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Gregorio VII, Papa y Santo (1013-1085).

Gregorio VII.

Pontífice natural de Toscana, de nombre seglar Hildebrando de Cluny, nacido hacia 1013 y muerto en Roma el 25 de mayo de 1085. Aclamado como papa desde 1073, es sin duda, uno de los pontífices mas controvertidos en la historia de la Iglesia. La turbulenta época que le correspondió vivir y sus actitudes intransigentes han constituido un caldo de cultivo para la polémica, tanto entre sus coetáneos como entre los historiadores prácticamente hasta nuestros días. Sus detractores se cebaron en su figura tanto física como social y moral. Por su escasa prestancia física dirán de él que era "bajo, ventrudo y cuellicorto". Su enemigo Benzo de Alba afirma que era un plebeyo nacido en la localidad Toscana de Soano, "natus matre suburbana, de patre caprario". Su acérrimo rival el emperador Enrique IV lo tachará de "falso monje" en una insultante carta enviada en 1074. Sus partidarios, por el contrario, lo presentarán como hijo de un miembro de la pequeña nobleza romana y paradigma de virtudes: místico, reformador, amante de la justicia y con escaso apego al poder. La exaltación del personaje se oficializaría a partir de la Contrarreforma: en 1583 fue introducido en el Martirologio romano; su canonización llegaría en el 1606 y, por último, su festividad sería extendida al conjunto de la Cristiandad por el papa Benedicto XIII en 1728. Su festividad se celebra el 25 de mayo.

La vida de Hildebrando hasta su entronización como papa es la de un hombre que desarrolla una extraordinaria actividad. Es indudable su sintonía con los ideales monásticos en auge: se educa de niño en el convento de Santa María del Aventino y mantiene más adelante una buena relación con los monjes cluniacenses (véase: Orden de Cluny). Se duda, sin embargo, si llegó a profesar en la orden tal como expresó su seguidor Bonizón de Sutri: "monachus effectus est". Sabemos, sí, de su actuación como ecónomo del monasterio de San Pablo de Roma en los primeros años cincuenta del siglo XI. Hildebrando será el eficiente colaborador de distintos papas comprometidos con los ideales de regeneración de la Iglesia (León IX, Nicolás II, Alejandro II..) Ejerció de legado pontificio, de archidiácono de Roma en 1058 y, sobre todo, de minucioso investigador en los archivos romanos e italianos. Esta labor le permitió la recopilación de cartas, la recuperación de textos patrísticos semiolvidados, la exhumación de cánones de antiguos concilios, etc., piezas básicas todas ellas para fortalecer esa reforma de la iglesia a la que ha dado nombre pero en la que colaboraron también otros personajes menos vehementes que, por ello mismo, han quedado injustamente ensombrecidos (véase: Reforma Gregoriana).

La tradición habla de su exaltación al papado a la muerte de Alejandro II gracias al clamor popular. A la voz de "¡Hildebrando papa!" el pueblo de Roma forzó a los cardenales a la designación de quien, archidiácono en aquellos momentos, fue ordenado presbítero y consagrado obispo de la Ciudad Eterna en tan sólo siete días. Tomaría el nombre de Gregorio (VII), que gozaba de un bien ganado prestigio en la nómina de pontífices.

Con Gregorio VII, las medidas de reforma de la Iglesia acaban confundiéndose con las de centralización, una gigantesca tarea para la que los papas aún no contaban con los suficientes medios y sí con la oposición de importantes fuerzas de variado signo. Desde el punto de vista de la regeneración moral, Gregorio VII no hace sino profundizar en la política de sus predecesores: lucha frontal contra el concubinato de clérigos (nicolaísmo) y la mercadería de cargos eclesiásticos (simonía). Las cartas a obispos y a gobernantes y los sínodos reunidos bajo su iniciativa (como el cuaresmal de 1074) recalcaron las medidas contra los ministros de la Iglesia indignos, a quienes se amenaza con la perdida sus oficios. Al igual que su predecesor, Gregorio VII manifestó durante algún tiempo su simpatía por un movimiento reformista popular: la pataria milanesa que luchaba también, de forma a menudo tumultuaria, por la erradicación de vicios eclesiásticos.

