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Federico II. Emperador del Sacro Imperio y Rey de Sicilia (1194-1250).

Emperador de Alemania y rey de Sicilia, nacido en Iesi (Italia) el 26 de diciembre de 1194 y fallecido en el castillo Fiorentino, en la Apulia (Italia), el 13 de diciembre de 1250.

Minoría de edad

Hijo del emperador germánico Enrique VI y de doña Constanza de Hauteville, hija de Roger II y heredera del reino de Sicilia, Federico Roger de Hohenstaufen fue confiado en el momento de su nacimiento a Conrad von Urslingen, duque de Spoleto, que lo llevó a Foligno, cerca de Asís. A los dos años su padre, utilizando el tesoro de los reyes normandos, consiguió que los príncipes alemanes designaran a Federico sucesor legítimo a la cabeza del Sacro Imperio y Rey de Romanos y un año después Enrique VI murió y la reina Constanza asumió la regencia del reino de Sicilia en nombre de su hijo; el 17 de mayo de 1198 Federico fue coronado en Palermo rey de Sicilia, duque de Apulia y príncipe de Capua. Desde este momento, su madre trató de colocarlo bajo la tutela del papa Celestino III, pero las muertes sucesivas del papa y de doña Constanza dejaron a Federico sin protección, de momento, porque la petición de la reina fue recogida por el nuevo papa, Inocencio III.

Durante la minoría de Federico, éste quedó bajo el cuidado de un tal Gentile de Manupello, que en absoluto defendió los derechos del niño ante las ambiciones del antiguo consejero del emperador, Markward von Anweiler. Federico, a pesar de contar tan sólo con siete años de edad, envió una carta a Inocencio III poniendo al papa al corriente de los vejatorios tratos a que se veía sometido. El papa no hizo nada por ayudarle inmediatamente, pero en 1206 reconsideró el asunto y ofreció a Gaultier de Palaglia el cargo de canciller, desde el que éste suavizó la corrupción, restituyendo a los condes italianos frente a los barones alemanes y devolviendo a los funcionarios eclesiásticos a los puestos claves de la administración. Pero desde ese momento Inocencio III consideró Sicilia como un feudo pontifical. Federico vivió su niñez educado por un equipo designado por Gaultier de Palaglia: Gregorio Galgano, delegado del papa en Sicilia, Giovanno Trajetto, notario apostólico y Pietro de Nicola, arzobispo de Tarento; completaron su educación los cadíes musulmanes de Palermo, con los que aprendió árabe y los rudimentos de la lógica, del cálculo y del álgebra, recién introducida en Italia por Leonardo de Pisa. Estos conocimientos constituyeron las bases de la cultura universal que ostentaría en su madurez. Poco antes de decretarse su mayoría de edad, Federico hablaba latín, griego, árabe, provenzal y el dialecto siciliano; no hablaba, sin embargo, una palabra de alemán.

Federico, rey de Sicilia

Federico II alcanzó su mayoría de edad el 26 de diciembre de 1208 e inmediatamente declaró que ejercería el poder por sí mismo. Sus primeros actos fueron informar al papa de que su regencia había terminado y disolver el Consejo de Familia que había ejercido su tutela. Después reunió un consejo de juristas para que realizaran un inventario de todas las expoliaciones de que Sicilia había sido víctima desde la muerte de Enrique VI. Inocencio III reaccionó ante el ímpetu político del nuevo rey y aceleró los trámites para casarlo con doña Constanza, hermana de Pedro II de Aragón, evitando así que Federico casase con una princesa germánica, lo que hubiera llevado a un relajamiento de la influencia pontificia sobre Sicilia. Federico acudió a Siracusa a principios de 1209 para firmar el contrato matrimonial y en agosto del mismo año recibió en Sicilia a su futura esposa. La boda se celebró en Palermo el 19 de agosto. Rápidamente la reina ganó una notable influencia sobre Federico. Al año siguiente ambos esposos huyeron de Palermo y se refugiaron en Catania ante la epidemia de peste que diezmó la ciudad.

