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Ocio y entretenimientoBiografía

López Ortega, Domingo (1908-1988).

Matador de toros español, nacido en Borox (Toledo) el 25 de febrero de 1908 y muerto en Madrid el 8 de mayo de 1988. En el planeta de los toros es conocido como "Domingo Ortega".

Huyendo de las faenas agrícolas a las que parecían haberlo destinado un entorno rural y unos padres labradores, Domingo López Ortega mató un novillo en la plaza de Carabanchel, el 14 de julio de 1928. El 17 de agosto de aquel mismo año, de forma accidental, toreó y mató otro novillo en Almorox (Toledo), al haber sido herido de muerte el maletilla que lo estaba lidiando. Al año siguiente, habiendo adoptado el sobrenombre de Orteguita, toreó en la desaparecida plaza de Tetuán de las Victorias, pero luego pasó inadvertido prácticamente a lo largo de toda la temporada. Sin embargo, el día 6 de septiembre de 1930, yendo de sobresaliente en un mano a mano en Aranjuez entre Marcial Lalanda y Manuel Mejías, Bienvenida, hizo un quite por verónicas tan vistoso y afortunado que quedó en la memoria de los aficionados atentos y cabales. Volvió a torear en Tetuán de las Victorias el 28 de septiembre de aquel año, en compañía de los novilleros Palomino y Tomás Belmonte, enfrentándose a reses de Zaballos. Desde aquella tarde, en los carteles siempre habría de figurar con su sobrenombre taurino de Domingo Ortega.

Su primer gran triunfo, todavía de novillero, lo cosechó en Barcelona, en cuatro novilladas consecutivas que toreó aquel otoño, los días 28 de octubre y 2, 9 y 16 de noviembre. Lanzado por su descubridor, el ex banderillero toledano Salvador García, apoderado por Domingo González Mateos, Dominguín, fundador de la célebre dinastía del mismo apodo; y protegido por el poderoso empresario Pedro Balañá, tomó la alternativa en Barcelona el 8 de marzo de 1931, de manos del infortunado Francisco Vega de los Reyes, Gitanillo de Triana, y en presencia de Vicente Barrera y Cambra. Se doctoró con la lidia y muerte del toro Valenciano, de doña Juliana Calvo (antes Albaserrada), al que hizo una espléndida faena que fue premiada por la afición catalana con una oreja.

El 16 de junio, frente al toro Contador, de don Julián Fernández, confirmó la alternativa en Madrid, en la plaza de la antigua carretera de Aragón, de manos de Nicanor Villalta y Serris. A pesar de que desde la alternativa en marzo hasta esta confirmación en junio Domingo Ortega había actuado en veintinueve ocasiones, aquella tarde en Madrid estuvo torpe y desangelado: la primera afición del mundo no quedó convencida del arte del torero toledano, que volvió a fracasar ante tan severo tribunal en todas las oportunidades que se le concedieron aquella temporada (23 y 28 de junio, y 18 y 25 de septiembre). Sin embargo, Domingo Ortega obtuvo aquel año de 1931 muchos éxitos fuera de Madrid y acabó la temporada habiendo toreado en noventa y tres festejos. El ansiado triunfo en el coso capitalino se hizo esperar hasta el 18 de abril de 1932, año en que, paradójicamente, fracasó con estrépito en la Ciudad Condal. Ello no le impidió acabar la temporada al frente del escalafón, habiendo toreado noventa y una corridas de las ciento dieciséis que tuvo contratadas.

