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LiteraturaBiografía

Giraudoux, Jean-Hippolyte (1882-1944).

Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista y diplomático francés, nacido en Bellac (en el departamento de Haute-Vienne, perteneciente a la región de Limousin) el 29 de octubre de 1882 y fallecido en París el 31 de enero de 1944. Autor de un extensa y variada producción literaria que abarca todos los géneros, sobresalió especialmente por su facilidad para el cultivo del teatro, al que aportó un buen número de obras maestras caracterizadas por su equilibrio entre la actitud estoica y el pesimismo dominante en la Europa de entreguerras, la brillantez de sus juegos verbales y la sabia dosificación de situaciones ilógicas que ponen un contrapunto humorístico a la gravedad de los contenidos reflejados.

Vida

Nacido en el seno de una familia acomodada -era hijo de un ingeniero especializado en la construcción de puentes-, durante su infancia y adolescencia vivió en diferentes poblaciones como Cérílly y Chateauroux, a las que se trasladó con su familia debido a los problemas de salud de su progenitor (quien, aquejado de una grave afección reumática, huía constantemente de los climas húmedos). Cursó sus estudios de bachillerato en el prestigioso Liceo Lakanal, de Sceaux, donde brilló a gran altura tanto por sus conocimientos académicos como por sus méritos deportivos; y en 1903 ingresó en la École Normale Supériéure de París, donde pronto mostró una especial predilección por el estudio de las lenguas y la cultura de la Antigüedad clásica grecolatina.

Ya por aquel entonces, impulsado por su precoz vocación literaria, había comenzado a escribir una arriesgada novela breve que, bajo el título de La pharmácienne (La farmacéutica), firmó con el pseudónimo de J. E. Maniére. Poco después, contratado como lector de lengua y literatura francesas en una universidad norteamericana, dejó el manuscrito original de esta obra en manos de un amigo, con el ruego de que lo conservase en secreto hasta su regreso; pero su camarada lo publicó en una revista, después de haber efectuado numerosas correcciones destinadas a complacer a los editores, a quienes la primera versión de la novela se les antojaba demasiado audaz. A su regreso a Francia, Giraudoux recuperó los derechos de su opera prima y la restituyó a su estado original.

Alentado por su espíritu viajero y su gusto por la aventura, emprendió luego un largo recorrido por diferentes lugares de Europa, en los que subsistió casi milagrosamente debido a su carencia de recursos económicos. Visitó así gran parte de los países de la Europa Central y Danubiana, marchó luego a Escandinavia y regresó a Austria, de donde pasó a Italia y finalmente, a Alemania, viajando casi siempre a pie, pues apenas tenía dinero para pagarse algunos pasajes ferroviarios. En 1907, durante una prolongada estancia en Múnich, vivió con mayor holgura merced al empleo que encontró como profesor de francés del duque de Saxe-Meiningen, el gran director de escena que contribuyó decisivamente a la renovación del teatro alemán contemporáneo.

Tras cinco años de aventura viajera, Jean-Hippolyte regresó a su Francia natal y decidió probar fortuna en el campo del periodismo, donde no alcanzó demasiado renombre -a pesar de que llegó a ser secretario del editor del prestigioso rotativo Le Matin- debido a la sutileza de su prosa, demasiado exquisita y elaborada para la sencillez y claridad requeridas por género periodístico. Entretanto, había comenzado a escribir una serie de relatos que, recopilados bajo el título de Les provinciales (Los provinciales, 1909), causaron una grata impresión entre la crítica y los lectores de la época. Estas narraciones -entre las que figuraba su novela corta La pharmácienne- le granjearon el prestigio necesario para empezar a colaborar en algunas publicaciones culturales de tanto renombre como La Nouvelle Revue Française y el Mercure de France.

