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ReligiónBiografía

Bea, Augustinus (1881-1968).

Jesuita, obispo y cardenal alemán, nacido en Riedböhringen (Bade) el 28 de mayo de 1881 y muerto en Roma el 16 de noviembre de 1968. Especialista en estudios bíblicos, fue el gran impulsor del ecumenismo como animador y presidente del Secretariado para la Unión de los Cristianos. Hijo único del carpintero Karl Bea y de María Merk, muy joven entró en la compañía de Jesús, y fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1912. Se especializó en estudios de filología antigua de Oriente Próximo y Sagrada Escritura, campo en el que llegó a ser una verdadera autoridad.

Durante los primeros años de su sacerdocio llevó una vida retirada, entregado a sus estudios y al cumplimiento de diversos cargos en el ámbito de la docencia: profesor de Antiguo Testamento en el seminario de Valkenburg (Holanda), prefecto de estudios, provincial de Bavaria, visitador de la misión jesuítica del Japón -donde colaboró en la fundación de la Universidad Sofía-, rector de la Escuela de Estudios Doctorales de la Compañía de Jesús en Roma (1929) y profesor del Pontificio Instituto Bíblico, en el que fue rector durante el período 1930-1949. Siempre inquieto por el tema del acercamiento de los cristianos, participó en 1935 en un congreso internacional de investigadores protestantes celebrado en Göttingen, sobre exégesis del antiguo Testamento, hecho que supuso el inicio de la colaboración actual de la Iglesia Católica en proyectos comunes de estudios sobre la Biblia. Prestó también sus servicios en varios dicasterios romanos, como la Congregación para la Doctrina de la Fe y la Comisión para la revisión del Salterio Romano (de la que fue presidente).

Fue estrecho colaborador de los papas Pío XII y Juan XXIII. Se sabe, por ejemplo, que la encíclica Divino Afflante Spiritu, promulgada por el primero -sobre la investigación y enseñanza de la Sagrada Escritura-, fue básicamente redactada por el cardenal Bea. Pío XII le nombró su confesor particular y Juan XXIII le constituyó cardenal el 14 de diciembre de 1959 (antes había sido consagrado obispo). Desde este momento, aquel hombre, que hasta entonces apenas sí era conocido en un reducido círculo de intelectuales, comenzó a destacar entre los cardenales de la Iglesia no sólo por su gran erudición, sino también por su vitalidad y por su inmensa capacidad de trabajo. Siempre muy cerca del Papa Juan XXIII, fue su íntimo colaborador en todos los proyectos, especialmente en el Concilio Vaticano II. Tan estrecha fue su colaboración con el papa Juan XXIII que el escritor Juan Perarnau pudo escribir: "Si Roncalli es el profeta, Bea es el constructor".

Nombrado secretario de la Comisión para la Unidad de los Cristianos -especie de departamento de enlace de la iglesia de Roma con otras confesiones cristianas-, pronto manifestó su excelente capacidad de acercamiento a los hermanos separados, quienes supieron apreciar su buena voluntad y se mostraron dispuestos a colaborar con él, a fin de comenzar el largo camino que puede conducir a la pretendida unión de los cristianos. En este contexto, hay que recordar su visita al primado de la Iglesia Anglicana, el doctor Ramsay, en su residencia del Palacio de Lambeth, hecho sin precedente en la historia de la Iglesia. También fue él la primera personalidad católica que participó en un rito ortodoxo, al ayudar al patriarca Atenágoras en la celebración de la misa según aquel rito. Con su mentalidad abierta y sólidamente formada, Bea proclamó que en las confesiones no católicas existen elementos sacramentales de iglesia, los cuales las vinculan de por sí a la única Iglesia de Cristo. Prácticamente, fruto de estas ideas fue el nacimiento del Secretariado para la Unión de los Cristianos, creado por Juan XXIII, pero puesto en marcha, animado y dirigido por el cardenal Bea. Durante el Concilio Vaticano II desplegó una intensa labor para hacer desaparecer la acusación de deicidio que algunos todavía querían mantener sobre el pueblo judío. Entre sus aportes a la ciencia bíblica destacan sus escritos: De Scripturae Sacrae Inspiratione (1935) y La storicitá dei Vangeli (1964), que muestra su postura abierta en esta difícil cuestión.

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