Barra, Emma de la o "César Duayen" (1861-1947).
Narradora argentina, nacida en Rosario en 1861 y fallecida en Buenos Aires el 5 de abril de 1947. A comienzos del siglo XX convulsionó el panorama literario del país austral con una opera prima, la novela Stella, que se convirtió de inmediato en un récord de ventas (un auténtico best-seller, avant la lettre) e hizo célebre el pseudónimo que había elegido para firmarla: César Duayen.
Vida
Vino al mundo en el seno del matrimonio formado por Federico de la Barra -un reputado político y periodista, miembro del Congreso de la Confederación Argentina, muy influyente en toda la provincia de Santa Fe- y Emilia González Funes -una mujer culta y elegante, procedente de la alta sociedad cordobesa-. El padre de la futura escritora solía organizar, en su propia residencia de Rosario, animadas tertulias en las que participaban los personajes eminentes de una ciudad que estaba en pleno auge demográfico y desarrollo económico por aquella década de los años sesenta del siglo XIX.
Influida por el ejemplo de sus propios padres y sus ilustres contertulios, la pequeña Emma se interesó vivamente por el Arte y comenzó a estudiar música y pintura, actividades en las que continuó demostrando su talento cuando, aún en plena infancia, se trasladó con toda su familia a Buenos Aires. En la gran capital tuvo ocasión de ampliar sus conocimientos en otras materias, aunque siempre de un modo autodidáctico o por medio de preceptores particulares; pero pronto interrumpió sus estudios para contraer nupcias con su tío paterno, el también periodista Juan de la Barra.
Al parecer, su esposo no se convirtió en un obstáculo para la participación de la joven Emma en la vida social bonaerense. Antes bien, la animosa mujer de Rosario se integró perfectamente en los mejores salones de la alta sociedad y, desde ellos, tomó parte en algunas de las iniciativas socio-culturales más importantes de finales del siglo XIX en la capital argentina. Así, v. gr., fue una de las promotoras de la fundación de la Sociedad Musical Santa Cecilia, asociación concebida con el propósito de apoyar a los jóvenes valores musicales que surgían en la ciudad, y propiciar un lugar y unos medios para que pudiesen celebrarse los conciertos y recitales que demandaban los aficionados bonaerenses.
Inmersa, pues, en una febril actividad de promoción social y cultural, Emma de la Barra se significó también por sus esfuerzos en pro del desarrollo de los más desfavorecidos. En esta línea de actuación, fundó la primera Escuela Profesional de Mujeres y, en estrecha colaboración con su prima materna Elisa Funes de Juárez Celman, fundó también la Cruz Roja argentina, en un período de auténtica inestabilidad política en el vasto país del Cono Sur americano, originada por la Revolución del Parque (1890).
Pero esta agitación política no arredró a Emma de la Barra, quien, en 1893, organizó -esta vez, en colaboración con Delfina Mitre de Drago- una magna exposición de joyas y obras de arte destinada a fines benéficos. Merced a esta iniciativa de ambas mujeres, el público bonaerense tuvo ocasión de contemplar reunida por vez primera en la historia de la ciudad la mayor muestra de obras artísticas, piezas de joyería y piedras preciosas procedentes de colecciones privadas.
Su importante obra social no se detuvo ahí. Apoyada, en esta ocasión, por su esposo -quien contribuyó con su pluma a defender el proyecto en los medios de comunicación-, tomó parte activa en la empresa que promovió la construcción del barrio obrero de Tolosa, junto a La Plata, para dotar de viviendas dignas e infraestructuras modernas a los trabajadores de los talleres ferroviarios. El barrio había sido creado en 1882, año en el que se institucionalizó la municipalidad de la ciudad portuaria de La Plata debido a que la reciente federalización de Buenos Aires exigía asignar a otra población la capitalidad de la provincia. En medio de numerosos proyectos urbanísticos que hicieron de La Plata uno de los enclaves más florecientes del país, surgió dicho barrio obrero de Tolosa, en el que, merced al empeño personal de Emma de la Barra, pronto hubo un teatro, una iglesia y una escuela.
