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QuímicaMedicinaBiografía

Cabriada, Juan de (ca. 1665-1714).

Médico español nacido en Valencia, en fecha próxima a 1665, y muerto en Bilbao, en fecha posterior a 1714.

Vida

Juan de Cabriada era hijo del catedrático de medicina de la Universidad de Valencia del mismo nombre, amigo y prologuista de Matías García, uno de los más destacados representantes españoles del galenismo intransigente ante las novedades. Juan de Cabriada padre continuaba viviendo en Agreda el 10 de julio de 1676, día en el que fechó su "censura" del libro de García Disputationes medicinae selectae (1677), en el que refuta la teoría de la circulación de la sangre. La censura de Cabriada, como "generosus amicus, autoris magister, et eius compatriensis", es muy elogiosa, pues asegura que "nadie puede dudar de la utilidad de su doctrina".

En consecuencia, es de suponer que Cabriada hijo debió vivir en Agreda desde muy niño. Como era de esperar, su padre lo envió más tarde a estudiar a la Universidad de Valencia, en la que obtuvo el grado de "bachiller en artes" el año 1675. Sin embargo, no cursó medicina en ella, sino en la Universidad de Zaragoza, en la que consiguió el grado de "bachiller" en 1681, según el documento dado a conocer recientemente por A. Fernández Doctor. En él figura como "natural de la villa de Agreda", confusión que resulta coherente con su temprana residencia en esta localidad. Su "padrino" en el examen de grado fue José Lucas Casalete, quien, a partir también de 1687, encabezaría el movimiento novator en Zaragoza.

La formación médica inicial de Cabriada -al contrario de lo que supone Fernández Doctor. quien dice que Casalete lo inició en las corrientes modernas- se ajustó al galenismo tradicional. No se familiarizó con ellas hasta después de graduado, seguramente al relacionarse en Madrid, donde residió desde una fecha anterior a 1696 como médico del conde de Monterrey, con el ambiente renovador de las "tertulias" preilustradas y con los médicos de mentalidad moderna de la Corte. Ello concuerda con el hecho de que entre los prologuistas de su libro Carta filosofica, medico-chymica (1697) figurasen, como a continuación anotaremos, el presbítero Antonio de Ron, personalidad destacada de dichas tertulias, y el napolitano Dionisio de Cardona, novator que entonces era médico de la reina madre. El segundo informa acerca de la manera en la que asimiló la medicina moderna: "Merecerá con los hombres cristianos y sabios el nombre de cuerdo y docto el doctor don Juan de Cabriada, si por su dócil entendimiento, a persuasión de un amigo, se puso a examinar lo que ciegamente tenía por verdad, registrada solamente por los libros de Galeno, Avicena y otros antiguos (...) Con estudio y trabajo se aplicó a la lectura de los autores modernos y, cotejando sus fundadas razones y método de filosofar y medicar con la de los antiguos que había recibido por maestros, ha pisado después otro camino que antes (...) valiéndose (...) juntamente de la libertad en el filosofar y medicar, de los instrumentos como la anatomía y la química". A este amigo médico que lo indujo a estudiar los autores modernos dirigió Cabriada su Carta, que titula "escripta a Fileatro" y encabeza como respuesta a otra carta suya: "Gustas ponerme en empeño de responder a tu carta, noticiándote de la enfermedad de nuestro amo y dueño (no especifico su nombre por las razones que tú sabes). Te debo obediencia por mi amigo, atención por cortesano y respeto porque en todas facultades, y en la ciencia médica principalmente, te reconocí maestro". De acuerdo con ello, este "Fileatro" o "Filiatro" a quien está dirigida la Carta fue otro médico del conde de Monterrey, que es obviamente el "Grande desta Corte" de cuya enfermedad se ocupa el libro. Como vamos a ver, en los numerosos textos que aparecieron con motivo de la polémica en torno a la Carta volvió a utilizarse el nombre de "Filiatro" en distintos sentidos.

