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PinturaBiografía

Delacroix, Eugène (1798-1863).

Pintor francés nacido el 26 de abril de 1798 en Saint-Maurice, cerca de París, y muerto el 13 de agosto de 1863. Su vida transcurrió, pues, entre los años de inestabilidad inmediatamente posteriores a la Revolución que pondría fin al Antiguo Régimen y la consolidación final del nuevo régimen burgués. Su madre pertenecía a una familia de famosos ebanistas, y su padre, Charles Delacroix, era un antiguo miembro de la Convención Nacional francesa que acabó convirtiéndose en funcionario acomodado. Sin embargo, los rumores decían que Eugéne era hijo natural de Talleyrand, aunque esta suposición, basada sin duda en el asombroso parecido entre el pintor y el famoso diplomático, nunca se confirmó ni se desmintió del todo.

Delacroix pasó su infancia entre Marsella y Burdeos, ciudad en la que murió su padre en 1805. Su madre volvió entonces a París y el futuro pintor pudo estudiar en el famoso Liceo Imperial. A los diecisiete años entró en el taller de Guérin y se adaptó con cierta facilidad a su disciplina copiando monedas y bustos antiguos al mismo tiempo que estudiaba las reglas de la composición. De hecho, soñaba con convertirse en un gran pintor de historia a la manera de su admirado Gros, hasta que de esta monotonía vino a sacarle uno de los acontecimientos más importantes de su vida artística: el encuentro con Gericault. Delacroix quedó profundamente impresionado por La balsa de la Medusa, pero él quería llegar a la gran pintura de historia partiendo precisamente de los problemas que en teoría Gericault no había podido solucionar, buscando una unidad mayor, la conexión de todas las fuerzas en una única armonía, una idea rectora a la que habían de subordinarse todos y cada uno de los puntos y líneas de forma y color, no una serie de elementos colocados unos junto a otros, ni tampoco una síntesis formal de tipo renacentista, conseguida por la tranquilidad y el equilibrio extremos, sino un río de fuerza que arrastrara todo consigo.

Combate entre Giacour y Hassan en un barranco (Óleo sobre lienzo, 1824-1826). Instituto de Arte de Chicago.

Un año después de conocer a Gericault, Delacroix entró en la Escuela de Bellas Artes y allí copió incansablemente cuadros de historia y composiciones mitológicas y alegóricas de antiguos maestros. Por la misma época pasaba todas las horas que podía en el Museo del Louvre estudiando especialmente a pintores como Rubens o los de la Escuela Veneciana, que le interesaban de un modo particular.

En 1822, el mismo año en que su salud comenzó a sufrir los primeros achaques que le convertirían en un enfermizo de por vida, presentó al Salón su primera obra importante, la Barca de Dante o Dante y Virgilio atravesando los infiernos. A pesar de que tuvo una magnífica acogida, el lienzo tenía todas las cualidades de las que los teóricos y artistas neoclásicos habían abominado: una energía dinámica, una intensidad emocional, una sensualidad exagerada en las retorcidas figuras desnudas y, sobre todo, un llamativo gusto por los vivos colores oscuros. Porque la ruptura más decisiva la hizo Delacroix en tanto que colorista. Los teóricos neoclásicos habían dictaminado que prestar más atención al color que a la línea equivalía a situar lo transitorio y mudable por encima de lo eterno y seguro, a apelar a los sentidos antes que a la mente. Delacroix se fue sintiendo cada vez más escéptico ante esta concepción del arte y ante la noción de un cosmos mecánicamente estático en que estaba basada. Para él, el color era simplemente vida y luz, y no apelaba a los sentidos en exclusiva sino también, y sobre todo, a esa imaginación a la que Baudelaire llamaba la reina de las facultades. Su técnica respondía exactamente a estos principios. Sobre todo gracias a una unidad pictórica tan integrada que cada toque de color depende y se refleja en los demás, de manera que en vez de muchos tonos locales separados se consigue una armonía de color sintética. Esto no quiere decir en absoluto que haya un abandono de la forma o una relajación de la composición estable. Puede haber una tendencia importante en esa dirección, pero el movimiento de la forma, el movimiento del color y el movimiento de la luz están siempre bien dispuestos y ordenados.