Por desgracia para la emprendedora mujer de Rosario, este proyecto urbanístico-social fracasó estrepitosamente en su dimensión económica, lo que sumió a su familia en una delicada situación financiera, muy cercana a la ruina. Privada de la fortuna que había heredado de sus padres, sufrió, además, la desgracia de perder a su marido en 1904, lo que prácticamente la condenaba a una madurez triste, pobre y solitaria, recluida en su casa -como parecía adecuado para las viudas de su tiempo- y forzada a subsistir miserablemente.
Fue entonces cuando la impetuosa Emma de la Barra decidió tomar las riendas de su propia vida y recurrir a sus talentos artísticos para salir del menesteroso estado al que se había visto reducida por culpa de la viudez y la ruina. Encerrada en su domicilio por las brutales exigencias del riguroso luto de la época, en pocas semanas redactó una espléndida narración extensa que, bajo el título de Stella. Novela de costumbres argentinas (Buenos Aires: Ediciones de J. Cúneo, 1905), dio a la imprenta merced a la colaboración de otro político y periodista amigo de la familia, Julio Llanos. Consciente de que la sociedad argentina de su tiempo seguía viendo con malos ojos que las mujeres se dedicasen a escribir novelas, y más si se trataba de viudas (a las que, al parecer, sólo les estaba permitido permanecer encerradas en sus casas, llorando a sus difuntos esposos), Emma de la Barra firmó su obra con el pseudónimo masculino de César Duayen, recurriendo al viejo subterfugio que ya habían usado otras muchas escritoras decimonónicas de diferentes lugares del mundo -como la francesa Amandine Lucie Aurore Dupin, universalmente conocida por su sobrenombre literario de George Sand; las hermanas británicas Anne, Charlotte y Emily Brontë, que publicaron sus obras bajos los pseudónimos de Acton, Currer y Ellis Bell (jugando con las iniciales de sus respectivos nombres y un falso apellido común); o, en las Letras españolas, la escritora de origen suizo Cecilia Böhl de Faber, que pasó a la historia de las Letras hispánicas con el fingido nombre masculino de Fernán Caballero.
Para asombro de la crítica académica, la tirada inicial de Stella -conformada por mil ejemplares- se agotó inmediatamente, por lo que hubo que recurrir a sucesivas reimpresiones que intentaron aplacar la voraz demanda de los lectores. Tanto éstos como la crítica hacían cábalas sobre la auténtica identidad del autor que se ocultaba tras el pseudónimo de Carlos Duayen, y muchos estimaron que el responsable de Stella era el susodicho Julio Llanos, quien no pudo desmentir los trámites realizados por él mismo en la imprenta donde se había estampado la obra. Pero el revuelo y la expectación generados por la novela -que, en buena medida, se debían a que la historia narrada secretamente por Emma de la Barra recordaba, por su verismo y cercanía, episodios vividos por muchos seres reales de la sociedad argentina del momento- propició que la responsabilidad autorial de la escritora de Rosario no continuase encubierta durante mucho tiempo.
La sorpresa del mundillo literario bonaerense fue mayúscula cuando se supo que Stella había sido escrita por una dama, y aún más cuando Emma de la Barra confirmó que se trataba de su opera prima. A muchos críticos, escritores y estudiosos de la literatura les costó admitir que una viuda de mediana edad, a la que sólo se conocía -hasta entonces- por sus actividades sociales, hubiese sido capaz de alcanzar, en la primera ocasión que tomaba la pluma, tanto interés y calidad como atesoran las páginas de Stella. Para colmo, los comentarios sobre la autora y su novela se reanudaron con mayor insistencia cuando se supo que Julio Llanos, al que se había identificado erróneamente con el anónimo autor escondido tras el nombre falso de César Duayen, estaba ligado a Emma de la Barra por muchos más vínculos que los derivados de los meros trámites de imprenta, como quedó patente cuando ambos se unieron en matrimonio.
