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LiteraturaBiografía

Chacel Arimón, Rosa (1898-1994).

Poetisa, narradora y ensayista española, nacida en Valladolid el 3 de junio de 1898 y fallecida en Madrid el 27 de julio de 1994. En su longeva existencia -transcurrida, en su mayor parte, fuera de España, debido a sus desavenencias políticas con la dictadura franquista-, participó en algunos de los principales movimientos estéticos que marcaron decisivamente la evolución de las Letras y las Artes del siglo XX (como el Ultraísmo), se relacionó con las figuras más destacadas de la intelectualidad española (como el filósofo José Ortega y Gasset, al que admiró profundamente y rindió tributo en su obra narrativa y ensayística), y dejó impresa una honda y depurada producción literaria que, caracterizada por su minucioso enfoque introspectivo, la sitúa entre las voces más representativas de la literatura española contemporánea. La suma de sus méritos intelectuales y creativos le hizo merecedora, en 1987, de uno de los mayores galardones literarios que se conceden en España, el Premio Nacional de las Letras Españolas, otorgado por el Ministerio de Cultura.

Vida y obra

Nacida en el seno de una familia de clase media en la que las inquietudes literarias ocupaban un primer plano -su padre era un funcionario estatal que se consideraba un escritor frustrado, y su madre, maestra de profesión, era sobrina nieta del gran poeta y dramaturgo romántico José Zorrilla-, recibió desde su temprana niñez una esmerada instrucción particular orientada hacia el ámbito de las Humanidades. Aquejada, muy pronto, por una seria afección bronquial, sólo pudo acudir a la escuela durante un breve período de tres meses, por lo que toda su formación académica corrió a cargo de sus propios padres y de unos preceptores particulares que le enseñaron las primeras nociones de gramática, geografía e historia, así como los rudimentos de la doctrina católica. Fueron, principalmente, los desvelos educativos de sus progenitores los que orientaron precozmente a la pequeña Rosa hacia el campo de las Artes y las Letras: por un lado, el amoroso magisterio de su madre logró que la niña supiera leer y escribir cuando sólo contaba tres años de edad; y, por otra parte, los prolongados paseos que, en busca de un alivio para su dolencia, se veía obligada a dar en compañía de su padre le permitieron conocer y memorizar numerosos poemas que, para amenizar las caminatas, solía recitarle el fracasado escritor. Así las cosas, no había alcanzado aún los diez años de edad cuando, influida por el ambiente cultural que se respiraba en su casa, ya había leído algunas de las obras principales de los grandes autores europeos decimonónicos como Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Julio Verne y Walter Scott, al tiempo que experimentaba un vivo interés por la creación artística que la llevó a tomar clases de pintura y dibujo en 1906.

Un suceso luctuoso que sobrecogió a toda su familia -la muerte de un hermano suyo en 1901- dio pie a continuas visitas al cementerio vallisoletano que, durante estos años decisivos de su primera infancia, inclinaron el carácter de la futura escritora hacia la exploración interior y la minuciosa observación de los hondones del alma humana. Esta presencia regular de la pequeña Rosa Chacel en el camposanto de su ciudad natal quedó interrumpida en 1908, cuando, a sus diez años de edad, se trasladó a Madrid para instalarse en la casa que poseía su abuela en el castizo barrio de Maravillas, más tarde convertido en uno de los ambientes emblemáticos de su obra. El hecho de afincarse en la capital de España contribuyó decisivamente al desarrollo de las inquietudes artísticas y literarias que albergaba desde niña Rosa Chacel, quien, en 1910 -con su familia acomodada, ahora, en el barrio de Salamanca-, se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios y en la Escuela del Hogar y Profesional de la Mujer. Al cabo de cuatro años, cuando acababa de cumplir los dieciséis, ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando para recibir lecciones de escultura, y comenzó a partir de entonces a relacionarse con las figuras señeras de la creación artística y literaria española de comienzos del siglo XX, como el escritor gallego Ramón María del Valle-Inclán y el pintor cordobés Julio Romero de Torres, ambos contratados como docentes, a la sazón, en dicho centro. También conoció en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando al pintor Timoteo Pérez Rubio, al que se unió en un prolongado noviazgo que habría de conducir a ambos al altar en 1922.