En cuanto al gobierno de Sicilia, Federico transformó la cancillería real en una "oficina de control" que supervisó la legitimidad de la posesión de las propiedades de la isla y desposeyó de las tierras a aquellos prevaricadores que se habían apoderado de ellas mediante la falsificación de sus títulos de propiedad. El rey ordenó restituir a la Corona las tierras enajenadas y se encontró con la oposición de los condes Paolo y Ruggiero de Gerace y con el poderoso Anfuso de Roto, señor de Tropea. Pero Federico apenas contaba con efectivos militares para que obligar a cumplir su mandato, por lo que resolvió la situación con un método que emplearía con frecuencia en lo sucesivo: hizo partícipe a la opinión pública de la legitimidad de su acción mediante una circular destinada a la abadía de Montecassino y a todos lo prelados y nobles de su reino (1210). También recuperó el rey los principales puertos de la isla, retenidos por los pisanos en virtud de un acuerdo firmado con Markward von Anweiler, recurriendo a la alianza con los genoveses. La expulsión de los pisanos supuso la reanudación de las relaciones comerciales con las ciudades marítimas de Italia, que trajo un cierto esplendor a la corte de Palermo.

Y si en el interior el poder de Federico se acrecentaba, pronto tuvo, sin embargo, que hacer frente a una amenaza exterior: la conquista de Sicilia iniciada por el duque de Brunswick, Otón, que había sido elegido emperador por la facción güelfa (1199). De nada había servido la excomunión de Otón por parte de Inocencio III; en el otoño de 1211 ya había conquistado toda la parte continental del reino siciliano y comenzó a trabar relaciones con los pisanos y los árabes de Palermo en orden a acometer la conquista de la isla. La situación era tan crítica que Federico ordenó preparar una galera para la huida, pero Otón abandonó la campaña precipitadamente porque los asuntos de Alemania tomaban un grave cariz: Inocencio III había conseguido el apoyo de los reyes de Francia e Inglaterra y convocó una asamblea en Nuremberg en la que se proclamó a Federico emperador de Sacro Imperio. El rey de Sicilia conoció la noticia a principios de 1212, cuando una comitiva de príncipes alemanes acudió a Palermo para rogarle que viajara inmediatamente a Alemania, donde debía ser coronado. Antes de partir, Federico hizo coronar a su hijo Enrique, de un año de edad, y le puso bajo la regencia de la reina, con el consejo de Gaultier de Pagliara. En febrero Federico viajó a Mesina, donde formalizó su sumisión a la Santa Sede, y después embarcó rumbo a los Estados Pontificios, llegando a Roma a principios de abril. Inocencio III le hizo firmar nuevas clausulas de sumisión a la Iglesia. A finales de mes el Rey de Romanos tomó el camino de Alemania, acompañado del legado pontifical, Berardo de Castacca. Durante el viaje fue espléndidamente acogido en Génova, atacado por tropas milanesas y por el duque de Merania, que le hizo desviar su camino, hasta que finalmente llegó a territorio imperial. Encontró cerradas las puertas de Constanza y tuvo que ser Berardo de Castacca quien, apelando a la excomunión lanzada por el papa sobre Otón de Brunswick, persuadió a sus habitantes para que dejasen entrar a la comitiva dentro de las murallas, dado el caso de que el ejército del güelfo se encontraba cercano a la ciudad, con la intención de capturar a Federico. Durante los meses siguientes Federico siguió su ruta hacia el norte, ganando la adhesión de las ciudades por las que pasaba y engrosando su ejército con efectivos de cada una de ellas. En Alsacia se instaló en el castillo de Haguenau, donde estableció su corte.