Tras la publicación de una nueva colección de narraciones breves, L'École des Indifférents (La escuela de los indiferentes, 1910), Jean-Hippolyte Giraudoux, apoyado por algunas amistades muy influyentes en el ministerio de Asuntos Exteriores, emprendió una brillante carrera diplomática que le condujo primero a Rusia y después a diferentes países asiáticos. Al tiempo que cumplía con sus obligaciones laborales, continuó desplegando una intensa actividad literaria que quedó plasmada en su novela Simon le Pathétique (Simon el Patético), cuya redacción hubo de interrumpir en 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial. Movilizado como uno de tantos soldados rasos, fue enviado primero al norte de Francia y, posteriormente, al estrecho de los Dardanelos (en el Mediterráneo oriental), sin que su condición de diplomático le sirviera para eludir la presencia en el frente. Al término de la conflagración bélica internacional, formó parte de la legación diplomática que acompañó al mariscal Joseph Joffre (1852-1931) a los Estados Unidos de América, y fue uno de los firmantes del Tratado de Versalles (28 de junio de 1919). A partir de entonces, dio por concluida su peripecia viajera y, cómodamente instalado en su despacho del Quai d'Orsay, continuó trabajando para el Ministerio de Asuntos Exteriores sin moverse de París, enfrascado -simultáneamente- en su fructífera andadura literaria.

Así, tras la publicación de un par de obras menores en las que recogía sus recuerdos e impresiones de la guerra -Lectures pour un ombre (Lecturas para una sombra) y Adorable Clio (Adorable Clío)-, a comienzos de los años veinte dio a la imprenta su primera obra maestra, Suzanne et le Pacifique (Susana y el Pacífico, 1921), una espléndida novela a la que pronto se sumaron otras narraciones extensas tan relevantes como Siegfried et le Limousin (Sigfrido y el Limousin, 1923) -obra galardonada con el prestigioso "Premio Balzac", y transformada por el propio Giraudoux en pieza teatral-, Juliette au pays des hommes (Julieta en el país de los hombres, 1924) -un alarde de exquisita prosa decorativa-, Bella (1926) y Eglantine (1927). Entretanto, y a instancias de su amigo el gran escritor, actor y director teatral Louis Jouvet (1857-1961), se había adentrado en el resbaladizo ámbito de la creación teatral, empezando por la ya mencionada adaptación a la escena de su novela Sigfrido. Para superar sus titubeos iniciales dentro de este complejo género, Giraudoux recurrió a la experiencia del Jouvet, quien le auxilió en sus primeras incursiones teatrales siguiendo siempre el mismo procedimiento. El narrador concebía una idea que comunicaba al genial monstruo de la escena; Jouvet le sugería entonces el modo más adecuado para desarrollar ese embrión argumental de acuerdo con las técnicas de la escritura dramática, con lo que Giraudoux procedía entonces a escribir el primer acto de la pieza. Una vez redactado este primer acto -que, como el resto de la obra, Giraudoux escribía sin tener en cuenta ningún elemento relacionado con la puesta en escena-, ambos autores mantenían una nueva sesión de trabajo en la que analizaban el borrador; tras ella, y ciñéndose siempre a las indicaciones técnicas de su amigo, Giraudoux concluía su pieza en el plazo de uno o dos años, y, tan pronto como la consideraba definitivamente acabada, volvía reunirse con Jouvet para estudiar, ahora sí, todos los elementos relacionados con la mise-en-scène (música, vestuario, decorados, etc.). Giraudoux consideraba que el texto dramático poseía, en sí mismo, suficiente entidad como para ser considerado obra de naturaleza estrictamente literaria, y relegaba a la condición de meros factores secundarios el resto de los ingredientes que acompañan al hecho teatral (interpretación, dirección, puesta en escena, luces, música, decorados, etc.).

