la atención de los ambientes literarios. Escribió cuentos y novelas, como Del vivir (1904), La novela de mi amigo (1908), Las cerezas del cementerio (1910-11), El humo dormido (1919), novelística que culminó con Nuestro padre san Daniel (1921) y su continuación, El obispo leproso (1926), obras en las que satiriza el mundo clerical que tan bien conocía.

Practicó otros géneros narrativos, en la línea de las estampas literarias y de las crónicas. De este corte son los títulos Figuras de la Pasión del Señor (1916-17), El libro de Sigüenza (1916) y Años y leguas (1928); los dos últimos nacen de la descripción de los paisajes vistos y "sentidos" por Sigüenza, protagonista de las andanzas y alter ego del autor.

Formalmente se situó en sus comienzos en el ámbito del Modernismo, en la estela decadentista, profusamente ornamentada, de Rubén Darío y de Valle-Inclán. Pronto evolucionó hacia una temática más actual, sin abandonar el virtuosismo estilístico, de ritmo cadente y poético, cumplido de metáforas e imágenes de gran plasticidad, y su maestría en la recreación evocadora de lo concreto. Gabriel Miró o la contemplación creadora; atenta mirada, demorada prosa. Su mirada vuela y se detiene, como un pájaro, a veces alegre, a veces asustado. Era Miró un contemplativo y su prosa, sensación hecha materia mediante la palabra. Puestos todos sus sentidos a captar la realidad, se transforma ésta en un hondo lirismo, terso, denso de emoción. Prosa a la vez quieta y en marcha (no será casualidad que uno de sus libros se titule El humo dormido), un remansado surtidor de imágenes, un goteo de minucias sentidas. Y por ende, una fácil y copiosa mirada metafórica, intuitiva y perspicaz, por ejemplo allí donde labora el sepulturero, en un "Huerto de cruces" (artículo galardonado con el Premio Mariano de Cavia de periodismo convocado por ABC).

Cuanto de sensorial se alberga en la realidad, Miró lo transmite preñado de su olor, de su regusto, de su sonido, de su color, sugerencias sensitivas aprehendidas en esencia, hiladas con una rica gama de asociaciones sinestésicas, en una sinfonía compuesta para los sentidos:

"Uvas moradas (...); sus granos nos crujen en la boca fríos y finos, y se nos derrama el sabor de los días grandes del verano".

Y el paisaje como elemento primordial, siempre al fondo, un paisaje que llega al lector, le cala, porque es un paisaje humanizado. La naturaleza cobra vida humana y su dolor y su alegría; creemos ver en los árboles, en las piedras, en los caseríos, en la Creación toda, nuestros hermanos: "el monte Ponoch, en cuyos hombros rueda el sol viejo", "arcilla carnosa", "una locomotora flaca y sudada", "parece que se han juntado la claridad de la mañana y la de la tarde, como dos mozas", "la mujer llama a su averío para que ya se recoja, y acuden los polluelos zancudos, como chicos que corren silbando, con las manos en los bolsillos del pantalón", etc.

En ocasiones, frente al estilo exhaustivo, ausencia de verbos; un sustantivo y un adjetivo se bastan, como pinceladas sueltas, impresionistas, y a partir de ellas Miró retoma su minuciosidad, su pincel exacto:

"Montes viejos. Comarca descarnada. Planos, culminaciones y círculos de peñas rojas. Los senderos son torrentes de pedregal, de pedregal de rocas molidas por los siglos. Si pasa un rebaño, el estruendo de pezuñas y piedra se prolonga en la desolación. Piedra y azul; y las cabras, recortándose atirantadas y ágiles, mirando horizontes, y cuando desaparecen se fija en los montes el tiempo, sin nadie, como si se reanudara una emoción de eternidad."

Prosa pictórica. No en vano, el poeta Jorge Guillén llamó "lienzos" a los textos de Miró, en los que el movimiento se pospone en pro de la descripción, del trasfondo emotivo que impregna el sentir del autor. No quiere esto significar que Miró renuncie a los motivos menos amables de la vida o a todo atisbo de acción. Consciente de que observar lleva implícito también un contenido de imágenes fuertes y crudas, no duda en trazar su esbozo:

"Subió la molinera y quedóse espantada. Se había soltado un gorrino de la corraliza y estaba rosigando una oreja del crío. Clamó la mujer, acudió el marido y el cerdo se relamía y se empinaba buscando más."

Las influencias literarias de Gabriel Miró se cifran en dos obras claves: la Biblia y El Quijote. Las claras concomitancias con la obra de Marcel Proust no obedece a un seguimiento premeditado, sino a un discurrir paralelo. En ambos escritores, la sensación y el recuerdo se aúnan, pues que de aquélla se deriva éste. La diferencia estriba en que, en Miró, no se debe a la "memoria involuntaria"; la rememoración se da en un lugar y por la causa suscitada en ese mismo lugar.

Tal vez el mejor resumen del quehacer artístico de Miró lo trazara Ramón Gómez de la Serna, que lo definió como un relojero de las palabras.

JUAN LÁZARO.

Autor

  • Juan Lázaro.