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LiteraturaBiografía

Guimerà i Jorge, Àngel (1845-1924).

Poeta y dramaturgo español en lengua catalana, nacido en Santa Cruz de Tenerife el 6 de mayo de 1845 y fallecido en Barcelona en 1924. Autor de una extensa y brillante producción dramática que parte de la estética romántica para acabar fundiendo, en un original ejercicio de síntesis, los rasgos más representativos del romanticismo con los elementos principales de la nueva corriente realista, se convirtió en uno de los máximos representantes de ese renacimiento literario catalán que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX (Renaixença) y, sin lugar a dudas, en el dramaturgo de mayor proyección internacional de cuantos por aquel entonces escribían en lengua catalana.

Nacido en el seno de una familia procedente de Cataluña, a los siete años de edad abandonó junto a los suyos el archipiélago canario y se instaló en Barcelona, donde comenzó a recibir una educación profundamente catalana que incluía la enseñanza del idioma de sus mayores. A partir de entonces, la mayor parte de su vida habría de transcurrir entre la Ciudad Condal y la pequeña población tarraconense de El Vendrell, en la que solía refugiarse cada vez que disponía de tiempo libre (con el paso de los años, El Vendrell se convirtió en su pueblo adoptivo).

Pronto dio muestras de poseer una viva curiosidad humanística y una acentuada inclinación hacia el cultivo de la creación literaria, actividad en la que se dio a conocer como poeta a comienzos de los años setenta. Honrado, en 1872, con el título de "mestre en gai saber", difundió una interesante obra en verso en la que indaga, por un lado, en las formas y contenidos tradicionales de la lírica popular (con cierta propensión, muy del gusto de su época, hacia la recreación costumbrista), y, por otro lado, en el trazado de grandes cuadros históricos -hijos también de la estética romántica- cuya grandiosa elaboración se apoya en marcados efectos dramáticos que están anunciando la presencia de un poderoso dramaturgo de mayor aliento creador que el poeta. Algunos de los poemas primerizos de Àngel Guimerà vieron la luz entre las páginas de la revista La Renaixença, fundada -entre otros escritores e intelectuales catalanes de la época- por el poeta tinerfeño, y alimentada en parte por sus frecuentes colaboraciones entre 1872 y 1886; pero la mayor parte de sus composiciones líricas quedaron a disposición de los lectores en varias recopilaciones que editó el propio Guimerà en diferentes períodos de su trayectoria literaria (como Poesies, de 1887, y Poesies, de 1920). A pesar de que obtuvo mucho mayor renombre en su faceta de autor teatral, lo cierto es que algunos de los poemas de Àngel Guimerà gozaron de gran aceptación entre los lectores catalanes de la segunda mitad del siglo XIX, como los titulados "L'any mil" y "Poblet".

Fue, además de poeta, un notable animador cultural y promotor y difusor del arte y el pensamiento de su tierra adoptiva, hasta el extremo de convertirse en uno de los personajes que mayor impulso dio -desde la citada revista, luego transformada en diario- a ese vigoroso renacimiento de las Letras catalanas. En esta línea de trabajo hay que situar también su infatigable labor política, manifiesta tanto en sus colaboraciones en La Ranaixença como en sus densas conferencias y sus inflamados discursos, muchos de los cuales habrían de brindar un importante bagaje teórico al posterior nacionalismo catalán. Dentro de esta constante actividad política -que le situó entre los personajes más influyentes del devenir cultural de la nación catalana a finales del siglo XIX y comienzos de la siguiente centuria-, Àngel Guimerà se significó en 1885 por ser uno de los presentadores del célebre Memorial de greuges (Memorial de agravios), que, entre otras consecuencias de singular relieve, supuso la incorporación de la burguesía industrial y urbana catalana a la corriente catalanista, con el convencimiento de que debía erigirse en la gobernante de su propio destino. Este Memorial de greuges (significativamente subtitulado Memoria en defensa de los intereses morales y materiales de Cataluña) fue elaborado por una comisión de políticos e intelectuales del Centre Català de Barcelona, y presentado ante el rey Alfonso XII en el citado año de 1885. Àngel Guimerà fue uno de los portadores encargados de llevar al monarca este escrito reivindicativo que no sólo supuso la definitiva consolidación de la Renaixença, sino que fue también el punto de partida para la redacción, al cabo de siete años, de las Bases de Manresa (1892), primera demanda catalanista de un régimen autonómico especial.

Pero la auténtica dimensión histórica de Àngel Guimerà, al margen de sus iniciales incursiones en la creación poética y de su apoyo entusiasta al catalanismo, hay que buscarla actualmente en el campo de la escritura dramática, género en el que se adentró, en su juventud, bajo la nítida influencia de Shakespeare y de los grandes autores del drama romántico, como Víctor Hugo. Al socaire de estos modelos, el escritor tinerfeño supo situar, en unos referentes históricos tratados con gran libertad creativa, unos personajes de singular dimensión dramática, como lo son los protagonistas de sus dramas en verso Gala Placidia (1879), Judith de Welp (1883), Mar i cel (Mar y cielo, 1888) y Rei i monjo (Rey y monje, 1890). Todas estas obras (y, de forma muy señalada, Mar y cielo, que cosechó desde el mismo instante de su estreno un clamoroso éxito de crítica y público) convirtieron a Guimerà en el dramaturgo en lengua catalana más importante de su generación, si bien sus mayores logros teatrales -reconocidos tanto dentro como fuera de las fronteras de la Península Ibérica- aún estaban por llegar.