Mantuvo este primer puesto entre 1933 y 1934, paseando además su extraordinario dominio de los toros por la otra orilla del Atlántico. El 13 de septiembre de 1935, un toro de Graciliano Pérez Tabernero le infirió una gravísima cornada en la arena salmantina, lo que truncó su buena marcha en aquella temporada. Tras el estallido fratricida de la Guerra Civil, Domingo Ortega se sirvió de la misma estrategia rastrera que utilizara Marcial Lalanda para pasarse a la zona dominada por los militares insurrectos: se valieron de los contratos que tenían firmados en Francia para pisar el suelo galo y desde allí, rápidamente, volver a entrar en España por la zona "nacional". Esta adhesión inquebrantable al alzamiento nacional le permitió torear ciento veintiocho corridas durante las cuatro temporadas prácticamente interrumpidas por la Guerra Civil, hecho que parece tanto más grave y vergonzante en la medida en que se considera que la mayor parte de los compañeros de Ortega no tuvieron ninguna oportunidad de torear durante la feroz contienda.

El 24 de mayo de 1939 reapareció en Madrid, en el cartel de ese humillante ejercicio de revancha y venganza que se llamó Corrida de la Victoria. Agudamente observa don Carlos Abella que Domingo Ortega administró con avaricia sus intervenciones en la arena venteña, al tiempo que prodigó sus célebres "andares" delante de los toros en otros cosos de mucho menor empaque: entre 1931 y 1954 (es decir, desde el día de su confirmación hasta el de su despedida) sólo se sometió a la recta sindéresis del público madrileño en dieciséis ocasiones, mientras que en Barcelona toreó setenta y una corridas. Tal vez cogió miedo a la justa severidad de una afición que, el 30 de abril de 1934, le abucheó por la paupérrima faena que había administrado al toro Tapabocas, de doña Carmen de Federico, premiado tras su muerte con tres vueltas al ruedo.

Acabada la guerra, el toro de los años cuarenta salió muy mermado de fuerzas y justito de trapío, lo que fue transformando el toreo poderoso y eminentemente lidiador de Ortega en un intento de estilización que nunca llegó a cuajar en su recia muleta castellana. Ante las reses terciadas que salían por los corrales, la antigua facilidad del diestro de Borox para andar en sus caras ya no causó la misma admiración que despertara antes de la guerra, cuando en la arena estaba el toro-toro. El famoso látigo de Ortega -su muleta-, que había elevado a las más altas cimas los conceptos de dominio y temple, perdió su antigua razón de ser sin ganar, en cambio, esa elegancia que jamás había tenido. Cierto es que el toledano no perdió nunca su privilegiado sentido de la colocación en la plaza y menos su extraordinario dominio de los terrenos y las distancias; pero es innegable que la buena voluntad de un lidiador no basta para triunfar cuando no resuella sobre el ruedo la materia prima adecuada.

Domingo Ortega se cortó la coleta el 14 de octubre de 1954, a los cuarenta y siete años, cuando llevaba ya siete sin torear en Las Ventas (exactamente, desde el 4 de octubre de 1947). Murió en Madrid a los ochenta años de edad, el 8 de mayo de 1988. Fue amigo de grandes figuras de la cultura española, entre las que destacan el pintor Ignacio Zuloaga, quien lo retrató al óleo; el escritor Antonio Díaz Cañabate, quien lo encumbró en La fábula de Domingo Ortega; y el pensador José Ortega y Gasset, quien animó a Domingo a pronunciar algunas conferencias sobre Tauromaquia ("El Arte del toreo" y "La bravura del toro"), y publicó estas disertaciones en la Revista de Occidente. A cambio, en tientas informales, el filósofo toreó algún becerro al alimón con Domingo Ortega. Afortunadamente, ni uno ni otro se tomaron en serio el desbancar a su homónimo del puesto destacado que ocupaba en su parcela.

Bibliografía

  • CORROCHANO, GREGORIO- ¿Qué es torear? Introducción a las tauromaquias de Joselito y de Domingo Ortega. Madrid, Revista de Occidente, 1966.

  • SANTAINÉS, ANTONIO- Domingo Ortega, 80 años de vida y toros. Madrid, Espasa Calpe, 1986.

J. R. Fernández de Cano

Autor

  • JR.