Mucho antes de su enlace conyugal, Rosa Chacel ya se había convertido en una de las figuras más relevantes y prometedoras de la juventud española de comienzos del siglo XX. Visitante asidua del Museo del Prado y contertulia fija en los principales foros y cenáculos artísticos e intelectuales de la capital (desde el más humilde café literario hasta los graves salones del Ateneo), la joven vallisoletana tuvo ocasión de conocer a algunas personalidades de la cultura española contemporánea tan descollantes como Ramón Gómez de la Serna y Juan Ramón Jiménez; pero, sobre todo, entabló una fructífera relación intelectual con el ya mencionado filósofo José Ortega y Gasset, a quien deslumbró por su perfecto conocimiento -verdaderamente extraño en una joven de su tiempo- de las obras de Nietzsche, Schopenhauer, Kant y Dostoievsky, devoradas con fruición por la voracidad intelectual de Rosa Chacel en la espléndida biblioteca del Ateneo de Madrid. Su presencia en esta institución fue tan notable por aquellos años que, en 1921, con tan sólo veintitrés años de edad, fue invitada a pronunciar en sus salones la que habría de ser la primera conferencia de la autora vallisoletana, titulada "La mujer y sus posibilidades".

El mismo año en que contrajo nupcias con Rosa Chacel, el pintor Timoteo Pérez Rubio obtuvo una beca para el Colegio de España en Roma, por lo que ambos cónyuges se trasladaron a la Ciudad Eterna durante larga luna de miel que, ampliada luego a otras ciudades europeas como Londres, París, Múnich e Innsbruck, se prolongó por espacio de cinco años. Durante su estancia en la capital italiana, la joven escritora envió su primer relato a España (publicado en la revista vanguardista Ultra bajo el título de "Las ciudades") y concluyó su primera novela, Estación. Ida y vuelta (1925), cuyo capítulo inicial vio la luz en 1927, cuando el matrimonio ya había regresado a España, entre las páginas de la Revista de Occidente. Consagrada, a partir de entonces, como una de las grandes autoras hispanas del momento, la escritora vallisoletana comenzó a colaborar asiduamente en esta prestigiosa revista y en otras relevantes publicaciones del panorama cultural español, como La Gaceta Ilustrada, dirigida por Ernesto Giménez Caballero; y, por encargo expreso del propio Ortega y Gasset, se enfrascó en la redacción de la biografía de Teresa Mancha, la amante de Espronceda que inspiró al poeta romántico su celebérrimo "Canto a Teresa", obra cuya primera entrega fue publicada también por la Revista de Occidente.

La aparición de Estación. Ida y vuelta -un relato que, publicado en su integridad por la Editorial Ulises en 1930, plasmaba a la perfección las teorías sobre el «arte deshumanizado» que había lanzado Ortega y Gasset-, vino a coincidir con el nacimiento Carlos Pérez Chacel, el primogénito del matrimonio constituido por el pintor y la escritora. Inmersa, desde hacía ya más de un decenio, en los cauces estéticos e ideológicos dominantes en la intelectualidad española del primer tercio del siglo XX, Rosa Chacel saludó con alborozo la proclamación de la II República, en la que su esposo pronto fue honrado con algunos cargo públicos tan relevantes como el de subdirector del Museo de Arte Moderno. En medio de los éxitos profesionales de ambos cónyuges y de su entusiasta colaboración con las autoridades republicanas, la muerte de Rosa-Cruz Arimón, madre de la escritora, sobrevenida en 1933, sumió a Rosa Chacel en una honda depresión de la que intentó evadirse cambiando de aires durante una temporada. Marchó, pues a Berlín y se instaló en la misma residencia donde estaban alojados el poeta Rafael Alberti y su esposa María Teresa León -también escritora-, con los que pronto compartió afinidades estéticas e ideológicas (entre estas últimas, su visceral repulsa al nazismo emergente). Durante su estancia en la capital alemana, las cartas de recomendación de Ortega y Gasset y la amistad entablada con el filólogo venezolano Ángel Rosenblat -a la sazón afincado en Berlín para ampliar sus estudios lingüísticos- propiciaron que Rosa Chacel se diera a conocer en los ambientes culturales alemanes por medio de una serie de conferencias que le granjearon un merecido prestigio intelectual.