Y llegaron, como cabía esperar, en su etapa de madurez, iniciada durante la década de los noventa con el estreno de Maria Rosa (1894), otra de sus obras mayores. En este nuevo período de su producción teatral, Àngel Guimerà, sin abandonar del todo las coordenadas románticas, prescinde de los temas históricos para abordar, en cambio, la problemática social del hombre de su tiempo, desde un enfoque realista que se hace patente también en el plano formal, con la sustitución del verso por la prosa. Siguiendo la estela abierta por Maria Rosa, se sucedieron otros estrenos tan notables como La festa del blat (La fiesta del trigo, 1896) y, de forma muy señalada, Terra baixa (Tierra baja, 1897), considerada unánimemente por la crítica, el público y los lectores como la obra maestra de su producción, y llevada a los escenarios en numerosas ocasiones a lo largo del siglo XX. Se trata de un drama en prosa, compuesto de tres actos, en el que se pone de manifiesto el despotismo y la crueldad de los caciques, representados en la figura de Sebastián, un propietario rural de la tierra baja que concierta el matrimonio de su amante Marta con Manelic -ambos de la tierra alta- con el fin de casarse él a su vez con una propietaria cuya fortuna ha de resolver sus graves problemas económicos. Pero Sebastián no renuncia por ello a Marta, a la que pretende ver en su misma noche de bodas; al descubrir el engaño, Manelic es violentamente expulsado por los servidores de Sebastián, que impiden también que Marta se marche con su nuevo esposo, como desea hacer la recién casada. Manelic regresa con el propósito de recuperar a su esposa y acaba dando muerte a Sebastián. Se alcanza así el fin simbólico de una obra en la que las fuerzas puras e ingenuas de la naturaleza (encarnadas en la figura simple pero noble de Manelic) se imponen por fin sobre la maldad de una sociedad injusta e hipócrita (representada aquí por Sebastián).

El rotundo éxito alcanzado por esta obra en Cataluña propició su inmediata traducción al castellano por parte de Joaquín Dicenta, y dio pie también a otras versiones ajenas al ámbito estricto de la literatura dramática (entre ellas, dos libretos de ópera y varios guiones cinematográficos). Cabe recordar, al respecto, que la popularidad de que gozaron las piezas teatrales de Guimerà le convirtió en uno de los autores más mimados por el celuloide a comienzos del siglo XX, cuando se rodaron, basadas en obras suyas, algunas de las primeras películas argumentales del cine español, como Tierra baja (1907), María Rosa (1908), Mar y cielo (1910) y La reina joven (1916).

Otras piezas notables del dramaturgo tinerfeño son las comedias La Baldirona (1892) y La santa espina (1895), que, con música del maestro barcelonés Enric Morera, incluye una sardana que, por su carácter reivindicativo, se convirtió en algo así como un himno oficioso catalanista que fue prohibido en diferentes períodos de la historia de España. Cabe recordar, asimismo, tras el estreno de Terra baixa, la presentación de otro interesante drama de Àngel Guimerà, La filla del mar (La hija del mar, 1900).

Resulta imposible clausurar esta breve semblanza bio-bibliográfica del gran dramaturgo catalanista sin hacer referencia a la gran polémica suscitada, a comienzos del siglo XX, por la negativa del gobierno español a que recayera sobre su obra el primer Premio Nobel que iba a recompensar a un escritor peninsular, otorgado a la postre al dramaturgo madrileño José Echegaray. Según los insistentes rumores que circularon por los mentideros literarios de la época, la Academia Sueca, conocedora del gran éxito alcanzado por las obras de Guimerà en varios países de Europa, pretendió galardonar al escritor tinerfeño; pero las presiones ejercidas desde el gobierno de Madrid para que el premio recayera antes en un autor español que se expresara en castellano fueron tan poderosas que lograron la defenestración de Guimerà en las últimas votaciones y, a cambio, el triunfo sorprendente de la candidatura de Echegaray, quien al final compartió el galardón con el poeta provenzal Frédéric Mistral(según los catalanistas más exaltados, la inclusión a última hora de este mediocre escritor francés no era sino el testimonio evidente de la mala conciencia de muchos académicos suecos, que pretendieron atenuar el agravio cometido contra la literatura catalana por medio de un homenaje a otra literatura con la que siempre había estado hermanada).

Sea como fuere, lo cierto es que la concesión del premio Nobel en 1904 a un autor tan mediocre como Echegaray provocó un clamor de protesta en casi todos los foros intelectuales españoles, y, de forma muy señalada, en los jóvenes autores que pronto habrían de quedar encuadrados en la denominada Generación del 98. Éstos no sólo estaban alejados del teatro de Echegaray por razones estéticas, sino también por motivos ideológicos, pues la obra del ingeniero madrileño y la de su nutrida legión de émulos encarnaba todos los valores de una España tradicional que, según estos jóvenes escritores, había sucumbido en el desastre del 98. Se da así la paradoja de que un autor relegado en su día por la cultura oficial, y prácticamente olvidado en la actualidad (a pesar de la popularidad de que gozó en su tiempo), fue uno de los factores aglutinantes de la más destacada promoción de escritores de la siguiente generación.

Bibliografía

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J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.