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Borbón y Borbón, Eulalia de. Infanta de España (1864-1958).

Narradora y memorialista española, nacida en Madrid el 12 de febrero de 1864 y fallecida en Irún (Guipúzcoa) el 8 de marzo de 1958. Hija de la reina Isabel II, heredó desde su nacimiento el título de infanta de España y creció en un ambiente aristocrático que le permitió -ayudada por su fecunda longevidad- convertirse en un testigo privilegiado de la decadencia y desaparición de los grandes imperios europeos, de las crisis de las monarquías absolutistas y, en definitiva, de un universo nobiliario tan anacrónico como caduco. Su producción literaria de ficción, así como la redacción de sus memorias, constituyen unos documentos de excepcional validez a la hora de analizar los grandes cambios sociales, políticos y económicos que experimentó la civilización occidental entre el último tercio del siglo XIX y la primera mitad de la centuria siguiente.

De nombre completo María Eulalia Francisca de Asís Margarita Roberta Isabel Francisca de Paula Cristina María de la Piedad, fue la menor de los cinco hijos vivos nacidos en el matrimonio de Isabel II y Francisco de Asís de Borbón, primogénito del infante don Francisco de Paula y primo hermano de la reina. Fue por tanto hermana de Alfonso XII y de las infantas Isabel, Pilar y María de la Paz de Borbón.

Contaba la pequeña Eulalia cuatro años de edad cuando, el día 13 de septiembre de 1868, emprendió, junto a su madre y otros miembros de la familia real, el rumbo del exilio, circunstancia política que propició su crecimiento en París y su escolarización en el colegio del Sagrado Corazón, donde tuvo ocasión de aprender a expresarse con fluidez en varios idiomas. Seis años después de su llegada a la capital gala, con motivo de la elevación al trono español de su hermano, las gestiones de Cánovas del Castillo permitieron que la familia real (con la excepción, en un primer momento, de la propia reina Isabel II) regresara a España para instalarse nuevamente en la corte madrileña, donde la pequeña Eulalia -que contaba, a la sazón, diez años de edad- creció bajo la protección de su hermana mayor, la infanta Isabel, quien se esmeró a la hora de suplir, en la educación de su hermana pequeña, la figura de la madre ausente.

La vida de Eulalia en el Palacio Real, rodeada de una nutrida corte que mostraba a cada paso su obsesiva presencia y vigilancia, no resultaba nada agradable para la joven infanta, que añoraba la esmerada formación académica que había comenzado a recibir en París, así como la mayor libertad de costumbres que reinaba en la capital gala. Su situación empeoró a raíz de la boda del rey Alfonso XII con María Cristina de Habsburgo (29 de noviembre de 1979), quien de inmediato impuso en palacio las severas costumbres de las cortes centroeuropeas, lo que le costó más de un enfrentamiento con su familia política, acostumbrada a la moral relajada de que había hecho gala en todo momento la reina exiliada. Ya había cumplido por aquellas fechas la joven Eulalia de Borbón los quince años de edad, y poco tiempo después empezó a ser objeto de las cábalas matrimoniales de algunos políticos monárquicos que veían con preocupación la ausencia de varones entre los vástagos del rey, a quien la austera María Cristina sólo había dado un par de hijas. Muy preocupados por la sucesión dinástica, estos monárquicos advirtieron que si Eulalia contraía nupcias con la persona adecuada, los hijos nacidos de ese matrimonio podrían aspirar legítimamente en el caso de que el rey Alfonso XII -ya gravemente enfermo de tuberculosis- muriera sin haber engendrado un varón. Se buscó, entonces, entre la nobleza europea a ese pretendiente válido y se halló en la persona de Antonio de Orleáns, hijo del duque de Montpensier y de la infanta María Luisa Fernanda (hermana de Isabel II), y primo hermano de la propia Eulalia, a la se unió en matrimonio el 6 de marzo de 1886, sólo tres meses después del fallecimiento de Alfonso XII (25 de noviembre de 1885).