Entusiasmado con su nueva faceta de dramaturgo, el escritor de Bellac apeló a su riguroso conocimiento de la literatura clásica y bíblica para ofrecer nuevas interpretaciones teatrales de algunos mitos incorporados desde tiempos remotos al acervo cultural de Occidente. Creó, así, algunas piezas teatrales tan brillantes como Amphitryon 38 (Anfitrión 38, 1929), Judith (1931), La guerre de Troie n'aura pas lieu (La guerra de Troya no tendrá lugar, 1935), Electre (Electra, 1937), Ondine (Ondina, 1939) y Sodome et Gomorrhe (Sodoma y Gomorra, 1943), estrenada cuando poco antes de que Giraudoux falleciera; y fue autor, además, de otras obras dramáticas de distinta inspiración -como Intermezzo (1933)-, así como de dos piezas que fueron descubiertas entre sus papeles tras su muerte: La folle de Chaillot (La loca de Chaillot, 1945) y Pour Lucrèce (Para Lucrecia, 1953). Pese a esta intensa dedicación a la escritura teatral, no abandonó el cultivo del género narrativo, al que aportó otras novelas como Aventures de Jerôme Bardini (Aventuras de Jerôme Bardini, 1931), Combat avec l'Ange (Combate con el Ángel, 1933), Choix des elues (Selección de los elegidos, 1939) y La menteuse (La mentirosa, 1969), esta última hallada también entre sus papeles póstumos. Su innata vocación literaria le permitió, además, brillar con singular fulgor en el campo de la crítica y el ensayo, con obras tan dignas de mención como Jean Racine (1930), Les cinq tentations de La Fontaine (Las cinco tentaciones de La Fontaine, 1938) -en la que recogía los textos de cinco conferencias que había pronunciado en París, centradas en la vida y obra del célebre fabulista-, Pleins pouvoirs (Plenos poderes, 1939), Alsace et Lorraine (1940), Le futur armistice (El futuro armisticio, 1940), Littérature (Literatura, 1941) y la también publicada póstumamente Sans pouvoirs (Sin poderes, 1946).

Entretanto, haciendo gala de una asombrosa capacidad laboral, continuó ascendiendo en la carrera diplomática, en la que llegó a alcanzar los cargos de Ministro Plenipotenciario e Inspector General de Puestos Diplomáticos y Consulares. Durante los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial fue nombrado Comisario General de Informaciones, cargó desde el que desempeñó delicadas misiones secretas que, en apoyo de la Resistencia, le permitieron colaborar en la defensa de su país, al que elogió públicamente como el mayor reducto de la libertad ("Francia es único país del mundo en el que la nación y el individuo entienden pensar, hablar y actuar en una libertad sin límites"). Huyendo de la invasión nazi, se refugió en la Francia no ocupada, donde, según un comunicado difundido al término de la guerra por France-Press, continuó colaborando estrecha y clandestinamente con la Resistencia, mientras elaboraba un libro -Le dossier- en el que recogía documentos y testimonios destinados a probar la inocencia de Francia en cualquier acontecimiento relacionado con la guerra.

El 31 de enero de 1944, la emisora radiofónica oficial del Gobierno de Vichy anunció la repentina muerte de Jean-Hippolyte Giraudoux, sobrevenida -según dicho comunicado- a causa de un fulminante ataque de uremia. Una vez concluida la contienda bélica, el gran poeta Louis Aragon (1897-1982), en una exclusiva concedida a La Gazette, reveló que, según se desprendía del dictamen del médico que atendió a Giraudoux en sus últimos días de existencia (dictamen que había sido mantenido en secreto por el Gobierno de Vichy), el escritor de Bellac había sido eliminado por la Gestapo. En opinión de Aragon, "los nazis lo envenenaron no sólo porque ha sido el más francés de nuestros escritores, sino a causa de su actividad, que estuvo rodeada del mayor secreto. Yo me di cuenta de ello en el curso de la que habría de ser nuestra última conversación, cinco días antes de su muerte".

Obra

Desde los primeros compases de su trayectoria literaria, Giraudoux se propuso analizar, por medio de la ficción, algunos de los tipos humanos mejor definidos, pero siempre desde un perspectiva poética e imaginativa que huía del mero estudio psicológico o sociológico para explorar el legado de la tradición literaria occidental.

Narrativa

Ya en L'École des Indifférents abordó, en cada una de las tres narraciones que la conforman, tres tipos humanos bien diferenciados entre sí: el egoísta violento y alterado, incapaz de mantener una relación de amistad (Santiago); el hombre hastiado y fatigado, vencido por la pereza, al que ya no le atraen las relaciones con el sexo opuesto (el criollo don Manuel); y el adolescente débil, confuso e indeciso (Bernardo), que en pocos segundos puede pasar del narcisismo más exagerado a la inseguridad sentimental. Tras estos textos primerizos, Giraudoux consolidó su genuino universo literario, caracterizado por la estilización poética del legado clásico y mitológico, con la publicación de Suzanne et le Pacifique (1922), una espléndida novela en la que el gusto por la analogía y la metáfora -presente, a partir de entonces, en toda su producción narrativa y teatral- deja paso también a la riqueza inquietante y sorprendente de lo paradójico. La protagonista, una irrelevante muchacha provinciana, formula la siguiente máxima: "Si un hombre se aburre, excitadle; si una mujer se aburre, retenedla". Con esta afirmación, Suzanne resulta vencedora en un concurso convocado con el objetivo de hallar la mejor sentencia acerca del aburrimiento, y premiado con un largo viaje alrededor del mundo. Ya en alta mar, el barco en el que ha empezado a gozar de su galardón sufre un naufragio del que sólo ella escapa con vida. A partir de entonces, condenada a permanecer en una isla desierta como un nuevo Robinson Crusoe, tendrá tiempo de sobra para seguir reflexionando acerca del aburrimiento.

