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HistoriaPolíticaBiografía

Gibbon, Edward (1737-1794).

Historiador inglés nacido en Putney (Surrey) el 27 de abril de 1737 y fallecido en Londres el 16 de enero de 1794. Es uno de los padres de la historiografía británica contemporánea, y sus obras, especialmente las dedicadas a la caída del Imperio Romano, todavía son una referencia bibliográfica inexcusable para cualquier investigador, erudito o aficionado a la historia europea de ese período.

Gibbon fue el mayor de los hijos de una familia de la alta burguesía inglesa, y también fue el único superviviente, ya que, aquejados todos los miembros del clan de una enfermiza salud, sus seis hermanos pequeños fallecieron al llegar a la adolescencia. Esta característica salud débil fue importante para la formación intelectual del joven Gibbon, ya que prácticamente le impidió asistir a la escuela; a cambio, palió las lecciones académicas con su avidez lectora, devorando todos los libros que pasaban por sus manos, especialmente los dedicados a Historia, Filosofía y Literatura. Cuando contaba 15 años de edad, y después de una aparente mejora en su estado de salud, se matriculó en uno de los colegios mayores de la universidad de Oxford, el Magdalen College, con el objetivo de afianzar su incipiente vocación de estudioso de las letras hacia la carrera universitaria. A pesar de ello, su periplo oxoniense no finalizó con buenos resultados, pues la excesiva rigidez del sistema universitario británico de aquellos tiempos no cuadraba demasiado con el carácter de Gibbon.

Por si esto fuese poco, los estudios de filosofía y teología cristiana hicieron mella en él, de tal modo que comenzaron sus dudas existenciales sobre la religión, efecto que se tradujo en la adopción del cristianismo católico como su credo, en el año 1753. Esta decisión enfureció a su familia, anglicana protestante de honda raigambre, y, además, le impidió asistir a la universidad, puesto que el acceso a ella estaba únicamente reservado a los protestantes. Gibbon, pues, decidió emigrar a Suiza, y se estableció en Lausana, una de las ciudades que más apostaba por la cultura de la Europa de la época y donde más actividades académicas se realizaban. Su padre, ante esta tesitura, le envió con una carta de recomendación a un pastor calvinista para que le diese cobijo y le ayudase en su nuevo periplo; además, en la citada carta también iban varios consejos destinados a rebatir las ideas religiosas de su hijo, labor que el prelado suizo realizó con gran eficiencia. Aunque sus biógrafos no se ponen de acuerdo sobre la cuestión, bien sea, como mantienen algunos, por corresponder al interés familiar, bien sea por razones personales, el caso fue que Edward Gibbon volvió a convertirse al protestantismo en 1754, bajo la experta admonición del pastor calvinista de Lausana.

Gibbon permaneció en Suiza hasta 1759, donde realizó estudios de materia clásica, pero añadiendo la lógica y la historia de Grecia como base desde la que apuntalar la existencia del Imperio Romano, que ya comenzaba a ser el objeto preferente de su estudio. Cuando regresó a Inglaterra, publicó su primera obra, Essai sur l'étude de la littérature ('Ensayo sobre el estudio de la Literatura'; Londres, 1761), escrita en francés durante su estancia en Suiza. A pesar de los consejos eruditos contenidos en ella, la primera incursión literaria de Gibbon fue un rotundo fracaso, puesto que las técnicas y métodos científicos continentales eran vistos con demasiado recelo por la comunidad académica británica de la época.

Un tanto apesadumbrado por este adverso inicio, Gibbon decidió alistarse en el ejército, donde permaneció dos años, el tiempo suficiente para darse cuenta de que la disciplina castrense no era lo suyo. En 1763 regresó a Europa, en primer lugar con el objetivo de recoger todas sus pertenencias en Lausana, pero que le llevó, vía París, a visitar la mayor parte de Suiza, para después cruzar los Alpes y viajar por toda Italia, especialmente Roma y Nápoles. Durante este viaje, su idea de escribir una historia del Imperio Romano, explicando las razones de su duración y también las causas de su caída, fue madurando poco a poco hasta dedicarle la mayor parte de su vida.

