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MúsicaBiografía

Corelli, Franco (1921-2003).

Tenor italiano, nacido en Ancona (en la región de Las Marcas) el 8 de abril de 1921, y fallecido en Milán el 29 de octubre de 2003. Aunque su verdadero nombre era el de Darío, pasó a la historia del bel canto con el nombre artístico de Franco Corelli. Conocido también con el apelativo de "El Príncipe de los Tenores", de él dijo la crítica especializada que era el vocalista que mejor había interpretado el repertorio italiano en la segunda mitad del siglo XX.

También se subrayó, en alabanza suya, su especial sentido de la apostura dramática sobre los escenarios, que para sus detractores rayaba, en no pocas ocasiones, con el histrionismo. La principal característica de su voz era, dentro del registro propio del tenor, un tinte baritonal que, en sus primeros pasos como intérprete operístico, fue rechazado por muchos por su falta de consistencia. En cualquier caso, tanto sus partidarios como quienes le seguían con menor entusiasmo señalaron una peculiaridad única en su voz: la emisión capretina -es decir, parecida al sonido que emite la cabra al balar-, que Corelli, a fuerza de experiencia y tenacidad, logró ir corrigiendo hasta lograr un vibrato único, sólido en el centro de la voz, y generador de la una gran brillantez de campanada (o squillo) en los agudos.

Nacido en el seno de una familia acomodada, en un principio no mostró un especial interés por la música y el canto, y se centró más bien en sus estudios de Ingeniería. Sin embargo, en plena juventud descubrió, de forma casual, sus singulares aptitudes para la interpretación operística; y, animado por su entorno, se decidió a abandonar dichos estudios superiores para empezar a educar su voz.

Fue, pues, uno de los tenores de vocación más tardía en toda la historia de la ópera, habida cuenta de que había cumplido ya los veintitrés años de edad cuando tomó sus primeras clases de canto en el conservatorio de Pesaro. Allí, tras deslumbrar en sus comienzos a sus maestros y compañeros, comenzó a experimentar una serie de crisis vocales que le llevaron a perder la tesitura de tenor, por lo que acabó por educar su voz para el registro propio de los barítonos y comenzar a foguearse con papeles secundarios.

Ya en calidad de tenor, debutó como cantante profesional en 1951, tomando parte en un montaje de Carmen, de Bizet (1838-1875). Sus comienzos tardíos dieron lugar a que, en estos primeros compases de su carrera, su repertorio fuera bastante reducido; tal vez por ello, y para huir de posibles encasillamientos que hubiesen lastrado prematuramente su carrera, Franco Corelli se atrevió por aquel tiempo con títulos de gran rareza en los circuitos operísticos de la época, como la ópera moderna Enea, de Guido Guerrini, o el papel menor de Pierre Bezukov en la versión lírica de La guerra y la paz, de Serguei Prokofiev (1891-1953), puesta en escena en el "Maggio Musical Fiorentino" de 1953.

Durante el resto de la década de los cincuenta, Corelli fue ampliando lentamente su repertorio y dándose a conocer como tenor dentro de su país, con diferentes actuaciones como la que protagonizó en la famosa Scala de Milán el 7 de diciembre de 1954, donde abrió la temporada operística interpretando el papel de Licino en La Vestale, de Gaspare Spontini (1774-1851). En aquella ocasión compartió escenario con la famosa diva María Callas (1923-1977), con la que, andando el tiempo, habría de mantener una apasionada relación amorosa.

La mejor prueba de que su nombre comenzaba a ser familiar entre la crítica, el público y los profesionales del circuito operístico fue su contratación en 1955, como sustituto del célebre tenor Mario del Monaco (1915-1982), para intervenir en un montaje de Aida anunciado en el Teatro San Carlo de Nápoles. Este coliseo se convirtió en el escenario de sus primeros éxitos como tenor, pues allí regresó al años siguiente con La fanciulla del West, de Puccini (1858-1924), como partenaire de la soprano Maria Caniglia; y, en 1958, con La forza del destino, de Verdi (1813-1901), acompañando a los divos Éttore Bastianiani (1922-1967) y Renata Tebaldi (1922- ).