Al menos hasta comienzos del siglo XVIII, Cabriada continuó residiendo en Madrid. En febrero de 1692 escribió allí la "censura y aprobación" de uno de los libros del franciscano napolitano Buenaventura Ángel Angeleres, sanador extraacadémico y promotor de la fundación de una "academia química" en la Corte. En agosto del año siguiente redactó igualmente en Madrid una seca y breve "aprobación" de la obra de Isidro Fernández Matienzo Discurso médico y físico (...) contra el medicamento Caphé. En 1699 recibió el nombramiento de médico de cámara regio, tras presentar un memorial en defensa de la química y colaborar en los trabajos que en el laboratorio fundado en 1694 realizaba como "espagírico mayor" el boticario aragonés Juan del Bayle.

Al constituirse, en junio de 1700, la Regia Sociedad de Medicina y otras Ciencias, de Sevilla, Cabriada ingresó como socio de la misma. Aunque los auténticos fundadores habían sido los novatores sevillanos encabezados por Juan Muñoz y Peralta, se le concedió la categoría de "socio fundador" junto a otras personalidades que no residían en la ciudad, entre ellas, Diego Mateo Zapata y Marcelino Boix Moliner, ambas destacadas figuras de la renovación médica española durante las primeras décadas del siglo XVIII. Cabriada era muy respetado por los novatores sevillanos y el propio Muñoz y Peralta le había llamado en 1699 "varón doctísimo y conocido por uno de los primeros que en España dieron motivo al adelantamiento de la medicina con lo moderno". En consecuencia, no resulta extraño que escribiera la "aprobación" de la Antipologia medica (1705), de Salvador Leonardo de Flores, otro de los más destacados fundadores de la Regia Sociedad, quien había publicado ocho años antes un libro de contenido y orientación semejantes a los de la Carta del valenciano.

A partir de entonces se oscurece la figura de Cabriada. La última noticia que se tiene de él procede de un libro publicado en 1730 por el médico, también valenciano, Francisco Lloret y Martí, en cuyo prólogo informa que en Bilbao, "llamado con partido ventajoso y perdurable a su voluntad (...) y asegurado así, tienen (...) a mi amigo Don Juan de Cabriada, que de otra forma tampoco hubiera ido".

La Carta de Cabriada es un volumen en cuarto de cerca de trescientas páginas con dos portadas. La primera de ellas, fechada en 1686, incluye el siguiente título: De los tiempos y experiencias el mejor remedio al mal. Por la nova-antigua medicina. Carta Philosophica Medica Chymica (...) Sobre la enfermedad de un grande desta Corte. En la segunda, el título es algo distinto: Carta filosofica, medico-chymica en que se demuestra, que de los tiempos, y experiencias se han aprendido los Mejores Remedios contra las Enfermedades. Por la Nova-Antigua Medicina. La "licencia", las "aprobaciones y el "privilegio" están fechados en diciembre de 1686 y la fe de erratas y el colofón, en 1687.

El libro lleva tres "aprobaciones”. La primera es del presbítero Antonio de Ron, personalidad sobresaliente, como acabamos de decir, de las tertulias innovadoras, que manifiesta en este texto su condición de seguidor del empirismo inductivista de Bacon. La segunda, firmada por José Lucas Casalete, el catedrático de la Universidad de Zaragoza que había sido "padrino" de Cabriada en su graduación como "bachiller en medicina", se limita a defender brevemente el contenido moderno de la obra. El autor de la tercera es Dionisio de Cardona, a quien también hemos ya mencionado. Su "aprobación", más extensa que las dos anteriores, está principalmente dedicada a defender la libertad "en el filosofar y medicar" sobre la única base de la experiencia como criterio, y a poner de relieve la necesidad de conocer los hallazgos biológicos y químicos modernos.

