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HistoriaPolíticaBiografía

La Mar, José (1776-1830).

Militar que destacó en la guerra de la independencia; colaborador de Bolívar; alcanzó a ocupar la presidencia de Perú entre 1827 y 1829.

Nació en Cuenca, ciudad perteneciente hoy al sur ecuatoriano, el 12 de mayo de 1776, hijo de Marcos La Mar y Josefa Cortázar. Su padre era administrador de las Reales Cajas de Cuenca. La madre no tenía menos pergaminos: era sobrina del Teniente General Francisco de Requena, autor de un magnífico Informe sobre Maynas, del que fue gobernador y comandante general, y hermana del Obispo de Cuenca, Isidro Cortázar, y de Francisco Cortázar, Oidor de la Audiencia de Santafé de Bogotá y posteriormente Regente de la de Quito.

Su infancia se desenvolvió en Guayaquil, puerto que desde 1803 había vuelto al virreinato peruano, con quien mantenía poderosas relaciones comerciales, por lo cual La Mar se consideró siempre peruano, más que colombiano. De cualquier manera, la circunstancia de su nacimiento sirvió a sus enemigos para desacreditarlo como extranjero en varias ocasiones.

Bajo la influencia de su poderoso tío Francisco, viajó a la península española para formarse en la carrera militar. Su bautizo de fuego fue la batalla de Roselló, en 1792, cuando apenas contaba con 16 años. Peleó, ya más maduro, en las campañas contra Napoleón; destacó, ya con el grado de Teniente Coronel, en la defensa de Zaragoza. Fue hecho prisionero en la campaña de Valencia y conducido a Francia. De la prisión de Saumur, escapó por Suiza e Italia, y llegó a Nápoles, donde se presentó al Príncipe de Castelfranco, a quien había conocido en Madrid. Éste le consiguió pasaje a Cádiz en un buque inglés. Así logró volver a España en 1814.

Varios generales lo recomendaron al rey, Fernando VII, recién restaurado en el trono. Éste lo ascendió a Brigadier (General de Brigada) y con tal cargo lo despachó a América como Subinspector del virreinato del Perú. El famoso virreinato se encontraba asediado en esos momentos por los patriotas de Buenos Aires, que trataban de ganar el Alto Perú, donde eran mantenidos a raya por las fuerzas del virrey Abascal.

A poco del arribo de La Mar a Lima, Abascal fue sustituido por Pezuela, quien trabó buenas relaciones con el general cuencano y lo hizo ascender a Mariscal de Campo. La Mar tenía entonces 43 años; había llegado a la culminación de la carrera militar. Debía haberle correspondido en breve un honroso retiro, si es que las convulsiones políticas no le hubieran marcado otro destino.

No se sabe qué papel le cupo en el motín de Aznapuquio que derrocó al virrey Pezuela. En tal ocasión él era Inspector General del Ejército y Comandante del Real Felipe del Callao y tendría que haberle correspondido el mando, que asumió La Serna. Éste lo mantuvo en su segundo cargo y cuando abandonó la capital a San Martín, La Mar quedó al cuidado de la fortaleza del Callao.

Sus biógrafos afirman que entonces vivió una contradicción entre sus ideas liberales y su fidelidad al rey, a quien le debía su carrera. En cualquier caso, se mantuvo firme en la defensa del fuerte, rechazando a punta de cañonazos a los sitiadores patriotas y la flota de Lord Cochrane. Éste, quizás conocedor de su vacilación política, lo tentaba constantemente. La ocasión de pasarse al bando patriota se presentó a La Mar con la breve visita del general Canterac.

Sabiendo La Serna que La Mar había quedado con provisiones para sólo unas semanas, envió en agosto de 1821 a Canterac para socorrerle y quizás tomar Lima a fin de conseguir dinero y pertrechos. Canterac tomó el camino de Cieneguilla, atravesó con grandes penalidades la árida quebrada de Espíritu Santo, donde perdió muchas tropas, y se presentó en Lurín, a las puertas de Lima.

