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HistoriaReligiónBiografía

Fonseca, Alonso de, o Fonseca el Mozo (1422-1505).

Prelado español nacido en Toro (Zamora) en 1422 y muerto probablemente en Osma en diciembre de 1505. Era sobrino de Alonso de Fonseca el Viejo y, al igual que éste, tuvo una destacada participación en los asuntos políticos y religiosos del Cuatrocientos castellano.

Alonso fue hijo de Pedro de Ulloa y de Isabel de Quesada, miembros de un linaje urbano enraizado en la ciudad de Toro. No se tiene constancia de que cursara estudios eclesiásticos, pero, a juzgar por su posterior producción sinodal en el seno de la Iglesia, no cabe duda de que alcanzó un importante grado de conocimiento teológico. Su carrera, desde el inicio, estuvo alentada por su tío Alonso de Fonseca. Hacia 1440 era capellán de la corte de Juan II, aunque a los pocos años cambió el escenario cortesano por un puesto más espiritual, como fue el de prior comendatario del monasterio de San Román de Hornija (Zamora). Poco tiempo más tarde, cuando su tío fue consagrado como obispo de Ávila (1445), Fonseca el Joven le acompañó a tierras abulenses, pues consiguió hacerse con una canonjía de la catedral de Ávila. Allí permaneció incluso cuando su tío fue elegido arzobispo de Sevilla (1454).

En 1460, con ocasión de la vacante del arzobispado de Santiago, Fonseca el Viejo quiso promover a su sobrino hacia la silla compostelana. Este deseo del entonces todopoderoso valido de Enrique IV provocó un conflicto de intereses entre él y el conde de Trastámara, Pedro Álvarez Osorio, que había nombrado a su hijo, Luis de Osorio, como arzobispo de Santiago. Gracias a sus influencias en la Santa Sede, el arzobispo de Sevilla realizó una maniobra de compromiso: Fonseca el Mozo sería arzobispo de Sevilla mientras que su tío lo sería de Santiago, hasta el momento en que el conde de Trastámara entrase en razón y se acabara el conflicto, en que ambos parientes permutarían sus diócesis. Así pues, en 1461 Fonseca el Viejo tomó posesión de Santiago y del señorío arzobispal, a pesar de que las tropas del conde de Trastámara intentaron impedírselo. En 1463, una vez fallecido el conde de Trastámara y pacificada la situación, Fonseca el Viejo instó a su sobrino a cumplir lo pactado y permutar las diócesis, pero éste se negó: el marqués de Villena, Juan Pacheco, no había desaprovechado la ocasión de atraerse al joven prelado hacia su bando.

La negativa enfureció al veterano obispo, que cabalgó hacia Coca donde iba a celebrarse una reunión nobiliaria con la presencia de ambos, Villena y Fonseca el Joven. Las amenazas de Fonseca el Viejo provocaron una auténtica revuelta civil en Sevilla: los prelados más jóvenes, el concejo y la burguesía, hartos de los manejos de Alonso de Fonseca, preferían que al Fonseca Joven, mientras que los grandes nobles y el clero veterano apoyaban al Viejo. Finalmente, la cuestión se complicó tanto que fue el propio rey quien tuvo que intervenir en el asunto, y lo hizo a la veleidosa manera acostumbrada: primero, en octubre de 1463, redactó un mandato para que la sede fuera restituida a favor del arzobispo viejo... y en seis meses cambió de idea y dejó al arzobispo joven con su sede. La situación se volvió realmente esperpéntica: Fonseca el Viejo acampó en el arrabal de Sevilla junto a unos cuantos partidarios suyos, donde esperaba pacientemente que le fuese devuelta su posesión. En el interior de Sevilla, los detractores de Fonseca el Joven instaban a la revuelta, mientras que el arzobispo se atrincheraba con los suyos en la catedral. El esperpento no podía finalizar de otra forma: Enrique IV envió a uno de sus capitanes, Juan Fernández Galindo, para hacer prisioneros tanto al tío como al sobrino. Pero Fonseca el Viejo, avisado por el marqués de Villena (que quería hacer el doble juego a ambos, tío y sobrino), consiguió escapar a Béjar ayudado por el conde de Plasencia, Álvaro de Estúñiga. La colérica reacción de Enrique IV ante la huida del prelado fue solicitar la destitución del arzobispo a la Santa Sede. Entre 1464 y 1465, Suero de Solís (en nombre del rey) y el cronista Alfonso de Palencia (en nombre de Fonseca el Viejo) dirimieron la cuestión ante la corte. Finalmente, los delegados pontificios, el cardenal Besarión y Guillermo de Ostia, acabaron por ordenar la restitución arzobispal tal como estaba planteada de antemano: Fonseca el Viejo sería arzobispo de Sevilla y Fonseca el Joven lo sería de Santiago.