Otón había comprendido que los apoyos de Federico eran demasiado poderosos y, como medio para eliminar a su rival, decidió terminar primero con el más importante de ellos: el rey de Francia, Felipe Augusto. Federico conoció las intenciones del duque de Brunswick gracias a Conrad von Scharfenberg, ex-canciller de Otón, al que entregó los obispados de Metz y Spira. El güelfo contaba con la alianza de Juan Sin Tierra, que se había convertido en su sobrino, y de los duques de Flandes y Bravante. Federico informó al delfín, Luis, de los planes de Otón en una entrevista en Vaucouleurs, en diciembre de 1212; aquel mismo mes Federico fue proclamado único emperador legítimo en una asamblea en Frankfurt. El 9 de diciembre Federico fue coronado en la catedral de Maguncia, aunque la ceremonia tuvo un carácter simbólico. Durante el año siguiente Otón ultimó los preparativos de la invasión de Francia. El encuentro decisivo tuvo lugar en Bouvines el 27 de julio de 1214, donde la victoria francesa sobre la coalición internacional supuso el fin de las aspiraciones de Otón, porque después de la derrota perdió todas sus alianzas.

Y para Federico la victoria de Bouvines, en la que no participó directamente, supuso la apertura de los caminos del Imperio. Recibió el vasallaje de la ciudad de Colonia (en la que se había refugiado el duque de Brunswick) y marchó hacia Aquisgrán, donde fue de nuevo coronado (esta vez con los atributos imperiales auténticos; los de Maguncia habían sido copias) el 25 de julio de 1215.

Emperador de Sacro Imperio

Al día siguiente de su coronación. Federico anunció su intención de tomar la Cruz y partir hacia Tierra Santa. Inocencio III ratificó el ascenso de Federico a la dignidad imperial en el concilio celebrado en Letrán en noviembre de 1215 y enseguida envió una delegación a Estrasburgo para asegurarse de la manera en la que el nuevo emperador pensaba renunciar al trono siciliano (una de las condiciones de la primera entrevista entre Inocencio III y Federico II, en 1212). Y aunque Federico contestó positivamente a las peticiones del papa, éste nunca llegó a saberlo, porque murió antes de conocer la respuesta del emperador. La muerte del poderoso pontífice había liberado a Federico de sus compromisos anteriores. En 1213 Federico promulgó en Egber la Bula de oro por la que trató de agrupar la infinidad de principados de que se componía el Imperio alrededor de los príncipes más poderosos, con la intención de fortalecer la estructura feudal del Imperio, y a pesar de que en esa bula Federico dejaba parte de sus regalías.

Después del ascenso al solio pontificio de Honorio III, Federico quiso eliminar todas las concesiones que su madre y él habían hecho a la Santa Sede y convocó una asamblea en Frankfurt en la que, por unanimidad, se eligió a su hijo Enrique Rey de Romanos. Después viajó a Roma con su esposa para recibir la corona imperial de manos del papa (22 de noviembre de 1220), y con ella la prebenda de canónigo en el cabildo de San Pedro, que le confería el mismo poder espiritual que un obispo. En el transcurso de la ceremonia Federico ratificó su intención de tomar la Cruz en el mes de agosto siguiente.

Los asuntos en el reino de Sicilia

El emperador y la emperatriz se dirigieron al sur y llegaron a Capua a finales de año. En la primavera de 1221 Federico reunió una asamblea de notables, la "Audiencia de Capua", en la que se promulgó una nueva "constitución" para Sicilia, cuyo objetivo era restablecer el poder real en aquellos lugares en los que hubiera sido usurpado por las ciudades, los nobles y la Iglesia. Creó una universidad en Nápoles para la formación de los nuevos funcionarios, cuya novedad estribaba en que dependía por entero del Estado, que subvencionaba los estudios de los alumnos, a los que luego se incorporaba a la administración. Posteriormente Federico procedió a reformar su Cancillería para optimizar sus funciones. Formaron parte de ella Berardo de Castacca, Conrad von Scharfenberg, Hermann von Salza, Gran maestre de los Caballeros Teutónicos, y más adelante Pedro de Vigne, un importante jurista. Gracias a las reformas, Sicilia se convirtió en el primer reino centralizado de Europa y conoció un espectacular auge económico. También fundó Federico una escuela de Medicina en Salerno, que pronto adquirió una alta reputación.

