Hidalgo, Bartolomé José (1788-1822).
Poeta y dramaturgo hispano-uruguayo nacido en Montevideo el 24 de agosto de 1788 y fallecido en Morón (cerca de Buenos Aires) el 28 de noviembre de 1822. En la actualidad, se le considera de nacionalidad uruguaya, aunque hay que tener en cuenta que, cuando vino al mundo, su ciudad natal pertenecía a la denominada Banda Oriental del Virreinato del Río de la Plata; lo más ajustado, pues, a la Historia y a la división geo-política de la América del Sur de su tiempo es considerarlo ciudadano rioplatense. Influido en un principio por la estética neoclásica, evolucionó luego hacia el tratamiento de temas y motivos populares que, aderezados con abundantes giros lingüísticos del nivel coloquial, le convierten en uno de los padres de la literatura gauchesca.
Vida
Nacido en el seno de una familia humilde formada por los argentinos Juan Hidalgo y Catalina Jiménez, a partir de los doce años -edad en la que quedó huérfano de padre- se vio forzado a trabajar duramente para contribuir al sostenimiento de los suyos (años después, el propio Bartolomé Hidalgo habría de referirse a sus orígenes e infancia con estas sinceras palabras: "Ya he dicho que soy de una familia muy pobre, pero honrada; que soy hombre de bien y que esto es todo mi patrimonio"). En medio, pues, de estas penurias económicas, su formación académica quedó reducida a la instrucción básica que le impartieron los padres franciscanos que regentaban una escuela montevideana, y, sobre todo, a la cultura autodidáctica que fue adquiriendo con la lectura voraz de las obras de los poetas y dramaturgos neoclásicos españoles, de gran influencia en su posterior producción literaria.
En 1803, con tan sólo quince años de edad, trabajaba ya como empleado en los almacenes de don Martín Artigas, padre de José Gervasio Artigas, el futuro prócer de la Independencia uruguaya, que mantuvo a lo largo de toda su vida una estrecha relación de amistad con Bartolomé Hidalgo. En el desempeño de estas funciones comerciales acumuló una notable experiencia como contable que le permitió, en 1806, ingresar como funcionario en el Ministerio de la Real Hacienda, donde apenas permaneció unos meses, pues la invasión de los ingleses le impulsó a sentar plaza en el batallón de los milicianos y a tomar parte activa en la batalla de El Cardal (20 de enero de 1807). Concluidos estos enfrentamientos, regresó a sus labores de funcionario de Hacienda y estrechó su amistad con Artigas, a cuyos partidarios se unió en 1811 para luchar contra los portugueses en Paysandú y Salto.
Estas primeras refriegas bélicas acentuaron su patriotismo y le inspiraron una de sus primeras composiciones poéticas, la célebre "Marcha oriental" (1811), cuya enorme difusión entre la población uruguaya le valió el nombramiento como "Benemérito de la Patria" por parte del triunvirato formado por Chiclana, Sarratea y Juan José Paso. Alentado por este reconocimiento literario y cívico, participó luego en varias acciones militares contra las tropas españolas en pleno proceso de emancipación de Argentina y Uruguay (entre ellas, el levantamiento uruguayo y el sitio de Montevideo), y en 1814 entró al lado de los vencedores en su ciudad natal, tomada finalmente por las tropas patrióticas independentistas. Pero, a pesar de estos éxitos militares y literarios, seguía necesitando un empleo fijo que asegurara su supervivencia, por lo que volvió a sus funciones burocráticas y acabó desempeñando una brillante trayectoria pública dentro de la administración de su nueva nación, a la que llegó a servir en calidad de Administrador Interino de Correos, Ministro Interino de Hacienda, y Oficial Mayor de dicho ministerio.
