A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
LiteraturaBiografía

Leonov, Leonid Maximovich (1899-1994).

Narrador y dramaturgo ruso, nacido en Moscú en 1899 y fallecido en su ciudad natal en 1994. Considerado por Gorki -atendiendo a razones meramente literarias- como uno de los principales discípulos de Dostoievsky en la literatura rusa del siglo XX, dejó un brillante legado narrativo que, en medio del realismo social triunfante en su época, tuvo el valor de recuperar la preocupación por el subconsciente y las fuerzas ocultas que mueven al ser humano. La espléndida calidad de su prosa romántica, simbólica y recargada, puesta al servicio de la construcción de unos personajes de gran complejidad psicológica (y casi siempre caracterizados por sus mentes retorcidas y sus pasiones extremas y depravadas), convierte a Leonov en uno de los escritores más relevantes no sólo de las Letras rusas contemporáneas, sino de la literatura universal.

Nacido en el seno de una familia perteneciente a la clase media (era hijo de un periodista procedente de zonas rurales), sintió desde su temprana juventud una acusada vocación literaria que, sin embargo, no quiso reflejar en su formación académica y en su primera actividad laboral, ya que se graduó en un gimnasio e ingresó en las filas del Ejército Rojo, para prestar servicios en diferentes poblaciones del interior. En 1922, ya liberado de las obligaciones militares, volvió a afincarse en Moscú y decidió consagrarse de lleno al cultivo de la creación literaria. Así, claramente influido, en un principio, por la estética de los escritores que conformaban el colectivo denominado Hermanos Serapios, comenzó a dar a la imprenta sus primeras narraciones breves, entre las que sobresalen alguno títulos tan sorprendentes en aquella época como "La reina de madera", "Tuatamur" (historia de los amores desgraciados de un khan tártaro, escrita en una bellísima prosa rítmica muy cercana al género poético) y "Diario de Koviakin" (muestra literaria del fracaso de la revolución en una pequeña ciudad provinciana, dominada por la hipocresía y la mediocridad de sus pobladores). Estos primeros relatos de Leonov -sujetos a un estilo cuidado y preciosista en el que dominaban el lenguaje brillante y variado, la profusión de epítetos ornamentales y el derroche de lúcidas metáforas-, causaron una grata impresión entre los críticos y lectores de los primeros años de la década de los veinte, quienes se apresuraron a señalar las concomitancias de su prosa con las mejores obras de Léskov, Bely, Rémizov y Zamiatin; pero, al mismo tiempo, no pasó inadvertida para los observadores más atentos la singular especificidad de estas primeras entregas literarias de un joven autor que reaccionaba contra la tradición costumbrista y naturalista para ahondar en las dudas e inquietudes humanas de sus personajes, siempre enriquecidos con una gran complejidad emocional.

La misma grata sorpresa causó la siguiente entrega narrativa de Leonov, una novela corta titulada La brecha de Petushijino (1923), en la que el joven escritor moscovita acentuaba los elementos líricos de su prosa para presentar una terrible descripción de las fuerzas del mal, a la postre conjugadas por la bondad del Aliosha, un muchacho enfermo que experimenta, ante la eclosión de la primavera, la sensación de que todavía es posible esperar la llegada de una justicia divina que acabe con el dolor y la sinrazón humana.

Mucho más pesimista es la siguiente narración importante de Leonov, El fin de un hombre insignificante (1925), considerada unánimemente como su cédula de entrada en el círculo de los grandes narradores rusos del siglo XX. En este angustioso y desesperado relato, Leonid Leonov refleja el desamparo de Lijarev, un erudito que, cuando está a punto de culminar su magno estudio sobre los fósiles del mesozoico, advierte la inutilidad de todo su esfuerzo ante la miseria y degradación a las que se ha visto reducida una nación arrasada por los desastres de la Revolución. En sus amargas reflexiones, el desencantado científico termina por reconocer que, en aquellos momentos, un mendrugo de pan y un leño tienen más valor que cualquier aportación cultural, por lo que arroja a la hoguera el manuscrito en el que estaba plasmando el resultado de sus investigaciones y se dispone a vivir, hasta el resto de sus días, una existencia que para él ya no tiene sentido, desprovista de cualquier inquietud intelectual y estética, y orientada tan sólo a la búsqueda de alimento y combustible.

