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Celestino V, Papa y Santo (1215-1296).

Papa y Santo de la Iglesia Católica nacido en Isernia, en la provincia napolitana de Molise, en 1215 y muerto en Castello di Fumone en 1296.

Llamado Pietro da Morrone, perteneció a una familia humilde e ingresó en la orden benedictina a los diecisiete años, siendo nombrado sacerdote en Roma. Fue un amante de la soledad y se retiró para llevar una vida eremítica en el Monte Morrone (de ahí el apellido), en los Abruzos, marchándose después al Monte Majella. Tomando como modelo a San Juan Bautista, se convirtió en un anacoreta y se sometió a sí mismo a grandes privaciones y sacrificios. Su santidad atrajo a muchos que quisieron imitar su modo de vida, llegando a congregar a 600 religiosos divididos entre diversos monasterios. En 1264 el papa Urbano IV aprobó la orden, a la que dio el nombre que Pietro ostentaría durante su pontificado: Celestinos, que serían una rama de los Benedictinos. En 1284 Pietro nombró vicario de la orden a un tal Roberto y volvió a retirarse a la vida contemplativa. Aunque se desconoce el grado de conexión que durante esa época tuvo el monje con los Celestinos franciscanos (aunque compartieron el nombre, fueron una orden diferente de la creada por Pietro, con un modo de vida cenobítico, en extremo espiritual, pero dependientes de sus superiores franciscanos), se sabe que rechazó las ideas heréticas de la orden, aunque los elementos más fanáticos hicieron uso de su nombre, no sólo durante su vida, sino también después de su muerte.

Después de la muerte del papa Nicolás IV (4 de abril de 1292) se produjo un vacío en el trono de San Pedro de más de dos años, pues, tanto en el cónclave de Perugia como en Roma, el enfrentamiento entre las facciones de los Colonna y los Orsini, de güelfos y gibelinos, en definitiva, hacía que no se llegase a un acuerdo en la designación de un sucesor. La visita a Perugia de Carlos II de Nápoles en abril de 1294 no hizo sino empeorar el ambiente. Cuando la situación parecía insostenible, el cardenal Latino Orsini indicó que Dios le había revelado que el eremita Pietro da Morrone sería el sucesor de San Pedro y el Colegio de Cardenales, exhausto, aceptó la designación. Los ejercicios espirituales de Pietro da Morrone fueron interrumpidos en julio de 1294 por un hecho insólito: varios altos dignatarios, acompañados de una gran muchedumbre, ascendieron la montaña en la que se encontraba el monje, para darle la noticia de que había sido elegido papa por unanimidad del Colegio Cardenalicio.

El nuevo papa tomó el nombre de Celestino V y la noticia de su proclamación se extendió rápidamente, haciendo que se congregasen multitudes a su paso. La elección fue especialmente bien acogida por los espirituales franciscanos, que vieron en ello la realización de la profecía según la cual se habría consumado la llegada del reino del Espíritu Santo, que gobernaría a través de los monjes. Carlos II de Nápoles, prestó homenaje al nuevo pontífice a través de su hijo Carlos Martel, aspirante a la corona de Hungría; lo que en realidad pretendía el monarca angevino era extender su influencia sobre el hombre simple, que ahora detentaba la máxima dignidad de la Cristiandad. Ante la petición de los cardenales de que Celestino viajase a Perugia para ser coronado, el papa designó Aquila, en la frontera del reino de Nápoles; sólo tres cardenales tuvieron tiempo de llegar a la ciudad antes de que Carlos II ordenase adelantar la coronación: Celestino entró en Aquila montando un humilde asno, cuya soga sujetaban dos monarcas. La ceremonia, aún así, debió ser repetida cuando llegaron el resto de los dignatarios, dándose así el caso único de una doble coronación papal.