No abandonó, empero, su fecunda carrera literaria, lanzada definitivamente a las cimas más elevadas de las Letras nacionales a raíz del estreno, el día 30 de enero de 1816, de su pieza teatral titulada Sentimiento de un patriota, que, entre otros honores y reconocimientos oficiales, le valió su nombramiento como Director de la Casa de Comedias (teatro donde se había puesto en escena dicha obra). Amparado por el gobierno de su amigo José Gervasio Artigas -y avalado por ser una de las figuras paradigmáticas entre los denominados "poetas de la revolución"-, Bartolomé Hidalgo se convirtió en uno de los principales escritores patrióticos, con una obra exaltada e intuitiva que se anticipó al nacimiento de su nación, cuya emancipación cantó con júbilo al paso que alababa otras virtudes cívicas como la defensa de la libertad y el amor al trabajo, bien plasmadas en otra pieza teatral suya de notable interés, titulada La libertad civil (1816). Por aquellos años, escribió y estrenó otras obras dramáticas -como la pieza Idomeneo, cuya atribución al poeta y dramaturgo montevideano se ha puesto recientemente en entredicho- y triunfó clamorosamente como poeta cívico, máxime cuando comenzó a difundirse su composición titulada "Marcha nacional oriental", escrita en 1816 a raíz de la invasión del general portugués Carlos Federico Lecor (1764-1836), que acabaría entrando victorioso en Montevideo el 27 de enero de 1817. En agosto del año anterior, Hidalgo había vuelto a clamar contra los nuevos invasores en su famosa composición "Cielito oriental".
Tras la conquista de la Banda Oriental por parte de los portugueses, Bartolomé Hidalgo abandonó su cargo en la Casa de Comedias de Montevideo y se afincó en Buenos Aires, no sin antes haber dejado nuevos testimonios de su calidad poética en su ciudad natal, donde dio a conocer, poco antes de partir, su epitalamio "A don Francisco Solano de Antuña, en su feliz unión". Ya instalado en Buenos Aires, continuó desplegando allí una intensa labor literaria plasmada en poemas tan recordados luego como "Cielito patriótico para cantar la acción de Maipú" (1818), "Diálogo patriótico" (1820) y "Nuevo diálogo patriótico" (1820) -compuesto en honor del Ejército Libertador del Alto Perú-, y en una nueva pieza teatral titulada El triunfo (1818). Tras haber contraído nupcias, el 26 de mayo de 1820, con la porteña Juana Cortina, continuó escribiendo poemas de inflamado ardor patriótico y acusado sabor popular, poemas que, según la leyenda creada en torno a su persona, el propio Bartolomé José Hidalgo iba vendiendo por las calles de Buenos Aires para procurarse así alguna ayuda económica; pero, tras la redacción de la que habría de ser su última composición poética -"Relación de las fiestas mayas (1822)"-, contrajo una grave dolencia pulmonar que le obligó a abandonar las calles y los cenáculos literarios bonaerenses para afincarse en un modesto casería de la vecina población de Morón, cuya atmósfera rural parecía más adecuada para el alivio de su afección respiratoria. Al poco de haberse instalado allí, las penurias económicas que venía arrastrando desde su llegada al mundo le arrastraron a una pobreza vergonzante que le impedía procurarse medicinas, buenos alimentos y cualquier otro remedio para la grave enfermedad que padecía, que acabó finalmente con su vida el 28 de noviembre de 1822, en medio de la indiferencia o el olvido de los medios culturales argentinos y uruguayos, que no llegaron a registrar la noticia de su óbito. Sepultado en el modesto cementerio local, sus restos mortales pronto se mezclaron en una fosa común con los de otros difuntos anónimos de Morón.
Obra
Marcada por dos registros temáticos fundamentales -el amor y, sobre todo, la exaltación patriótica-, la producción literaria de Bartolomé Hidalgo puede dividirse, atendiendo a criterios estilísticos, en dos grandes apartados: el compuesto las obras de inspiración neoclásica, y el integrado por las composiciones poéticas de carácter gauchesco. En total, el escritor montevideano escribió tres piezas teatrales (o cuatro, si se acepta su autoría de la obra Idomeneo), dos poemas neoclásicos, diez composiciones gauchescas (divididas, a su vez, en siete "cielitos" y diez "diálogos", según las denominaciones que les dio el propio autor), y algún poema de circunstancias, como el citado epitalamio "A don Francisco Solano de Antuña".