De aquel mismo año de 1925 data la aparición de otra de las obras maestras de Leonov, Barsuki (Los tejones), una narración que, al tiempo que recupera las formas tradicionales de la novela extensa rusa, plantea los conflictos surgidos a raíz de los cambios radicales implantados desde el triunfo de la revolución. Los hermanos Senia y Pasha, dos jóvenes campesinos que subsisten malamente trabajando en el comercio del padre de la bella Nastia, se rebelan contra el orden establecido y deciden luchar sin descanso hasta ver resquebrajados los cimientos del antiguo régimen. Senia, enamorado hasta la desesperación de la aparentemente inalcanzable Nastia -que también se ha revuelto contra su propia familia-, interviene de forma activa en los principales episodios de la guerra y la revolución antes de lograr, por fin, el amor de la joven rebelde. Una vez acabados los disturbios y alcanzado el amor de su vida, Senia, sintiendo la llamada de una voz ancestral que le liga a la vida rural, se establece en su añorado medio agrario y se convierte en el cabecilla de los campesinos rebeldes que se niegan a obedecer las órdenes del aparato comunista procedentes de la capital. Son los tejones, los campesinos enemigos del comunismo urbano y racionalista, que se esconde como pueden en su hábitat natural para evitar las represiones enviadas desde Moscú. Y será precisamente Pasha, el hermano del caudillo de los tejones, el encargado de capitanear las tropas enviadas por el propio Lenin para acabar con la rebelión de los campesinos.

En una primera lectura, la actitud del campesinado de Los tejones puede interpretarse como un símbolo de las fuerzas reaccionarias que se oponen a los progresos sociales, culturales, políticos y económicos introducidos por la revolución; así lo entendió, al menos, la crítica oficial soviética, sin advertir que Leonov, lejos de tomar partido por una u otra causa, estaba planteando el eterno conflicto de la dos Rusias (la rural y anárquica, frente a la urbana y burocratizada) en el contexto de una nueva situación que ofrecía, a corto y medio plazo, muy pocas posibilidades de reconciliación. Con todo, la férrea censura comunista no estuvo tan ciega como para no advertir la peligrosa semilla de discordia envuelta en la "Leyenda de Kalafaat", un relato insertado en la trama principal de Los tejones, que fue rápidamente amputado en las sucesivas ediciones que siguieron a la primera impresión de la novela. Kalafaat, un personaje procedente de la vieja tradición folclórica campesina, es un zar totalitario y caprichoso que, entre otras decisiones arbitrarias, determinar borrar del cielo todas las estrellas, expedir un pasaporte a cada uno de los animales del bosque y registrar hasta la última hierba que crece en sus dominios, lo que acarrea funestas consecuencias para la naturaleza ("Todo se puso triste. Los bosques callaron, los claros fueron invadidos por las malezas [...]"). Posteriormente, a Kalafaat se le antoja construir una torre tan alta como el cielo, empeño en el que invierte veinte años; una vez concluida su edificación, el zar tarda otros cinco años en ascender hasta la azotea, para advertir, en medio de la desesperación, que sigue estando a ras del suelo, ya que la torre se ha ido hundiendo en la tierra a medida que Kalafaat iba pisando cada uno de sus peldaños. Entre tanto, el ciclo natural ha logrado recuperar su espléndida vitalidad: no queda ni rastro de registros ni pasaportes, los árboles crecen frondosamente, los pájaros vuelven a cantar y todos los animales corretean libres por los bosques.