Aún más sorprendente, inquietante y comprometido es el argumento de su siguiente narración, Siegfried et le Limousin (1923), pronto adaptada a la escena y convertida en su primer éxito teatral. Con esta obra, Giraudoux se propuso demostrar la diferencia radical que separa la idiosincrasia francesa de la alemana y, en consecuencia, la imposibilidad de que un francés pueda llegar a convertirse en alemán. En opinión del escritor de Bellac, "Alemania es un país donde no el orden, sino el paroxismo, es lo normal, y los alemanes, gente que cambia todas las mañanas de pecado original"; "un país en el que el timón está manejado por los antisemitas en las horas procelosas y por los hebreos en todas las demás". Para ejemplificar esta tesis, Giraudoux inventa una trama argumental tan imaginativa como sugerente: Forester, un escritor francés natural -como el propio autor- de la región de Limousin, cae gravemente herido en el fragor de la lucha armada y es recogido por sus enemigos, que le trasladan a Alemania. Al haber perdido por completo la memoria (y, en consecuencia, todas sus señas de identidad), es reeducado a la alemana y bautizado con el nombre de Siegfried von Kleits; pero sigue conservando su talento y su viva inteligencia natural, por lo que pronto llega a convertirse en consejero y legislador de la pujante República de Weimar (1918-1933), así como en uno de los intelectuales e ideólogos más relevantes de la nueva Alemania, colaborador habitual en la Gazetta de Francfort. En Francia, un amigo suyo que lee frecuentemente esta publicación detecta sorprendentes coincidencias entre las ideas vertidas por von Kleits en sus artículos y el pensamiento del desaparecido Forester, por lo que decide trasladarse a Alemania y desentrañar este misterio. Cuando reencuentra a su viejo amigo Forester transformado en un alemán de nuevo cuño, inicia un paciente proceso de reeducación con el que, tras muchos esfuerzos, logra devolver al artificial Siegfried von Kleits las auténticas señas de identidad que le siguen ligando a su país natal. Recuperada su idiosincrasia, Forester añora su amada Francia, "un país que se puede al menos acariciar", frente a "esta Alemania que no es sino carne, pulmones y digestión, y que no tiene la piel suave".

Idéntico desprecio por la cultura y la mentalidad alemanas reaparece -junto a su permanente obsesión por el aburrimiento y su desesperada búsqueda de nuevas formas de vida que permitan evadirse de sus garras- en Aventures de Jerôme Bardini (1931), novela protagonizada por un cuarentón que, cansado de la felicidad monótona que le aporta su tranquila vida familiar al lado de su mujer y su hijo, siente la imperiosa necesidad de renovarse, de iniciar un nueva vida en la que encuentre otros alicientes más emocionantes que la mera -y aburrida- felicidad de sentirse feliz. En su desesperada búsqueda de una evasión que, de uno u otro modo, protagonizan casi todos los personajes del teatro y la prosa de ficción de Giraudoux -y que no implica, en modo alguno, una abdicación de su propia identidad, sino una audaz partida, de estirpe ibseniana, hacia la constante renovación-, Jerôme Bardini abandona a su familia y se instala en Nueva York, en donde entabla relaciones con una joven alemana que, como él, ha llegado hasta allí impulsada por un afán de evasión. Pero la suya no es un huida del hastío y la monotonía familiar, sino un intento de ruptura radical con la sensibilidad alemana y todas las señas culturales que la definen (su música, su romanticismo, etc.).