Obras neoclásicas
En este apartado tienen cabida sus dos poemas cívicos "Marcha oriental" (1811) y "Marcha nacional oriental" (1816) -ambos de elevado ardor patriótico-, así como sus piezas teatrales Sentimientos de un patriota (1816), La libertad civil (1816) y El triunfo (1818). La "Marcha oriental" es un poema neoclásico en el que la voz del autor montevideano se alza, firme y decidida, para convocar a sus compatriotas al lado del susodicho Artigas, en el éxodo que el prócer uruguayo emprendió tras la entrada en la Banda Oriental del general Francisco Javier de Elío, quien había sido nombrado virrey español con el apoyo de las tropas portuguesas desplegadas también en la orilla occidental del Río de la Plata. Hidalgo, a pesar de esa naturaleza enfermiza que habría de llevarle precozmente a la tumba, ejercía por aquel entonces como comisario de guerra del destacamento del comandante Ambrosio Carranza, que había derrotado en tres ocasiones al ejército portugués. Pronto se unió al éxodo de su amigo Artigas, y fue entonces cuando comenzó a aprender los vocablos y giros sintácticos del dialecto gauchesco que hablaban los soldados, del que después se sirvió para componer lo más granado y duradero de su producción literaria. En opinión del gran ensayista y crítico literario uruguayo Ángel Rama (1926-1983), la "Marcha oriental" es "el primer himno de la patria, muy anterior al que Acuña de Figueroa, por ese entonces realista, había de fabricarnos, con Atahualpa, el inca que bate las palmas y todo el folclore de la heroicidad al uso de los salones. El himno de Hidalgo es mucho más sencillo, más torpón, más transido de verdad". Torpeza y sencillez, que, en efecto, delatan la todavía balbuciente voz poética del joven escritor, pero no logran eclipsar su vehemente llamamiento a la unidad del pueblo uruguayo: "Orientales, la Patria peligra, / reunidos al Salto volad, / LIBERTAD entonad en la marcha, / y al regreso decid LIBERTAD".
Idéntico ardor patriótico respiran los versos de la "Marcha nacional oriental" (1816), y, desde luego, los de esas tres -o cuatro- piezas teatrales que le han permitido pasar a la historia de las Letras de su nación como el primer dramaturgo uruguayo. En Sentimientos de un patriota (1816), Bartolomé Hidalgo muestra su constante disposición para acudir a unos enfrentamientos bélicos que, en su opinión, son inevitables en el camino hacia la emancipación; en La libertad civil (1816) -sin duda alguna, su pieza más compleja y mejor rematada, dentro de la falta de aliño que caracteriza toda su escritura dramática-, el autor montevideano asegura que ese derecho elemental que da título a la obra será el fruto logrado por los patriotas al término de la necesaria guerra, un fruto que permitirá, además, el libre desarrollo del trabajo honrado del labrador y el comerciante, el reconocimiento ciudadano del valor de los soldados y, en otros logros cívicos, la feliz convivencia del soldado Adolfo y su amada Matilde, dos de los personajes de la pieza; en El triunfo (1918), Hidalgo vuelve a celebrar el florecimiento de las ciencias, las letras, las artes, el comercio y la industria, florecimiento que llegará de la mano de la paz, la independencia y la libertad, preludiadas por las victorias del general San Martín (1778-1850) en Chacabuco (febrero de 1817) y Maipú (abril de 1818). La exaltación de la figura del Libertador de América del Sur inaugura en su obra un "canto sanmartiniano" que pronto habría de reaparecer en cielitos de producción gauchesca.