Cuando regresó a Palermo, Federico hubo de ocuparse de frenar los abusos que los nobles habían hecho durante sus ocho años de ausencia, y en esta ocasión usó la fuerza. Instituyó la figura del "justiciero", cargo militar pagado, que significaba que su actuación no respondía a los intereses del rey, sino de la Justicia. A continuación sometió todos los puertos de la isla bajo su autoridad, pero con esto no terminó de pacificar Sicilia, ya que los musulmanes de la isla también se habían rebelado contra la Constitución, porque las Leyes de Capua les colocaban en una situación de inferioridad respecto a los cristianos. La revuelta de los árabes, encabezada por el emir Ibn Abbad, fue sofocada en otoño de 1222 con la toma de su centro de operaciones, la fortaleza de Jabo, pero resurgió el mismo invierno con la reconquista del castillo por parte de los musulmanes. La guerra se prolongó durante casi tres años, reavivada por grupos aislados de las montañas, pero la capitulación de los jefes sarracenos en 1224 calmó de nuevo la situación y llevó a la disolución de las estructuras de la comunidad musulmana de Sicilia y a su expatriación en Lucera, al noroeste de Foggia, en una ciudad construida para el efecto. El rey restituyó a los musulmanes todos sus derechos y de entre los guerreros de Lucera formó dos ejércitos y una guardia personal de seiscientos caballeros.

El trato que el emperador daba a los árabes alarmó al papa, que no dudó en hacerle responsable del desastre de Damietta durante la Quinta Cruzada, ya que por dos veces había prometido tomar la Cruz y aún no lo había hecho. Federico pudo suavizar sus relaciones con Honorio III gracias a la mediación de Hermann von Salza, que mantuvo conversaciones con el pontífice en varias ocasiones, excusando a Federico de la Cruzada por causa de los problemas internos de Sicilia. El papa aceptó las prórrogas solicitadas por el Maestre de los Caballeros Teutónicos, pero urgió a Federico a que tomase la Cruz, como muy tarde en 1225. Como llegó tal fecha y Federico aún no había partido hacia Tierra Santa, Honorio III convocó una conferencia en Foggia para exigir responsabilidades al emperador; de nuevo fue von Salza quien logró eludir el anatema con el que el papa amenazaba, pero esta vez Federico debió consignar por escrito sus compromisos, que le obligaban a estar en Tierra Santa para el 27 de agosto (Tratado de San Germano, firmado a finales de julio de 1225). Y además se conjuró una nueva circunstancia para apremiar a Federico a emprender la Cruzada: Juan de Brienne, rey de Jerusalén acudió ante Honorio III para proponer el matrimonio de su hija, Yolanda, con Federico (que había enviudado en junio de 1222); casando con la heredera del reino de Jerusalén, Federico se convertía en rey de Jerusalén, razón que le obligaba a no retrasarse más en la reconquista de los Santos Lugares. El emperador aceptó y la boda se celebró por poderes en Acre, a finales de agosto de 1225. Luego Yolanda viajó a Italia y se encontró con Federico en Brindisi, en cuya catedral se celebró la boda imperial el 9 de noviembre. Después se hizo coronar en Foggia. Federico nunca prestó atención a su nueva esposa, a la que recluyó tras los muros del palacio de Palermo; incluso se llegó a decir que nunca mantuvieron relaciones sexuales, lo cual fue desmentido por el nacimiento de una hija en 1226; esta niña sólo vivió un día.