La censura oficial soviética interpretó esta victoria de las fuerzas de la naturaleza como un símbolo de los resultados que podría alcanzar el campesinado en su lucha contra la construcción del comunismo, por lo que decretó la inmediata eliminación del cuento; sin embargo, el verdadero propósito de Leonid Leonov pasaba por ofrecer una bella alegoría de la poderosa maquinaria burocrática que, sea del signo ideológico que fuere, impone un ciego orden mecánico que desafía el desarrollo natural de la vida y acaba con la alegría de todos los seres. En este sentido, tanto Los tejones como la "Leyenda de Kalafaat" suponen un brillante ejercicio poético que, en defensa de la simplicidad de la vida natural y la conformidad con las leyes orgánicas, intenta reflejar también los conflictos en que se hallaba sumida por aquel entonces una Unión Soviética en la que los nuevos cambios radicales chocaban violentamente con las distintas mentalidades y las diferencias generacionales de sus pobladores.

Si ya con los títulos mencionados, mucho antes de haber cumplido la treintena, el joven Leonid Maximovich Leonov se había consagrado como una de las revelaciones más sorprendentes de la narrativa rusa contemporánea, en 1927, tras la publicación de Vos (El ladrón), el deslumbrante escritor moscovita dio un paso de gigante para confirmar ante críticos y lectores su innegable valía literaria y su penetrante capacidad de análisis a la hora de interpretar los novedosos factores sociales que le rodeaban y las reacciones psicológicas que éstos provocaban en sus compatriotas. En efecto, esta nueva novela de Leonov -considerada en casi todos los manuales de literatura rusa como la mejor obra del autor- toma como punto de partida algunos de los recursos formales, temáticos y estilísticos más aprovechables de Dostoiesvky para enfocar la lente crítica del narrador moscovita sobre un aspecto de la realidad del Moscú contemporáneo que, al parecer, estaba "proscrito" entre los autores pertenecientes a la primera generación de escritores soviéticos: el submundo del hampa y el crimen. En medio de una asfixiante recreación de los bajos fondos moscovitas que recuerda, inevitablemente, las Memorias del subsuelo de Dostoievsky, Leonov describe las tormentosas relaciones entre una serie de personajes degradados que viven permanentemente sujetos al dolor, el miedo, la traición, la impostura, el crimen, el fracaso amoroso y, en definitiva, todas las desgracias y miserias que pueden afectar al ser humano. Aunque cada uno de ellos busca, por todos los medios posibles, alguna forma de escapar de ese callejón sin salida en que se ha convertido su vida, a la postre acaba triunfando el pesimismo de un nihilismo cínico que el lector atento debe encontrar leyendo entre líneas, puesto que Leonov acaba proponiendo la redención de los marginados y rebeldes a través de su conversión en ciudadanos ejemplares que hallan su verdadero cauce de desarrollo humano en las pautas marcadas por la comunidad soviética.

Pese a este forzado final, la crítica oficial consideró que Leonov no había pasado por la necesaria "conversión ideológica" que debían experimentar las voces más críticas, y reprochó al autor moscovita su acentuación de los detalles y ambientes más morbosos, así como su constante empleo de la introspección psicológica, juzgada como "decadente" por los más adeptos a la estética del realismo social. Sin embargo, incluso los más detractores de los planteamientos estéticos e ideológicos de Leonov tuvieron que reconocer que El ladrón era, sin lugar a dudas, una de las mejores novelas de la década, tanto por la riqueza de su lenguaje (admirablemente versátil a la hora de reproducir las más variadas jergas de los diferentes grupos sociales retratados) como por su compleja estructura narrativa, urdida a partir de las notas que Firsov, uno de los personajes, va tomando a medida que se producen los hechos relatados, con el fin de utilizarlas para la redacción de una novela.

Las conductas depravadas de casi todos los personajes de El ladrón, acentuadas hasta extremos patológicos, volvían a incidir en lo que, hasta entonces, se había mantenido como una constante en la producción literaria de Leonid Leonov: el análisis de los problemas morales y psicológicos del ser humano, siempre agravados por las férreas exigencias de una sociedad herméticamente burocratizada. Sin embargo, a partir de 1930, con la publicación de sus famosos Cuentos sobre mujiks insólitos, el narrador de Moscú comenzó a plantearse la posibilidad de conciliar la dureza de las convicciones colectivas con las aspiraciones individuales del ser humano. Tras la implantación del primer Plan Quinquenal, que exigió grandes esfuerzos a todos los ciudadanos, Leonov empezó a aceptar la validez indiscutible del comunismo como tutor y juez supremo de todos los individuos que conforman un colectivo, y saludó la naciente industrialización del país como una de las mejores pruebas de que los gobernantes comunistas, a pesar del gran desgaste social (materializado en miles de vidas aniquiladas), habían asumido con acierto la misión histórica de sacar a la antigua Rusia de su incuestionable atraso secular. Su obra, entonces, experimentó un brusco giro que obedecía, más que a las imposiciones de las fuerzas sociales y políticas dominantes, a su propio convencimiento de que había llegado el momento de "acercar la literatura a la vida".