Un nuevo éxito del tenor de Ancona en el susodicho teatro partenopeo tuvo lugar en 1959, cuando se metió en la piel de Maurizio, conte di Sassonia -personaje de la obra Adriana Lecouvreur, de Francesco Cilea (1866-?)-, para acompañar sobre el escenario a otras estrellas del bel canto como Magda Olivero, Giulietta Simionato (1910- ) y el recién citado Bastianini.

Por aquel segundo lustro de la década de los sesenta, Corelli cosechó otros triunfos en diferentes teatros italianos, ora compartiendo cartel con la Callas -en un montaje de Il pirata, de Vincenzo Bellini (1801-1835), muy aplaudido por la crítica y el público-, ora poniendo en escena la Fedora, de Umberto Giordano (1867-1948). Además, durante este duro período de formación y consolidación, el tenor de Ancona fue ampliando sus registros y logró abordar con acierto estilos vocales disímbolos, reclamados por los diferentes personajes que interpretó en Hércules y Giulio Cesar, de Georg Friedrich Haendel (1685-1759); en Ifigenia en Aulide, de Glück (1714-1787); y en Agnes dei Hohenstaufen, de Spontini (1774-1851).

Pero su consagración definitiva como una de los grandes divos del bel canto contemporáneo tuvo lugar el 7 de septiembre de 1960, cuando volvió a pisar el escenario milanés de la Scala para ofrecer una magistral interpretación del Poliuto de Gaetano Donizetti (1797-1848). A partir de entonces, su nombre comenzó a sonar con fuerza en los círculos operísticos internacionales, en muchos de los cuales ya se reclamaba su presencia.

Fue así como, a comienzos de 1961, Franco Corelli cruzó el Atlántico para debutar, el día 27 de enero, en el Metropolitan Opera House de Nueva York, donde interpretó el papel de Manrico, perteneciente a Il trovatore, de Giuseppe Verdi (a quien se homenajeaba en la ciudad estadounidense a los sesenta años de su desaparición). En una actuación memorable -también para su compañera de cartel, la soprano norteamericana Leontyne Price (1927- )-, Franco Corelli cautivó por completo al público del prestigioso Metropolitan, donde habría de ser el intérprete masculino más aplaudido durante toda la década de los sesenta. Allí ofreció otras interpretaciones que han pasado a la historia de la ópera contemporánea, como la que protagonizó un mes y medio más tarde, metiéndose en la piel de Calaf -personaje de Turandot, de Puccini-, bajo la dirección orquestal de Leopold Stokowski (1882-1977), con escenografía y decorados del gran fotógrafo británico Cecil Beaton (1904-1980).

Tras estos triunfos en el teatro de la ópera neoyorquino, Franco Corelli estaba listo para presentarse en cualquier otro escenario del mundo. Así, en 1962, bajo la batuta genial de Herbert von Karajan (1908-1989), ofreció al público de Salzburgo (Austria) otra espléndida versión de Il trovatore; y poco después regresó a su tierra natal para brindar, en la Scala de Milán, una deslumbrante reposición de Les Huguenots, de Meyerbeer (1791-1864), en la que hizo gala de un arriesgado virtuosismo vocal que sorprendió gratamente a propios y extraños, sobre todo en el dueto que, en el acto cuarto, sostenía con su colega Simionato.

Quedó, a partir de entonces, consagrado unánimemente como el mejor tenor del momento, máxime teniendo en cuenta la súbita pérdida de cualidades vocales que habían experimentado sus principales rivales, como Guiseppe di Stefano (1921- ) y Mario del Monaco. Y, sin lugar a dudas, era aclamado como uno de los grandes divos que, a lo largo de toda la historia del género operístico, habían interpretado con mayor acierto el repertorio italiano, parcela en la que no le hacían sombra otros tenores emergentes, como Carlo Bergonzi (1924- ) o Richard Tucker.