Rey de Jerusalén

Desde el día siguiente a su casamiento, Federico encargó a Bailán de Sidón y a Tomás de Aquino, conde de Acerra, que le representasen en Tiro de forma permanente, en orden a afirmar su autoridad y servir de observadores para la preparación de la Cruzada. La ciudad de Jerusalén estaba a la sazón dominada por el más joven de los hijos de Saladino, el sultán Malik al-Moazzine, que en 1226 lanzó a los guerreros mongoles Khwaresmianos contra el sultanato de Egipto, en manos de su hermano mayor, Malik al-Khamil. Éste pidió a Federico que acudiese a Siria y le prometió la devolución de Jerusalén si le ayudaba a vencer a su hermano. Las relaciones entre el sultán y el emperador se hicieron fluidas y proliferaron las embajadas y los intercambios mutuos de regalos y correspondencia. Mientras tanto, Hermann von Salza recorría Alemania reclutando guerreros para la cruzada. Federico, por fin, envió la primera avanzada de caballeros hacia San Juan de Acre en abril de 1227, bajo el mando de Enrique de Limburg, que recuperó Sidón y Cesarea, lo que sirvió para convencer al sultán de El Cairo de las buenas intenciones del emperador. Pero Federico no pudo llegar a Siria porque cayó enfermo de cólera y, al no cumplir las estipulaciones de San Germano, fue puesto en entredicho por el nuevo papa, Gregorio IX, que además incitó a las ciudades lombardas a sublevarse y finalmente lo excomulgó el 17 de noviembre de 1227. Desde entonces Federico aceleró los preparativos para partir a la Cruzada y a finales de abril de 1228 reunió a su corte en Barletta para prevenir las dificultades que pudieran producirse durante su ausencia y nombró rey de Sicilia a su hijo segundo, Conrado. El emperador zarpó de Brindissi el 28 de junio de 1228.

La más importante de las escalas tuvo lugar en Chipre. Allí Federico invitó a un banquete a Juan de Ibelin, señor de Beirut, que detentaba el gobierno de la isla en nombre de la reina Alix de Lusignan, viuda de Amauri II, que años antes había rendido vasallaje a Enrique VI por la posesión de Chipre. El emperador exigió a Juan de Ibelin que le abonara los impuestos desde la muerte de Amauri II y que abandonase su feudo de Beirut; ante la negativa de de Ibelin, aceptó someter el asunto al juicio de la Corte de Jerusalén y le dejó marchar. El baile de la isla fortificó sus castillos y Federico pidió refuerzos a San Juan de Acre para hacer frente a de Ibelin. Sitió el castillo de Dios de Amor, donde se refugiaba el rebelde, pero terminó por rendir el sitio mediante negociaciones y obtuvo el reconocimiento de la soberanía sobre Chipre como heredero que era de Enrique VI.

La flota cruzada llegó a San Juan de Acre el 7 de septiembre de 1228 y allí el emperador recibió el homenaje de los maestres de las Órdenes Militares, los poderosos del reino y los jefes cruzados. Posteriormente envió una embajada a Roma para apaciguar la cólera de Gregorio IX (Federico no se había sometido ante él, como había sido la intención del papa al excomulgarle) y otra a Nablús para reivindicar la posesión de Jerusalén, como había acordado con al-Khamil. El sultán de Egipto se negó a entregar los Santos Lugares; ya no necesitaba la ayuda de Federico, porque su hermano, el sultán de Damasco había muerto poco antes y la amenaza de los mongoles se había desvanecido. En respuesta el emperador se lanzó sobre Jaffa (noviembre de 1228), pero no fue necesario iniciar el asedio, porque la simple demostración de fuerza hizo que el sultán se aviniese a pactar: en febrero de 1229 se firmó en Jaffa un tratado por el cual el emperador recibía Jerusalén, Galilea, el señorío de Torón y una parte de Fenicia por diez años; a cambio Federico permitiría la libertad de cultos en los Santos Lugares. Federico entró en Jerusalén el 14 de marzo y dos días después se coronó a sí mismo Rey de Jerusalén. En marzo regresó a Acre, donde encontró una revuelta contra él (instigada por el papa), en la que participaron los Templarios, hospitalarios y la mayor parte de los barones francos; además el patriarca Giraldo estaba armando un ejército para tomar Jerusalén por las armas. Comenzó entonces una batalla propagandística por parte de los partidarios de Federico por un lado y del papa por otro. Y Federico, comprendiendo que la verdadera batalla debía librarse en Italia, confió el bailazgo del reino a Balián de Sidón y apresuró los preparativos para su regreso.

