Iturrigaray y Aróstegui, José Joaquín Vicente (1742-1814).
Político español, virrey de Nueva España, nacido en Cádiz (aunque de origen navarro) el 27 de junio de 1742 y fallecido en Madrid en septiembre de 1814.
Era hijo de José Iturrigaray, natural de Pamplona, y de María Manuela de Aróstegui. A los 17 años era cadete de infantería, en 1762 obtuvo el grado de alférez y el de capitán de los Carabineros Reales el 19 de junio de 1777. Participó en las guerras contra Gran Bretaña y Portugal en 1762 y contra Francia en 1793. Por esta época ya era mariscal de campo (había obtenido el grado de brigadier en 1789 y el de mariscal en ese mismo año de 1793). Dos años más tarde fue ascendido a teniente general (1795) y se halló en la campaña de Portugal, en 1801, en calidad de comandante en jefe del ejército de Andalucía. Su amistad con Godoy le permitió iniciarse en la política; fue gobernador de Cádiz durante un tiempo y en 1802 fue nombrado virrey de Nueva España.
Admitida en la corte el día 6 de julio de 1802 la renuncia de Berenguer de Marquina, su protector y amigo don Manuel Godoy logró que se le nombrara, pues, virrey, concediéndosele permiso para salir de España el 20 de agosto de ese mismo año. Embarcó tres meses más tarde en compañía de familiares y servidores, rodeados de gran pompa y buen número de bultos. Al llegar a México, el 4 de enero de 1803, en la Villa de Guadalupe, según la costumbre tradicional, recibió el bastón de mando de manos de su antecesor, e hizo su entrada en la capital al día siguiente.
Una de sus primeras actuaciones fue ocuparse de la visita a Nueva España del sabio barón de Humboldt, cuya amistad frecuentó, lo que facilitó sus excursiones de carácter científico, especialmente a la región de Guanajuato y sus yacimientos mineros. La visita del virrey a esta ciudad constituyó un gran acontecimiento popular.
En los inicios de su gobierno contó con el apoyo tanto de la Real Audiencia como del ayuntamiento de la ciudad de México, dominados por personalidades de tendencias opuestas. Sin embargo, ambas instituciones se manifestaron a favor de la continuidad del virrey en sendos escritos dirigidos al rey. Los gobernadores de indios hicieron lo mismo unos meses más tarde.
Entre las obras más positivas de su gobierno se pueden citar la introducción de la vacuna antivariólica; la construcción del camino a Veracruz; el desagüe del Valle de México, con lo que se logró eliminar las inundaciones de la capital; la inauguración de la estatua ecuestre en honor de Carlos IV esculpida por Manuel Tolsá; y la construcción de la Ciudadela, hermoso edificio destinado a fábrica de tabacos.
Iturrigaray, de espíritu jovial y divertido, aplicó en la ciudad de México el estilo cortesano y festivo habitual en la corte de Madrid, fomentando la celebración de fiestas y espectáculos de todo tipo, corridas de toros, peleas de gallos, así como la celebración de ferias y fiestas con cualquier pretexto.
Continuando la política militar de sus antecesores, insistió en las obras de defensa de las fronteras del norte que invadían los aventureros angloamericanos; fortaleció las defensas de Veracruz y los demás puertos del Golfo, sin desatender el apoyo a La Habana y otros apostaderos; y, entre noviembre y diciembre de 1806, realizó unas espectaculares maniobras militares en los campos de Jalapa, en las cuales demostró su pericia y afición por las artes marciales.
Sin embargo, desde su llegada a Nueva España y por encargo de Godoy, una de sus mayores preocupaciones fue conseguir fondos para las arcas reales, que tenía que cubrir los déficits causados por las guerras de la Corona. Además de las exacciones ordinarias, el 28 de diciembre de 1804 firmó la aplicación en Nueva España de la cédula de consolidación de vales, verdadera desamortización eclesiástica, por la que pasaban a poder real los capitales de las comunidades religiosas de ultramar. La economía, especialmente de españoles y criollos con negocios en la agricultura y el comercio, sufrió un duro golpe. Sin embargo, los envíos de fondos a la corte crecieron de forma espectacular.
En Nueva España, por estos años, creció la división entre españoles y criollos, amparados y sostenidos respectivamente por la Real Audiencia y el ayuntamiento de la capital. Dominaban el primer grupo los oidores y fiscales, cada día más contrariados por el protagonismo y la popularidad del virrey, mientras los corregidores y licenciados, entre los que destacaban Primo Verdad y Juan Francisco Azcárate, apoyados en el Diario de México, que publicaron Jacobo Villaurrutia y Carlos María de Bustamante con el permiso del virrey, fomentaban el desarrollo de una identidad independiente y autónoma. En 1806 se recibieron noticias procedentes del exterior que agravaron la creciente intranquilidad de las gentes.
Finalmente, a mediados de mayo de 1808 llegaron a Nueva España los primeros informes que comunicaban los sucesos de la corte, con la abdicación de Carlos IV, la exaltación al trono de Fernando VII, la caída en desgracia de Manuel Godoy y los primeros decretos de gobierno del nuevo monarca. Ordenados los festejos en honor de Fernando, en medio de esta celebración se conoció el levantamiento del pueblo de Madrid contra los franceses y la renuncia del nuevo rey en Bayona, presionado por Napoleón.