Sin embargo, esta brillantísima trayectoria profesional comenzó a estancarse en la década de los setenta, cuando quedó patente que Corelli, en vez de haber asumido el riesgo de afrontar óperas de la densidad de Otello, de Verdi, Sansón y Dalila, de Saint-Saëns (1835-1921), o Il tabarro, de Puccini -donde el papel de Luigi hubiera dado buena medida de su indudable genialidad-, había continuado incrementando su repertorio con roles más ligeros, cercanos al lirismo belcantista, como el de Rodolfo en La bohème, de Puccini, o el de Romeo en Romeo y Julieta, de Charles Gounod (1818-1893). Los puristas del género operístico no entendían que un tenor como Corelli, dotado de una voz tan vigorosa, un envidiable centro denso y baritonal, una soberbia solidez en los agudos y un volumen fuera de serie, no se decidiera a abordar estos trabajos de mayor dificultad, en los que sin duda alguna habría salido airoso.

Por lo demás, su innata inseguridad y su patológica tensión nerviosa le jugaron algunas malas pasadas que, a la postre, habrían de acabar inclinando la balanza en favor de sus detractores. Así, traicionado por los nervios, fue incapaz de pasar de las sesiones iniciales de un proyecto de grabación de Aida, dirigido por Von Karajan; y tampoco pudo culminar, en 1964, la grabación de La forza del destino, del mismo compositor, que la postre fue llevada al fonógrafo con el concurso de Richard Tucker en sustitución de Corelli. Cinco años después, abordó de nuevo este proyecto, pero tampoco pudo pasar de las primera sesiones, y acabó cediendo su lugar a Carlo Bergonzi. Por si todo esto fuera poco, su grabación de Faust, de Gounod, editada en 1966, le había granjeado un considerable número de detractores, que le afeaban su pésimo dominio del idioma francés y, sobre todo, el haber traicionado a la lírica francesa con un Fausto demasiado endeble y terrenal (algo que, por otra parte, era alabado por los defensores de Corelli).

En 1968, un nuevo episodio de miedo escénico le impidió pisar las tablas del Metropolitan Opera House, circunstancia que, dicho sea de paso, propició el debut anticipado de Plácido Domingo (1941- ) ante el selecto público neoyorquino. A partir de entonces, su carrera estuvo marcada por bruscos altibajos, en los que alternó actuaciones memorables -como un brillantísimo papel en Don Carlo, de Verdi, que, ofrecido por Corelli en 1970, se considera el punto culminante de su trayectoria profesional- con algunos desaciertos notables -entre los que cabe cifrar su primera y única gran derrota sobre un escenario, que tuvo lugar en la Ópera de Viena en 1972, cuando no fue capaz de salir adelante en la interpretación de Edgardo, de la obra Lucia di Lammermoor, de Donizetti-. Corelli se recupero de este fracaso bordando, al poco tiempo, un Werther de Jules Massenet (1842-1912), trabajo en el que tuvo que se elogiado hasta por quieres le censuraban con mayor encono.

Pero su carrera ya había entrado claramente en su fase terminal, en la que, durante los años de 1973, 1974 y 1975 redujo considerablemente sus actuaciones. Así las cosas, Corelli anunció su retirada para 1976, año en el que sólo ofreció dos interpretaciones, ambas en su repertorio tradicional: La bohème y Roméo et Juliette. Se consagró, a partir de entonces, a la docencia -actividad en la que tuvo ocasión de formar a alumnos tan destacados como el tenor ciego Andrea Bocelli-, compaginando sus lecciones de canto con su frecuente aparición en diferentes actos de homenaje que se le tributaron; así, en 1996 le otorgaron, en reconocimiento a toda su carrera, el Premio Bellini d'Oro; y un año después se ofreció, en su honor, un concierto-homenaje en Viena, en el que tomaron parte algunas de las grandes figuras operísticas de finales del siglo XX.

Desde 1998, el ilustre tenor de Ancona preside el jurado del Concurso Internacional Franco Corelli, convocado por las autoridades culturales italianas en homenaje a su brillante carrera musical.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.