Surgió, así, en su pluma lo que la crítica posterior ha denominado "el saludo oficial de Leonov al comunismo" (vid. infra, en "Bibliografía", Marc SLONIM: Escritores y problemas de la literatura soviética, 1917-1967), plasmado en la novela Sot' (1930). En esta nueva entrega narrativa, Leonid Leonov vuelve a pergeñar una trama bastante similar a la planteada en Los tejones, aunque está vez sí se decanta nítidamente en favor de los comunistas, que representan el progreso cultural, social y económico, y en menoscabo de la mentalidad rural, que sigue postulando la necesidad de vivir en plena comunión con la simplicidad y el orden de la naturaleza.

Ubicada en una remota región norteña que, por sus usos, creencias y costumbres, parece haberse quedado anclada en la Edad Media (de hecho, algunos de sus habitantes todavía aguardan, atemorizados, la llegada del Anticristo), la acción de Sot' narra las vicisitudes por las que atraviesa el ingeniero comunista Uvádiev en el cumplimiento de la complicada misión que le ha llevado hasta aquellas atrasadas tierras: la construcción de una presa que pueda encauzar las turbulentas aguas del río Sot', en cuyas orillas es necesario levantar un fábrica que pueda abastecer de celulosa y papel a los ciudadanos moscovitas.

Como era de esperar, las fuerzas reaccionarias de la región (monjes supersticiosos y campesinos analfabetos), acaudilladas por el apocalíptico visionario Vissarión (antiguo oficial del ejército imperial), se revuelven contra esta iniciativa industrial del gobierno comunista y relacionan la idea de progreso con la llegada de una nueva invasión de bárbaros que, contrarios al orden de la naturaleza y a la propia Ley de Dios, quieren sumir a la humanidad en una edad de hierro dominada por el ateísmo y la tecnología. Lógicamente, la irrupción de miles de obreros equipados con pesada maquinaria industrial perturba la tranquilidad de un hábitat natural y un colectivo humano que, adormilados en su milenaria modorra, oponen al progreso comunista una doble resistencia emanada de un mismo origen: la irracionalidad. Así, los constructores de la presa tendrán que afrontar, en su vigoroso esfuerzo colectivo, el enfrentamiento contra la violencia desatada del río (al que habrán de vencer palmo a palmo) y, simultáneamente, contra la no menos virulenta terquedad de unos seres arcaicos que, en su ignorancia, quedan equiparados con la irracional oposición de la naturaleza al desarrollo colectivo humano. A pesar de que, como ya se ha indicado oportunamente, la posición de Leonov es claramente favorable a la firmeza demasiado esquemática -casi inhumana- del ingeniero Uvadiev (y, por tanto, a los planes de desarrollo del gobierno comunista), lo cierto es que esa ambivalencia que podía apreciarse en sus narraciones anteriores no desaparece del todo, en la medida en que el autor moscovita no logra desprenderse de su nostalgia por las formas de vida del pasado, ni de su auténtico amor y respeto hacia las leyes de la naturaleza. En el trasfondo de este planteamiento ideológico del escritor laten sus propias dudas acerca de un comunismo naciente que, en el momento de redactar la novela, el propio Leonov concebía como una variación idealista del humanismo universal, antes que como una doctrina filosófica y política sustentada en el pensamiento de Marx y Lenin.

