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LiteraturaBiografía

Frost, Robert Lee (1874-1963).

Poeta estadounidense, nacido en San Francisco (California) en 1874 y fallecido en Boston (Massachusetts) en 1963. Autor de una extensa y brillante producción poética que, inscrita plenamente en la estética de la poesía regional, toma como punto de partida la peculiar dicción de los granjeros de Nueva Inglaterra para incorporar al lenguaje literario nuevos registros rítmicos y modelos temáticos, está considerado como uno de los grandes cantores de la geografía natural y humana de su país, y, para muchos, como el mayor poeta genuinamente americano después de Walt Whitman. Por la intensa emoción y la alta calidad que atesoran sus versos, fue galardonado en cuatro ocasiones con el prestigioso Premio Pulitzer (1924, 1931, 1937 y 1943).

Vida

Dotado desde su infancia de una exquisita sensibilidad que le llevó a centrar su atención tanto en el estudio de la cultura humanística como en el bello entorno natural que le rodeaba, abandonó pronto el Oeste de los Estados Unidos para cursar estudios superiores en la Universidad de Harvard (en Cambridge, Massachusetts), a la que, pocos años después, regresó en calidad de profesor. Sin embargo, esta exitosa trayectoria intelectual no bastaba para satisfacer sus inquietudes artísticas, y mucho menos colmaba las aspiraciones de esa profunda espiritualidad que, desde niño, le había llevado a buscar la paz y el sosiego en la fusión con la naturaleza. De ahí que pronto tomara la audaz determinación de abandonar su andadura docente para instalarse en el estado de New Hampshire, dentro de la región de Nueva Inglaterra, rodeado por un majestuoso marco natural que de inmediato se convirtió en su patria poética (es decir, en un espacio real y, al mismo tiempo, literario que le brindó no sólo imágenes de incomparable belleza para sus descripciones líricas, sino también argumentos reflexivos para construir toda una obra de creación que, en el fondo, era el testimonio de una forma de vida).

En su nuevo ámbito social y paisajístico, Robert Lee Frost comenzó a ganarse la vida trabajando de zapatero y, sobre todo, practicando la agricultura, en un intento de acercarse más a la tierra y a esos secreto de la vida rural que, a la postre, se convertirían en la clave fundamental de su creación poética. Pero, durante muchos años, vivió sometido a las fuertes contradicciones que surgían del enfrentamiento entre esta predilección por los espacios naturales y su innata inclinación humanística, que le exigía de contino la ampliación de ese limitado horizonte cultural que tenía ante sí en el campo. De ahí que, víctima todavía de esa inseguridad, en 1912 (ya convertido en padre de familia) cediera a sus latentes ambiciones literarias y se embarcase rumbo a Inglaterra, con el intento de encontrar allí el impulso decisivo para su carrera de escritor.

Tuvo la fortuna de toparse, en el Reino Unido, con un joven Ezra Pound que, ya consagrado en Europa como una de las grandes voces líricas de las Letras norteamericanas, se volcó con entusiasmo en la promoción de los versos de su compatriota y consiguió que una editorial londinense llevara a la imprenta su poemario A boy's will (Deseo de muchacho, 1913), una espléndida colección de poemas que recabó de inmediato la atención de la crítica especializada y permitió a Robert Lee Frost publicar, al cabo de un año, otro excelente libro de poesía, titulado North of Boston (Al norte de Boston, 1914). La publicación de estos dos poemarios otorgó al ya maduro poeta norteamericano -contaba cuarenta años de edad cuando vio la luz la segunda de las obras recién citadas- un amplio reconocimiento internacional, lo que le permitió regresar a su país natal en 1915 rodeado de un prestigio del que carecía cuando, tres años antes, se había embarcado rumbo a una incierta aventura literaria. Gracias a ese renombre adquirido en Londres, Robert L. Frost fue invitado a impartir clases en varios centros superiores de los Estados Unidos de América, y durante algún tiempo volvió, en efecto, al ejercicio de la docencia, primero en la Universidad de Amherst y luego en la de Michigan.

Pero de nuevo su añoranza de la vida natural le empujó a retirarse a sus bellísimos dominios rurales de Nueva Inglaterra, en donde emprendió otra vez una vida marcada por el estoicismo, la búsqueda de la soledad y la renuncia a las ambiciones mundanas propias de los círculos literarios de los grandes foros culturales. Rodeado, al fin, como era su anhelo por ese paisaje solemne que ya empezaba a ser recurrente en su creación poética, se sirvió de este ejercicio literario no sólo para la celebración de la belleza natural de su entorno, sino también para oponer la pervivencia de la palabra poética a la caducidad humana, a la amarga experiencia de la muerte y al temor angustioso a la nada. Consagrado, en fin, por numerosos galardones y reconocimientos como ese gran patriarca de las Letras norteamericanas heredero -al menos, en lo que al canto de la vida natural se refiere- del genuino carisma nacional que había adornado a Walt Whitman, continuó llevando una apacible -y, a la larga, longeva- existencia en sus predios de Nueva Inglaterra, sin dejar de dedicarse a una actividad creativa que se prolongó hasta un año antes de su muerte, acaecida en 1963, cuando el poeta de San Francisco estaba a punto de alcanzar la condición de nonagenario.