Para no defraudar las expectativas de los legitimistas, los hijos varones de este enlace no se hicieron esperar: a finales del mismo año de su boda la infanta Eulalia de Borbón ya había dado a luz al primogénito, Alfonso, al que siguió, al cabo de un par de años, su hermano Luis. Sin embargo, los cortesanos y políticos monárquicos que con tanto celo habían preparado el matrimonio de Eulalia ya no mostraron interés alguno en estos dos niños, pues María Cristina de Habsburgo, que estaba encinta en el momento de la muerte de su real esposo, había alumbrado el día 17 de mayo de 1886 su primer hijo varón, Alfonso, que fue proclamado rey -bajo el nombre de Alfonso XIII- desde el mismo momento de su nacimiento.

Innecesaria, a partir de entonces, en los planes de quienes atendían ante todo a la sucesión dinástica, la infanta Eulalia de Borbón fue empleada en funciones diplomáticas como representante de la monarquía española, a la que prestó su imagen en Londres en 1887, con motivo de los solemnes actos convocados para celebrar el jubileo de la reina Victoria. A la conclusión de estas ceremonias, emprendió a título personal un largo recorrido privado por los principales salones nobiliarios de Italia, Alemania y Francia, y a su regreso a España volvió a instalarse en la corte para dar a luz a su ya mencionado hijo Luis. En 1893, ante su buen hacer en estas labores diplomáticas, fue requerida por el gobierno español para una delicada misión: embarcarse con rumbo a Cuba y recabar allí toda la información posible sobre la complicada situación política en que se encontraba la isla antillana, donde cada vez sonaban con mayor fuerza los gritos en demanda de independencia. Así lo hizo la infanta Eulalia, quien aprovechó además el largo periplo transoceánico para visitar los Estados Unidos de América, en donde asumió la representación de la corona española en los actos convocados con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América.

De nuevo en Madrid, siguió viviendo en la corte junto a su esposo Alfonso, a quien trataba con la distancia y frialdad propias de quien ha sido obligada a casarse sin contar con su voluntad. Ya con motivo de su largo viaje por los círculos aristocráticos europeos, cuando aún no llevaba dos años de casada, Eulalia de Borbón había empezado a acostumbrarse a vivir en soledad -o, cuando menos, sin la presencia a su lado de su cónyuge-, situación que decidió establecer definitivamente en 1900, por medio de una ruptura legal que venía a sancionar una separación efectiva que databa de mucho tiempo atrás (aunque en la corte, ante los continuos desplazamientos de la infanta, sólo se había hecho patente a partir de 1898). El escándalo suscitado por esta separación, agigantado por el eco que la actitud liberal de Eulalia de Borbón había encontrado en la prensa sensacionalista de la época, provocó una violenta turbación en la casa real, donde la infanta era tenida por principal causante de dicha ruptura. La atmósfera irrespirable que vivía en su entorno aconsejó a Eulalia un traslado a su añorado palacio Basilewsky de París (ahora conocido como "palacio de Castilla"), donde, al amparo de su madre, se refugió del acoso levantado contra ella en España.

Pero el fallecimiento de Isabel II en la capital gala (9 de abril de 1904) dejó a su hija en una delicada situación, ya que a los gastos derivados del costoso proceso de separación matrimonial se sumó la pérdida de ese palacio que había sido cedido como residencia por el gobierno francés a la reina exiliada. Obligada, entonces, a hacer frente al pago de una nueva morada que estuviera acorde con su alta dignidad aristocrática, atravesó por grandes dificultades económicas y apeló a su sólida formación humanística para refugiarse en la escritura, afrontar desde el ámbito literario sus necesidades mundanas y, al mismo tiempo, ajustar cuentas con los responsables de que se viera reducida a tan penosa situación.

Dio así a la imprenta su opera prima, publicada primero en francés bajo el título de Au fil de la vie (1911) y presentada un año después en una versión inglesa (The Thread of life, 1912) que añadía a la original el interesante intercambio de correspondencia mantenido entre la infanta y la casa real española con motivo de la primera edición. Dicho intercambio epistolar venía suscitado por el malestar que había causado en la corte española de su sobrino Alfonso XIII la aparición de una obra en la que se divulgaban las costumbres -con todos sus defectos y virtudes, sin ahorrar algunos detalles íntimos- de los miembros de las familias reales europeas, por medio de uno de los testimonios más autorizados de cuantos, al respecto, se podía dar en la época, ya que procedía precisamente de uno de los miembros de la familia real española. Desde instancias palaciegas muy cercanas al propio monarca -si no desde su propio arbitrio- se aconsejó a la infanta Eulalia que abortara la impresión de esta obra, petición que provocó esta valiente respuesta de la tía del rey, dirigida a su sobrino en un telegrama emitido desde la capital gala: "Muy extrañada se haga un juicio a un libro antes de conocerlo. Esto sólo puede ocurrir en España. No habiendo amado nunca la vida de la corte, situándome fuera de ella, aprovecho esta ocasión para enviarte mis saludos de adiós, ya que, después de tal procedimiento, digno de la Inquisición, me considero libre para actuar en mi vida como bien me parezca". Aludía Eulalia de Borbón no sólo al intento de prohibir la aparición de su libro, sino también a la amenaza lanzada contra ella por su sobrino, quien le manifestó su intención de suprimir su asignación oficial de ciento cincuenta mil pesetas anuales si persistía en el empeño de sacar a la luz sus escritos sobre las familias reales.

Como se echa de ver en su audaz contestación, las amenazas de Alfonso XIII y su camarilla de cortesanos no sólo no amilanaron a la infanta Eulalia, sino que le sirvieron de acicate para salir adelante con su propósito y convertirse, así, en la enfant terrible de las caducas monarquías europeas y, en general, de toda esa aristocracia arcaica cuyo papel, en pleno siglo XX, iba quedando relegado a meras funciones decorativas. Tanto en Au fil de la vie como en su obra inmediatamente posterior -que, concebida inicialmente como un libro autónomo bajo el título de Court Life from within (1915), se convirtió a la postre en una especie de borrador de las célebres memorias de la infanta española, publicadas en veinte años más tarde-, Eulalia de Borbón describe la monarquía española como la más atrasada, encorsetada y oscurantista de cuantas subsistían todavía en Europa; y, aunque parece añorar por un lado la alegría y la despreocupación constantes que rodean a la alta aristocracia cortesana (en clara contradicción con esa afirmación suya en la que aseguraba no haber amado nunca la vida de la corte), lo cierto es que se muestra como una de las intelectuales más críticas contra los vicios y defectos de la alta sociedad. La adquisición de esta conciencia crítica y de unos horizontes mentales más propios del pensamiento universal del siglo XX que de la apolillada aristocracia a la que pertenecía se hace patente también en su defensa de algunas ideas tan escandalosas en la España de la época como el divorcio y la igualdad de la mujer, así como en su propuesta de que la monarquía española evolucionase hacia unos nuevos cometidos más vinculados con la realidad política de su tiempo. En este punto, las contradicciones ideológicas vuelven a aflorar, con cierta lógica, en quien acaba de adquirir una mentalidad abierta y liberal después de haberse educado durante años en la corte más rígida, reaccionaria y encorsetada de Europa; y así, Eulalia de Borbón contempla el papel de la monarquía con un cierto paternalismo político que, según ella, debe buscar siempre lo mejor para el pueblo y defenderlo de caciques, especuladores y otros medradores de similar calaña. A hilo de esta concepción, no es de extrañar que en estos sus primeros escritos la infanta Eulalia se muestre contraria al sufragio universal y al voto femenino, dos derechos que, en su tiempo, se encontraron también con la oposición de numerosos políticos e intelectuales de innegable sesgo liberal, que veían en ellos una vía franca para el resurgir de la manipulación política a cargo de los caciques locales.

En medio de esta curiosa evolución ideológica -plagada la mismo tiempo de intenciones progresistas y añoranzas de viejos privilegios aristocráticos a los que, a pesar de su enojo contra la casa real española, no llegó nunca a renunciar Eulalia de Borbón-, la infanta escritora publicó a mediados de la década de los años veinte Courts and Countries after the War (1925), un curioso ejercicio de nostalgia hacia ese mundo frívolo y amable que se había desmoronado ante sus ojos y que, pese a sus sinceros intentos de aggiornamento progresista, seguía causándole tanto recelo como secreta devoción. En efecto, en esta obra Eulalia de Borbón ofrece un vistoso recorrido por el mundo que había conocido antes del estallido de la I Guerra Mundial, para ir dejando constancia de los grandes cambios que se han producido en el modus vivendi occidental tras el duro aldabonazo en las conciencias que supuso la contienda bélica. Y así, al lamento social por la pérdida de sus antiguos privilegios de clase (cada vez más arrumbados por una pujante clase media que estaba empezando a tener acceso a esos espacios privilegiados reservados, hasta entonces, para la aristocracia), Eulalia de Borbón añade, de forma inconsciente, su propia queja interior por el inexorable transcurrir del tiempo, que la ha situado ya a una altura en la que parecen insufribles los nuevos ritmos musicales que han desplazado al caduco vals vienés de su juventud, o esos agresivos modos de comportamiento en los que no tiene cabida la rancia observación de los antañones modales aristocráticos. Había rebasado ya la infanta Eulalia, en el momento de publicar este libro, los cincuenta años de edad, y era evidente que la desintegración de ese universo que había conocido durante su infancia y adolescencia corría pareja a su contemplación de tan copioso aluvión de mutaciones desde la última vuelta del camino, cuando ya es cada vez más complejo aceptar y asimilar cambios tan radicales.

No resulta del todo extraño, pues, que quien a comienzos del siglo XX había escandalizado por su osadía progresista a las cortes monárquicas de toda Europa, al cabo de más de veinte años, y después de una serie de acontecimientos (como guerras y crisis económicas de extensión universal) que habían transformado por completo la mentalidad occidental, se mostrase como una autora nostálgica y conservadora, en ocasiones plenamente reaccionaria, como dejo bien patente en sus Memorias (1935). Publicadas en la mitad de una década en la que el fantasma del fascismo recorrió Europa, estas curiosas reflexiones y remembranzas de la infanta española volvían a interesarse, en materia política, por el papel que debía asumir la monarquía dentro de aquel universo ideológico totalmente distinto al que habían conocido todas las coronas europeas en sus épocas de mayor esplendor; y así, en vista de lo que podía observar a su alrededor, Eulalia de Borbón estimaba que los emergente movimientos fascistas podían garantizar con solvencia la preservación de las monarquías, siempre que éstas se sumasen con entusiasmo a ese autoritarismo paternalista que -según la infanta- bastaba para recuperar el orden y las costumbres anteriores a la Gran Guerra.

Anhelaba, entretanto, su regreso a España, ahora imposible por el enfrentamiento bélico cainita que estaba arrasando el país, y unos años antes poco aconsejable por la implantación en la Península de la II República. Finalmente, en 1940 logró retornar a su país natal -del que había sido desterrada por su propio sobrino- e instalarse en un palacete en la señorial villa guipuzcoana de Irún, donde continuó cultivando su pasión por la escritura. A mediados de los años cuarenta publicó Para la mujer (1945), obra que vino a confirmar su escandalosa involución ideológica, pues a través de sus páginas se podía comprobar con sonrojo que, quien se había significado años atrás por su encendida defensa del divorcio o la igualdad de sexos, ahora abogaba por la reducción de la mujer a esos papeles de esposa y madre a los que la había relegado la Iglesia católica. Así las cosas, del resto de su producción literaria -como Cartas a Isabel II (1949), en donde recuerda su largo viaje por América a finales del siglo XIX- sólo puede interesar al lector actual su viva descripción de esos ambientes aristocráticos de los que levantó acta testamentaria, y, sin duda alguna, las impresiones que le causaron algunas de las grandes figuras del arte y el pensamiento que pudo conocer a lo largo de su longeva existencia, como el filósofo francés Henri Bergson, el poeta italiano Gabriele D'Annunzio y el narrador valenciano Vicente Blasco Ibáñez.

Bibliografía

  • - BALANSÓ, Juan. Las perlas de la Corona (Barcelona: Plaza & Janés, 1999).

  • - LÓPEZ ALONSO, Covadonga. "Prólogo" a BORBÓN Y BORBÓN, Eulalia de: Memorias (Madrid: Castalia/Instituto de la Mujer, 1991).

  • - GARCÍA LOUAPRE, Pilar. Eulalia de Borbón, Infanta de España. Lo que no dijo en sus Memorias (Madrid: Compañía Literaria, 1995).

  • - ROMERO MARÍN, Juan José. "Borbón y Borbón, Eulalia de", en MARTÍNEZ, Cándida; PASTOR, Reyna; PASCUA, Mª José de la; y TAVERA, Susanna [directoras]: Mujeres en la Historia de España (Madrid: Planeta, 200), págs. 436-440.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.