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Ocio y entretenimientoBiografía

Esplá Mateo, Luis Francisco (1958-VVVV).

Matador de toros español, nacido en Alicante el 19 de junio de 1958. Hijo del novillero Francisco Esplá (que se anunció en su época como "Paquito Esplá" o "Curro Ortuño"), es hermano de otro matador de reses bravas, Juan Antonio Esplá Mateo.

El hecho de haber venido al mundo en el seno de una familia plenamente inmersa en los ambientes taurinos marcó decisivamente el desarrollo de su vocación y, a la postre, su exitosa carrera profesional, considerada en la actualidad como una de las más puras y clásicas del toreo moderno. Su padre, que quiso ser figura del Arte de Cúchares pero no logró pasar de novillero aventajado, no se resignó a abandonar el planeta de los toros y, tras el fracaso de su carrera novilleril, se convirtió en criador de reses bravas y abrió una escuela de tauromaquia. Así, entre las reses de aquella ganadería de segunda y las lecciones tomadas al vuelo en la modesta cátedra de su progenitor, los dos hermanos Esplá entraron en contacto a muy temprana edad con el ejercicio de la lidia (faceta en la que, andando el tiempo, habrían de revelarse como unos maestros consumados), pero también con los detalles menores que dan sabor y colorido a la Fiesta, desde los lances tradicionales ya caídos en desuso hasta las indumentarias toreras más castizas o añejas (es digna de mención, al respecto, una instantánea que ha circulado profusamente por las publicaciones taurinas más difundidas, en la que puede verse a un Luis Francisco Esplá de cuatro años de edad al lado de su hermano Juan Antonio, dos años menor que él, ambos vestidos con traje corto campero y encabezando un paseíllo en la pequeña plazuela del humilde negocio familiar).

No es de extrañar, por ende, que con estas vivencias infantiles los dos hermanos se fuesen curtiendo en el duro oficio taurino antes incluso de haber llegado a la adolescencia, sin que ello sirviera de excusa -como ha sido harto frecuente en demasiados casos- para el descuido de sus obligaciones escolares y su formación cultural; y así, ambos se convirtieron al cabo de los años -particularmente, Luis Francisco- en algo así como la reserva intelectual del toreo dentro del escalafón de los matadores de toros; es decir, en toreros que no se conformaron con la práctica del ejercicio activo de su profesión dentro de los cánones estéticos de su tiempo, sino que bucearon en la historia del Arte de Cúchares para rescatar, con la mayor pureza posible, los aspectos más ortodoxos o pintorescos del pasado. En opinión del gran estudioso de la tauromaquia Carlos Abella, "no tiene parangón la trayectoria y personalidad de Luis Francisco Esplá, porque [...] ha crecido en un ambiente totalmente taurino y lleva el toreo metido en el cuerpo y en la cabeza, porque no se ha conformado con conocer la lección y la práctica, sino que también ha buscado en la memoria escrita las fuentes del toreo, sus tendencias y su lógica evolución. Es por ello Esplá un torero enciclopédico y polivalente, con la enorme habilidad e inteligencia para hacer de su toreo un espectáculo global, que se inicia con el paseíllo y que obliga al buen aficionado a seguir sus evoluciones en el ruedo hasta cuando no interviene en la lidia".

Avezado, pues, en la lidia de becerros desde su más tierna infancia, estrenó su primer terno de alamares el día 21 de junio de 1974, cuando, con dieciséis años recién cumplidos, hizo el paseíllo a través del redondel de la plaza de Benidorm (Alicante), para tomar parte en la que había de ser la primera de una densa y fructífera serie de novilladas sin picar, compuesta por treinta funciones a lo largo de dicho año. Dada la asombrosa progresión que demostró el joven novillero alicantino en estos pasos iniciales de su carrera (progresión que obedecía, claro está, a los fundamentos adquiridos desde su niñez al lado de su padre), antes de que hubiera concluido dicho año de 1974 (concretamente, el día 22 de diciembre) se le permitió vestirse de luces en Santa Cruz de Tenerife para que debutase en su primera novillada asistida por el concurso de los subalternos de la vara y el castoreño, en un cartel donde también figuraban los nombres de dos jóvenes principiantes: Antonio Rubio ("Macandro") y Leónidas Manrique.