Obras gauchescas
Su participación activa en las acciones armadas de la Revolución de Mayo supuso una auténtica revelación para el poeta montevideano, tanto en sus horizontes vitales como en sus postulados estéticos, que comenzaron a decantarse hacia el sentir colectivo y las formas de expresión lingüística del pueblo llano. Tras haber constatado que la mayor parte de las máximas y sentencias populares se expresaban en octosílabos de marcada regularidad rítmica, abandonó en sus escritos la fría pulcritud del lenguaje poético neoclásico y adoptó el habla coloquial de los soldados que le rodeaban, para acabar constatando una certeza literaria de indudable modernidad: el uso de las palabras y expresiones propias del registro popular -y, en ocasiones, vulgar- del lenguaje no sólo era admisible en una obra literaria, sino que incluso prestaba mayor eficacia -por su sencillez, vehemencia y naturalidad- a las ideas concretas por las que venía luchando el vate montevideano desde el inicio de su trayectoria poética. Se sintió, entonces, Hidalgo poeta y portavoz del pueblo, y a tal extremo llevó su identificación con el sentir popular que difundió sus "cielitos" y "diálogos" de forma anónima, como si fueran manifiestos o proclamas emanados del sentimiento común de la colectividad.
Tanto los "cielitos" como los "diálogos" se sirven del verso octosílabo para reflejar el habla, las costumbres y las aspiraciones políticas y sociales de ese pueblo que lucha en pro de su independencia. En los primeros, los versos de ocho sílabas se agrupan en cuartetas sujetas al esquema métrico a-b-c-b, de asonancia polirrima en sus versos pares; a su vez, las cuartetas quedan asociadas por parejas, con la peculiaridad de que la segunda de cada par siempre comienza repitiendo el lema "cielo" o "cielito" (a ambos a la vez): "Si de todo lo criado / es el cielo lo mejor, / el "cielo" ha de ser el baile / de los pueblos de la Unión. // Cielo, cielito y más cielo, / cielito siempre cantad, / que la alegría es del cielo, / del cielo es la libertad. // [...] // Los constantes argentinos / juran hoy con heroísmo / eterna guerra al tirano, / guerra eterna al despotismo. // Cielo, cielito, cantemos, / se acabarán nuestras penas, / porque ya hemos arrojado / los grillos y las cadenas" (de "Cielito de la Independencia", 1816). Siete son, en total, los "cielitos" atribuidos con seguridad a Bartolomé Hidalgo: "Cielito oriental" (1816), "Cielito de la Independencia" (1816), "Cielito de Maipú" (1818), "Cielito de la Expedición" (1819), "Cielito del Manifiesto" (1820), "Cielito del Alto Perú" (1820) y "Cielito de Lima y el Callao" (1821).
Los "diálogos", por su parte, están formados por octosílabos de asonancia monorrima, a la manera tradicional del romance, en los que la conversación sostenida por dos personajes va conformando el poema. Escritos y publicados entre 1820 y 1822, llevan los títulos siguientes: "Diálogo patriótico interesante entre Jacinto Chano, capataz de una estancia en las islas del Tordillo, y el gaucho de la Guardia del Monte" (1821); "Nuevo diálogo patriótico entre Ramón Contreras, gaucho de la Guardia del Monte, y Chano, capataz de una estancia en las islas del Tordillo" (1820); y "Relación que hace el gaucho Contreras a Jacinto Chano de todo lo que vio en las fiestas Mayas de Buenos-Ayres, en el año 1822" (1822). En el primero de ellos, los dos personajes censuran el poder de los caudillos y la mala administración, y critican algunas lacras sociales que retrasan la llegada de la independencia, como las luchas internas entre los propios revolucionarios, la corrupción de los administradores, la desatención mostrada hacia las viudas y los soldados, etc. En el segundo, Chano comenta las pretensiones del rey español Fernando VII (1784-1833) de ser reconocido por sus súbditos del Río de la Plata, y narra a continuación a Contreras algunos episodios de la lucha por la independencia señaladamente favorables a los partidarios de la emancipación; Contreras muestra entonces su preocupación por las desavenencias existentes en el seno de los patriotas, y a partir de hay vuelven las críticas cívicas contra esas actuaciones de algunos caudillos que retrasan la victoria final. En el tercer y último diálogo de Bartolomé Hidalgo, Chano explica a su amigo el motivo que le impidió acudir a las fiestas de mayo en Buenos Aires (una herida recibida en una pelea), y le pide a Contreras que le relate y describa pormenorizadamente las alegrías y celebraciones. En opinión de la crítica especializada, este último diálogo inicia una de las corrientes más fructíferas en la literatura gauchesca: la festiva:
"[Chano]
Con que mi amigo Contreras,
¿qué hace en el ruano gordazo?
