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HistoriaBiografía

Carranza, Ángela de (ca.1642-1694).

Vecina de Lima, beata agustina, fue acusada ante la Inquisición de Lima en 1689. Cuando se inició el proceso ésta no pudo precisar su edad. Los inquisidores señalaron que tenía más de 46 años. Puede deducirse que nació aproximadamente en 1642, en la ciudad de Córdoba, provincia de Tucumán. Declaró ser hija legítima de don Alonso de Carranza y Mudarra, natural de Madrid o Sevilla, (sic) caballero de la Orden de Santiago, y de doña Petronila de Luna y Cárdenas, natural de Santiago del Estero (Tucumán). Agregó ser cristiana, bautizada y confirmada, y doncella. Por su nacimiento Ángela de Carranza, por lo menos en términos de prestigio, pertenecía a un grupo social superior en la jerarquía del mundo colonial. Esta buena reputación que le conferían las circunstancias de su nacimiento se ve contrastada por la información que doce testigos trajeron su ciudad natal: vivió con poco recato y en escándalo. Su casa era concurrida por mucha gente, y estuvo amancebada con algunos hombres. Con un amigo suyo se trasladó a Chile, para luego llegar a Lima. Tenía aproximadamente 25 años cuando llegó a esta ciudad, sitio peligroso sin familia, marido y fuera de un convento. No tiene dote. Trata de "moderarse en el traje y de tener oración y mortificazión". En algún momento oye una voz “le parezió ser la del Señor que le dixo no te tengo para casada y otras vezes oía una voz frequentemente que le dezía sígueme". Elige al fraile agustino Bartholomé de Ulloa para tenerle "obedienzia". De allí en adelante, y de acuerdo al consejo de su confesor, la beata sólo hablaría de esas materias con éste, el que además la insta a escribir sus revelaciones. Y así lo hizo durante quince años de manera compulsiva. En esa primera época otro confesor compartía el control de Ángela: el maestro fray Joseph del Prado. Lo reemplazaría Agustín Roman, también agustino. Otro clérigo que participó en la comunicación mística de Ángela fue Ignacio de Ixar, cura de San Marcelo. La presencia de estos clérigos, según las propias palabras de Ángela, garantizaba el buen camino de su experiencia mística y "corría con seguridad de conzienzia". A través de algunos fragmentos se puede tener una idea de su entorno doméstico. Los padres estaban ausentes, y ella estaba rodeada de sirvientes. Se menciona explícitamente a una criada negra -difunta en el momento del juicio-, y a un “indiesillo” o mestizo que la beata ha criado, con el que comparte su aposento. Los testigos afirmarían que éste había seducido por la beata. Hay noticias de dos criadas que la sirven. Ángela de Carranza parece haber gozado de holgura económica. Algunos testigos afirmaron que ésta cobraba por los favores que prodigaba. Sin embargo, el abogado defensor, a manera de descargo, aseguraba que la rea “ni avía acaudalado vestidos, galas, comprado fincas”. Lo que Ángela de Dios atesoró fue una numerosa corte, y eso era lo que importaba en la sociedad colonial. Era solicitada, invitada y regalada por la crema de la sociedad colonial, personas a las cuales ella recíprocamente favorecía con sus regalos espirituales. Por lo menos hasta cierto momento, mantuvo relaciones con la plebe de la ciudad. Pero éstas parecen deteriorarse con el incremento de su fama. Según los cuadernos y las declaraciones de la beata, los arrobos místicos, cuando recibía las revelaciones divinas, se llegaron a suceder a diario. También experimentaba “transportaciones” que la llevaban a Roma o a Turquía, entre otros lugares. Este tipo de experiencias fueron comunes en los místicos y santos de la época y de periodos anteriores. Ángela conoce el purgatorio -tiene poderes especiales para saber quiénes lo habitan-, visita el infierno y debate con los demonios, donde conoce a los condenados. Al cielo suele llevar objetos que bendice y luego reparte en la ciudad a sus devotos. Incursiona en el terreno de lo profético, anunciando desgracias y buenaventuras. Hacia 1688 Ángela de Carranza había reunido 7.500 folios. El motivo central del diario místico era revelar el misterio de la Inmaculada concepción. Sin embargo, a lo largo del escrito se encontraban multitud de temas. Ángela de Dios y sus diferentes padres espirituales que la habían acompañado fueron preguntados por los inquisidores sobre la autoría de los escritos. La beata reconoció haber escrito con su puño y letra una primera parte que iba de 1671 a 1678. Luego se dedicó a dictar lo que experimentaba en sus visiones. Ángela de Carranza no sólo se dedicó a escribir. Esta mujer hizo públicas sus revelaciones y llegó a alcanzar una temporal pero poderosa reputación de santa:“Con las revelaciones y favores que esta beata publicaba tener de Dios, y con su arte y maña, llegó a tener en esta ciudad por muchos años, el engañar a la mayor parte de ella, y no del vulgo solo, sino de la nobleza y de personas de autoridad y puestos superiores, como de virreyes, virreinas, arzobispo de Lima y muchos obispos de este reino, oidores y de muchos religiosos y prelados regulares, que la miraban y respetaban como a una de las mayores santas y santos que venera la Iglesia, en tanto grado que una persona rica de esta ciudad tenía ofrecidos tres mil pesos para la impresión de sus escritos, juzgando ser una cosa muy grande nunca vista ni oída (…) Guardaban muchos sus reliquias, sus muelas podridas, las uñas de sus dedos, sus piojos y zapatos viejos, ropa de su vestir desechada, y enaguas y mojaban en su sangre, cuando le picaban la vena, vendas y pañuelos; otros tenían retratos suyos y lienzos pintados de sus revelaciones que se han hallado y recogido, otros jirones de sus nombres, que ella misma repartía, guardándolas como prendas de salvación”.