El motivo inmediato de la publicación de la Carta fue el desacuerdo acerca del tratamiento de una fiebre terciana que padecía "un grande desta Corte" -el conde de Monterrey, como hemos dicho- entre el joven e innovador Cabriada y una "junta" de tres maduros galenistas. Cabriada describe detalladamente el curso de la enfermedad durante dieciséis días e informa que el desacuerdo se produjo a causa de su oposición al abusivo uso de la sangría y por su interpretación de la dolencia contraria a las doctrinas galénicas. Al defenderse en esta disensión, rebasa ampliamente el tema de su dictamen y expone sus ideas acerca de la fundamentación radicalmente "moderna" de la medicina.

De forma reiterada y abierta refuta la autoridad de los antiguos, y afirma que el único criterio "en las cosas naturales" es la experiencia. El capítulo consagrado a exponer esta nueva base se inicia con un párrafo terminante: "Es regla asentada y máxima cierta en toda medicina, que ninguna cosa se ha de admitir por verdad en ella, ni en el conocimiento de las cosas naturales, sino es aquello que ha mostrado ser cierto la experiencia, mediante los sentidos exteriores. Asimismo es cierto, que el médico ha de estar instruido en tres géneros de observaciones y experimentos, como son: anatómicos, prácticos y químicos". La doctrina de la circulación de la sangre, lejos de ser considerada una rectificación parcial como era para los galenistas moderados, es llamada repetidas veces "nuevo sol de la medicina". Maneja una información de los nuevos datos e ideas muy completa y al día, en especial en lo referente a los descubrimientos anatómicos y fisiológicos y a la química, que elogia como "arte de anatomizar la naturaleza".

Cabriada se apoya en una clara idea del progreso científico. En varios lugares de su libro hace notar la ignorancia de Galeno y de los autores clásicos en numerosas cuestiones que después se han ido descubriendo: "¿No vemos que todas las artes y ciencias se han adelantado desde sus primeros inventores? ¿Por qué, pregunto, se ha de negar esto a la medicina, cuando su aumento pende de los experimentos?" No se trata de despreciar a los antiguos, sino de colocarlos en su verdadero lugar: "Yo considero a los escritores modernos como a un muchacho puesto sobre los hombros de un gigante, que, aunque de poca edad, vería todo lo que el gigante y algo más", afirma, recurriendo a una vieja imagen. Lo inaceptable es precisamente considerarlos como "autoridades": "Lo que es digno de grande reprehensión y lástima es que algunos médicos estén tan bien hallados con la esclavitud de los antiguos, que menosprecien los modernos y sus inventos, vituperándolos".

Dentro de la nueva medicina, Cabriada fue seguidor de la iatroquímica de Silvio y de Thomas Willis, primer sistema médico moderno, que asociaba la interpretación química de las enfermedades y funciones orgánicas procedente del paracelsismo con los descubrimientos anatómicos y fisiológicos, las indagaciones anatomopatológicas y las observaciones clínicas. La aparición de su libro coincidió con el momento de máxima difusión de este sistema en Europa, cuando la mayoría de sus críticos eran partidarios de otros sistemas modernos o mantenían, al menos, una postura ecléctica. Cabriada, en cambio, recibió ataques desde el galenismo más tradicional, semejantes a los que habían sido habituales en otros países europeos veinte años antes. Basta recordar los dirigidos desde la Universidad de París por Guy Patin y sus discípulos contra Silvio y la iatroquímica, negando no sólo la eficacia terapéutica de los derivados del antimonio y otros medicamentos químicos, sino los nuevos fundamentos de la medicina.