Cuando llegó a Sicilia, el emperador debió pacificar la isla, ya que durante su ausencia la anticruzada de Gregorio IX había progresado gracias a la iniciativa de Juan de Brienne. El regreso del emperador como "Liberador del Santo Sepulcro" le hizo recuperar rápidamente la fidelidad de sus súbditos y, en cambio, el papa quedó aislado y hubo de recurrir a pedir ayuda a los soberanos extranjeros, que no se la prestaron. La destrucción de Sora por parte del emperador fue el hecho definitivo que volvió a poner bajo su mando el resto de las ciudades disidentes, que se rindieron sin condiciones. Gracias a la mediación de von Salza, la paz entre el emperador y el papa fue firmada en San Germano a finales de agosto de 1230.

La época de esplendor

Los años siguientes fueron un periodo de paz. Federico patrocinó la construcción de numerosos castillos en sus amplios dominios, en los que sorprende su unidad estilística. La paz permitió al emperador dedicarse al cultivo de la poesía; muchas de sus obras se han perdido, aunque han llegado hasta nosotros algunos poemas de cierta calidad. Y también se preocupó Federico de la ciencia, en una época en la que magia y ciencia aún no estaban separadas. Gracias a su patrocinio se incrementaron los intercambios científicos entre el mundo cristiano y el musulmán. La ingente correspondencia con los sabios musulmanes y la constante afluencia de ellos a la corte de Federico II le valieron ataques, casi siempre formulados por miembros de la Curia romana, que proclamaron de Lombardía a Sicilia que el emperador era el Anticristo. En mayo de 1231 se publicó a instancias de Federico una recopilación de leyes que ha llegado hasta nosotros como Constituciones de Melfi, cuya finalidad era constituir en Sicilia un Estado laico y centralizado.

A primeros de mayo de 1235 Federico abandonó su corte de Foggia y partió hacia su segunda estancia en Alemania. Aquel año se decretó la mayoría de edad de su primogénito, Enrique VII, que ya había dado muestras de rebelión contra su padre en la asamblea que éste había convocado en Aquilea en 1232 y después había buscado la alianza con las ciudades lombardas. El emperador había solicitado al papa en 1234 que relevara del trono a su hijo y éste había decretado el destronamiento de Enrique en junio de aquel año. La idea de Federico era sustituir en el Imperio a su hijo Enrique por su hijo Conrado (IV). Enrique reaccionó estrechado su alianza con las ciudades lombardas, pero no pudo conseguir apoyos en Alemania, lo que le llevó a abandonar sus pretensiones y someterse a la autoridad del emperador; Enrique VII fue condenado a reclusión perpetua en una dieta celebrada en Worms en julio de 1235. Aquel mismo mes y en la misma ciudad, Federico tomó esposa por tercera vez (Yolanda de Brienne había muerto en mayo de 1228). Su nueva esposa fue Isabel de Angulema, hermana de Enrique III de Inglaterra.

Para subsanar los estragos causados por el autoritarismo de su hijo, Federico convocó una asamblea general en Maguncia de todo los príncipes alemanes para el mes de agosto. Dio un Edicto de paz perpetua, considerando la multiplicidad de Estados alemanes y definiendo el Imperio como un organismo vivo cuyo principal factor de unificación era la lengua; además amplió el derecho de los príncipes a firmar alianzas entre ellos.