A su regreso a España, la escritora vallisoletana comenzó a interesarse vivamente por la creación poética, al tiempo que consolidaba su compromiso ideológico con las fuerzas políticas de la Izquierda. A comienzos de 1936 vio la luz en Caballo verde para la poesía -revista fundada en Madrid por Pablo Neruda- un soneto de Rosa Chacel que, publicado bajo el título de "Paz González", anunciaba su actual consagración a la poesía, pronto puesta de manifiesto en su primer poemario impreso, que salió de la imprenta a los pocos meses bajo el epígrafe de A la orilla de un pozo (Madrid: Héroe, 1936). Simultáneamente, la audaz escritora se había destacado como una de las mujeres intelectuales españolas más activamente comprometidas con la ideología progresista, con iniciativas tan elocuentes como la firma de un escrito de protesta por la detención y encarcelamiento del poeta Miguel Hernández (lo que la vinculó directamente a otros grandes autores de la Generación del 27 que subscribieron dicha queja, como el ya citado Alberti y Bergamín, Lorca, Cernuda y Altolaguirre), o, ya iniciada la contiende fratricida, con la firma del famoso Manifiesto Fundacional de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura. Seriamente preocupada ante el cariz dramático que estaba tomando la sublevación de los militares fascistas, se alistó en un hospital como enfermera para atender a los heridos de guerra, ocupación que compaginó con la redacción de artículos para la revista El Mono Azul, en la que tuvieron cabida las colaboraciones de las principales plumas republicanas del país.

Temiendo por su propia vida, a finales de 1936 abandonó Madrid para trasladarse a Barcelona y, poco después, a Valencia, donde se había constituido un núcleo fuerte de intelectuales antifascistas. Comenzó, entonces, a publicar sus artículos en la revista Hora de España, dirigida durante estos primeros compases de la Guerra Civil por los poetas levantinos Juan Gil-Albert y Ramón Gaya; pero las malas noticias que llegaban desde los frentes de guerra la instaron, en marzo de 1937, a salir precipitadamente de España en compañía de su hijo Carlos, mientras que Timoteo Pérez Rubio permanecía en Madrid en calidad de presidente de la Junta de Defensa del Tesoro Artístico Nacional, donde jugó un papel primordial en la protección de la riqueza pictórica albergada entre los muros del Museo del Prado.

Tras permanecer durante todo el año de 1937 en París, la autora y su pequeño hijo se instalaron en Grecia en 1938, para reunirse ambos con Timoteo Pérez en Ginebra al año siguiente. A pesar de las vicisitudes del exilio y de la inestabilidad generada por la forzosa separación conyugal, Rosa Chacel continuó escribiendo y, en el transcurso de aquel mismo año de 1939, publicó en la prestigiosa revista bonaerense Sur el primer capítulo de su nueva novela, titulada Memorias de Leticia Valle. Finalmente, tras haber permanecido durante un breve período de tiempo en París, el matrimonio marchó a Burdeos para embarcarse rumbo a Hispanoamérica, desde donde habían llegado numerosos invitaciones que ofrecían asilo a la escritora exiliada. El día 30 de mayo de 1940, el barco en el que viajaban Rosa Chacel, Timoteo Pérez y el joven Carlos atracó en Río de Janeiro, ciudad en la permaneció el matrimonio de artistas durante una década, alternando su estancia allí con prolongados períodos de residencia en Buenos Aires, donde habían dejado interno en un centro de estudios a su hijo. Fue en la capital argentina donde comenzaron a aparecer las nuevas obras de la segunda etapa literaria de la escritora vallisoletana, primero la edición íntegra de la biografía Teresa (Buenos Aires: Nuevo Romance, 1941), y posteriormente su anunciada novela Memorias de Leticia Valle (Buenos Aires: Emecé Editores, 1945), más tarde considerada por la crítica especializada como una de sus dos obras maestras (el ritmo lento, minucioso e intimista de esta narración llegó a ser comparado con la prosa pausada y exquisita de Marcel Proust). Para subsistir durante el largo exilio, Rosa Chacel recurrió a las colaboraciones en diferentes publicaciones argentinas, como el diario La Nación y las revistas Sur, Realidad y Los Anales de Buenos Aires, actividad que compaginó con una fecunda labor como traductora.

