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PolíticaHistoriaBiografía

Bolognesi, Francisco (1816-1880).

Héroe, quizás el más distinguido, del ejército peruano. Con el grado de Coronel y al mando de la guarnición de Arica, se inmoló en la defensa de ese puerto, el 7 de junio de 1880, en el marco de la guerra con Chile, también conocida como guerra del Pacífico.

Nacido en Lima el 4 de noviembre de 1816, hijo del músico genovés Andrés Bolognesi y de la arequipeña Juana Cervantes Pacheco, hizo estudios en el Seminario de Arequipa, donde vivía la familia, y más tarde de teneduría de libros. Trabajó en la casa comercial francesa Lebris y Voller.

Siendo todavía joven se enroló en una de las revoluciones de Castilla, recibiendo su bautizo de fuego en las luchas contra Vivanco, en 1840. Retornó a la vida comercial, asociándose a unos inmigrantes catalanes en el Cuzco para una verdadera aventura: la explotación de la coca y la cascarilla, de usos medicinales. Para ello debió internarse en la selva de Carabaya, al norte del departamento de Puno.

La revolución contra Echenique en Arequipa es la ocasión con que volvió a las armas, en la rama de artillería y al lado de Castilla. Éste le asciende a Coronel en 1858, participando con tal grado en la campaña contra Ecuador en 1859. Un año después es enviado a Europa a comprar cañones; misión que repite en 1864. Fue quien trajo las primeras piezas de artillería de ánima rayada para el Perú. Hubo varios descontentos con el material y cuando los cañones fueron probados en la playa de Conchán alguno falló, lo que fue aprovechado por sus enemigos para desacreditarlo. El presidente Castilla, que se encontraba presente, lo defendió diciendo: "Buena artillería, muy buena artillería, mi coronel; ese cañoncito ha resultado como una familia que tiene muchos hijos y uno sale badulaque."

En 1868 fue nombrado Gobernador Civil del Callao y en 1871 se retiró del ejército, a la edad de 55 años. Al iniciarse la guerra con Chile se presentó al servicio, siendo enviado al sur, donde combatió en las batallas de San Francisco y Tarapacá. Montero lo colocó luego como jefe de la guarnición de Arica.

Se casó con Josefa La Puente Rivero, con quien tuvo cuatro hijos: Margarita, Federico, Enrique y Augusto. Al segundo le escribirá varios mensajes en las semanas previas a su sacrificio; en la última, del 31 de mayo le dijo: "Aquí estoy bien de salud, esperando venga el enemigo para recibirlo, sin que me importe su número." Los dos últimos murieron en la defensa de Lima.

Roque Sáenz Peña, el militar argentino que se enroló voluntariamente en la defensa peruana y estuvo presente en la gesta del Morro y tuvo la suerte de sobrevivir, advirtió que: "Sus vistas no eran vastas; su inteligencia, inculta; carecía de preparación. Pero tenía la percepción clara de las cosas y de los sucesos. La experiencia de los años y la malicia que se desarrolla en la vida inquieta de los campamentos habían dado a su espíritu cierta agilidad de percepción." Lo describe como hombre metódico, apegado a las ordenanzas; "capaz de desdeñar la victoria si no era conquistada por los preceptos de la ley militar; prefería la derrota en la estrategia y la ordenanza, al triunfo en la inspiración y el acaso." Sus ideas políticas eran simples: "Nacido bajo un gobierno centralista, no conocía otro régimen que el unitario y escuchaba con desdén profundo los problemas que se planteaba Buendía en sus largas discusiones sobre el Gobierno Federal."

Después de la derrota de los ejércitos de Perú y Bolivia en la batalla de Tacna, el 26 de mayo de 1880, el sur del país quedó casi del todo perdido en manos chilenas. Únicamente en Arica quedaba una guarnición de 1600 hombres al mando de Bolognesi, que, aislada por tierra y por mar, estaba condenada a caer. Su emplazamiento era el morro de la ciudad, una cresta natural de unos trescientos metros que se elevaba al pie del océano. El 5 de junio un parlamentario del ejército chileno, el mayor Juan de la Cruz Salvo, se acercó a pedir la rendición de la plaza a fin de evitar un derramamiento de sangre. El honor militar, aseguró, no debe llevar a un sacrificio carente de antemano de fruto. El ejército chileno tenía seis mil hombres y armamento superior; la proporción era de cuatro a uno. Ofreció una capitulación en términos dignos para los vencidos.

La noticia del desastre de Tacna tardó en saberse en Arica. El dos de junio habían llegado cinco soldados sobrevivientes con la mala nueva, pero Bolognesi no pudo cobrar conciencia de la magnitud de la derrota y mantuvo la ilusión que no todo se habría perdido, que algunos batallones se habrían salvado y avanzarían a socorrerle. Escribió varios telegramas a Lizardo Montero a Moquegua y Arequipa, prometiendo que la plaza no se rendiría, pero pidiendo instrucciones y en especial la llegada de las fuerzas de Leyva, quien con tres mil hombres había sido comisionado por Montero para socorrerle. No recibió respuesta. Leyva, entonces en Tarata, viendo cortado el camino hacia Arica por la ocupación chilena de Tacna, había partido hacia el norte; o sea, la dirección contraria. Le quedaba todavía una carta: la retirada hacia el interior, el valle de Azapa, pero no tenía autorización para ello.

Desde meses atrás había comenzado a minarse el morro que preside el puerto, pero los chilenos capturaron al ingeniero Elmore, encargado de la labor, y descubrieron estos planes. De cualquier manera, las noticias que el morro estaba sembrado de explosivos retrasó la decisión chilena de atacar y los empujó a negociar la rendición. Se comenta, sin tener todas las pruebas, que Montero y Bolognesi habían concebido el plan de hacer volar todo el morro, con defensores y atacantes, e incluso la ciudad, si la batalla se veía perdida.

Francisco Bolognesi sabía que las minas podían fallar, ya que eran imperfectas, y que la clave de la defensa era la artillería. Lamentablemente, estaba compuesta de cañones que en su mayor parte no giraban en círculo, complicando la defensa. Ante el requerimiento del parlamentario enemigo, Bolognesi replicó "Tengo deberes sagrados que cumplir, y los cumpliré hasta quemar el último cartucho". "Entonces, está cumplida mi misión", sentenció Salvo. El coronel le pidió sin embargo, unas horas para dar una respuesta final, porque quería consultar con sus comandantes, pero Salvo señaló que no había tiempo para ello y que debía volver de inmediato. Bolognesi le pidió aguardar unos instantes. Llamó a su estado mayor, les transmitió la comisión del parlamentario chileno y lo que había sido su respuesta. Todos se adhirieron a ella.

El día seis se produjo la defección del coronel Agustín Belaúnde, de quien no sabemos si estuvo en la cita con el mayor De la Cruz salvo. Su opinión era la capitulación. Bolognesi lo mandó apresar, pero escapó y huyó hacia Moquegua. En el camino se cruzó con el prefecto de Tacna, Alejandro del Solar, quien se dirigía a Arequipa. Este, sorprendido del encuentro, le inquirió por la suerte de Arica. Como Belaúnde no supiese responder, se imaginó el resto y lo hizo apresar. Estuvo a un tris de ser fusilado, pero se le perdonó. Años después fue elegido diputado por la provincia de Tayacaja.

Los chilenos decidieron atacar por el lado este, el más escarpado, y no por el del mar, donde los peruanos habían concentrado la defensa. El dia seis hubo intercambio de disparos entre la flota chilena y la artillería del morro y la del único navío peruano, el Manco Capac. El ejército chileno hizo varias maniobras de distracción para confundir a la defensa, dejando hogueras encendidas en un lado, movilizando las tropas hacia otro, utilizando a Elmore como parlamentario de una última propuesta de rendición, sabiendo que éste contaría a Bolognesi el emplazamiento de las tropas chilenas, cambiándolas luego. En verdad Elmore malició, correctamente, que el ataque iba a tener lugar por el lado opuesto al que le empujaban a creer, pero Bolognesi, fiel a los reglamentos, no quiso recibirlo por tratarse de un prisionero del enemigo.

El día siete se produjo el ataque por el lado este, a las cinco y media de la madrugada. Tras tres horas y media de lucha la bandera peruana fue arriada del morro. Los tripulantes del Manco Capac hundieron el barco para evitar su caída. El plan de las minas no funcionó. Según una versión chilena, Bolognesi corrió hacia la Santabárbara, poco antes del final para hacer explotar las minas; al ver que no pasaba nada, gritó "Traición". Los peruanos vieron morir casi la mitad de sus efectivos; entre ellos el coronel Bolognesi, ultimado de un culatazo; tenía sesenta y tres años.

Autor

  • Carlos Contreras.