En 1237 Federico se sintió lo bastante fuerte para someter las ciudades lombardas e inició una campaña para tal fin. Después de Mantua cayó Montechiaro y a continuación derrotó a los milaneses en Cortenuova el 27 de noviembre. Esta victoria imperial significó la disolución de la Liga y el punto álgido del reinado de Federico, que, por primera vez reunía en sus manos Alemania, Sicilia y la Italia del norte. Pero el papa seguía sin ceder y Federico preparó a su hijo Enzio, a quien nombró rey de Córcega y Cerdeña (1238), para enfrentarse a él en Italia Central. A este enfrentamiento lo conocemos como Guerra de las Dos Espadas. Gregorio IX, después de conocer el nombramiento de Enzio como Vicario general de Italia, excomulgó a Federico por segunda vez (marzo de 1239). Federico respondió enviando a Enzio a conquistar los territorios pontificios de Ancona y Spoleto, que cayeron sin problemas, pero entonces hicieron su irrupción los mongoles de Batú, nieto de Gengis Kan, y el emperador debió ocuparse de ellos: envió a Enzio a Pomerania, pero en 1241 un ejército cristiano compuesto por tropas de Silesia, Polonia y Hungría fue masacrado por los mongoles en Mahlstadt. El emperador, consciente del peligro, hizo una llamada a los reyes de la cristiandad. Pero la amenaza oriental se desvaneció cuando Batú y sus tropas dieron media vuelta para sofocar la rebelión encendida en Asia Central tras la muerte del Gran Kan.

Inmediatamente se reanudó la Guerra de las Dos Espadas. Al sitio de Faenza respondió el papa convocando un Concilio general en Roma para hacer firme la excomunión. No se celebró porque la flota imperial interceptó las naves genovesas en las que viajaban los prelados españoles y franceses, que fueron trasladados a Bari y finalmente liberados. Federico tomó entonces la iniciativa, poniendo sitio a la Ciudad Eterna y la muerte repentina de Gregorio IX el 22 de agosto de 1241 le evitó tener que saquear la ciudad. Las tropas imperiales dieron media vuelta.

La decadencia

La sustitución de Gregorio IX por Celestino IV (que murió enseguida) y después por Inocencio IV no detuvo la guerra y las acciones de Federico trajeron la alianza de genoveses y venecianos, que empezaron a dominar los mares, apresando las naves imperiales del Adriático y bloqueando los puertos hostiles a Federico. Inocencio IV mantuvo la sentencia de excomunión sobre el emperador y éste, gracias a la mediación de Luis IX de Francia, se avino a evacuar ciertos territorios que había ocupado, a liberar a los prisioneros capturados y a compensar a los príncipes de la Iglesia, a cambio de que se le levantase el anatema; luego fue el papa el que cambió de opinión.

Mientras tanto había prescrito el tratado firmado en 1229 con Malik al-Kahmil, que, por otra parte, había sido frecuentemente violado por los Templarios, lo que había causado la reacción de los musulmanes y había sustituido la paz por un estado de guerra larvado, primero, y por una matanza de cristianos en Gaza (agosto de 1244) después. El patriarca de Antioquía requirió la presencia de Federico en Oriente para restablecer la situación. El emperador escribió al papa prometiéndole encabezar una nueva Cruzada si levantaba la sentencia de excomunión; también ofrecía evacuar sus tropas de los Estados de la Iglesia y dejar la cuestión lombarda en manos del papa. Federico consiguió una audiencia con el papa para finales de junio de 1244. Y éste ni siquiera se presentó, pero en cambio convocó un Concilio en Lyon para junio de 1245, cuyo objetivo era destronar al emperador. Federico preparó sus tropas para apoderarse del papa en Lyon, pero no actuó por consejo de Luis IX. En cambio Inocencio IV decretó la bula de deposición, que fue leída en todas las iglesias y catedrales. Federico envió cartas a los reyes de la cristiandad, reconociendo el derecho del pontífice a coronar emperadores, pero no a deponerlos, y pidiéndoles que se unieran a su causa, pero no obtuvo respuesta, por lo que comenzó una campaña de descrédito en la que denunciaba la corrupción de la Iglesia. Y ésta dio tan buen resultado que Inocencio sólo vio como modo de deshacerse de su rival el asesinato de Federico y de su hijo Enzio. Federico supo de la conjura contra su vida en marzo de 1246 y los planes papales llegaron a ser tan meticulosos que incluso corrieron rumores de que Federico ya había muerto y se produjeron agitaciones en muchas ciudades. Se procedió al ajusticiamiento de los conjurados y Federico consiguió pruebas de la participación de Inocencio IV gracias a la intercepción de una misiva en la que el papa mandaba ánimos a los habitantes de Capaccio.