Mientras escribía otra de las cumbres de su carrera literaria -La sinrazón (1961)-, se enfrascó en la redacción de un volumen de relatos que vio la luz a comienzos de los años cincuenta bajo el título de Sobre el piélago (Buenos Aires: Imán, 1952), pronto galardonado con la Faja de Honor de Honor de la Sociedad Argentina de Editores. Poco después, invitada por la Universidad Nacional del Sur, de Bahía Blanca (Argentina), pronunció sendos ciclos de conferencias bajo los títulos de "Poesía de la circunstancia" y "Cómo y por qué de la novela", cuyos textos fueron recogidos en un volumen impreso a finales de la década de los cincuenta (Bahía Blanca: Universidad Nacional del Sur, 1958). En 1959, becada por la fundación estadounidense "John Simon Guggenheim", se instaló en Nueva York y comenzó a escribir su célebre ensayo Saturnal, cuya edición definitiva no habría de ver la luz hasta 1970.

Tras una breve estancia en México durante 1960, en la que aprovechó para colaborar en la Revista Mexicana de Literatura y para visitar a su hermana Blanca y a algunos intelectuales españoles en el exilio (como su gran amiga Concha de Albornoz y el poeta sevillano Luis Cernuda), regresó a Nueva York y permaneció allí hasta 1961, fecha en la que salieron de la imprenta dos de sus obras mayores: la ya citada novela La sinrazón (Buenos Aires: Ed. Losada, 1961), en la que, valiéndose de una honda densidad intimista plagada de aciertos expresivos, relataba algunos de los sucesos que había vivido de cerca en Berlín durante su visita en 1933; y el volumen de cuentos Ofrenda a una virgen loca (Xalapa [México]: Universidad Veracruzana, 1961), con el que confirmó su singular magisterio en el complejo género de la narrativa breve.

Entretanto, silenciadas por la férrea censura oficial de las autoridades culturales franquistas, la obra y la figura de la escritora apenas eran conocidas por puñado de intelectuales españoles, entre los que se contaba el pensador -paisano suyo y discípulo de Ortega y Gasset- Julián Marías. Por mediación de éste, Rosa Chacel pudo regresar a España en 1962, después de haber permanecido durante veinticinco años sin pisar su país natal, para pronunciar una conferencia en la Asociación Española de Mujeres Universitarias y asistir a la presentación de la edición española su biografía Teresa (Madrid: Ed. Aguilar, 1962), publicada también merced a la mediación del filósofo vallisoletano. A pesar de los esfuerzos de Julián Marías y de una serie de jóvenes promesas de las Letras españolas que repararon en la deslumbrante calidad de la obra de Rosa Chacel, la escritora de Valladolid pasó prácticamente inadvertida durante su breve retorno a España, por lo que volvió en 1963 a Río de Janeiro para reanudar una fructífera actividad literaria que se fue materializando en otras obras tan relevantes como el ya mencionado ensayo Saturnal (Barcelona: Seix Barral, 1970); el libro -también ensayístico- La confesión (Barcelona: EDHASA, 1971); el volumen recopilatorio de cuentos Icada, Nevda, Diada (Barcelona: Seix Barral, 1971), constituido por relatos anteriores; sus memorias de infancia, publicadas bajo el título de Desde el amanecer (Madrid: Revista de Occidente, 1972); y la recopilación de los diarios que había empezado a redactar cuando estaba en Burdeos, a la espera del barco que había de trasladarla a Brasil, impresos luego en tres volúmenes bajo el epígrafe común de Alcancía.