Para asombro de quienes no estaban al tanto de la exquisita formación taurina recibida por Luis Francisco Esplá prácticamente desde su llegada al mundo, al término de la campaña de 1975 el jovencísimo novillero alicantino se había convertido ya en el número uno de su escalafón, con un total de sesenta y un ajustes cumplidos en el transcurso de ese año. Sólo una tacha puede ponerse a esta meteórica trayectoria novilleril, y es su elusión del compromiso obligado con la primera plaza del mundo; pero tal vez el padre de Luis Francisco Esplá, con su gran conocimiento de todos los pormenores de la Fiesta, estimó que era demasiado prematura su comparecencia en la madrileña plaza de Las Ventas, donde el rigor y la severidad del público capitalino podían dejar al descubierto los naturales defectos de un joven principiante, con el consiguiente desánimo de quien, en su vertiginoso ascenso, no estaba en condiciones de caer en la duda acerca de sus facultades, sus conocimientos o su vocación. Sea como fuere, lo cierto es que Esplá no pisó el coso venteño durante su arrolladora etapa novilleril, lo que no fue óbice para que, al cabo de los años, la afición de la Villa y Corte se rindiera en numerosas ocasiones al toreo hondo, puro, variado, vibrante y emotivo del diestro alicantino, que puede considerarse como una de las figuras predilectas de Madrid -con el reconocimiento universal que ello implica- durante el último cuarto del siglo XX y los primeros compases de la centuria siguiente.

Tras esa prometedora andadura como novillero, Luis Francisco Esplá ingresó en el escalafón superior de los matadores de toros el 23 de mayo de 1976, es decir, cuando aún le faltaba casi un mes para alcanzar los dieciocho años de edad. Tuvo lugar la solemne ceremonia de su doctorado en el coliseo taurino de Zaragoza, donde recibió de manos de su padrino, el genial coletudo sevillano Francisco Camino Sánchez ("Paco Camino"), la muleta y el acero con los que debía trastear y estoquear a Desorejado, un burel negro, de quinientos setenta kilos de peso, que había pastado en las dehesas de Manuel Benítez Pérez ("el Cordobés"), ahora reconvertido en criador de reses bravas. Se halló presente también aquella tarde en el redondel zaragozano, en calidad de testigo, el afamado espada salmantino Pedro Gutiérrez Moya ("Niño de la Capea"), quien comprobó cómo Luis Francisco Esplá lograba su primer gran triunfo profesional como matador de toros durante la lidia de su segundo oponente, al que envió sin apéndices auriculares al desolladero.

Entre los sólidos fundamentos técnicos que había ido adquiriendo Luis Francisco Esplá durante su aprendizaje al lado de su padre y maestro, figuraban en un lugar muy destacado su facilidad, variedad y vistosidad en la colocación de las banderillas, suerte en la que pronto dejó constancia de ser el número uno. Sumaba a las lecciones teóricas y prácticas recibidas desde niño su singular curiosidad de "historiador" del toreo antiguo -que le permitió recuperar técnicas de ejecución y adornos de deslumbrante eficacia plástica-, y, al mismo tiempo, su excelente preparación física, que cuidó en todo momento como si de un atleta se tratase, para suplir con ventajas las limitaciones que pudieran derivarse de su corta estatura o de su aparente complexión débil. Dejó patentes además, al lado de esta maestría en la preparación y el desarrollo del segundo tercio, su gracia y su destreza en el manejo del capote, con el que también tuvo ocasión de resucitar muy pronto algunos de esos lances antañones que, gracias a él, volvieron a ser paladeados por una afición que sólo había tenido ocasión de conocerlos a través de grabados y estampas antiguas. Pero también acusó un evidente bajón de calidad y preparación tan pronto como asía la muleta, engaño que, durante sus primeras temporadas como matador de toros, fue su auténtica cruz y le privó, en no pocas ocasiones, de alcanzar grandes triunfos que había comenzado a asegurarse con el manejo del percal y la colocación de los garapullos. Por fortuna no sólo para él, sino para todos los aficionados cabales que tuvieron ocasión de contemplar su arte de madurez, con el paso del tiempo Esplá fue perfeccionando su toreo de muleta hasta convertirse también en un excelente protagonista del tercer tercio, sin perder por ello facultades y vistosidad con el capote y las banderillas. Consiguió alcanzar, pues, un dominio total y absoluto de la lidia en todas sus fases, desde el paseíllo -como apuntaba Abella en el texto copiado más arriba-, al que aportó curiosas novedades en el lucimiento de indumentarias y engaños, hasta la ejecución de la suerte suprema, en la que, tras superar también un grave bache inicial, llegó a situarse entre los estoqueadores más interesantes de su tiempo, merced a ese interés histórico que le llevó a recuperar suertes tan clásicas y arriesgadas como la de matar recibiendo (casi imposible de contemplar ya en el toreo contemporáneo). Y se erigió también -quizás ya sobre indicarlo- en el mejor director de lidia de cuantos pisaron los ruedos en su época, con una asombrosa capacidad de observación y análisis que, al tiempo que le mantenía atento a todo lo que estaba ocurriendo en el ruedo -con independencia de que fuera él o no el encargado de matar al toro que estaba en ese momento en la arena-, le permitía salir airoso en los trances más sujetos al conocimiento de las condiciones de las reses (como la colocación del toro en suerte durante el tercio de varas) o a la improvisación de los oficiantes del rito taurino (como los quites y recortes tan necesarios, a veces, durante el primer y el segundo tercio de la lidia).

Su confirmación de alternativa tuvo lugar -como es de rigor- en la Monumental de Las Ventas el día 19 de mayo de 1977, fecha en la que Luis Francisco Esplá se presentó por vez primera ante el selecto público madrileño, acompañado por su padrino de confirmación, el célebre coletudo sevillano Francisco Romero López ("Curro Romero"); el cual, en presencia del diestro manchego Francisco Alcalde Morcillo ("Paco Alcalde"), que hacía las veces de testigo, puso en manos del bullicioso espada alicantino los trastos con los que había de lidiar y despenar a un toro marcado con el hierro de Martín Berrocal.

Los éxitos alcanzados durante estos primeros años de alternativa en su condición de matador-banderillero dieron pie a un fenómeno muy curioso en el toreo de finales de los setenta y de toda la década siguiente: los denominados "carteles de banderilleros", compuestos por tres maestros duchos -como el propio Esplá- en la colocación de los arponcillos, que aseguraban el entretenimiento de los espectadores durante el segundo tercio de la lidia, ora pareando en solitario a la res a la que habían de matar, ora compartiendo con sus otros dos compañeros de cartel los palitroques, y aceptando luego la invitación de éstos durante la lidia de sus respectivos toros. Fueron innumerables los carteles que anunciaron por las principales ferias del planeta de los toros al espada alicantino al lado de otros colegas avezados en la colocación de los rehiletes, como el venezolano José Nelo ("Morenito de Maracay"), el portugués Víctor Mendes, el francés Chistian Montcouquiol ("Nimeño II") y el valenciano Vicente Ruiz Soro; y a tal extremo llegó el interés del público por estas corridas de banderilleros, que durante algún tiempo hubo abonos de solera que no se consideraban del todo rematados si no anunciaban, al menos, una función de toros en la que los tres matadores ofreciesen la oportunidad de presenciar un ameno tercio de banderillas. Esta moda permitió a Luis Francisco Esplá y al resto de los coletudos recién citados aumentar considerablemente el número de corridas toreadas a lo largo de varias temporadas y, de paso, darse a conocer a la mayor parte de la afición española, francesa, portuguesa e hispanoamericana, pues en todos los rincones del mundillo taurino el público pedía a los empresarios la inclusión en cada feria local de un cartel de banderilleros. Con el paso del tiempo, el hastío de unos y los excesos de otros (que, en su afán por ofrecer pares de banderillas cada vez más vistosos o arriesgados, provocaron que el espectáculo degenerase a veces en un numerito circense) fueron dando al traste con la expectación que este tipo de carteles había generado en una parte considerable de la afición; y así, muchos toreros que se habían beneficiado ampliamente de esta moda -aunque sólo fuese por el incremento de las ofertas recibidas, como era el caso del propio Esplá- acabaron renegando de ella, sin que ello fuera óbice para que se aviniesen a banderillear por su cuenta, aunque ya fuera de un cartel específicamente diseñado para ello, las reses que, a su juicio, reunían las mejores condiciones para asegurar el lucimiento de un buen rehiletero.

Al margen de esta coyuntura, Luis Francisco Esplá había cautivado desde sus inicios a las mejores aficiones de la Península por su habilidad, decisión, arrojo y pureza en la colocación de los garapullos, por lo que puede afirmarse que la moda de los "carteles de banderilleros" no le regaló nada (antes bien, fue él quien, con su calidad, rigor y sentido de la profesionalidad, prestigió esta modalidad de festejos). Prueba del éxito que había obtenido ya al banderillear por su cuenta y riesgo fue el tributo que le rindió nada menos que la afición de Madrid el día 29 de mayo de 1979, cuando, después de haber pareado de forma soberbia a un pupilo del legendario hierro de Pablo Romero, fue obligado a dar la vuelta al ruedo en medio de una ruidosa ovación que parecía preludiar ya la singular debilidad que iba a sentir el público venteño hacia uno de los toreros contemporáneos más respetuosos con la tradición y el clasicismo de la Fiesta.

