Cunningham, Imogen (1883-1976).
Fotógrafa norteamericana, nacida en 1883 y fallecida en 1976.
Vida
Con veintitrés años, esta joven fotógrafa y estudiante de química, se acercó al mundo de la fotografía de la mano de Edward S. Curtis como ayudante de laboratorio, y más tarde se adiestró en el tiraje de copias al platino que Curtis realizó en las reservas de los indios de la costa oeste. Pionera de pictorialismo, pronto pasó a formar parte de las filas de avanzadilla del grupo F.64, en el cual fue quizá la mejor seguidora de Edward Weston, alma y fundador de ese grupo que un día dogmatizara las necesidades de la “fotografía pura”: toda fotografía que no esté nítidamente enfocada para cada detalle, que no sea impresa por contacto en papel brillante blanco y negro, que no haya sido montada sobre una superficie blanca, que denuncie cualquier manipulación o que eluda la realidad en la elección de su tema, será “impura”.
Imogen Cunnigham fue quizá la más académica del grupo en lo que se refiere a la presentación de la “forma pura”. Limitada durante la década de los veinte al papel de madre y esposa, se vio obligada a elegir sus referentes en su entorno doméstico. Gustó entonces de fotografiar flores y plantas que ella misma cuidaba dentro y fuera de casa. Sus planos detalle de flores son lo más representativo de su obra. Representativa entre ellas es la titulada Dos calas, realizada antes de 1929. Se trata de una toma de gran belleza y elegancia. El juego de formas de las flores se estiliza en tanto que las luces sin grandes contrastes muestran unas texturas suaves y delicadas, lo que no impide que el espectador pueda intuir la dulce fragancia del blanco sobre el tímido gris y el negro valiente que desdibuja la toma hacia la escasa profundidad representada. No así, esa otra toma titulada Dibujo de hoja vegetal, que realizó el mismo año al gelatino bromuro también. En ella triunfa el grafismo violento y la línea pura que, como un bisturí, corta la luz en duros contrastes, en una composición donde las formas se apresuran en una agresiva cascada de afiladas estructuras lineales. El resultado son correctas y al tiempo valientes fotografías de marcado grafismo y dramáticos contrastes entre luces y sombras incluso trabajando la técnica del papel platino.
Profunda conocedora de la técnica de laboratorio, hasta muy anciana realizó ella misma el tiraje de sus copias. Después de su muerte en 1976, una copia hecha por ella misma valía seiscientos dólares, una simplemente firmada cuatrocientos, y las sacadas tras su muerte ciento cincuenta dólares y es que, no en vano, fue considerada durante mucho tiempo “la abuela venerable de la fotografía americana”.
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