A comienzos de los años setenta, fue otro viejo amigo -el filólogo venezolano Ángel Rosenblat, al que había conocido durante su período de residencia en Berlín- quien propició un nuevo retorno de Rosa Chacel a España, donde ahora, gracias a la tenaz labor de difusión de su obra realizada por Julián Marías y los poetas Pere Gimferrer y Ana María Moix, fue recibida con grandes muestras de cariño y admiración por parte de la intelectualidad hispana, que reclamó sus artículos y conferencias desde todos los rincones de la Península. Reconocida, finalmente, como una de las mayores figuras de las Letras españolas contemporáneas, vio cómo su obra era objeto de análisis y estudios por parte de los grandes especialistas en la literatura actual, por que tomó la decisión de establecerse de nuevo en Madrid en 1974, después de haber obtenido una beca de la Fundación Juan March para acabar su novela Barrio de Maravillas (primera entrega de una trilogía concebida bajo el título de Escuela de Platón). Dos años después, la aparición de esta narración de Rosa Chacel (Barcelona: Seix Barral, 1976) fue saludada alborozadamente con el Premio de la Crítica, lo que supuso su definitiva -pero lamentablemente tardía- incorporación al Parnaso español contemporáneo.

La muerte de Timoteo Pérez Rubio, acaecida en 1977, marcó el inicio de la decadencia vital -aunque en modo alguno creativa- de la ya casi octogenaria escritora, quien sólo logro reponerse de este duro revés gracias a los tributos de respeto y admiración con los que se homenajeaba continuamente su obra (entre ellos, una versión cinematográfica de Memorias de Leticia Valle, rodada por Antonio Pangua en 1979, con un reparto integrado por algunas figuras cimeras del celuloide hispanoamericano, como Fernando Rey, Héctor Alterio y Esperanza Roy). En el transcurso de aquel mismo año de 1979, Rosa Chacel fue objeto de una caluroso homenaje rendido por la Asociación de Amigos de Simancas, y poco tiempo después comenzó a publicar sus brillantes colaboraciones periodísticas en el cotidiano El País, desde cuyas páginas concitó la atención de todos los artistas e intelectuales españoles en 1980, a raíz de haber firmado un valiente manifiesto en defensa de la libertad de expresión.

Seguía, entretanto, inmersa en una fecunda labor literaria que la llevó a publicar varias obras cuando ya había rebasado los ochenta años de edad, como la biografía Timoteo Pérez Rubio y sus retratos de jardín (Madrid: Cátedra, 1980), las prosas de ficción de Novelas antes de tiempo (Barcelona: Bruguera, 1981) y el ensayo Los títulos (Barcelona: EDHASA, 1981). En 1982, tras haber manifestado públicamente su intención de apoyar en las urnas al Partit dels Socialistes de Catalunya, asistió a unos coloquios sobre su obra convocados por el Centro de Estudios y Difusión de los Derechos del Hombre; y, al cabo de un año, volvió a recibir un emotivo homenaje en la Feria del Libro de su Valladolid natal, ciudad en la que también fue requerida para que formara parte del Comité de Honor del Homenaje al gran poeta vallisoletano de la Generación del 27 Jorge Guillén.

Para asombro de todos, a su avanzada edad continuaba gozando de una lucidez mental envidiable y una poderosa capacidad creativa que le permitió dar a la imprenta, a mediados de los años ochenta, la segunda entrega de la trilogía narrativa Escuela de Platón, obra que, presentada bajo el título de Acrópolis (Barcelona: Seix Barral, 1984), quedó entre las finalistas del Premio Nacional de Literatura. Su situación financiera, agravada por las carencias de la vejez, no corría pareja a sus éxitos literarios, por lo que en 1985 se vio obligada a aceptar una ayuda económica del Ministerio de Cultura; a pesar de estos graves inconvenientes monetarios, no descuidó nunca su infatigable labor intelectual, que volvió a brillar a gran altura durante dicho año en sendos homenajes tributados a Octavio Paz (no dudó, próxima a cumplir ya los noventa años de edad, en desplazarse hasta el México natal del poeta) y a Ortega y Gasset (este último, en forma de seminario bajo el título "Ortega y la introducción cultural de España en el siglo XX").