En el Salón de 1824, Delacroix presentó otro de sus cuadros más válidos, Las matanzas de Quíos, calificado ya entonces como masacre de la pintura y abiertamente enfrentado a las ideas estéticas de Ingres porque representa un cambio radical en el modo de entender y ver la pintura. Para sus contemporáneos fue, sobre todo, la obra de un temperamento apasionado y, como tal, fue severamente juzgada sin ocultar el estupor ante esta especie de apoteosis de la crueldad y de la desesperación. La acogida fue, sin embargo, entusiasta en un restringido grupo de románticos y, quisiéralo o no el propio artista, supuso el vértice de todo el movimiento.

En 1825 Delacroix pasó una larga temporada en Londres donde se vio influido por los pintores románticos ingleses y, por supuesto, por los animalistas. Poco después de volver a París presentó en el Salón una de sus obras más desorbitadas, La muerte de Sardanápalo (1827-28), pero no todos sus temas iban a ser siempre tan poco contemporáneos. En 1831 presentó el que sin duda es su cuadro más famoso, La Libertad guiando al pueblo, referido a la Revolución de 1830.

En 1832 emprendió una expedición a Marruecos que tuvo una enorme importancia. De hecho, tuvo una influencia decisiva y llegó a sustituir, para el pintor, el habitual viaje a Roma. El conde de Mornay, que iba a Marruecos en misión oficial, propuso a Delacroix formar parte de la comitiva en calidad de "reportero gráfico". El viaje duró de enero a julio y el pintor no sólo cambió su forma de ver la pintura, especialmente en lo que al color se refiere, sino que además preparó muchos de los que van a ser sus lienzos fundamentales. Dibujó constantemente escorzos de calles desiertas, caballos salvajes e interiores inmersos en una fresca penumbra y llenó su libreta de notas de acuarelas de paisajes y trajes típicos. De sus impresiones y recuerdos nacieron obras como Mujeres en Argel en sus habitaciones (1834), Bodas hebreas en Marruecos (1837), Actores cómicos árabes (1848), Mujeres turcas en el baño (1854) y Vado de soldados marroquíes (1858). A su vuelta de Marruecos, Delacroix hizo una breve parada en España y confirmó una influencia de la pintura española que su obra había venido soportando prácticamente desde el principio. Le interesan, sobre todo, Velázquez, que aparece mencionado en su Diario de un modo constante, y entre los contemporáneos, Goya.

En 1844 Delacroix conoció al crítico y poeta Charles Baudelaire, autor del primer y más penetrante estudio que se le haya dedicado nunca al pintor. A partir de este momento y hasta su muerte, Delacroix disfrutó de una serie de encargos oficiales entre los que no podemos olvidar los grandes frescos que le encomendaron para decorar la Biblioteca del Palacio de Luxemburgo (1841-46), parte del techo de la Galería Apolo en el Louvre (1849-51), la capilla de San Sulpicio (h. 1853-61) o la Cámara de los Diputados (1833-47). A lo largo de su trayectoria como pintor, Delacroix supo cuestionar toda la tradición pictórica en conceptos tales como la imitación de la naturaleza, el uso del modelo o la propia idea clásica de belleza. Su condición de artista indiscutiblemente moderno y su enorme capacidad reflexiva le llevaron a plantear una pintura imaginativa, antirrealista y con un marcado carácter expresionista de la que todo el movimiento romántico es claramente deudor.

Bibliografía.

  • BRYSON, N., Tradition and Desire. From David to Delacroix (Cambridge, 1984).

  • CATÁLOGO EXPOSICIÓN, Eugene Delacroix (Madrid: Museo del Prado, 1988).

  • DELACROIX, E., El puente de la visión (Madrid, 1989).

  • FRIEDLAENDER, W., De David a Delacroix (Madrid, 1989).

  • HERNANDO, J., Eugene Delacroix, Colección El arte y sus creadores (Historia 16: Madrid, 1993).

  • HUYGHE, R., Delacroix (Londres, 1963).

  • PETROVA, E., Delacroix y el dibujo romántico (Barcelona, 1989).

Sagrario Aznar Alamazán

Autor

  • Enciclonet