Obra

En el conjunto de la producción lírica de Robert L. Frost, la constante tensión que se advierte en las relaciones que unen al hombre con la naturaleza se configura como el tema principal sobre el que se sustentan otras muchas ideas derivadas directamente de él, que van desde la exaltación ingenua y límpida de la belleza paisajística -propia de sus composiciones primerizas-, hasta la honda reflexión moral sobre una naturaleza panteísta en la que se funden lo visible y lo invisible -presente ya en su versos de madurez-. En este sentido, la crítica ha situado la poesía de Frost dentro de esa corriente de exaltación regionalista y telúrica que recorre buena parte de la literatura norteamericana del siglo XIX, desde el trascendentalismo de Emerson (1803-1892) hasta la religiosidad anclada en la naturaleza de Dickinson (1830-1886), pasando por el ya citado misticismo vitalista de Walt Whitman; pero, en el fondo, los versos de este "hijo adoptivo de Nueva Inglaterra" hunden sus raíces en una tradición universal que podría remontarse hasta Hesíodo, Píndaro, Teócrito, Virgilio, Horacio..., y otros muchos poetas de la tradición clásica grecolatina que quisieron buscar, en las relaciones entre el ser humano y el ámbito natural que le rodea, la auténtica dimensión espiritual del hombre.

Dentro de esta corriente milenaria universal, la poesía de Frost se individualiza y gana en originalidad al convertir a todos los seres y a los elementos naturales de su entorno en figuras o entidades que, en su dimensión estrictamente literaria, parecen asomarse por vez primera al asombro del universo. Se diría, en efecto, que, en sus versos, las bellísimas mutaciones estacionales, la fuerza abrasadora del sol, la inquietante presencia de las sombras y, en medio de todo ello, la soledad incierta de hombres y animales frente a la grandeza -unas veces lírica, pero otras trágica- de la tierra, cobran vida a cada paso, merced a la poderosa capacidad genésica del lenguaje acuñado por Frost. Y todo ello debido al fecundo acierto del poeta a la hora de incorporar a los rígidos moldes formales de la poesía inglesa de la época ese ritmo peculiar de los granjeros de Nueva Inglaterra, con lo que logra dotar a su expresión lingüística de un tono coloquial de asombrosa sencillez natural, en el que la fuerza del verbo abarca plenamente el gesto físico y la simplicidad de la imagen. Se adentra así Robert Frost en la brecha estética abierta por William Wordsworth (lenguaje familiar, sencillo y directo, encaminado a ensalzar la belleza de lo cotidiano), y al mismo tiempo rechaza -en plena efervescencia primero del Modernismo y luego de las Vanguardias- la ampulosa artificialidad del lenguaje modernista y la oscuridad pretenciosa y extravagante de tantos excesos cometidos en nombre del vanguardismo; y, aunque el vigoroso ritmo verbal conseguido con la incorporación de la dicción de los granjeros llamó la atención de algunos poetas tan atentos a las últimas novedades experimentales como Ezra Pound, lo cierto es que la claridad expresiva de Frost, su empleo constante de ritmos coloquiales y su acuñación de imágenes sencillas alejan radicalmente sus versos de la poesía que, por aquellos años, estaban elaborando el propio Pound y otros célebres poetas norteamericanos de gran predicamento, también, entre la crítica y los lectores, como Wallance Stevens (1879-1955) y Thomas Stearns Eliot (1888-1965). Precisamente es en esa contraposición de los ritmos ritmos del habla cotidiana y las rigurosas formas métricas tradicionales donde anida la novedosa fuerza original de la poesía de Robert Frost, algunas de cuyas composiciones (especialmente, las que reflejan una escena rural o un acontecimiento natural) gozaron de enorme aceptación entre esos lectores norteamericanos que veían en ellas una descripción exacta de su habla, su entorno y su forma de vida.

Además de los dos poemarios publicados en el Reino Unido, la obra poética de Robert Lee Frost comprende otros títulos tan notables como Mountain Inval (1916); New Hampshire: A poem with notes and grace notes (1923; premio Pulitzer en 1924); West-Running Brook (1928); The Lovely Shall be Choosers (1929); Collected poems (Poemas escogidos, 1930; premio Pulitzer en 1931); The Lone Striker (1933); A Further Range (1936; premio Pulitzer en 1937); From Snow to Snow (De nieve en nieve, 1936); Collected Poems (1930-39) (1940); A Witness Tree (Un árbol testigo, 1942; premio Pulitzer en 1943); A Masque of Reason (1945); A Masque of Mercy (Disfraz de compasión, 1947); Complete Poems (1949) e In the clearing (En el claro, 1962). Además, Robert Lee Frost fue autor de una obra teatral titulada A Way Out (1929).

Bibliografía

  • THOMPSON, Lawrence: Robert Frost: The years of triumph, 1915-1938.

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.