Cabe mencionar dos aspectos que pudieron poner a esta mujer en la mira inquisitorial. El primero, su inspiración en lo que en España se conoció como el movimiento iluminista. El segundo, su crítica al sistema colonial. En relación a lo primero, de acuerdo a la relación de la causa de fe la beata había optado por un camino autónomo. Rechazó el convento, así como la eventual vida comunal de un beaterio. Vivía en su casa buscando y apoyándose en sus padres espirituales, que más adelante se convertirían en sus cómplices. Construyó y supo mantener una comunicación directa con Dios y con otros personajes divinos. No hubo intermediaciones entre ella y la divinidad. Además, en sus revelaciones aparecieron afanes por redefinir la naturaleza de la eucaristía -tema preciado en la piedad femenina medieval- y por intervenir en la transformación de la sustancia divina: Dios “le concedió el favor de conservar las especies sacramentales de una comunión a otra”. Las críticas de Ángela de Carranza a las instituciones imperiales pueden haber originado las denuncias que la llevaron a convertirse en rea de la Inquisición. La beata dominica acusó a la monarquía española. Con excepción de Carlos II, los reyes españoles se dedicaban a desflorar doncellas, cometían injusticias, expropiaban haciendas. A la beata le inquietaban las penurias de su entorno, que fueron interpretadas como castigos al mal comportamiento de las autoridades. El ataque de los piratas eran las penas que se sufrían por la codicia, la tiranía y la venta de oficios en las que incurrían los virreyes. El palacio virreinal fue descrito como una “sentina de maldades, de quentos, rencores, deshonestidades”. Los reyes y los gobernadores de sus reinos “no tienen otra mira que al dinero y pervertir la justicia”. Los propios inquisidores no se libraron de su mordacidad. Según las revelaciones del Señor, la Inquisición “estaba hecha una cueva de ladrones”. Similares ataques recibieron los oidores de la Real audiencia de la ciudad de los Reyes. También le habían sido revelado los defectos del arzobispo de Lima don Melchor de Liñán y Cisneros, y cuestionaba la legitimidad de los poderes de los altos jerarcas eclesiásticos, cuestionando así sus poderes para consagrar. Los miembros del cabildo eclesiásticos estaban amancebados con “mugeres ruynes, y que en el choro sus pláticas eran tratar de sus amigas y de sus hijos; y de algunos canónigos que murieron dice expresando sus nombres, que se condenaron, unos por deshonestos, y otros por maldicientes y mordaces”. Fueron denostados también los conventos de religiosos. No se libraron ni jesuitas, ni dominicos. Los monasterios femeninos tampoco gozaron de su benevolencia: “vió en el infierno muchas monjas de muchos monasterios con hijos, que havían parido de sus devotos frayles, y clérigos y seglares”.