San Martín recibió la noticia de la presencia de las fuerzas realistas cuando estaba en el teatro, la noche del 4 de setiembre. Poniéndose de pie en su palco, arengó a la multitud y marchó a disponer la defensa de Lima. Aunque los ejércitos estuvieron frente a frente el día 7: las huestes libertadoras en el cerro El Pino y los terrenos de San Borja, y las de Canterac, en el cerro de La Molina, no hubo batalla. Canterac, tras diversas fintas con sus tropas, siguió hasta el Callao, protegido por las formidables baterías del Real Felipe.

Se desconoce qué discutieron Canterac y La Mar tras los muros. Tal vez aquél no trajo las provisiones prometidas, o sugirió abandonar el fuerte; cinco días después el ejército de Canterac salió del Callao y volvió a la sierra. San Martín intimó tras esto a La Mar por la capitulación y éste aceptó sin dilación. Sus sentimientos por la patria habían triunfado. La Mar se integró a las fuerzas libertadoras, abandonando la causa del rey.

Cuando el libertador argentino entregó el mando al Congreso el 20 de setiembre de 1822, éste decidió formar una Junta Gubernativa, cuya jefatura fue confiada a La Mar. Los otros dos miembros eran Manuel Salazar y Baquíjano, sobrino del famoso José Baquíjano Carrillo, y Felipe Antonio Alvarado, hermano del general Rudecindo Alvarado. El clérigo Luna Pizarro, ideólogo agudo y tenaz que dominaba el Congreso, era el verdadero cerebro de la Junta. Desde entonces el militar cuencano cayó bajo el dominio intelectual de este pensador.

El motín de Balconcillo, del 28 de febrero de 1823, echó abajo la Junta de La Mar y puso en el poder a José de la Riva Agüero. Éste, a su vez, pronto sería desplazado por Simón Bolívar, quien envió a Sucre como adelantado ese mismo año.

En la pugna entre Riva Agüero y Bolívar, La Mar se alineó con éste y colaboró activamente con la formación del ejército. Se le encargó la región del norte, donde debía reclutar soldados y pertrechos, tarea que cumplió con eficacia.

La defección de Riva Agüero primero, y Torre Tagle, después, dejó a La Mar como el principal jefe militar peruano, al punto que al ocurrir el distanciamiento entre Sucre y Bolívar, tras la batalla de Junín, Bolívar llegó a disponer que fuera La Mar quien comandara el ejército que debía marchar hacia el sur. La reconciliación de los jefes venezolanos impidió que esto se concretara.

La mayor, y quizás única gloria militar de La Mar fue la batalla de Ayacucho. En Junín había estado presente, pero no llegó a tomar parte en las acciones. En Ayacucho era quien dirigía la legión peruana. Cuando Sucre titubeó en proceder a la batalla, por no estar seguro de lograr la victoria, consciente de que una derrota podía comprometer seriamente la libertad de América, fue La Mar quien en la Junta de Generales, argumentó luchar. No había posibilidad de retirada, según él, porque hacia el norte los españoles dominaban el camino a Huánuco, y hacia la costa los pueblos eran hostiles. La tropa no resistiría, ni física ni anímicamente, una retirada. Era mejor combatir en el escenario que tenían, porque dada la configuración del terreno el enemigo no podría atacarlos ordenadamente, sino rompiendo la formación, lo que compensaría la diferencia numérica. Estas razones convencieron al resto.

En la batalla cúpole enfrentarse a las fuerzas de Valdés, uno de los más calificados generales españoles, probando el buen entrenamiento que había dado a las huestes peruanas, que batieron a las realistas. Fue luego quien convenció a Canterac de ir a la tienda de Sucre a solicitar la capitulación.

La Mar tenía todos los antecedentes para fungir como el puente entre la colonia y la libertad. Sabía entenderse con patriotas y realistas, era un saludable punto de encuentro. Pero la suma animadversión que en el marco de quince años de guerra se había creado entre estas fuerzas, así como su debilidad de carácter, lo retrajeron de esta misión.

Bolívar mismo lo alejó de Lima, nombrándolo Jefe Político de Guayaquil. Cuando aquél dejó finalmente el Perú, en septiembre de 1826, el Congreso se vio obligado a elegir entre Santa Cruz y La Mar como Presidente. Otra vez Luna Pizarro maniobró para hacer elegir a alguien de su influencia. La Mar obtuvo 58 votos, por sólo 29 de Santa Cruz. Éste hubo de marcharse a Bolivia, y La Mar fue, en junio de 1827, el primer mandatario tras el final del ciclo bolivariano.