A partir de este momento se aceleraron los acontecimientos. El virrey, cogido entre dos fuerzas, los peninsulares con el apoyo de la Audiencia y los criollos con el respaldo del ayuntamiento, trató de retrasar cualquier decisión, convocando a reuniones y consejos que enfrentaron a los dos bandos. A finales de julio se supo del levantamiento generalizado contra los franceses, motivo de alegría y celebraciones religiosas, aunque, al conocerse la formación de juntas provinciales, en los medios criollos anidó la ilusión de establecer instituciones similares en Nueva España.
Para responder a la inquietud generalizada, el 9 de agosto el virrey convocó a los representantes de las instituciones y personas notables y les pidió consulta, manifestándose con toda claridad el enfrentamiento entre la audiencia y el ayuntamiento. A las palabras del licenciado Primo Verdad, en defensa de la tesis de que tras el secuestro de la soberanía por parte de los franceses había devuelto ésta al pueblo, se opuso el oidor Aguirre preguntando qué significado tenía ese concepto. Se rechazó la petición de obediencia hacia la Junta de Sevilla y se suspendió cualquier acuerdo, confirmando tan sólo la obediencia directa de las provincias a las decisiones del rey Fernando.
A mediados de mes llegaron a Nueva España los comisionados Jáuregui y Jabat con instrucciones de la Junta de Sevilla, que reclamaba el liderazgo de la política nacional, lo que reforzó la posición de los oidores de la Audiencia. Pero, al conocerse que una junta en Asturias había solicitado ayuda directa del gobierno de Londres, se fortalecieron las esperanzas criollas de organizar algo similar en México. Temerosos los peninsulares de que el propio virrey encabezara el movimiento de autonomía de los criollos, el 15 de septiembre, bajo la dirección del hacendado de origen español Gabriel de Yermo, con el apoyo de Jabat y del general Félix María Calleja, se llevó a cabo el “golpe de estado” que derribó al virrey Iturrigaray y que puso en su lugar a otro viejo general: el mariscal de campo Pedro Garibay.
En la Gazeta extraordinaria del 17 de septiembre, el Arzobispo y los oidores de la audiencia publicaron un documento en el que se decía que “por razones de seguridad y conveniencia general”, se había puesto en prisión a don José Iturrigaray. El despliegue militar en la ciudad fue impresionante, y así lo reflejaron las crónicas de la época.
Como consecuencia del cambio de virrey, los criollos Primo Verdad y Juan Francisco Azcárate, fray Melchor de Talamantes, el canónigo José María Beristáin y el abad de Guadalupe, fueron apresados y condenados. Verdad y Talamantes murieron pronto, y los demás permanecieron encerrados o sufrieron deportación.
La Audiencia, por su parte, instruyó un voluminoso proceso que se envió a Cádiz y que sirvió a las autoridades para encarcelar a Iturrigaray a su llegada a la península, el 5 de febrero de 1809. Se tuvieron en cuenta los informes redactados por el comisionado Jabat y, finalmente, sin haber podido madurar una decisión, en febrero de 1810 la Regencia ordenó que podía vivir en libertad junto a su familia en cualquier lugar de la península o Baleares, así como la reposición del sueldo que se merecía de acuerdo con su grado militar y el levantamiento del embargo de sus bienes. Murió en Madrid a primeros de septiembre de 1814.
Entre los escritos y documentos que dejó se cuentan los siguientes: Proclama a los habitantes de México (México, 1808), El Excmo. Sr....vindicado en forma legal de las falsas imputaciones de un cuaderno titulado por ironía: Verdad sabida y buena fe guardada (obrita de L. Cancelada) (Cádiz, 1812), escrito en respuesta a un ataque de López Cancelada, entre otros; y Verdadero origen, carácter, resortes, fines y progresos de la Revolución de Nueva España, y defensa de los europeos residentes en México (México, 1820). Parece ser que en un principio subvencionó la Historia de la revolución de Nueva España, de fray Servando Teresa de Mier, pero cuando vio que ésta defendía abiertamente la independencia, cortó la ayuda. Lafuente Ferrari publicó además dos cartas y un oficio de Iturrigaray a Tomás de Morla (San Juan de Ulúa, 31 de octubre, 11 y 16 de noviembre de 1808).
Bibliografía.
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Diccionario de Historia de España, 3 vols., Madrid: Revista de Occidente, 2ª edición, 1968.
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LAFUENTE FERRARI, E. El Virrey Iturrigaray y los orígenes de la Independencia de México. CSIC. Madrid, 1941
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PÁEZ RÍOS, E.: Iconografía hispana, 5 vols., Madrid, 1966.
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PALAU Y DULCET, A.: Manual del librero hispanoamericano, 2ª edición, Barcelona, 1948-1977.
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Redactor General de España, nº 233, 2 de febrero de 1812, Madrid; nº 238, 7 de febrero de 1812, Madrid.
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SANTIAGO Y CRUZ, F. El Virrey Iturrigaray. Historia de una conspiración. Editorial Jus. México, 1965.
A. GIL NOVALES. / M. Ortuño