Los personajes femeninos -generalmente, jóvenes muchachas como Juliette, Suzanne, Bella, Eglantine, etc.- cobran un singular relieve en la obra de Giraudoux: frente al egoísmo y la vacuidad con que el autor de Bellac estigmatiza a los muchachos que pueblan sus ficciones, sus jóvenes mujeres son deliciosas criaturas espirituales que, dotadas de una conmovedora inocencia y una tibia sensualidad, advierten enseguida la necesidad de abandonarse a ese destino que les impulsa a la búsqueda constante de la renovación. No adolescente, pero sí joven todavía es Edmée, la protagonista de Choix des elues (1939), una francesa residente en California y poseedora (como Jerôme Bardini) de todos los requisitos que parecen suficientes para asegurar una existencia tranquila y feliz. Sin embargo, durante la celebración de los treinta años que acaba cumplir cae presa de una angustia desoladora, inspirada por el fantasma Abastitiel -una nueva muestra de la eficaz combinación de realidad y fantasía que caracteriza la obra de Giraudoux-, quien le insiste en el tedio y la monotonía de su vida, compartida por un marido tan inteligente como aburrido. En busca de nuevas emociones, Edmée abandona su hogar, al que regresará al cabo de unos años, una vez aplacado su anhelo de renovación; es entonces cuando la enigmática figura de "Abastitiel" reaparece en su casa, ahora para estimular a la joven Claudie, destinada a repetir la historia de su madre.

Teatro

Amphitryon 38 -cuyo título recuerda las treinta y siete versiones anteriores que otros tantos dramaturgos habían ofrecido del mito clásico-, plantea, sin apartarse demasiado de la tradición, las mismas inquietudes acerca de la identidad que están presentes en otros textos de Giraudoux. Zeus, enamorado de Alcmena -la fiel esposa de Amphitryon-, se ve forzado a renunciar a la vanidad de ser amado por sus propias prendas al tener que asumir el aspecto físico y los valores espirituales de Amphytrion, único ser al que ama la mujer que es objeto de sus deseos. En Judith, en cambio, Giraudoux sí se aleja de la tradición -en este caso, bíblica- para presentar un vigoroso carácter femenino que encarna el afán de renovación de la mujer contemporánea, en lucha constante con los condicionamientos del pasado para alcanzar su emancipación. Así, la Judith del dramaturgo francés no acude al campo de Holofornes con el único propósito de salvar a los judíos -es decir, de realizarse por medio de su entrega a la familia o a la tribu-, sino con la firme voluntad de demostrarse a sí misma su propia fuerza, su capacidad para evadirse de los roles a los que parece haberla condenado su destino.

El vigor poético e imaginativo que alienta la producción literaria de Giraudoux, y su asombrosa implicación con los elementos más prosaicos de la realidad, reaparece con inusitada belleza en Intermezzo, pieza en la que el dramaturgo renuncia a la inspiración procedente de los mitos y leyendas del pasado para buscar nuevos estímulos dentro de la vida cotidiana que le rodea. La tranquilidad apacible y monótona de un pequeño pueblo alejado de los grandes núcleos urbanos se ve perturbada por la aparición de un misterioso fantasma que coquetea con la maestra de la escuela local. Ésta, obedeciendo los dictados de esa presencia fantasmal, empieza a llevar al alumnado al campo para explicar una serie de ideas románticas sobre la naturaleza que reflejan la ingenuidad y el candor del espíritu rousseauniano, hasta que el inspector de enseñanza, alarmado por la situación, decide poner fin a sus innovadores métodos pedagógicos. Tras haber contratado a dos verdugos encargados de eliminar al fantasma, el inspector despide a la maestra y pone la escuela en manos de un mediocre funcionario especializado en la comprobación de cuentas, pesos y medidas. Pero la huella del fantasma no desaparece así como así: el funcionario se enamora de la maestra y acaba casándose con ella, unidos ambos por un amor sencillo y prosaico que borra del pueblo cualquier sombra de inquietud. Triunfa, pues, la mediocridad de la vida cotidiana, pero después de la intervención decisiva de las fuerzas de la imaginación.