En cualquier caso, prologada por Gorki -quien aprovechó la ocasión para elevar a Leonov a la cúspide de la narrativa rusa contemporánea-, Sot' constituye uno de los mejores homenajes literarios al mencionado primer Plan Quinquenal, en la medida en que, al paso que lo defiende, aparece desprovista de la insufrible, ampulosa y estereotipada retórica comunista que lastraba la prosa de la mayor parte de sus valedores; muy al contrario, Leonov despliega en esta bellísima novela toda su deslumbrante capacidad lingüística para recrear los arcaísmos del campesinado, las especificidades idiomáticas de la región y los neologismos introducidos por las nuevas realidades surgidas al socaire de los soviets.

Por idénticos senderos de exaltación del comunismo y el Plan Quinquenal discurre la siguiente entrega novelesca de Leonid Leonov, titulada con el nombre de su protagonista: Skutarevski (1932). Es éste un viejo científico que, desde la cautela dictada por su profesión, tarda en asimilar los nuevos proyectos gubernamentales, aunque no llega a oponerse a ellos totalmente, como sí hace su hijo Arseni, que toma parte activa en un movimiento contrarrevolucionario. La novela responde a una situación real provocada por el gobierno comunista y la Policía de Seguridad en los primeros años de la década de los treinta: la persecución de científicos, técnicos, artistas, intelectuales y, en suma, todos los miembros de la inteliguentsia que aún no se habían afiliado al Partido Comunista. A la postre, Skutarevski -que se ve envuelto también en una tardía aventura amorosa que introduce en la novela un acentuado tono melodramático- acaba aceptando los métodos y las finalidades del Plan Quinquenal, con lo que se convierte en un nuevo símbolo literario -esta vez, invertido- de una de esas dos mentalidades omnipresentes en la narrativa de Leonov; por contra, su hijo, desde su juventud, representa la Rusia atrasada y lastrada por su resistencia a abandonar las ideas del pasado.

En 1935 salió de la imprenta Doroga na Okean (Camino del Océano), sin duda el intento más ambicioso de Leonov de crear una novela plenamente comunista, al tiempo que procuraba presentar un complejo desarrollo estructural que introdujera en las Letras rusas las nuevas pautas narrativas propuestas en Europa por algunos autores de la talla de James Joyce, Marcel Proust o Thomas Mann. Sin embargo, el esfuerzo del narrador moscovita resultó fallido en ambos frentes: respecto a su intención de crear la gran trama ficticia que, desde un plano meramente literario, mostrara al mundo la grandeza del nuevo sistema comunista, resulta obligado reconocer sus logros en la reconstrucción del pasado pre-revolucionario, pero también su innegable fracaso a la hora de plasmar el presente en unos personajes que -como les ocurre a casi todos los héroes comunistas nacidos de su pluma- resultan demasiado arquetípicos y acartonados; y en lo que se refiere a sus innovaciones formales, centradas en un nuevo tratamiento del tiempo narrativo (con complejos saltos hacia el futuro o miradas retrospectivas al pasado), parece evidente que Leonov no llegó a asimilar con acierto el virtuosismo de los mencionados maestros europeos.

En Camino del Océano se distinguen claramente tres planos temporales: el del presente, ocupado por el protagonista (Kurílov, un anciano ferroviario que, sintiéndose al borde de la muerte, rememora los años vividos y las personas que ha conocido), los personajes que le rodean y los acontecimientos que configuran la verdadera trama argumental de la obra; el del pasado, que se introduce a saltos a través de los recuerdos y evocaciones de dichos personajes; y el del futuro, conformado por unas asombrosas premoniciones de Leonov que, vertidas a lo largo de tres capítulos dispersos a lo largo de la novela, constituyen una extraña muestra de las dotes adivinatorias de Leonov (predicción de la guerra ruso-japonesa, de la propagación del comunismo en China y en el continente negro, y, entre otros curiosos vaticinios, de la aparición de un nuevo armamento de terrorífica capacidad mortífera). Pero la excesiva complejidad de este ambicioso proyecto literario, gravada por la ampulosa grandilocuencia del estilo desplegado por Leonov y el excesivo tinte melodramático de muchos pasajes, provocó el rechazo unánime de críticos y lectores, lo que sumió al narrador moscovita en una aguda crisis creativa que le impidió regresar al cultivo de la novela extensa hasta 1953, dieciocho años después de la publicación de Camino del Océano. Entretanto, salvo el breve paréntesis narrativo de una novela corta presentada bajo el título de La toma de Velikoshumsk (1944), Leonid Maximovich Leonov triunfó en los escenarios rusos como autor de piezas dramáticas.

