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Bingen, Hildegarda de (1098-1179).

Abadesa alemana, visionaria mística y autora de diversos tratados de medicina, así como de numerosas obras musicales, cuyo nombre en lengua vernácula era Hildegard von Bingen. Nació en la pequeña población alemana de Bemersheim en 1098 y falleció en el monasterio de Ruperstsberg el 17 de Septiembre de 1179. Es conocida tradicionalmente como Santa Hildegarda, a pesar del hecho de que, si bien fue beatificada por la Iglesia Católica, su canonización no ha tenido lugar por el momento.

Hildegarda de Bingen fue una de las personalidades creadoras más activas de la Edad Media, dotada no solamente de una gran inteligencia y capacidad de innovación, sino también de una extraordinaria energía que desplegó dentro numerosas disciplinas y campos de conocimiento. Deben destacarse, particularmente, sus contribuciones a la música, la medicina o la contemplación mística. Su sabiduría y su interés por los acontecimientos de su tiempo la llevaron a mantener correspondencia con los personajes más sobresalientes de su época, ya se tratara de papas, emperadores, monjes o reyes. Entre los nombres más sobresalientes de aquéllos con los que la monja mantuvo relaciones epistolares se encuentran algunos como los de los papas Eugenio III y Alejandro III, o el de Federico Barbarroja. Su prestigio entre sus contemporáneos llegó a tal extremo que fue conocida en su época bajo el apelativo de “La Sibila del Rin”.

Vida y formación intelectual de Hildegarda de Bingen

Hildegarda nació dentro de una familia que en el momento de su nacimiento contaba con otros nueve hijos. Esta circunstancia debió de influir en el hecho de que sus padres destinaran a la niña, ya desde una edad muy temprana, a la vida religiosa, como por otra parte resultaba habitual en los siglos de la Edad Media. Cuando contaba tan sólo con ocho años, la que estaba destinada a ser una de las visionarias más sobresalientes de su época fue puesta al cuidado de Jutta de Spanheim, la abadesa del monasterio benedictino de Disibodenberg. En este retiro, Jutta, que había elegido como opción religiosa la vida anacoreta, ocupando para ello una celda de reducidas dimensiones adosada a la iglesia del monasterio, acogió a la niña bajo la promesa de encaminarla por el camino de la virtud, además de instruirla transmitiéndole todos sus conocimientos. Según afirma la propia Hildegarda en sus escritos, ya para entonces se le habían manifestado los primeros esbozos de lo que, con el tiempo, serían visiones más ricas y detalladas, a las que ella no dudaría en encontrarles un sentido místico. Así, la propia Hildegarda escribiría años después acerca de sus primeras visiones de luces en movimiento, que se le presentaron alrededor de los tres años, si bien ella misma decidió no hablar de estas experiencias hasta varios años después, cuando comprobó que se trataba de visiones que solamente ella podía apreciar.

Durante los años transcurridos bajo la protección de Jutta de Spanheim, Hildegarda desarrolló un tipo de vocación religiosa poco frecuente en su época, pues su interés por la vida monástica y el servicio divino no consiguieron ahogar una personalidad extraordinariamente poderosa y emprendedora, así como una imaginación que le mostraría el camino a seguir a lo largo de toda su vida, no solamente en lo que se refiere a la interpretación de sus particulares visiones, sino también a la intensa actividad reformista de la vida monacal que, con el tiempo, estaba destinada a llevar a cabo al frente de su congregación. Sin embargo, la protección y el aliento de Jutta no llevarían aparejados un magisterio teórico comparable. La propia Hildegarda se lamenta a menudo en sus escritos de su falta de formación. Parece ser que la mística solamente pudo aprender de su mentora los rudimentos de la lengua latina, así como unos pocos conocimientos acerca de la medicina, la música y la filosofía, tradicionalmente practicados en el seno de las comunidades femeninas de la orden de San Benito. En cualquier caso, esta deficiencia de conocimiento teórico a la que hace referencia la monja no supuso un obstáculo para que, valiéndose de su extraordinaria intuición, Hildegarda consiguiera dar forma a obras muy valiosas, y todo esto dentro de áreas de conocimiento tan dispares como la medicina, la música o la literatura religiosa. Aun así, teniendo en cuenta el deficiente manejo de la lengua latina que poseía la mística, ésta se vio obligada de valerse de los servicios prestados por diversos secretarios a lo largo de toda su vida. A pesar de este hecho, en sus escritos se refleja hasta qué punto su imaginación y su intuición le permitían crear imágenes y de frases dotadas de toda clase de sentidos ocultos en sus escritos en latín.

La visión del Cosmos de Hildegarda de Bingen. Mística, música y medicina

Cuando Hildegarda contaba con treinta y ocho años, tras la muerte de la que durante varias décadas había sido su protectora y su maestra, quedó vacante el puesto de abadesa del monasterio de Disibodenberg, que fue ocupado por su discípula. Si bien hasta ese momento los únicos confidentes con los que había contado la religiosa para pedirles consulta acerca de sus visiones habían sido Jutta y otro monje de su confianza, llamado Volmar, quien durante muchos años desempeñaría las tareas de secretario al servicio de la abadesa, a partir de aquel momento, según los testimonios presentes en sus cartas, Hildegarda sintió que era el propio Dios, aparecido en forma de luz dotada de un brillo extraordinario, el que la animaba a comunicar todo lo que estaba viendo. La religiosa se resistió durante un tiempo, guiada por un sentimiento de humildad y por el lógico deseo de no dar lugar a la incredulidad de quienes pudieran llegar a conocer sus experiencias, pero al fin no pudo resistirse a la conminación de propagar el testimonio de sus visiones. Así pues, la narración de las visiones de la mística comienza en una época relativamente tardía, cuando Hildegarda contaba ya con cuarenta y dos años.

En pleno siglo XII, un momento en el que en Europa, sumida en una gran indisciplina teológica debida en buena parte a la ignorancia general que reinaba en el seno de la cristiandad, se multiplicaban las herejías del más diverso signo, la propia Hildegarda de Bingen, consciente de este hecho, procuró desde un primer momento asegurarse de que la Iglesia romana sancionara sus visiones antes de que su narración trascendiera y escapara de su control, para evitar así el riesgo de que éstas pudieran llegar a ser consideradas como heréticas. Tras ponerse en contacto con el papa Eugenio III, una personalidad sobresaliente dentro de la cenagosa historia de la Iglesia medieval, éste no solamente le concedió la sanción papal para dar publicidad a sus visiones, sino que también le dirigió palabras de ánimo para que llevara a cabo la difusión de su pensamiento místico. En todo caso, hoy en día los estudiosos de la figura de Hildegarda de Bingen coinciden en relacionar lo que la mística tomó como visiones de luces dotadas de un sentido trascendente, con las migrañas que, según todos los testimonios, sufría la abadesa. Un síntoma frecuente asociado a esta dolencia es, precisamente, la sensación de ver puntos luminosos, así como el que se presenten zonas ciegas dentro del campo visual. Es precisamente a estas sensaciones a lo que podía referirse Hildegarda cuando escribía acerca de “lluvias de estrellas” o de estrellas convertidas en “negros carbones”.

Hildegarda de Bingen se consideró siempre como una mujer muy deficientemente educada. Esta falta de una formación articulada significaba que, por una parte, la mística carecía de referencias a partir de las cuales elaborar un sistema de pensamiento coherente con el conocimiento escolástico de su época, mientras que, por otra, le concedía también la posibilidad de prescindir de las cadenas que la hubieran obligado a inscribir su pensamiento dentro de los límites establecidos para la expresión del conocimiento en su tiempo. Así pues, Hildegarda recurrió a la evocación de diversas imágenes que le permitieron referirse, muchos años antes del resurgimiento del interés por la filosofía platónica, ya en el Renacimiento italiano, a la idea del hombre y la vida humana insertos dentro de un Cosmos, o naturaleza ordenada en constante movimiento. El interés que tanto en Europa como en Estados Unidos ha despertado en los últimos años la figura de Hildegarda, se debe, en buena parte, precisamente a esta originalidad que caracteriza al pensamiento y la visión del mundo que aparece reflejada en los escritos de la mística, lo que los hace intemporales y aplicables a los hombres de todas las generaciones. Además, las obras de la abadesa alemana presentan la originalidad de que, en ellos, la figura de la mujer aparece no como un instrumento utilizado por el creador para la presentación del pecado ante el hombre, sino, precisamente, como el eslabón entre el Creador y el Cosmos.

La música, otro de los campos en los que Hildegarda desplegó su energía y su talento creador, y que era interpretada en su época por las monjas de su convento, resulta ser dentro del conjunto de su obra una expresión de la idea de orden universal, con lo que su estética se asemeja, una vez más, al sistema de pensamiento articulado dentro de un contexto platónico (véase Platón). Por otra parte, su visión de las manifestaciones del espíritu como claramente imbricadas con el cuerpo hace de ella una pensadora extraordinariamente atractiva para una cultura como la actual, en la que tras un largo tiempo de disociación entre las ideas de “cuerpo” y “alma” se tiende poco a poco, a menudo recurriendo a los sistemas de pensamiento de tradición oriental, a la comprensión de las manifestaciones intelectuales como intrínsecamente relacionadas con las características del ser físico que las produce. Como ejemplo de hasta qué punto en la mente de Hildegarda de Bingen se hallaba presente esta visión, basta referirse a su comprensión del espíritu en como un “aliento”, es decir, como una “respiración”. El canto, la manifestación refinada y el resultado sonoro de este aliento, procedería en su forma más perfecta, es decir, en lo que hoy se consideraría como el punto máximo de la perfección técnica, del espacio más profundo de ser espiritual, una idea que, transcrita en términos de pura descripción anatómica, se refiere precisamente a aquella zona del cuerpo humano en la que se encuentra el diafragma, el músculo que regula la presión del aire que a su paso por las cuerdas vocales produce el sonido vocal y que, coordinado con la voluntad de expresar el texto que acompaña a las notas musicales, da lugar al canto.

La concepción del hombre como parte integrante del Cosmos y como expresión del orden universal en sí mismo resulta ser el punto en el que radica la atención dedicada por Hildegarda de Bingen a la Naturaleza como un todo cuyas partes, incluido el ser humano, no se encuentran desligadas, sino que influyen unas sobre otras. Según esta concepción, Hildegarda, al igual que otros contemporáneos suyos, no tiene reparos en referirse al poder curativo de las piedras preciosas, expresión máxima de la orden y la belleza natural, así como al de las plantas, cuyas virtudes curativas se encuentran detalladas en varias de sus obras.

Obras

El conjunto de la obra atribuida a la abadesa Hildegarda de Bingen que se ha conservado hasta nuestros días consta de los siguientes libros y colecciones de escritos:

- Scivias: obra compuesta en tres libros, el primero de los cuales trata el tema de la sabiduría; el segundo, sobre el Salvador y su Iglesia; el tercero se refiere a la construcción del Reino de Dios mediante la iluminación del Espíritu Santo.
- Liber Vitae Meritorum (Libro de los méritos de la vida): en el libro, mediante la presentación de seis visiones, se hace mención a los vicios y virtudes de los hombres y se representan el purgatorio, el infierno, el juicio final y la promesa de gloria en el cielo.
- De Operatione Dei (Libro de las obras divinas): contiene diez visiones y una meditación sobre el pensamiento de San Juan.
- Physica: descripción de los poderes curativos de las plantas, las piedras preciosas, los animales y los metales, como una muestra más de la apreciación de la naturaleza humana como parte integrante del Cosmos, del que también forman parte todos estos elementos.
- Causae et Curae (Causas y Curas): compendio acerca de la constitución humana, los males que pueden afectarla y sus remedios.
- Ordo Virtutum (Organización de las Virtudes): composición dramático-musical en la que se representa al alma del creyente atormentada por las tentaciones del diablo que, guiada por las diversas virtudes, llega a alcanzar la victoria sobre los males del mundo.
- Setenta y siete himnos monódicos sobre textos místicos.

Bibliografía

  • NEWMAN, B.: Sister of wisdom: St. Hildegard’s theology of the feminine, Berkeley, 1987.

  • DAVIDSON, A. E.: The “Ordo Virtutum” of Hildegard of Bingen: critical studies, Western Michigan University, 1992.

  • WEEKS, A.: German mysticism from Hildegard of Bingen to Ludwig Wittgenstein: a literary and intellectual history, Albany, 1993.

Discografía

A Feather on the breathe of God (Hyperion 2/88. Emma Kirkby/Christopher Page/ Gothic Voices).
Canticles of ectasy (Deutsche Harmonia Mundi 12/94. Sequentia).

Autor

  • Lucía Díaz Marroquín