El retorno de Giraudoux a los viejos argumentos de la tradición clásica grecolatina quedó plasmado en La guerre de Troie n'aura pas lieu (1935), un bellísimo texto antibelicista que, huyendo de las declaraciones altisonantes y el sentimentalismo melodramático, señala la insignificancia del ser humano en su constante enfrentamiento con la fatalidad del destino. De nuevo aquí Giraudoux transforma la substancia básica de la leyenda para imprimir un giro sorprendente en el curso de los acontecimientos: Héctor, escarmentado de los horrores y miserias de la guerra, decide acabar con los impulsos belicistas de unos troyanos perturbados por el rapto de Helena llevado a cabo por Paris. Menelao, enfurecido por el secuestro de su esposa, ha sitiado con sus tropas la ciudad, y amenaza con destruirla si no le devuelven sana y salva a la raptada. Pero los troyanos, cautivados por la belleza de Helena, apoyan la acción de Paris, ya que la conquista individual de éste ha sido identificada con una conquista colectiva de Troya, y renunciar a Helena se les antoja un ultraje al honor de la ciudad. Frente a esta locura común -que implica necesariamente el desencadenamiento de la guerra-, Héctor pronuncia un poético y conmovedor discurso pacifista que da paso a sutiles observaciones sobre la pasión amorosa.

Dos años después del estreno de La guerre de Troie n'aura pas lieu, Giraudoux volvió a los argumentos de la tragedia clásica con Electra (1937), basada en el arquetipo universal de la hermana de Orestes e hija de Agamenón y Clitemnestra. Pero, una vez más, el dramaturgo francés dio una vuelta de tuerca al tratamiento habitual del mito en otros autores del pasado, para postular un tesis tan radical como inquietante y pesimista: los partidarios a ultranza de la justicia -encarnados en la figura de Electra-, en su ciega defensa de la razón justiciera, acaban destruyendo la armonía de los grupos humanos en que se articula la sociedad, desde la familia hasta la nación.

La fatalidad del destino se impone también en una de las últimas obras de Giraudoux, Ondine (1939), puesta en escena -como casi todas sus piezas teatrales- por su amigo Jouvet. En este caso, los materiales dramáticos proceden del folklore nórdico: la protagonista es una ninfa de las aguas que, revestida de apariencia humana, cae en las redes de unos pescadores que adoptan y educan como si de su propia hija se tratase. Su vida apacible y feliz al lado de sus convecinos mortales sufre una violenta alteración cuando se enamora de un apuesto caballero que ha llegado al lugar. Pero su naturaleza le impide compartir los amores terrenos y llevar esa vida sosegada y normal a la que ella aspira, circunstancia de la que, en vano, intentan persuadirla sus hermanas y los integrantes del pueblo de los Ondinos al que realmente pertenece.

Cabe, por último, detenerse en el excepcional drama póstumo La folle de Chaillot (1945), pieza que, por sí misma, hubiera bastado para situar a Giraudoux en la cúspide de la dramaturgia universal. Estrenado, también, por Louis Jouvet, consta de dos actos en los que se cuenta la alucinada peripecia justiciera de Aurélie, una anciana y estrafalaria mujer -a la que sus amigos confieren el título de condesa- que es conocida por el apodo de "la loca de Chaillot". En este barrio parisino vive la heroína, rodeada de unos seres que, como ella misma, rozan la vida marginal (un trapero, un vendedor ambulante y una fregona llamada Irma). Pero la extraña normalidad de su reducido universo se ve perturbada por la llegada de unos ricos hombres de negocios que están convencidos de poder extraer petróleo del subsuelo de Chaillot. Ante la amenaza que esta voracidad capitalista supone para ella y los suyos, la "condesa" Aurélie convoca a sus amigos marginales y a tres viejas amigas suyas (la loca de Passy, la loca de Saint-Sulpice y la loca de la Concorde) para implicarles en el plan que acaba de trazar: atraerá a los poderosos especuladores con el pretexto de que ha encontrado petróleo en la bodega de su casa, y allí los someterá a un peculiar proceso judicial en el que quedarán probadas todas sus culpas. El trapero, en su condición de improvisado abogado defensor de los hombres de negocios, no logra evitar que éstos sean condenados a muerte por el fantasmagórico tribunal instituido en la bodega de "la loca de Chaillot". Uno a uno, los especuladores son arrojados por un agujero que desemboca en las cloacas de París.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.