No tardó demasiado tiempo en abandonar las tierras gallegas. Enrique IV le concedió en 1469 el nombramiento como obispo de Ávila, tierra a la que había estado ligado Fonseca el Mozo desde su juventud y por la que se sentía muy atraído. Como obispo de Ávila, destacaron las diversas labores piadosas que fomentó Alonso de Fonseca, entre ellas la fundación en 1478, a instancias de María Dávila, del embrión del convento dominico de Santo Tomás de Ávila, así como la entrega de la imagen de Nuestra Señora de Sonsoles a la cofradía que se encargaría de su culto (1480). Tuvo algún problema con la Santa Sede merced a la protección que dispensó hacia fray Diego de Arévalo, acusado por el nuncio pontificio, Leonoro de Leonori, de falsificar las bulas de cruzada, pero logró solucionar el problema con habilidad. En 1480 redactó unos estatutos para el funcionamiento interno del cabildo catedralicio abulense, de gran aceptación, mientras que en 1481 convocó un sínodo diocesano para reformar la estructura del obispado. Sus sermones e ideas para esta reforma merecieron el aplauso de todos sus contemporáneos, a la vez que mostraron su conocimiento de los problemas que acechaban a la Iglesia.

Desde su posición de obispo de Ávila, Fonseca el Mozo colaboró continuamente con los Reyes Católicos, tanto en el terreno militar como en el político. En 1476, el propio obispo comandaba sus tropas señoriales en la batalla de Toro, librada contra las huestes portuguesas del pretendiente Alfonso V de Portugal. El mismo año, al participar en las cortes de Madrigal, Alonso de Fonseca se mostró totalmente favorable a la institución de la Hermandad, sabedor de que un cuerpo militar de tal calibre puesto a disposición de Isabel y Fernando ayudaría sobremanera a la pacificación del reino. Gracias a este apoyo mostrado, en 1485 los Reyes Católicos promovieron a Alonso de Fonseca hacia el obispado de Cuenca, lo que aceptó el prelado. Nada más llegar, Fonseca tuvo que hacer frente a una crisis económica brutal, dada la elevada suma monetaria que el Papado solicitaba a la diócesis conquense en concepto del pago de media anata. Con la intercesión de Isabel la Católica, el nuevo obispo consiguió moderar la cantidad y aplazarla para que el pago no quebrase las arcas de la diócesis conquense. En 1486, con ocasión de la entrada triunfal de Fernando el Católico en Cuenca, Alonso de Fonseca organizó una espectacular puesta en escena, con el reconocimiento de toda la ciudad hacia el monarca.

