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LiteraturaBiografía

Hugo Mayo (1898-1988).

Poeta ecuatoriano, nacido en Manta (en la provincia de Manabí) en 1898 y fallecido en Guayaquil (en la provincia de Guayas) en 1988. Aunque su verdadero nombre era el de Miguel Augusto Egas Miranda, fue conocido en el panorama cultural ecuatoriano del siglo XX por su pseudónimo literario de Hugo Mayo. Autor de una audaz y brillante producción poética caracterizada por su afán de irreverencia, su radical transgresión de modelos formales y temáticos y su enfoque abiertamente iconoclasta, está considerado como el primer -y tal vez el único- poeta vanguardista de las Letras ecuatorianas.

Inclinado desde su juventud hacia el cultivo de la creación literaria, hacia 1918 (es decir, cuando contaba veinte años de edad) se dio a conocer en los foros y cenáculos poéticos de su país natal por medio de una serie de poemas primerizos que fue dejando impresos en diferentes revistas culturales; a partir de entonces, toda su obra fue viendo la luz a través de este cauce, y en pocos años Hugo Mayo era una firma respetada y acreditada no sólo en las publicaciones literarias de Ecuador, sino en otras muchas revistas del resto del subcontinente americano y de Europa. Por extraño que pueda parecer, la fama que alcanzó por estas composiciones diseminadas por las páginas de los medios de comunicación de todo el mundo no le impulsó a recopilar sus poemas en formato de libro hasta la década de los años setenta, cuando el ya septuagenario Hugo Mayo dio a la imprenta El regreso (Guayaquil: Casa de la Cultura, 1973), el primer volumen de versos de un "joven" poeta que, a sus setenta y cinco años de edad, había decidido dar a conocer a las nuevas generaciones literarias ecuatorianas el trabajo de un compatriota suyo que se había relacionado con los principales autores vanguardistas de todo el mundo.

Pero su verdadero triunfo en los medios editoriales de su país natal tuvo lugar tres años después, cuando el escritor de Manta dio a los tórculos su segundo poemario, publicado bajo el título de Poemas de Hugo Mayo (Guayaquil: Casa de la Cultura, 1976). Gozando ya del tratamiento debido a los clásicos (la obra apareció con un estudio crítico de Rodrigo Pesántez Rodas), Hugo Mayo se convirtió en uno de los autores predilectos de los jóvenes poetas del país, quienes rehabilitaron su nombre dentro del "parnaso" ecuatoriano contemporáneo, revalorizaron con entusiasmo sus propuestas estéticas e ideológicas y, en no pocos casos, tomaron su obra como modelo de nuevas creaciones. Posteriormente vieron la luz otros dos cancioneros de Miguel Augusto Egas Miranda que recuperaban parte de ese espléndido corpus poético elaborado a lo largo de toda una vida: El zaguán de aluminio (Guayaquil: Casa de la Cultura, 1982), con edición a cargo de Jorge Velasco Mackenzie y Dalton Osorno, y Chamarasca (Guayaquil: Casa de la Cultura, 1984). Por último, ya con carácter póstumo salió de la imprenta El puño en alto (Poesía revolucionaria) (Guayaquil: Casa de la Cultura, 1992), editado por Alejandro Guerra Cáceres.

Pero, mucho antes de este reconocimiento oficial que recibió en su vejez, Hugo Mayo había protagonizado algunos de los episodios literarios más fructíferos de la vida cultural de su nación. Por desgracia, su difícil carácter fue esgrimido por muchos de sus enemigos para escamotear a su obra la verdadera importancia que tenía, y que no fue reconocida hasta que la senectud del poeta le volvió inofensivo a ojos de sus rivales. Entre las anécdotas que se cuentan a propósito de esa rudeza de Hugo Mayo que le granjeó tantos enemigos, tal vez una de las más significativas fuera la que protagonizó en plena juventud, cuando era estudiante en la Universidad de Guayaquil y andaba ya por el quinto año de la carrera de Jurisprudencia, que no llegó a concluir debido al abrupto intercambio de pareceres (con agresión física incluida) que sostuvo con un profesor de su Facultad. Tachado, a partir de entonces, de rebelde violento y peligroso, durante más de cuarenta años hubo de pasear este sambenito por el mundillo artístico e intelectual de su ciudad natal, donde algún personaje mediocre llegó a definir al gran poeta como "un loco suelto por las calles de Guayaquil".

Lejos de amilanarse por estos calificativos y por el desprecio con que le trataban muchos de sus contemporáneos, Hugo Mayo se enfrascó en una fecunda actividad editorial que le llevó a fundar en 1921, en colaboración con Rubén Irigoyen, la revista Singulus, tan fugaz como casi todas las aventuras literarias semejantes; poco después, el poeta de Manta trabajó con Aurora Estrada y Ayala para sacar a la luz una nueva publicación cultural, Proteo, a la que, tras su también corta andadura, siguió la revista Motocicleta. Con esta última cabecera, Hugo Mayo alcanzó un éxito notable desde el mismo momento de su aparición (1924), pues vino a cubrir con ella una importante laguna en el panorama literario ecuatoriano, como dejaba patente el subtítulo de la publicación (Índice de poesía de vanguardia). El furor dadaísta que, por aquellos años juveniles, animaba a Hugo Mayo y a sus colaboradores se hacía presente en algunos detalles humorísticos tan significativos como el que anunciaba, desde la misma portada de la revista, su periodicidad quincenal: "Aparece cada 360 horas".