En medio de la perplejidad de propios y extraños, en 1986 publicó una selección de sus artículos periodísticos (Rebañaduras [Valladolid: Junta de Castilla y León, 1986]) y una espléndida versión en castellano de las Tragedias del dramaturgo francés del siglo XVII Jean Racine, por la que fue distinguida con el Premio Nacional de Traducción, galardón al que se vino a sumar, un año después, el ya mencionado Premio Nacional de las Letras Españolas, otorgado por el Ministerio de Cultura. Aquel mismo año de 1987 participó de forma activa y entusiasta en las celebraciones conmemorativas del cincuenta aniversario del Congreso de Intelectuales Antifascistas (Valencia, 1937), y en 1988, tras haberse emocionado hondamente con su nombramiento como Hija Predilecta de su Valladolid natal (donde se erigió un monumento dedicado a su persona), publicó la tercera y última entrega de Escuela de Platón, presentada bajo el título de Ciencias Naturales (Barcelona: Seix Barral, 1988). Pocas veces se había visto hasta entonces en las Letras españolas que una autora siguiera dando a conocer nuevos escritos después de haber cumplido los noventa años de edad.

Investida Doctor honoris causa en Filología Española por la Universidad de Valladolid en 1989, publicó aquel mismo año la colección de relatos Balaam y otros cuentos (Madrid: Mondadori, 1989) y los dos primeros volúmenes de su extensa Obra Completa (Valladolid: Diputación Provincial de Valladolid, 1989; 7 vols.). En 1990 fue distinguida con el Premio de Castilla y León de las Letras, y al año siguiente dio a los tórculos un nuevo libro bajo el título de Pozo cartesiano (1991). Una interesante recopilación de su producción lírica -Poesía (1931-1991) [Barcelona: Tusquets, 1992]- vio la luz en 1992, año en el que Rosa Chacel fue objeto de un nuevo reconocimiento público de alcance nacional, ahora a cargo de Televisión Española, que dedicó a su figura el primer capítulo del programa "Mujeres". En 1993, ya seriamente enferma, asistió en Logroño a un congreso de especialistas en literatura centrado únicamente en su obra, y poco después, ante el agravamiento de su dolencia, se vio forzada a ingresar en un hospital, hasta el que se desplazaron los reyes de España para hacerle entrega en persona de la Medalla de Oro de las Bellas Artes. La tercera y última entrega de los diarios que conforman el volumen colectivo Alcancía apareció, póstumamente, en 1998, bajo el título de Estación Termini.

Otras obras de Rosa Chacel no citadas en parágrafos superiores son las tituladas Versos prohibidos (Madrid: Caballo Griego para la Poesía, 1978), Ramón en cuatro entregas (Madrid: Museo Municipal de Madrid, 1980) y La lectura es un secreto (Gijón: Júcar, 1989). Entre los relatos sueltos que publicó antes de la Guerra Civil en diferentes periódicos y revistas, cabe recordar "Chinina Migone" (1928) y "Las cuatro esquinas" (1929).

Bibliografía

  • BOCANEGRA VAQUERO, S. "Chacel Arimón, Rosa", en MARTÍNEZ, Cándida; PASTOR, Reyna; PASCUA, Mª J. de la; y TAVERA, S. [dirs.] Mujeres en la historia de España (Barcelona: Planeta, 2000), págs. 467-471.

  • FONCEA HIERRO, I. Barrio de Maravillas, de Rosa Chacel: Claves y símbolos (Málaga: Diputación Provincial de Málaga, 1999).

  • MARTÍNEZ LATRE, Mª P. [ed.]. Actas del Congreso en homenaje a Rosa Chacel (Logroño: Universidad de La Rioja, 1994).

  • MATEO, M. A. Retrato de Rosa Chacel (Barcelona: Círculo de Lectores, 1993).

  • PORLAN, A. La sinrazón de Rosa Chacel (Madrid: Anjana, 1984).

  • RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, A. Rosa Chacel: Premio Nacional de las Letras Españolas, 1987 (Madrid: Ministerio de Educación y Cultura/Secretaría de Estado de Cultura, 1988).

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.