Los ataques contra su condición de "extranjero" menudearon, al punto de que La Mar habría tramado reconquistar Guayaquil y Cuenca para el Perú, con lo que dejaría de ser un extranjero. Estos planes fueron tomados en serio por los grancolombianos, que contribuyeron al estallido de la guerra de 1829. Tras Ayacucho, éste fue el momento más enérgico de La Mar. La cuestión con la Gran Colombia le distrajo de la conspiración que organizaban Gamarra y La Fuente, otros dos generales de la independencia, que dirigían fuerzas en Cuzco y Arequipa, respectivamente. Si La Mar caía derrotado en el norte, de ellos sería el campo. Sucre le ofreció mediar en el conflicto, pero La Mar no creyó que fuera sincero, alistó las tropas y marchó a Piura para internarse en la Amazonía. Mientras tanto, la escuadra, con el sacrificio de Guisse, tomó Guayaquil.

Los motivos que la Gran Colombia dio para la guerra fueron que el Perú retenía injustificadamente Jaén y Maynas, que no había pagado los gastos de la independencia y que el Perú debía devolver en hombres las pérdidas humanas que los colombianos habían sufrido en la campaña por la libertad peruana. Se añadían además desaires diplomáticos que los peruanos habrían infligido a los representantes del país.

El ejército de La Mar sufrió dos derrotas, pero no decisivas, en Saraguro (12 de febrero de 1829) y Portete de Tarqui (27 de febrero). En ésta tuvo lugar el duelo de lanzas entre el peruano Domingo Nieto y el colombiano Camaraco, que ganó el primero, pero que fue sólo el preludio de una batalla sangrienta. Los prisioneros peruanos fueron fusilados o degollados, incluso se llegó a pasear la cabeza de Raulet en la punta de una lanza por las calles de Cuenca. Se reprocha a Gamarra su defección en esta batalla, pues, en lugar de lanzar sus fuerzas al auxilio del general Plaza, abandonó el campo con el pretexto de ir a recoger dispersos. Tras la batalla de Tarqui se suscribió el Convenio de Girón (28 de febrero). Éste sería luego reemplazado por el acuerdo de Guayaquil del 22 de septiembre de 1829, por el cual Perú devolvió Guayaquil y Colombia renunció a Jaén y Maynas.

La Mar se retiró a Piura para rehacer su ejército; mientras, Lima era ocupada por La Fuente, para esperar una orden de Gamarra y dar por destituido al Presidente. En Piura las fuerzas gamarristas capturaron a La Mar y lo enviaron al destierro, a Costa Rica, en una miserable goleta llamada "Las Mercedes", que parecía incapaz de realizar semejante viaje. Lo acompañaba, también en condición de desterrado, el coronel Pedro Bermúdez.

El 23 de junio de 1829 desembarcó en San José, donde se le rindieron honores de jefe de estado. Enfermó y murió en la ciudad de Cartago el 12 de octubre de 1830, a la edad de 54.

En 1834 el presidente Orbegoso inició los trámites para repatriar los restos de La Mar, lo que entonces no llegó a realizarse. En 1843 los restos fueron entregados a un marino alemán, Eduardo Wallerstein, quien los reclamó en nombre de la señora Francisca Otoya, de Piura.

La Mar se había casado con Josefa Rocafuerte, dama guayaquileña, de quien enviudó, aparentemente sin descendencia. En Piura habría conocido a Francisca Otoya. Y estando en San José se casó, por poder, con Ángela Elizalde, otra señorita guayaquileña, con quien no llegó a hacer vida marital.

En 1845, Francisca Otoya entregó los restos al gobierno, que eran también reclamados por el gobierno ecuatoriano y la señorita Elizalde. El gobierno de Castilla organizó solemnes pompas fúnebres y depositó el ataúd en el Cementerio General de Lima, donde se colocó un mausoleo.

Autor

  • Carlos Contreras