La toma de Velikoshumsk es una narración breve de tema bélico, centrada en los avatares que la ocurren a un desvencijado carro de combate y a su tripulación durante la Segunda Guerra Mundial. A pesar de las enormes discrepancias que separan a los soldados del tanque, su esfuerzo colectivo se presenta como un símbolo de la unidad comunista, con lo que el destartalado vehículo militar se convierte en una entrañable metáfora de la vieja Rusia sostenida por la ilusión común de quienes la habitan.

Nueve años después se produjo el esperado regreso de Leonov a la novela extensa, merced a la publicación de El bosque ruso (1953), una espléndida narración en la que el autor moscovita volvió a ensayar -pero esta vez, con resultado exitoso- la complejidad en el tratamiento del tiempo que había intentado desarrollar en Camino del Océano. Tal vez la clave de la evidente mejora radica aquí en que Leonov se circunscribió a los planos temporales del pasado y el presente, sin realizar apenas incursiones en el futuro, con lo que logró, dentro de la dificultad estructural, una cierta naturalidad y sencillez que redundaban en provecho de la historia narrada. Ésta, centrada en el alarmante proceso de deforestación por el que atravesaba Rusia por aquellos años, presenta la rivalidad entre Vijrov, un honrado científico que ama y respeta el bosque como su principal medio de vida, y Gratsianski, que opone al patriotismo, la racionalidad y el espíritu colectivo de Vijrov un individualismo egoísta y depravado, cimentado en un pasado sombrío que recupera el gusto de Leonov por los personajes psicológicamente tortuosos. A pesar de los indudables aciertos de esta novela respecto al fiasco monumental de Camino del Océano, Leonov volvió a tropezar en su afán por convertirse en un vocero oficial del régimen comunista, pues tampoco aquí logró desprenderse de esa ambivalencia que, en un lectura profunda de sus textos, parece contradecir sus superficiales cantos de exaltación al gobierno soviético. Algo similar le ocurrió de nuevo con la publicación de Evgenia Ivanovna (1965), una novela breve que, en su tratamiento patriotero de las peripecias de una emigrante rusa, no pasa de ser un convencional relato moralizante.

En su faceta de dramaturgo, el escritor moscovita escribió doce piezas teatrales entre 1936 y 1946, una de las cuales, La ventisca, fue prohibida por la censura gubernamental antes de su estreno, y no pudo ver la luz hasta que fue impresa en 1963. Entre sus mayores éxitos en los escenarios rusos, conviene recordar aquí las piezas tituladas Untilovsk, Los huertos de Polovchansk, El lobo, Un tipo corriente, Invasión (galardonada, en 1943, con el premio Stalin) y Lienushka. En 1946, los servicios prestados por Leonov al comunismo soviético (particularmente plasmados en las dos obras citadas en último lugar) le hicieron merecedor de la Orden de Lenin; en el transcurso de aquel mismo año, el autor de Moscú ingresó en la Unión de Escritores Soviéticos.

Véase Rusia: Literatura.

Bibliografía

  • - ABOLLADO VARGAS, Luis. Literatura rusa moderna (Barcelona: Labor, 1972).

- LEÓNOV, Leonid Maxímovich. Los aldeanos de Vory [tr. de C. Guerendiain y R. J. Slaby] (Barcelona: Cervantes, 1922.

--------------. Cuentos del Don [tr. de J. E. Hausner] (Buenos Aires: Lautaro, 1946).

--------------. Los tejones [tr. de G. Sánchez Reus] (Barcelona: Seix Barral, 1971).

- LO GATTO, Ettore. La literatura rusa moderna (Buenos Aires: Losada, 1973).

- SLONIM, Marc. "Leonid Leonov. El novelista psicológico", en Escritores y problemas de la literatura soviética, 1917-1967 (Madrid: Alianza, 1974), págs. 237-253.

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.