Habiéndose mostrado insuficiente la excomunión y habiendo fracasado la conjura papal, Inocencio eligió un anticésar en la persona de Heinrich de Raspe, landgrave de Turingia, que el 22 de mayo de 1246 fue elegido Emperador del Sacro Imperio y Rey de Romanos por los arzobispos de Maguncia, Colonia y Treves. Federico envió a su hijo Conrado a luchar contra Raspe, pero fue vencido cerca de Frankfurt en el mes de agosto; entonces el emperador marchó en persona a enfrentarse a su rival, pero no fue necesario luchar porque éste murió al caer de un caballo, en febrero de 1247. El papa no desistió e hizo nombrar emperador a Guillermo de Holanda, que fue coronado en Aquisgrán en noviembre de 1248. Pero Guillermo, débil y anodino, no supuso ningún rival para Federico II.

Desde principios de noviembre los güelfos se habían apoderado de Parma, llave de los puertos de los Apeninos, por lo que el emperador se centró en este asunto. Federico mandó a Enzio a poner sitio a la ciudad y se dispuso a acudir en persona en ayuda de su hijo, llegando a Parma a finales de año. En febrero de 1249 descubrió un complot que, según las evidencias, había sido dirigido por Pedro de Vigne, protonotario de la cancillería, su hombre de confianza desde la muerte de von Salza; el emperador cegó personalmente a Pedro de Vigne y lo hizo encerrar en la fortaleza de Borgo San Donnino. Pocos meses después Enzio fue capturado por los boloñeses, que lo encerraron en prisión. De nada sirvieron las amenazas de Federico, exhortando a los boloñeses a que liberaran a su hijo, porque éste permaneció en prisión veintitrés años. En primavera de 1250 cayó Parma y la fortuna del emperador pareció aumentar cuando Brescia, Módena, Piacenza, Faenza y Alejandría se pasaron al bando gibelino; Guillermo de Holanda fue derrotado en Alemania y los genoveses fueron vencidos en Savona, terminando con el bloqueo de Sicilia.

Pero en verano su salud empezó a resentirse. Y aunque se recuperó, volvió a recaer en invierno, cuando viajaba de Foggia a Lucera e inconsciente, fue trasladado al Castel Fiorentino. Federico, comprendiendo que se moría dictó su última voluntad: legó el Imperio y el reino de Sicilia a su hijo Conrado; rogó a Berardo de Castacca que regularizara su unión con la que había sido su amante, Bianca Lancia, legitimando a su vez a los hijos que había tenido con ella; dio orden de restituir a la Iglesia todas las zonas de los Estados Pontificios que había ocupado; por último, prescribió que todos los súbditos del reino se convirtiesen en hombres libres, sujetos sólo a los pagos regulares de impuestos. Antes de su muerte le fue administrada la extremaunción con el hábito blanco de los cistercienses, como había sido su voluntad. Murió a las seis de la tarde y fue enterrado en la catedral de Palermo, junto a Constanza de Hauteville y Constanza de Aragón, su primera esposa.

Bibliografía

  • KANTOROWICZ,E. Frederick the Second. Londres, 1931.

  • THOMPSON, J.W. Feudal Germany. Chicago, 1928.

Autor

  • Juan Miguel Moraleda Tejero