Los más variados testimonios nos hablan de una política gregoriana orientada a limitar el papel jurisdiccional de primados y metropolitanos que, con su enorme poder, habían dado la imagen de una Iglesia semejante a una federación de provincias eclesiásticas. Los obispos serán la pieza básica de un engranaje institucional al que se desea someter a la vigilancia de un poder pontificio que, en función de su origen, es el único que puede considerarse universal. Los Dictatus papae, promulgados en 1075, trabajaron en esa dirección. Y también en la de situar la autoridad del papa por encima de los distintos poderes temporales, incluido el del emperador.

El escaso tacto en la aplicación de ciertas decisiones condujo a graves contratiempos. Eran muchos, en efecto, los intereses (tanto seculares como clericales) afectados por la política papal.

Resumiendo este problema: Gregorio VII es el papa que, en la tradición más apologética, tendría el valor de enfrentarse a un simoníaco y disoluto Felipe I de Francia. Es el papa que mantiene diferencias para la provisión de beneficios eclesiásticos en Inglaterra con el piadoso pero brutal Guillermo I, aunque sin llegar a una ruptura irreparable. Es el impulsor de las reformas litúrgicas en España pese a las resistencias del clero de rito mozárabe y de algunos monarcas a quienes recuerda unos vagos derechos de soberanía pontificia sobre el territorio ibérico (junio de 1077). Es el protector y organizador de jóvenes cristiandades (Croacia, Bohemia, Polonia, Hungría) convertidas en algunos casos en tributarias de la Santa Sede. Es uno de los precursores de la idea de cruzada que materializará en 1095 uno de sus sucesores, Urbano II. Y Gregorio VII es, sobre todo, el papa con quien se hace cruda realidad una de las constantes de la política medieval: la confrontación entre Pontificado e Imperio (véase: Guerra de las Investiduras).

El choque se iniciaría a partir de 1075 cuando el joven monarca alemán Enrique IV, manifestó su malestar por los decretos del sínodo romano de ese año contra la investidura laica que los reformadores asimilaban a la simonía. El soberano contó con el apoyo de un sector del alto clero alemán e italiano que se sentía perjudicado en sus intereses por las medidas pontificias. La escalada de agravios sería imparable y de consecuencias dramáticas. Tras un acre cruce de misivas, Enrique fue anatematizado y depuesto por Gregorio VII. Solo accedió a levantarle la excomunión tras la humillante peregrinación del monarca y su esposa (enero de 1077) al refugio papal de Canossa, fortaleza de los Apeninos propiedad de la condesa Matilde de Toscana, decidida protectora del pontífice. La reconciliación fue efímera, ya que el papa se negó a desautorizar a los enemigos domésticos del monarca que habían aprovechado sus recientes dificultades para levantarse en armas contra su autoridad.
Durante varios años, Alemania ardió en una guerra civil en la que Gregorio VII no logró hacer valer todo el peso de su autoridad moral. En el concilio cuaresmal de 1080 fulminó un nuevo anatema contra Enrique y sus partidarios. Con la colaboración de un cierto número de prelados, el soberano designó papa (antipapa en la relación oficial de pontífices) al arzobispo Guido de Ravena que tomó el nombre de Clemente III. Las tropas imperiales cayeron sobre Roma de la que Gregorio VII logró huir con la ayuda de sus aliados normandos del Sur de Italia. (marzo de 1084). Los meses siguientes los pasaría el pontífice refugiado en Salerno, con su legitimidad puesta en tela de juicio. Moriría el 25 de mayo de 1085, según la tradición pronunciando una frase extraída del Libro de los Salmos, "por haber amado la justicia y odiado la iniquidad, muero en el destierro".

El fracaso personal cosechado en los últimos momentos de su vida por Gregorio VII fue para su rival germánico una victoria pírrica dado el verdadero calvario político que padecería hasta su muerte veinte años más tarde. La antorcha del gregorianismo sería recogida por los sucesores de Hildebrando quienes, por una vía más pragmática y templada, alcanzarían algunos de los objetivos perseguidos.

Bibliografía

  • ARQUELLIÉRE, H. X.: Gregoire VII. Essai sur la formation d´une theorie juridique. Vrin. París 1942.

  • CAPITANI, O.: La Riforma della Chiesa (1012-1122). Patrone Editore Bolonia 1984.

  • PAUL, J.: La Iglesia y la cultura en Occidente (siglos IX-XII). Labor. Col. Nueva Clio, 2 vols. Barcelona 1988.

  • ROBINSON, I. S.: The Papacy, 1073-1198. Continuity and Innovation. Cambridge Univ. Press 1990.

Autor

  • Emilio Mitre Fernández