Pues desde antes de marcar
no lo veo por el Pago.
[Contreras]
Tiempo hace que le ofrecí
el venir a visitarlo,
y lo que se ofrece es deuda:
¡pucha! pero está lejazos.
Mire que ya el mancarrón
se me venía aplastando.
¿Y V. no fue a la ciudad
a ver las fiestas este año?
[Chano]
¡No me lo recuerde amigo!
Si supiera ¡voto al diablo!
lo que me pasa ¡por Cristo!
Se apareció el veinticuatro
Sayavedra, el domador,
a comprarme unos caballos:
Le pedí a dieciocho reales,
le pareció de su agrado,
y ya no se habló palabra,
y el ajuste cerramos;
por señas que el trato se hizo
con caña y con mate amargo.
Caliéntase Sayavedra,
y con el aguardientazo
se echó atrás de su palabra,
y deshacer quiso el trato.
Me dio tal coraje amigo
que me aseguré de un palo.
Y en cuanto lo descuidé,
sin que pudiera estorbarlo,
le acudí con cosa fresca:
sintió el golpe, se hizo gato,
se enderezó, y ya se vino
el alfajor relumbrando:
Yo quise meterle el poncho,
pero amigo, quiso el diablo
trompezase en una taba,
y lueguito mi contrario
se me durmió en una pierna
que me dejó coloreando.
En esto llegó la gente
del puesto, y nos apartaron.
Se fue y me quedé caliente
sintiendo, no tanto el tajo
como el haberme impedido
ver las funciones de Mayo [...];
si V. estuvo, Contreras,
cuénteme lo que ha pasado.
[Contreras]
¡Ah fiestas lindas, amigo!
No he visto en los otros años
funciones más mandadoras,
y mire que no lo engaño.
El 24 a la noche,
como es costumbre, empezaron [...]".
Textos de esta naturaleza dieron pie pronto a la identificación de la figura del propio Bartolomé Hidalgo con los rasgos físicos y psíquicos de sus personajes populares, identificación que se mantenía vigente a mediados del siglo XX, como queda patente en el enjundioso retrato del poeta montevideano ofrecido por Ricardo Rojas (1882-1957) en su Historia de la literatura argentina: "Tal se nos aparece la figura de Hidalgo, al entrar en la historia de la literatura nacional: vestido de chiripá sobre su calzoncillo abierto de cribas; calzadas las espuelas en la bota sobada del caballero gaucho; terciada, al cinturón de fernandinas, la hoja labrada del facón; abierta sobre el pecho la camiseta oscura, henchida por el viento de las pampas; sesgada sobre el hombro la celeste golilla, destinada a servir de banderola sobre el enhiesto chuzo de lanceros; alzada sobre la frente el ala del chambergo, como si fuera siempre galopando la tierra natal: ennoblecida la cara barbuda por su ojo experto en las baquías de la inmensidad y de la gloria. Una guitarra trae en la diestra que tiempo atrás esgrimiera las armas de la epopeya americana" ("Los gauchescos", II, pág. 342 [Buenos Aires: Losada, 1948])".
Bibliografía
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