Dos años (1763-1765) permaneció Gibbon en Italia, documentándose in situ con las referencias necesarias para la redacción de su obra culminante, History of the decline and fall of the Roman Empire ('Historia del declive y caída del Imperio romano'). El primer volumen se editó en Londres durante el año 1776, y obtuvo una gran acogida por la comunidad científica; los dos siguientes, dedicados a la culminación imperial hasta la devastación del Imperio de Occidente por los bárbaros, se publicaron en Lausana (1781), hacia donde se había trasladado el propio Gibbon para buscar un ambiente más tranquilo que el de la cosmopolita capital británica. Previamente, había tenido que renunciar a su acta de diputado en el parlamento británico, obtenida en 1774, aunque siguió siendo comisionado del mismo foro para el comercio con Europa, cargo que mantuvo hasta 1783. Los tres últimos volúmenes de la obra, en los que analizaba los más de mil años de Historia del Imperio Romano de Oriente, no vieron la luz hasta cuatro años más tarde, en Lausana, con lo que completó los seis tomos de su magna obra.

Decir que la erudición es la característica más acusada de su obra sería, en parte, un argumento demasiado endeble, porque precisamente lo que caracterizó la obra de Gibbon fue la preocupación por encajar el aluvión de datos eruditos, característico de la historiografía de la época, en los procesos temporales de largo plazo. Esta fue la razón por la que planteó su obra, además de como un reto personal, como un precedente de los tiempos largos de la Historia que, un siglo más tarde, utilizarían como bandera los miembros franceses de la escuela de Annales. La precisión de Gibbon era milimétrica, pero no se contentaba con ello, sino que pretendía conectar cualquier acontecimiento con un proceso de desarrollo histórico a largo plazo. Por esta razón, Gibbon fue el primero en darse cuenta de que fenómenos como la extensión de la ciudadanía, la adopción del cristianismo como culto oficial, la rebaja de objetivos económicos en la producción agrícola esclava, no eran, como se había señalado, síntomas de la decadencia romana, sino los esfuerzos hechos por la sociedad imperial para paliar esa visible decadencia.

No obstante, la redacción de Gibbon, a su vez, también contiene varias de las características propias de lo que, en el siglo siguiente, iba a ser la historiografía europea de corte liberal-burgués, la cual valoraba las instituciones como pilar fundamental de las sociedades y atisbaba un tanto la equiparación entre imperio y Antiguo Régimen. Piénsese que Gibbon, a pesar de la búsqueda de la tranquilidad para poder escribir que denotan sus viajes a Lausana, vivió el enfervorecido clima revolucionario de la Europa de entre los siglos XVIII y XIX, efecto que, como es lógico, también influyó en su concepción de la decadencia de Roma como un efecto de los agentes positivos de una sociedad (en este caso las clases senatoriales y las oligarquías urbanas del Imperio), incapaces de controlar el acoso de los agentes de cambio (que serían los invasores germánicos, pero también los miembros del ejército, bárbaros en su mayoría), a la cabeza de las transformaciones de la época.

Otro de los hitos historiográficos del monumental estudio de Gibbon se centra en el tratamiento de la fiscalidad no como algo inerte, sino como un concepto dinámico y que, a la postre, sería uno de los factores de decadencia imperial. En este sentido, y a pesar de la amplitud de miras con que Gibbon trató el tema, las investigaciones posteriores han aclarado todavía más este punto, al solventar varios errores del estudio del británico; no obstante, a Gibbon le cabe el honor de ser el primero en señalarlo como importante, y también en abrir el camino de las investigaciones que se llevaron a continuación.

El único punto criticado de su labor, durante su época y la nuestra, es la poca importancia que Gibbon concedió al impacto del cristianismo en la desmembración del imperio. No obstante, se trata, prácticamente, de una discusión sin fin, puesto que en la actualidad muchos investigadores, como Gibbon hizo, no conceden a la extensión del nuevo culto el rango de factor de cambio, sino de carta jugada por las autoridades imperiales para intentar evitar lo inevitable. Por contra, otros historiadores defendían (y defienden) ideas totalmente contrarias. En cualquier caso, el lúcido análisis de la sociedad romana efectuado por Gibbon permaneció como modelo arquetípico de la historiografía de la mayoría de países europeos, al menos hasta la irrupción del materialismo histórico, lo que no es óbice para que, hoy día, muchos eruditos todavía consignen validez al mismo.

Por último, cabe añadir que tras su muerte, en 1794, uno de los mecenas y colaboradores de Gibbon, lord Sheffield, comenzó la preparación de la obra póstuma del historiador inglés, publicada en cinco tomos (1814) bajo el título de Gibbon's Miscellaneous Works. En ellos hay ensayos literarios, correspondencia epistolar, tratados de lógica, estudios diversos sobre latín y griego, así como un gran número de acomodaciones, rectificaciones y ampliaciones sobre las teorías contenidas en su obra magna, buena prueba de que, hasta el fin de sus días, Gibbon siguió preocupado por el contenido de su History of the decline, una de las obras cumbre de la historiografía de todos los tiempos.

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez