A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
HistoriaLiteraturaBiografía

Egeria (s. IV-V).

Escritora y religiosa hispanorromana, nacida en la región de Galicia en la segunda mitad del siglo IV y fallecida en la centuria siguiente. Viajera sabia e instruida, poseedora de una acusada curiosidad intelectual que la impulsaba a relatar con todo detalle cuantas novedades observaba fuera de su tierra natal, dejó escrito el universalmente conocido como Itinerarium Egeriae (Itinerario [o Peregrinación] de Egeria), obra en la que daba noticia a sus hermanas de religión de una larga visita realizada a Tierra Santa entre los años 381 y 384. El hallazgo, hacia finales del siglo XIX, de esta obra contribuyó notablemente a perfeccionar el conocimiento de la circunstancias sociales, culturales y políticas del Próximo Oriente en el siglo IV, así como al establecimiento de las pautas predominantes en las costumbres religiosas de la época (muy especialmente, en las comunidades religiosas femeninas). Por este famoso Itinerario, Egeria está considerada como la primera escritora hispánica conocida.

Vida

Pese a esta importancia que recae sobre su figura y su obra, la mayor parte de las circunstancias en que se desarrolló la vida de esta mujer sólo han podido ser establecida merced a testimonios indirectos o a las especulaciones de los estudiosos e investigadores especializados en el conocimiento de su época. De hecho, su nombre no aparece en el manuscrito donde se conserva su único texto conocido, y tampoco se hace referencia allí al lugar de procedencia de la persona que lo escribiera. Gracias a un descubrimiento ajeno, en un principio, al Itinerario de Egeria -una carta que, en el siglo VII, escribió Valerio, un abad de un monasterio de El Bierzo-, se ha tenido noticia de que en el siglo IV una abadesa de aquellas tierras, llamada Etheria o Egeria, emprendió una larga peregrinación hacia Tierra Santa. Hasta el hallazgo de esta carta del abad Valerio, se pensaba que la autora del Itinerario podría ser de la Galia, y más concretamente de la zona de Normandía; sin embargo, el religioso de El Bierzo dejó escrito en su epístola que la autora del relato de dicha peregrinación, "nacida en el extremo litoral del mar Océano occidental, se dio a conocer al Oriente". Comoquiera que, por aquel entonces, la región de Galicia era considerada el extremo occidental del mundo (finis terrae), en la actualidad se da por admitido que Egeria nació en algún lugar del noroeste de la Península ibérica (conjetura que queda refrendada por varios detalles que, acerca de su origen, proporciona la autora a lo largo de su relato).

Se sospecha, también, con cierto fundamento que la escritora debía de proceder de una familia rica y bien situada en la alta sociedad de su tiempo, pues, de lo contrario, sería muy difícil explicar la extensa y profunda formación cultural que había recibido Egeria, verdaderamente extraña en una mujer de su tiempo. Por las fechas en que pudo haber nacido, algunos investigadores han lanzado la hipótesis de que la primera escritora hispánica perteneciera a la familia del emperador Teodosio I (346-395), nacido en Hispania y dueño y señor de una vasta extensión de terreno que comprendía el territorio ocupado por la actual comunidad de Galicia y buena parte de la meseta del Duero.

De algunas indicaciones vertidas por la propia Egeria en su Itinerario, así como de otras informaciones que facilitó, tres siglos después, el abad Valerio, se desprende que la escritora pudo haber sido la abadesa o superiora de una de las primeras comunidades religiosas femeninas que, por aquel tiempo, comenzaban a surgir como una nueva manifestación de la espiritualidad en diferentes lugares del Imperio. Galicia fue, en efecto, una de las zonas en las que arraigó con mayor fuerza esta novedosa forma de expresión de la religiosidad femenina, por lo que resulta fácil admitir que una de las mujeres más destacadas -tanto por su origen como por sus méritos intelectuales- de este territorio galaico accediera al cargo de abadesa o superiora de uno de sus primeros cenobios.

En cualquier caso, se puede afirmar que la autora del Itinerario gozaba de un enorme prestigio social e intelectual no sólo en su región, sino en casi todo el mundo conocido (circunstancia que, en buena lógica, contribuye también a reforzar las hipótesis de quienes la emparientan con el propio emperador Teodosio I): no sólo disponía del dinero, la servidumbre y cuantas exigencias eran indispensables para realizar, en aquel tiempo, un viaje tan costoso, sino que fue hallando por todos los lugares que visitaba grandes muestras de apoyo, estima y respeto, tanto por parte de las autoridades civiles y militares (gobernadores que extendían visados y salvoconductos a su paso, y formaciones de soldados que le brindaban protección cuando había de cruzar por zonas peligrosas), como por parte de los religiosos masculinos que la honraban y asistían en todas sus etapas, desde los monjes y sacerdotes del peldaño más bajo de la edificación eclesial hasta los obispos de mayor rango y estima. Todo esto mueve a pensar que Egeria disponía, tal vez debido a su alta cuna, de pasaportes oficiales sellados por las más altas instancias administrativas del Imperio, así como de cartas de recomendación y tarjetas de presentación firmadas por las autoridades políticas, militares e intelectuales de mayor prestigio. Al respecto, cabe recordar no sólo sus elevados orígenes y su pertenencia a una familia incluida en los círculos más poderosos del Imperio, sino también su vasta formación cultural, en la que destaca el perfecto dominio de la lengua culta de su época (el griego) y el conocimiento extenso -y bien patente en el Itinerario- de otras disciplinas del saber como la literatura y la geografía.

Todo este cúmulo de circunstancias favorables que concurrieron a la hora de facilitar el viaje de Egeria ha llevado a algunos eruditos especializados en el estudio del período en que vivió a especular con la posibilidad de que la religiosa-escritora emprendiera su peregrinación en compañía del propio Teodosio, con el que -según esta hipótesis- pudo haber recorrido las primeras etapas. Se haría, así, coincidir los prolegómenos de la peregrinación de Egeria con la marcha de Teodosio desde Hispania hasta la parte oriental del Imperio, motivada por su proclamación como Emperador (379): ambos parientes podrían haber recorrido juntos el sur de la Galia y el norte de la actual Italia, para embarcarse luego en Aquileya con la intención de cruzar el Adriático. Tras separarse del recién proclamado emperador, Egeria habría proseguido su camino hasta Constantinopla -el auténtico origen de su peregrinación-, en donde debió de pasar algún tiempo entregada de lleno a los preparativos del viaje y a su perfeccionamiento del dominio de la lengua griega, así como al estudio en profundidad de la Biblia y de cuantos textos cristianos le permitieran ampliar sus noticias acerca de los lugares que pretendía visitar.

Se ignora, en la actualidad, si Egeria logró regresar algún día a su tierra natal después de haber cumplido el intenso itinerario que se trazara de antemano (luego, además, ampliado en función del interés que le iban suscitando las diversas tierras, costumbres y personajes que descubría). En las epístolas que dirigió a sus "hermanas" -supuestamente, de congregación-, que constituyen el texto del Itinerarium Egeriae, muestra sus deseos de regresar para poder transmitir en persona todo lo que está plasmando por escrito, aunque también es cierto que ella misma se da cuenta de las dificultades que parece entrañar este retorno (tal vez, como suponen algunos investigadores, porque ya había comenzado a sentirse enferma).

En cualquier caso, su testimonio posee, en nuestro días, un valor incalculable, y no sólo por la abundante información histórica y el placer literario que brinda, sino también por la eficacia y contundencia con que pone de manifiesto el papel desempeñado en la época por las denominadas, por parte de algunos autores cristianos contemporáneos, "mujeres viriles", es decir, mujeres procedentes de las clases elevadas que se negaban a plegarse a los papeles socialmente establecidos para ellas (a la sazón, el matrimonio y la privación total de vida pública) para desarrollar cualquier actividad destinada exclusivamente a los hombres. Una de las investigadoras que con mayor provecho ha estudiado esta época, María Dolores Mirón Pérez (vid., infra, "Bibliografía"), ha resumido a la perfección los avatares de este jalón en la lucha histórica por la igualdad de sexos: "Este fenómeno [el de las "mujeres viriles"], propio del siglo IV, fue la culminación de un proceso iniciado en Roma en tiempos de la República, de progresiva emancipación femenina, en particular en las clases altas. Proceso, no obstante, que no fue ni generalizado ni completado. El derrumbamiento del Imperio y las invasiones bárbaras, con la subsiguiente inseguridad que conllevaba para los viajes, así como la oposición mayoritaria de los padres de la Iglesia, que no acababan de ver con buenos ojos tanta independencia en una mujer, pusieron freno a estos atisbos de libertad femenina".

Obra

El Itinerarium Egeriae, constituido por las epístolas que la religiosa galaica escribió para sus "hermanas" que habían quedado en Hispania, recoge los hechos vividos y las impresiones e informaciones recibidas por la escritora entre los años 381 y 384, es decir, durante el período de tiempo que duró su peregrinación a Tierra Santa. La obra no ha llegado completa hasta nuestros días, pues se han perdido las primeras y las últimas páginas del relato epistolar de Egeria; no obstante, el texto conservado permite reconstruir algunos de los datos que faltan (sobre todo, los del comienzo del itinerario de la escritora) y, lo que es más importante, disfrutar de la lectura de una obra amena y fácil de seguir, plagada de anécdotas, detalles y descripciones de gran interés, y escrita en un estilo directo y natural que trasluce en todo momento la alegría de Egeria al hallarse en los lugares que con tanto ahínco deseaba conocer, así como su entusiasmo al conocer y presenciar otros aspectos que ni siquiera se le habían pasado por la imaginación. Este entusiasmo convierte a Egeria en transmisora de una variada y riquísima colección de detalles que permiten en la actualidad al historiador reconstruir las circunstancias sociales, culturales y religiosas (por ejemplo, las diferentes liturgias cristianas) de los lugares que visitó a finales del siglo IV, además de conocer otros muchos aspectos que, dotados de mayor valor literario que histórico, constituyen una auténtica delicia para cualquier lector.

Egeria -que debía de ser una mujer de mediana edad, buena salud y gran fortaleza física cuando emprendió su itinerario- dio inicio a su peregrinación a mediados del año 381, cuando partió desde Constantinopla con destino a Jerusalén, en donde pensaba encontrarse con el obispo Cirilo, un católico que había sido objeto de persecución por parte de los cristianos seguidores de Arriano. Tras la proclamación del catolicismo como el único dogma verdadero, el emperador Teodosio I acababa de decretar la persecución de los arrianos, circunstancia que contribuyó a unificar las creencias religiosas en todo el territorio y, por ende, a garantizar la seguridad del viaje de Egeria.

Una vez en Jerusalén, la escritora se extasió en la contemplación de los lugares sagrados que constituían el principal foco de atracción espiritual para los peregrinos que llegaban a la Ciudad Santa, como el Cenáculo, el Santo Sepulcro, Getsemaní y la Ascensión. Todos ellos son descritos con gozo y admiración por Egeria, quien también aprovechó su estancia en los dominios religiosos de Cirilo para recorrer otros lugares de los alrededores que despertaban en cualquier visitante cristiano idéntico entusiasmo, como Jericó, Galilea, Nazaret, Tiberíades o Cafarnaum. Tras personarse en varias congregaciones religiosas (lo que, en cierta medida, refuerza la suposición de que ella misma fuera en Galicia superiora de una de ellas), el día 6 de enero del año 382 acudió a Belén para asistir a los oficios litúrgicos celebrados en la basílica de la Natividad (ya que, por aquel entonces, el nacimiento de Cristo se conmemoraba el día en que actualmente se celebra la festividad de los Reyes Magos). Durante su larga estancia en Jerusalén -que, en un principio, no pensaba prolongar hasta mucho después de Cuaresma, Pascua y Pentecostés de aquel mismo año-, Egeria desplegó numerosos viajes menores que le permitieron, como había sucedido durante su visita a Belén, conocer las diversas modalidades de la liturgia cristiana en Oriente; de ahí que su Itinerarium sea, en la actualidad, una de las fuentes más valiosas para el estudioso de las religiones especializado en el conocimiento y análisis de este período histórico.

Los rigurosos calores del verano obligaron a Egeria a permanecer en la Ciudad Santa durante casi todo el período estival, al término del cual se embarcó en Cesarea de Palestina con destino al puerto de Alejandría; tenía vivos deseos de conocer el esplendor cultural y económico de esta ciudad (a la sazón, una de las principales del mundo), así como de conocer la grandeza del pasado histórico egipcio y, a la vez, entrar en contacto con monjes y anacoretas cristianos de aquella región, considerados entonces como los de mayor pureza espiritual del orbe cristiano. En Alejandría, principal foco de la intelectualidad cristiana de la época, pasó algunos días entregada al asombro que de continuo le causaba la grandeza de esta ciudad, y poco después siguió su camino en dirección al sur de Egipto, en un recorrido paralelo al descenso del Nilo. Visitó entonces la Nitria y Tebas, los monasterios del desierto en los que moraban los denominados Padres de Egipto, y las comunidades cristianas constituidas por religiosas vírgenes.

De regreso a Jerusalén, comenzó a preparar desde lo que ya era su centro de operaciones en Oriente Próximo su peregrinación al Sinaí, con la intención de recorrer todos los territorios mencionados en el libro bíblico del Éxodo. Así, a finales del año 383 emprendió un fructífero recorrido que le permitió visitar los principales núcleos urbanos del mar Rojo (como Pelusio y Clysma), además de las Fuentes de Moisés, el país de Gesén, la ciudad de Arabia, el desierto y los montes del Sinaí e, incluso, el impresionante Gebel Musa o monte de Moisés, desde el cual contempló uno de los panoramas que con mayor entusiasmo describe en su relato: parte de Egipto y Palestina, la península del Sinaí y los mares Rojo y Mediterráneo.

Las penalidades anejas a este peligroso recorrido (asperezas del terreno y peligros de ataques de bandidos y enemigos de religión en ciertas zonas) no desanimaron a Egeria, que encontraba vigor para ir celebrando oficios religiosos en cada lugar que visitaba, cuando no para detenerse a hacer pública lectura del pasaje bíblico en que aparecía el accidente geográfico o el núcleo urbano en que se hallaba. Tan poca mella causó en sus fuerzas este intenso recorrido por el Sinaí, que a su regreso volvió a partir, enseguida, hacia el monte Nebó, donde Moisés perdió la vida después de haber contemplado, desde su cumbre, la Tierra Prometida. De nuevo conmocionada por la devoción que despertaba en ella el conocimiento in situ de estos lugares, Egeria describe su emoción al contemplar, desde lo alto del monte Nebó, una gran parte de Palestina y del mar Muerto, la ciudad de Jericó y las tierras en que un día se levantó la ciudad maldita de Sodoma.

De nuevo en Jerusalén, a instancias de unos monjes transjordanos que conoció en la Ciudad Santa Egeria se dirigió a visitar la tumba de Job, lo que a su vez le permitió, durante el largo recorrido, detenerse en otros lugares de tanto interés para las inquietudes espirituales e intelectuales de la escritora hispanorromana como la ciudad de Nablúes, el valle del río Jordán (a su paso por el lugar donde purificaba los neófitos el Bautista) y la tierra natal del profeta Elías. Tras este largo trayecto, Egeria regresó otra vez a Jerusalén y estimó que ya había cumplido con creces todos los objetivos de su peregrinación, por lo que tomó la determinación de regresar a Hispania. Pero, aún con fuerzas para seguir alimentando su insaciable curiosidad, decidió también aprovechar el largo viaje de retorno para ir visitando otros muchos lugares que eran objeto de su admiración, como la ciudad de Edesa y los numerosos monasterios de Mesopotamia, sin despreciar la ocasión de detenerse a orar ante el sepulcro de santo Tomás. Llegó, pues, a la ciudad de Hierápolis, desde donde se adentró en la Mesopotamia siria tras haber cruzado el Éufrates en grandes barcazas, y alcanzó finalmente la ansiada ciudad de Edesa, donde el obispo Eulogio se puso a su entera disposición para mostrarle todas las maravillas del lugar.

En Harán, siguiente etapa de su recorrido, fue el obispo Protógenes quien condujo a la animosa Egeria por los lugares bíblicos que la erudita escritora ansiaba conocer, como la casa de Abraham o el pozo de Jacob. De allí partió para Antioquía, donde, tras una semana de preparativos para su definitiva vuelta a Constantinopla, emprendió por fin el viaje de retorno -con parada obligada en Tarso, cuna de San Pablo, y visita improvisada al cercano sepulcro de santa Tecla-, para encontrarse en la ciudad de Seleucia con su amiga Marthana, una piadosa diaconisa, célebre por su santidad en todo el ámbito oriental cristiano, a la que había conocido en Jerusalén. Marthana, superiora de los monasterios de vírgenes o apotactitas, había realizado tiempo atrás una peregrinación hasta la Ciudad Santa, en donde coincidió con la escritora hispanorromana.

Finalmente, a través de las provincias de Capadocia, Galacia y Bitinia llegó de nuevo hasta Constantinopla, no sin antes haber visitado también el sepulcro de santa Eufemia en Calcedonia. En este punto concluye el texto del Itinerario redactado por Egeria, quien anuncia desde estas líneas finales de su escrito su propósito de seguir peregrinando por las tumbas más venerables de la cristiandad (como el sepulcro de san Juan Evangelista en Éfeso) y por cualquier otro punto de resonancias bíblicas. No ha llegado, empero, hasta nuestros días ningún testimonio que puede documentar nuevos recorridos en el peregrinar de Egeria.

Bibliografía.

  • ARCE, Agustín. Itinerario de la Virgen Egeria (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1980).

  • MIRÓN PÉREZ, María Dolores. "Egeria", en Mujeres en la Historia de España (Madrid: Planeta, 200), pp. 22-26.

  • PASCUAL, Carlos. El viaje de Egeria (Barcelona: Laertes, 1994).

  • RIVERA, Milagros. Textos y espacios de mujeres (Barcelona: Icaria, 1990).

JR.

Autor

  • 0012 JR G.F.S.E.