No se conoce al detalle el número de desaciertos que fue capaz de cometer el simple Celestino V durante sus cinco meses de pontificado, ya que todos sus actos fueron revocados y anulados por su sucesor. Bajo la influencia de Carlos II ordenó a la Curia entera que se dirigiese a Nápoles. El 18 de septiembre creó doce nuevos cardenales, de los cuales, siete fueron franceses y el resto napolitanos. Este fue uno de los puntos de partida del gran cisma que dividiría la Iglesia Romana pocos años después. En poco tiempo empeoró su relación con los cardenales, cuando puso de nuevo en vigor las rigurosas leyes de Gregorio X que regulaban el cónclave, y que habían sido abolidas por el papa Adriano V. Celestino V, hizo cardenal al obispo de Benevento, sin respetar ninguna de las formas tradicionales y repartió privilegios y beneficios con toda prodigalidad, llegando incluso a otorgar los mismos bienes a dos o más rivales o a entregar cartas en blanco. Como consecuencia de todo ello, los asuntos de la Curia cayeron en un extremo desorden. En su corto pontificado, Celestino V permitió a los Celestinos de Monte Cassino (franciscanos) que llevasen una vida eremítica. En agradecimiento, después de la muerte de Celestino, la orden tomó el nombre de Pauperes eremitae Domini Celestine, aunque fue disuelta en 1302 por Bonifacio VIII, cuya legitimidad fue cuestionada por los frailes.

Cuando llegó a Nápoles, Celestino V se instaló en una sencilla habitación del Castel Nuovo. Hombre extremadamente espiritual, enseguida fue superado por la enorme responsabilidad que subyacía en su dignidad y creyó en peligro su alma al no poder dedicar tiempo a los ejercicios espirituales a que estaba acostumbrado. Ante su manifiesta incapacidad para el gobierno de la Iglesia, parece que la idea de la abdicación surgió a la vez entre el pontífice y los descontentos cardenales. El cardenal Gaetano, uno de los principales partidarios de la renuncia papal, trató de convencer a Celestino de la necesidad de emitir una constitución que legalizase la abdicación y obligase al Colegio de Cardenales a aceptarla. El conocimiento de la posibilidad de la renuncia de Celestino encendió los ánimos de los napolitanos y se erigió un partido contrario a la abdicación, cuyo principal valedor fue el rey Carlos II, apoyado por gran parte del clero del reino. A principios de diciembre, una procesión de clérigos rodeó el Castel Nuovo, implorando al papa que no abandonase su puesto; no sirvió de nada y el día 13 de diciembre de 1294 Celestino V leyó su resolución de abdicar (basada en puntos enunciados por el cardenal Gaetano) al Colegio de Cardenales y les informó de su obligación de elegir sucesor; nueve días después el cónclave eligió papa a Benedetto Gaetano, que tomó el nombre de Bonifacio VIII.

Inmediatamente, Bonifacio VIII revocó los actos de gobierno del dimitido pontífice y ordenó retenerle en custodia. Pietro di Morrone intentó huir al Monte Majella, para permanecer entre sus monjes, pero el papa lo mandó capturar. El monje consiguió huir y permaneció durante meses entre los bosques y las montañas, pero finalmente fue capturado junto al monte Gargano, cuando intentaba cruzar el Adriático. Bonifacio le confinó en un pequeño aposento de la torre del Castello di Fumone, cerca de Anagni, donde permaneció enclaustrado y dedicado a sus oraciones, atendido por sus monjes, durante los nueve meses que le restaban de vida. En 1313 fue canonizado por el papa Clemente V y sus huesos fueron transferidos de Ferentino a la iglesia de su orden en Aquila, donde aún permanecen. Su festividad se celebra el 19 de mayo.

Bibliografía

  • NIETO SORIA, J.M. El Pontificado Medieval. Madrid, 1996.

  • SABA, A. Historia de los papa. T. 1, Desde San Pedro a Celestino V. Barcelona, 1951.

  • ULLMANN, W. Il papato nel medioevo. Roma, 1975.

JMMT

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