A pesar del radical éxito de Motocicleta, la fugacidad a la que parecían estar condenadas todas las iniciativas de su mismo tenor le impidió pasar de cuatro entregas (es decir, que gozó de unas mil cuatrocientas cuarenta horas de vida, según el singular cómputo temporal de sus editores). Ello no fue óbice para que, entre sus páginas, aparecieran diferentes colaboraciones firmadas por autores de la talla de los chilenos Vicente Huidobro y Pablo Neruda, el peruano César Vallejo, los franceses Guillaume Apollinaire, Jean Cocteau y Paul Eluard, y el italiano Filippo Tommaso Marinetti, a quien el propio Mayo impidió seguir publicando sus escritos en la revista a raíz de la defensa pública que el poeta futurista hizo del fascismo. A pesar de esta autoritaria exclusión, resulta muy difícil encontrar en cualquier publicación de habla hispana de mediados de los años veinte una nómina más lujosa y variada de colaboradores.

Como era de esperar, este asombroso intercambio de postulados estéticos e ideológicos entre un modesto poeta ecuatoriano (tildado de loco peligroso por sus contemporáneos) y las más grandes figuras literarias internacionales del momento permitió a Hugo Mayo frecuentar también las mejores publicaciones culturales del resto del mundo. Así, dejó estampadas sus colaboraciones en Creación (fundada y dirigida por el citado Huidobro, a la sazón uno de los escritores hispanoamericanos más reconocidos en Europa), Cervantes (publicada en Madrid), Amauta (dirigida por el peruano universal José Carlos Mariátegui, quien nombró a Hugo Mayo corresponsal en Ecuador de la revista) y, entre otras revistas de acreditado prestigio, Ultra, Pegaso, Tablero, Circunvalación y El Camino.

Considerado como el gran poeta dadaísta de Ecuador, Hugo Mayo sembró su poesía juvenil de violentas innovaciones experimentales que van desde la explotación lírica del absurdo ("En la loma de los limoneros / ochenta y siete papagayos lo enterraron. / Yo también. / Por caminos torcidos de maizales secos, / con inquietadores asobios lejanos. / Yo también. / Entre ramas marchitas de jobos, caídas, / y el óxido cargado de la tarde. / Yo también. / Con preñez clandestina de cabras morenas, / y el parpar de unos patos morunos. / Yo también") hasta el humor que brota del mero juego de palabras ("No hubo necesidad de un oftalmólogo. / Catarata es el agua que se lanza de un precipicio, / dicen todos los textos de geografía, / por eso los familiares prefirieron llamar a un geógrafo destacado, / para atender al paciente [...]"). Otros rasgos estilísticos habituales en esta poesía de su primera etapa son la búsqueda de la adjetivación novedosa y sorprendente ("asoman los balcones imanados"); el empleo de la metáfora pura, desnuda de artificios ("las focas tienen su DANZÓDROMO"); y la torrencial acuñación de neologismos ("encruelecido", "ebrioso", "heladez", etc.).

Con el paso de los años, el poeta de Manta fue despojándose poco a poco de este furor experimental propio del dadaísmo, aunque no dejó de recurrir en todo momento a la gran riqueza y variedad de recursos formales y temáticos que había asimilado durante sus años de permanente contacto con lo más granado de la Vanguardia. Ya octogenario, supo valorar y elogiar el dadaísmo como "un movimiento que destruyó el mundo poético antiguo para luego crear algo nuevo", palabras que, pronunciadas a comienzo de la década de los años ochenta, recabaron la atención de las nuevas promociones de escritores, quienes también leyeron con asombro y admiración la producción poética posterior de Hugo Mayo, mucho más cercana a los "antipoemas" del chileno Nicanor Parra.

Bibliografía

  • CARRIÓN, Benjamín: Índice de la poesía ecuatoriana contemporánea, Santiago de Chile: Ercilla, 1937.

  • LATINO, Simón: Antología de la poesía ecuatoriana contemporánea, Buenos Aires: Cuadernillos de Poesía, 1957.

  • PESÁNTEZ RODAS, Rodrigo: "Introducción" a Poemas de Hugo Mayo, Guayaquil: Casa de la Cultura, 1976, pp. 5-18.

  • RODRÍGUEZ CASTELO, Hernán: "Condecoración al silencio esencial", en MAYO, Hugo: Chamarasca, Guayaquil: Casa de la Cultura, 1984, pp. 59-61.

  • VALLEJO C., Raúl: "Mayo, Hugo", en MEDINA, José Ramón [dir. literario]: Diccionario Enciclopédico de las Letras de América latina (DELAL), Caracas: Biblioteca Ayacucho/Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1995, vol. II, pp. 3019-3021.

  • VELASCO MACKENZIE, Jorge: "Donde se abre el zaguán de aluminio", en MAYO, Hugo: El zaguán de aluminio, Guayaquil : Casa de la Cultura, 1982, pp. 87-85.

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.