A la vez, continuó con la labor reformadora que ya iniciase con éxito en la diócesis de Ávila. En 1487 ultimó los estatutos sobre los hábitos de residencia de los clérigos conquenses, fijados para su cumplimieto en 1488 y completados en 1491, con unas ríquisimas adiciones en conceptos tales como el servicio de altar y gobierno del coro. El único problema al que tuvo que enfrentarse fue un pleito entre un pariente suyo, Pedro de Acuña, y Juan de Silva, que se disputaban las tercias de Toro y recurrieron a su autoridad para solucionar el problema. En 1493, Alonso de Fonseca volvió a cambiar de silla diocesana, haciéndose cargo del obispado de Osma. Al mismo tiempo, y siempre a instancias de los Reyes Católicos, obtuvo la administración perpetua del monasterio de Parraces (Segovia), un cenobio agustino que se encontraba en total decadencia. Fonseca optó por solucionar la crisis de Parraces mediante su adscripción a la orden de San Jerónimo, cuyo vigor a finales del siglo XV era probado. A pesar de que no obtuvo éxito, su propuesta no cayó en el olvido y, medio siglo después de su fallecimiento, Felipe II incorporó el monasterio de Parraces al de San Lorenzo de El Escorial.

En su nuevo destino, Alonso de Fonseca también tuvo que hacerse cargo de la crisis del monasterio de San Román de Hornija, el que fuera uno de sus primeros destinos eclesiásticos y con el que todavía mantenía una gran relación afectiva y organizativa, pues era su comendador mayor. Al igual que ya hiciese con el cenobio de Parraces, Fonseca intentó fusionarlo con la entonces pujantísima congregación vallisoletana de San Benito. El proceso, aunque lento, acabó por tener éxito en febrero de 1503. Como obispo de Osma, Fonseca destacó por iniciar las reformas arquitéctonicas no ya de la catedral, sino también de algunos edificios adyacentes, así como la reconstrucción de la iglesia colegial de Toro. Pese a esta labor, existen dudas acerca de su residencia efectiva en la ciudad, ya que su veteranía y experiencia le hicieron que fuese reclamado por los Reyes Católicos en diversos compromisos. Así, en 1500 Fonseca figuró en el séquito que acompañó a la princesa María hacia Portugal, donde iba a contraer matrimonio con el rey Manuel el Afortunado. Dos años más tarde, como prueba de esta confianza que lsabel y Fernando tenían en él, Fonseca fue uno de los religiosos que asistió al solemne juramento mediante el cual Felipe el Hermoso y la princesa Juana eran jurados herederos, acto celebrado en la catedral de Toledo.

Los últimos años de Fonseca estuvieron dedicados a preservar la diócesis de Osma de cualquier enfrentamiento. Al tiempo que concluían las obras de reforma del palacio episcopal de Osma, Fonseca puso un pleito ante la Chancillería de Valladolid contra el marqués de Villena, debido a diferencias en los bienes comunales de la diócesis. La Chancillería falló a favor del obispo, lo que dio más independencia si cabe a sus ministros. A su muerte, en diciembre de 1505, el cadáver de Fonseca, siguiendo instrucciones testamentarias, fue trasladado hacia su ciudad natal, Toro, donde fue enterrado en el real monasterio de San Ildefonso (aunque otras fuentes indican que fue en la colegiata). Tal como era habitual en la época, su estado religioso no impidió que Fonseca dejase tres hijos: Gutierre de Fonseca, heredero de un mayorazgo instaurado por su padre y bendecido por los Reyes Católicos; Fernando de Fonseca, que siguió la carrera eclesiástica paterna y fue abad de la iglesia del Sepulcro en Toro; y Ana de Fonseca, que casó con Juan de Tejada, de ilustre familia. La biografía de Alonso de Fonseca el Mozo, al contrario que la de su tío homónimo, destaca por la laboriosidad y éxito con que acometió diversas medidas reformistas en el seno de la Iglesia, razón por la que está considerado como uno de los más importantes prelados de la época de los Reyes Católicos.

Bibliografía

  • CALVO ALAGUERÓ, G. Historia de la ciudad de Toro, con noticias biográficas de sus más ilustres hijos. (Valladolid, 1909).

  • PALENCIA, A. DE. Crónica de Enrique IV. (Madrid, 1976-1977, 3 vols.)

  • PULGAR, H. DEL Claros varones de Castilla. (Ed. J. Domínguez Bordona, Madrid, Espasa-Calpe, 1954).

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez