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Ocio y entretenimientoBiografía

Bernadó y Bartomeu, Joaquín (1935-VVVV).

Matador de toros español, nacido en Santa Coloma de Gramanet (Barcelona) el 16 de agosto de 1935. Aunque su verdadero primer apellido es el que encabeza este artículo ("Bernadó"), es frecuente que aparezca erróneamente citado -incluso en los tratados taurinos más competentes, o en boca de aficionados cabales que han llegado a conocerlo en activo- como *Bernardó, con una espuria erre epentética que no añade ningún valor a los numerosos méritos que acreditó durante su dilatada carrera profesional. Está unánimemente considerado como el torero catalán más famoso de todos los tiempos, y como uno de los diestros españoles que mayor número de veces ha actuado en plazas hispanoamericanas (principalmente, en las de México, donde llegó a ser querido y admirado como una de las figuras señeras de la tierra).

Alentado por una precoz afición, cuando aún no había cumplido los quince años de edad tomó parte en un festejo menor verificado en Manresa el día 25 de mayo de 1950. Sin embargo, y a pesar de estos tempranos inicios en el duro oficio del toreo, sus primeras inclinaciones laborales le llevaron a cursar una carrera tan peregrina en un futuro matador de reses bravas como la Comercio, aunque pronto abandonó estos prosaicos estudios para consagrarse de lleno a su innata vocación taurina. Empeñado, pues, en alcanzar el honroso título de figura del Arte de Cúchares, intervino en numerosas novilladas sin picadores que le permitieron ir conociendo in situ los penosos avatares de la profesión taurina, hasta que el día 15 de mayo de 1953 logró hacer el paseíllo en una novillada picada que se celebró en el coso salmantino de Ledesma. No obstante, siguió actuando en varias funciones sin el concurso de los varilargueros hasta el día 25 de abril de 1954, fecha en la que se presentó en el pequeño ruedo madrileño de Vista Alegre para despachar un encierro procedente de la vacada de Ortega Estévez, acompañado en los carteles por los novilleros Vicente Escribano y Alejandro Valiente. Gustaron mucho a la afición capitalina el estilo y las buenas maneras apuntadas por el joven aspirante catalán, quien de inmediato recibió ofertas para volver a hacer el paseíllo en el modesto coso de Carabanchel los días 9 y 16 de mayo siguientes.

En el transcurso de aquella su primera campaña como novillero anunciado en festejos picados, Joaquín Bernadó cosechó ruidosos triunfos en las arenas de Valencia y Barcelona, para acabar despidiendo aquella temporada después de haberse enfundado el terno de alamares en cuarenta y una ocasiones. Convertido, pues, en una de las grandes revelaciones del toreo juvenil de los años cincuenta, afrontó la siguiente campaña con compromisos tan serios como el que le llevó hasta la Real Maestranza de Caballería de Sevilla el día 15 de mayo de 1955, o el que le permitió presentarse en la primera plaza del mundo, junto a los novilleros Miguel "Montenegro" y Jaime Ostos, el 23 de junio siguiente. Poco después, los éxitos cosechados por Joaquín Bernadó en diferentes puntos de la Península propiciaron su repetición en los carteles sevillanos del 15 de agosto, fecha en la que volvió a tener una lucida actuación que le valió la recompensa de una oreja. Al término de aquella temporada de 1955, el joven torero catalán ya estaba ubicado en los puestos cimeros del escalafón novilleril, con un total de sesenta y tres ajustes cumplidos a lo largo del fructífero año.

Así las cosas, Joaquín Bernadó inició la campaña de 1956 con el firme propósito de convertirse en matador de toros. Tuvo lugar su alternativa el día 4 de marzo de marzo en las arenas de Castellón de la Plana, donde hizo el paseíllo acompañado por su padrino, el genial coletudo madrileño -aunque nacido accidentalmente en Caracas- Antonio Mejías Jiménez ("Antonio Bienvenida"), y por el también madrileño Julio Aparicio Martínez, que comparecía en calidad de testigo. El toro del doctorado, que se había criado en las dehesas de don Manuel Arranz, atendía a la voz de Carolo.

Tres meses después (concretamente, el día 10 de junio de 1956), el diestro de Santa Coloma de Gramanet volvió a vestirse de luces en Madrid para confirmar -como es de rigor- la validez de su doctorado taurino en la plaza Monumental de Las Ventas. Venía, a la sazón, apadrinado por el lidiador sevillano Mario Carrión Bazán, quien, bajo la atenta mirada del coletudo mexicano José Huerta Rivera ("Joselito Huerta"), que hacía las veces de testigo, cedió a Bernadó los trastos con los que había de muletear y estoquear a una res marcada con el hierro de El Pizarral. Realizó, a lo largo de aquel año, una excelente temporada que le permitió hacer el paseíllo en treinta y dos ocasiones.

La siguiente campaña fue una de las más exitosas en la trayectoria profesional del diestro barcelonés, a pesar de la grave cornada que recibió en el coliseo taurino de Córdoba, donde fue empitonado por un burel de la ganadería de Concha y Sierra. Firmó, en el transcurso de dicho año, treinta y ocho ajustes, y se consolidó como uno de los espadas más aventajados del momento, aunque nunca tuvo obsesión por encabezar el escalafón superior en función del número de corridas toreadas. Se mantuvo, pues, con un promedio de veintitantas o treinta y pocas actuaciones durante las campañas siguientes a la de su confirmación, cifras que conservó a comienzos de los años sesenta (veintiún ajustes en 1960, y veinticinco en la temporada siguiente). Fue a finales de 1961 cuando cruzó por vez primera el Atlántico dispuesto a exhibir en suelo hispanoamericano las virtudes de su toreo sereno y eficaz, y tan pronto como llegó al Nuevo Continente supo adaptar a la perfección este estilo a las cualidades de las reses mexicanas, que le permitían lucir extraordinariamente el temple y el reposo característicos de su arte.

De vuelta a España, permaneció en activo durante las décadas de los años sesenta y setenta, y aún llegó a torear hasta bien entrado el decenio siguiente, alternando campañas peninsulares y americanas y cosechando resonantes triunfos a ambas orillas del océano, sin quedar por ello exento del penoso tributo de las cornadas. Entre sus éxitos más sonados, cabe recordar el alcanzado en la plaza de Las Ventas el día 30 de abril de 1967, cuando dio dos ovacionadas vueltas al ruedo después de haber malogrado, por culpa de un pésimo manejo de la espada, la soberbia faena que le había enjaretado a una res adornada con la divisa de don Alonso Moreno de la Cova. Un año antes había cortado en Sevilla una oreja a un morlaco perteneciente a la mítica ganadería de Miura, cuya legendaria fiereza volvió a domeñar con su muleta, también en La Maestranza hispalense, en 1983, ya cercano a cumplir los cincuenta años de edad. Y el día 3 de septiembre de 1972 protagonizó el arrojado gesto de encerrarse en solitario, en las arenas de la Ciudad Condal, con otros seis bureles de Miura, para salir triunfante de tan arriesgado compromiso después de haber desorejado al segundo toro de la tarde.

Entre los percances que jalonan su dilatada y fructífera andadura como profesional del Arte de Cúchares, tal vez el de mayor gravedad fue el sufrido en el coliseo de Barcelona el día 18 de abril de 1976, cuando una res de don Javier Pérez-Tabernero Sánchez le asestó una violenta cornada en el muslo izquierdo. En aquella plaza de Barcelona en la que tantos paseíllos realizó Joaquín Bernadó, el diestro de Santa Coloma ya había caído herido con anterioridad en otras dos ocasiones (1 de agosto de 1962 y 7 de junio de 1964). A estas cogidas -realmente escasas, teniendo en cuenta los cerca de cuarenta años que permaneció en activo el lidiador catalán- hay que sumar la que le propinó un astado de Pilar Población en el redondel venteño el día 1 de junio de 1980.

Hubo también en su carrera, además de estas desgracias causadas por las astas de las reses, otros fracasos notables achacables a algunos períodos de nula inspiración artística y pocas ganas de agradar al respetable. Estos episodios adversos se dieron cita al final de su vida profesional, y, muy señaladamente, durante la temporada de 1983, en la que vio cómo dos toros se le marchaban vivos al corral, después de haberse mostrado incapaz de despenarlos con el descabello (utensilio que se convirtió en la verdadera cruz de Joaquín Bernadó). El primer todo que no pudo matar el diestro barcelonés se jugó en Guadalajara el día 13 de marzo de dicho año, y el segundo volvió por su propios pies a los chiqueros de la plaza de Monumental de Barcelona el 31 de julio siguiente. Ante tales fracasos, Joaquín Bernadó y Bartomeu advirtió que había llegado la hora de retirarse del ejercicio activo del toreo, y eligió para despedirse de los ruedos su querida plaza barcelonesa, en la que realizó el que pretendía ser su último paseíllo el 24 de septiembre de 1983, día de la Merced, fecha en la que se anunció en solitario para cortarse la coleta después de haber despachado a los seis cornúpetas del encierro.

Una vez retirado, el espada de Santa Coloma de Gramanet siguió estrechamente ligado al planeta de los toros desde su nuevo trabajo como profesor en la Escuela de Tauromaquia del Ayuntamiento de Madrid, donde dejó una estela de magisterio y sabiduría que influyó notablemente a toda una generación de jóvenes aprendices del Arte de Cúchares. Pero el gusanillo de la afición, alimentado por esta fecunda labor docente, no le dejó, a pesar de su edad, permanecer alejado de los ruedos durante mucho tiempo; y así, el día 19 de abril de 1987, ya rebasada ampliamente la cincuentena, volvió a vestirse de luces para reaparecer en las arenas de la Ciudad Condal, donde despachó reses marcadas con la señal de Sepúlveda en compañía del madrileño Lucio Sandín Sayago y Manuel Cascales Gálvez ("Manolo Cascales"), toreros que, por su edad, podrían ser hijos del veterano lidiador catalán. Anduvo -bien es verdad que sin demasiada fortuna- toreando en espaciadas ocasiones durante las temporadas de 1988 y 1989, y en la de 1990, después de haber fracasado estrepitosamente en el transcurso de un festejo del ciclo isidril, abandonó definitivamente el ejercicio activo del toreo, si bien permaneció en su puesto docente en la Escuela de Tauromaquia madrileña. Este última intervención en su carrera profesional tuvo lugar el día 18 de mayo del citado año, en compañía del diestro madrileño José Pedro Prados Martín ("El Fundi") y del espada de Colmenar de Oreja (Madrid) Juan Antonio Cuéllar Fernández. Se jugaron aquella tarde reses pertenecientes al hierro de Puerto de San Lorenzo, y los dos enemigos del último lote que mató Joaquín Bernadó respondían a los nombres de Espinoso y Langostero.

Alejado de los ruedos, Joaquín Bernadó reside actualmente (año 2001) en el madrileño pueblo de Canencia, donde fijó su residencia a comienzos de los años sesenta tras contraer nupcias con una hija del gran torero de estirpe gitana Ignacio Rafael García Escudero ("Rafael Albaicín"). A pesar de vivir durante tantos años tan cerca de la capital de España, la plaza en donde actuó más veces fue la de Barcelona, en la que -según los cronistas más fiables- compareció vestido de luces en la asombrosa cifra de doscientas cuarenta y tres ocasiones.

Aunque nunca llegó a alcanzar la condición de gran figura del toreo, el diestro barcelonés encarnó, durante unos años en los que la lidia derivó peligrosamente hacia las concepciones bufas o tremendistas impuestas por los toreros populistas, la elegancia y la sobriedad clásicas y el estilo sereno y reposado que tanto gustó en otros tiempos. Así describe a Joaquín Bernadó y Bartomeu -o Quimet, como le llamaba la afición catalana- el célebre tratado de don José María de Cossío: "Torero elegante, de muy finas maneras, con manifiestas desigualdades en su dilatado quehacer taurino, sus reiteradas deficiencias en el manejo del estoque le han privado en múltiples coyunturas de conseguir trofeos". Por su parte, el historiador de la Tauromaquia Carlos Abella tampoco escatima elogios a la hora de hablar del diestro de Santa Coloma: "Siempre salió a los ruedos y de ellos con la misma imagen aseada, limpia y pulcra. Buen veroniqueador, le gustó torear a pies juntos con el capote y muleta, y con ésta fue a la vez artista y pulcro y atesoró un acusado sentido del temple. Torero variado, inventó la 'bernardina', especie de 'manoletina' pero con la muleta cogida al revés. Su fallo fue la espada, y ahí perdió, año tras año, triunfos legítimos, sin que con el paso del tiempo adquiriera mayor habilidad. Fue un buen lidiador y un torero con personalidad e interés para aguantar en el candelero tantas temporadas [...]".

Bibliografía.

  • ABELLA, Carlos y TAPIA, Daniel. Historia del toreo (Madrid: Alianza, 1992). 3 vols. (t. 2: "De Luis Miguel Dominguín a "El Cordobés", págs. 284-287).

  • COSSÍO, José María de. Los Toros (Madrid: Espasa Calpe, 1995). 2 vols. (t. II, págs. 317-318).

Autor

  • 0103 JR