En el proceso actuaron como calificadores ocho sacerdotes de todas las órdenes, excepto de los agustinos por hallarse directamente involucrados. Los calificadores leyeron y analizaron durante tres años los cuadernos de la beata así como las declaraciones de los testigos. Calificaron de heréticas la proposiciones de la beata a propósito de lo escrito sobre la Inmaculada Concepción. Otros afirmaciones fueron evaluadas como “malsonantes, temerarias, escandalosas, ofensivas en los piadosos oydos, sismáticas, impías, injuriosas, denigrativas de los próximos, blasfemas, peligrosas, arrogantes, presumptuosas, disparadas, y muchas de ellas abrir al puerta al desemfrenamiento de las costumbres”. “(…) pudiera tenerse por heresiarca famossa, autora de pestilentes doctrinas y dogmatisante”. En cuanto a sus relaciones con el demonio, los calificadores juzgaron que sus acciones tenían la calidad de pacto explícito con el demonio. Otros calificadores opinaron de forma más benévola. El 12 y 13 de enero de 1689 tuvo la beata la primera audiencia. Había esperado tres años en las cárceles secretas hasta ese momento. Las audiencias voluntarias tuvieron lugar durante 1690.
Ángela de Carranza reconoció nuevamente ser autora de cada afirmación escrita en el diario, aunque negó algunas de las acusaciones de los calificadores. Pero aseguró una vez más que lo había hecho en un acto de obediencia, y no por su voluntad. El Tribunal nombró un abogado para su defensa. Entre 1691 y 1693 continuaron las audiencias, donde se presentaron los 130 testigos que participaron en el proceso. Hubo más audiencias, donde la rea reiteró lo que tenía confesado, y aseguró que no sabía explicar lo que había escrito, que simplemente era lo escuchado en sus arrobos. Insistió también en que se había sentido confiada en sus actos en la medida en que sus confesores los acogían y propiciaban sin advertir error alguno. Describió en esas audiencias las características de sus éxtasis, y negó haber tenido trato ni pacto con el demonio. A fines de 1693 el abogado adscrito presentó su defensa. Sostuvo que debía ser absuelta. La acusación de herejía no procedía, puesto que la presencia de sus confesores la ponía en cuestión. En cuanto a la familiaridad con el demonio, sólo podía acusársele de “ylusión”; no había ni culto, ni reverencia ni amistad. En cuanto a las revelaciones fingidas, siempre estaba la duda si eran engaños o fingimientos. Finalmente era una “muger ignorante”. En 1693 Ángela de Dios fue sometida a tormento “puesta en la sincha y ligados los brasos y no más” . Se limitó a decir que no había nada más de lo que tenía escrito y declarado en las audiencias. En una última aplicación quedó desmayada. El cirujano reconoció que estaba insensible. En la cárcel le curaron los brazos, “padeció por muchos años el efecto de los cordeles pero quedó del todo sana. ”En una audiencia voluntaria de 1694 reconoce sus faltas y pide perdón. En ese mismo año el Tribunal sentencia a la beata a salir en auto público de fe, en forma de penitente y sin corosa (sic), y que abjurar de vehementi (sic). Que luego fuera reclusa en un monasterio durante cuatro años, y que se sometiese al ayuno; además “que se la prive de papel, tinta y plumas”.

El auto se celebró en el convento de Santo Domingo en 1694. Luego se originó un tumulto en el que según el inquisidor Valera el vulgo expresaba el furor del desengaño. Ángela de Carranza fue encerrada en el beaterio de Nuestra Señora de las Mercedes. Allí dio pocas muestras de penitencia. Los sacerdotes no pudieron confesarla ni darle la comunión. La quema de sus cuadernos, a pesar de haberse decidido, no se llevó adelante. Se despacharon edictos públicos en todas la ciudades del reino para recoger todo objeto vinculado a Ángela de Dios.

Autor

  • María Emma Mannarelli