Un capítulo de la Carta está dedicado a refutar la doctrina galénica según la cual las tercianas y, en general, las fiebres intermitentes, eran causadas por una "destemplanza" de la bilis amarilla, oponiéndole una interpretación iatroquímica. Afirma que su causa "consiste en alguna sustancia que se mezcla con la sangre" y precisa después que dicha sustancia procedía de "crudezas y humores viscosos" que, "detenidos y estancados en los ductos y vías", fermentan y "adquieren un vicio ácido". La "efervescencia" patológica productora del intenso calor febril la explica por "ser este vicio ácido extraño a la naturaleza de la sangre", que es "álcali". En esta alteración química, asociada a la circulación de la sangre, basa el mecanismo de producción de los síntomas de las tercianas. Otro capítulo rebate asimismo la interpretación galenista de la acción febrífuga de la corteza de quina y, tras encomiarla "como el más poderoso febrífugo que hasta ahora conocemos", expone una explicación iatroquímica de su acción, consistente en su riqueza de "partes salinas" y de "térreas"; por las primeras, "destruye el ácido fermental, en parte precipitándolo y en parte fijándolo" y por las segundas, "vigora y fortalece las partes de nuestro cuerpo, para que puedan expeler con más valentía la causa morbífica".

Es lógico que Cabriada tuviera una clara conciencia del atraso científico español respecto a Europa. Uno de los aspectos más interesantes de su libro es la denuncia que hace del mismo: "Que es lastimosa y aun vergonzosa cosa que, como si fuéramos indios, hayamos de ser los últimos en recibir las noticias y luces públicas que ya están esparcidas por Europa. Y asimismo, que hombres a quienes tocaba saber esto se ofendan con la advertencia y se enconen con el desengaño. ¡Oh, y qué cierto es que el intentar apartar el dictamen de una opinión anticuada es de lo más difícil que se pretende en los hombres!" También se plantea las razones de dicho atraso, aunque rehuye entrar en su análisis: "Y es muy de notar que, siendo innato a nuestra naturaleza el deseo de vivir y conservar la vida y que siendo los ingenios españoles los más vivaces y profundos que tiene el mundo, no hayan de haber adelantado en la medicina de cuarenta años a esta parte, cuando en este tiempo principalísimamente se ha exornado de las nuevas cuanto verdaderas noticias físicas, anatómicas y químicas, por los ingenios del Norte e Italia. Que sea la causa, yo no la sé, ni la quiero averiguar".

Su actitud, sin embargo, no tenía nada de derrotista, ya que se preocupó de recomendar los medios para superar el atraso. Por ejemplo, fue el primero que propuso la creación en España de academias y laboratorios y que fueran llamados a colaborar destacados científicos extranjeros: "¿Por qué, pues, no se adelantará y se promoverá este género de estudio? ¿Por qué, para poderlo conseguir, no se fundará en la Corte del Rey de España una Academia Real, como la hay en la del Rey de Francia, en la del de Inglaterra y en la del señor Emperador? ¿Por qué para un fin tan santo, útil y provechoso, como adelantar en el conocimiento de las cosas naturales (sólo se adelanta con los experimentos físico-químicos) no habían de hincar el hombro los señores y nobleza, pues esto no les importa a todos menos que las vidas? ¿Y por qué en una Corte como ésta, no había de haber ya una oficina química, con los más peritos artífices de Europa? Pues la Majestad Católica del Rey nuestro señor, que Dios guarde, los tiene en sus dilatados reinos, de donde se podrían traer los mejores. ¡Oh inadvertida noticia! Y si advertida ¡Oh inútil flojedad!".

No resulta extraño que una postura tan vigorosa e inequívoca como la de Cabriada provocara la inmediata reacción de los seguidores de la medicina tradicional. El decenio comprendido entre la publicación de su libro y la fundación en Sevilla de la Regia Sociedad de Medicina y otras Ciencias estuvo ocupado por un enfrentamiento polémico entre galenistas y novatores en el que Cabriada y su obra ocuparon una posición central.

Los ataques contra la Carta los inició un folleto que llevaba el expresivo título de Respuesta que la medicina dogmática y racional da al libro que ha publicado el Dr. D. Juan de Cabriada. Lo firmaba "El Aduanero", seudónimo de Andrés Dávila y Heredia, ingeniero militar que un año antes había publicado una Aduana de impostores de la medicina, destinada a atacar a Gonzalo Bustos de Olmedilla y a Juan Nieto Valcárcel, médicos que habían criticado algunos aspectos de las doctrinas tradicionales desde posturas asistemáticas de base empírica. Ello corresponde a los dos frentes que se alinearon en la polémica. Uno estaba formado por los seguidores incondicionales de la tradición. El otro, por los novatores en sentido estricto, por críticos asistemáticos como Bustos o Nieto y por personalidades de la subcultura científica extraacadémica que se oponían a las doctrinas clásicas desde formulaciones que incluían algunas noticias de las nuevas ciencias. La tercera publicación de "El Aduanero", por ejemplo, estuvo dirigida contra Cabriada, contra Bustos y Nieto, y también contra Luis Aldrete, defensor de un "agua de la vida" de fundamento astrológico y alquímico. Ambos frentes no se limitaban a la medicina y a los saberes biológicos y químicos afines. El propio Andrés Dávila había atacado también en el decenio anterior a José de Zaragoza, personalidad destacada de la renovación en el campo de las ciencias matemáticas, astronómicas y físicas.

La agrupación en un frente común de todos los que habían formulado críticas a la medicina tradicional no fue un mero recurso polémico utilizado por los galenistas, aunque no cabe duda de que resultaba muy favorable para su postura reunir sin distinción a los innovadores académicos con los alquimistas y los charlatanes. Parece más bien que su precaria instalación social obligó a los auténticos novatores a tal alianza. Así se explica que Cabriada prologase una de las obras (1692) del franciscano Buenaventura Angeleres, defensor de unos "arcanos sanativos" con argumentos astrológicos y fisiognómicos que combinaba con la teoría heliocéntrica de Copérnico. Y también que José Lucas Casalete hubiese escrito años antes una de las "aprobaciones" del libro del sacerdote zaragozano José Vidós, otra pintoresca figura del curanderismo. Hubo incluso escritos como el anónimo Coloquio entre Diógenes y Pedro Grullo, que defendió simultáneamente a Luis Aldrete y su "agua de la vida", a Juan Nieto y a Bustos de Olmedilla, y al propio Juan de Cabriada.

La primera fase de la polémica en torno a la Carta de Cabriada, que duró casi dos años, se mantuvo a base de una inacabable serie de folletos anónimos, que no tardó en convertirse en un mero cruce de insultos personales. El único de cierto interés fue el titulado Verdad triunfante, escrito con toda probabilidad por el mismo Cabriada, que reiteró con gran energía los puntos de vista expuestos en su obra. La polémica no se redujo a Madrid. En 1688, por ejemplo, apareció en Barcelona el libro Verdad defendida y respuesta de Filiatro, a la carta medico-chymica, volumen de casi quinientas páginas firmado por Cristóbal Tixedas, un médico de Perpiñán residente en dicha ciudad. En el libro criticaba punto por punto el contenido de la Carta, con la finalidad "de manifestar la verdad e impedir que en nuestra España (siempre enemiga de sectas y amiga de seguir la única que es verdadera) se vayan introduciendo novedades perniciosas y nocivas a la salud de sus moradores".

Aparte de motivar esta reacción inmediata, la obra de Cabriada continuó ocupando una posición central en dos importantes polémicas entre innovadores y tradicionalistas desarrolladas en los años siguientes: la habida entre el veronés Gazola y el Zapata joven -todavía galenista-, y la que en torno a la quina sostuvieron Colmenero y Tomás Fernández.

con argumentos astrológicos y fisiognómicos combinados con la teoría heliocéntrica de

Bibliografía

Fuentes

Carta filosófica, médicochymica. En que se demuestra que de los tiempos y experiencias se ha aprendido los mejores remedios contra las enfermedades. Por la nova-antigua Medicina, Madrid, L. A. de Bedmar y Baldivia, 1686 (1687).
Verdad triunfante. Respuesta apologética escrita por Filiatro en respuesta de la carta filosófico médico-chymica del Dr. D. Juan de Cabriada: manifiestase lo irracional de la medicina dogmatica y racional del Aduanero enmascarado, s. l., s. i. 1687

Estudios

Autor

  • José María López Piñero