Puede afirmarse que, a comienzos de los ochenta -y a pesar de haber "ignorado" Las Ventas durante su proceso de aprendizaje novilleril-, el ilustrado espada alicantino ya era lo que se llama "un torero de Madrid", con plaza fija en los compromisos más relevantes de la temporada capitalina (como la Feria de San Isidro). Pero su etapa de consolidación entre las grandes figuras del toreo y reconocimiento unánime como tal en cualquier rincón del planeta de los toros tuvo su punto de partida en el memorable festejo celebrado en el coliseo de la calle de Alcalá el día 1 de junio de 1982, recordado luego en muchas ocasiones como "la Corrida del Siglo". Aquella tarde, Luis Francisco Esplá y sus dos compañeros de cartel (el gaditano Francisco Ruiz Miguel y el soriano José Luis Palomar) salieron por la Puerta Grande a hombros de una afición que, entusiasmada también por el juego que habían dado los toros, llevaba en volandas asimismo al mayoral de la ganadería y al propietario de la misma, Victorino Martín. Esta función de toros, televisada en directo para toda España, demostró que Esplá era capaz de manejar también la muleta con un temple y un arte exquisitos, con lo que quedaban contrarrestadas las réplicas de quienes venían afirmando hasta entonces, en detrimento del diestro alicantino, que perdía muchos enteros en el último tercio de la lidia.

Los triunfos se agolparon a partir de entonces, con éxitos inmediatos como los conseguidos al año siguiente en Sevilla, donde cortó su primera oreja desde su presentación (verificada en 1981), y en Madrid, donde triunfó en la corrida de Beneficencia -un mano a mano con el desventurado José Cubero Sánchez ("Yiyo")- y en otro festejo celebrado el día 17 de septiembre. El 5 de febrero de 1984 confirmó su alternativa en la Monumental de México, donde ni él gustó a la afición ni la afición benévola y festivalera de la capital azteca gustó al clásico y respetuoso Esplá. Un año después triunfó ruidosamente en Pamplona (9 de julio de 1985), y en la campaña siguiente hizo lo propio en varias plazas menores de la Península, como la de Huesca (12 de agosto), Alcázar de San Juan (6 de septiembre) y Ciempozuelos (15 de septiembre). En Las Ventas, su presencia ha sido recurrente durante varios años en la corrida-concurso de ganaderías organizada desde 1988 por la Comunidad de Madrid, pues su sabiduría y buen hacer son imprescindibles para poner al toro en suerte durante el tercio de varas (episodio principal en esta modalidad de corridas) y, en general, para dirigir correctamente una lidia orientada en todo momento al lucimiento de la bravura y la casta de las reses. Por las mismas razones se ha requerido a veces la presencia de Esplá en Sevilla durante la tradicional corrida del "lunes de resaca", donde es tradición que luzcan su fiereza ante el caballo los toros de Guardiola.

Tras un relativo estancamiento de su carrera, a finales de los años noventa y comienzos del nuevo siglo Luis Francisco Esplá ha resurgido poderosamente para volver a situarse entre los toreros predilectos de los públicos más exigentes. En la campaña de 1996 tomó parte en veintiséis festejos, con un balance de diez orejas; pero en la temporada siguiente, a pesar de haberse vestido de luces en tan sólo veintidós ocasiones, echó en su esportón veintitrés apéndices auriculares, uno de ellos obtenido en Madrid el día 31 de mayo. En una línea de serenidad, sobriedad y elegancia que le hacía renunciar a las grandes cantidades de contratos firmados por otros colegas, para atender más bien a la calidad de su poderoso y reposado toreo de madurez, en 1998 cumplió veintinueve ajustes (y cortó veinte orejas), para descender al año siguiente hasta sólo quince actuaciones, que se saldaron con un balance de trece trofeos.

En pleno reverdecimiento de sus mejores éxitos, durante las campañas de 2000 y 2001 Esplá ha vuelto a cautivar a su querida plaza de Madrid, donde cortó una oreja el 8 de octubre del primer año y salió a hombros el 7 de octubre de la temporada siguiente.

Bibliografía

  • CLARAMUNT LÓPEZ, Fernando: Tauromaquia mediterránea. Mundo interior de Luis Francisco Esplá, Altea [Alicante]: Aitana, 1992.

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.