Los elogios inmoderados de la crítica y la respuesta en consonancia de los lectores argentinos propiciaron, como ya se ha indicado, numerosas reediciones y traducciones de Stella, con el consiguiente medro económico de Emma de la Barra, que pasó de verse viuda y pobre a saberse en posesión de una estimable fortuna, y en compañía de un nuevo esposo. Su fama y prestigio se extendieron de tal manera que, en 1906, la empresa editora Maucci, con sede en la ciudad española de Barcelona, pagó cinco mil pesos a la escritora de Rosario en concepto de adelantos por los beneficios que pensaba obtener con la edición y comercialización de esta novela en Europa -donde, en efecto, vio la luz en 1908 con un prólogo de uno de los escritores más afamados de su tiempo, el italiano Edmundo d'Amicis.
Alentada por el éxito de su primera entrega narrativa, Emma de la Barra dio a la imprenta una segunda novela que, publicada bajo el título de Mecha Iturbe (Buenos Aires, 1906), no mereció, en modo algunos, los elogios que había recibido Stella. Pero la escritora de Rosario no se desanimó por este relativo fracaso de su segunda narración extensa; y, al tiempo que colaboraba con artículos, cuentos y notas costumbristas en diferentes periódicos y revistas, redactó una novela juvenil, destinada a los lectores adolescentes, que salió de los tórculos con el título de El Manantial (Buenos Aires; Editorial Estrada, 1908). En ella, De la Barra -que seguía firmando todas sus obras como César Duayen, para aprovechar el tirón de ese pseudónimo que se había hecho tan conocido, aunque ya no ocultaba su verdadera identidad- novelaba algunas de sus iniciativas destinadas a mejorar las condiciones de vida de los más necesitados o de los grupos sociales marginados (como las mujeres y el proletariado de los suburbios).
Esta tercera novela de Emma de la Barra pasó prácticamente inadvertida para críticos y lectores, lo que no afectó demasiado a la economía de la escritora, que seguía viviendo de los derechos de autor generados por las numerosas reediciones y traducciones de Stella (más de veinte ediciones en apenas cinco años, incluyendo traducciones a diferentes lenguas europeas, como el italiano). Sus cuentas eran tan boyantes que se permitió viajar a Europa en compañía de su segundo esposo y establecerse durante algún tiempo en París, donde le sorprendió el estallido de la I Guerra Mundial. Desde Francia, Julio Llanos envió excelentes crónicas bélicas al diario La Nación, algunas de las cuales fueron redactadas enteramente por Emma de la Barra, sin que este cambio fuese detectado por los redactores del periódico ni por los lectores habituales del cronista. La escritora argentina demostró así su asombrosa capacidad innata para adaptarse a cualquier registro genérico y estilístico.
De nuevo en su Argentina natal, Emma de la Barra continuó publicando sus colaboraciones en diarios y revistas nacionales, así como tomando parte activa de la vida social y cultural bonaerense, en la que, además de por su talento literario, era admirado por sus dotes musicales -gozaba de gran reputación como vocalista de piezas de cámara- y por sus habilidades pictóricas. Fruto de sus vínculos laborales con la revista El Hogar fue su cuarta novela, Eleonora, divulgada primero en forma de entregas folletinescas aparecidas en dicha publicación, y editada más tarde en Argentina (Buenos Aires: Editorial Tor, 1938) y en otros países de Hispanoamérica.
Su quinta y última novela, también de tono menor (pues jamás llegó a reproducir la calidad literaria alcanzada con Stella), vio la luz cuatro años antes de su fallecimiento. Se trata de La dicha de Malena (Buenos Aires: Editorial Tor, 1943), en la que aparece inserto "El beso", un famoso cuento de Emma de la Barra que había sido publicado previamente en las páginas de la revista El Hogar.
La escritora de Rosario falleció, casi nonagenaria, en su residencia de Buenos Aires el día 5 de abril de 1947, después de haber visto con orgullo cómo algunas de sus obras eran llevadas a la gran pantalla.
Obra
En realidad, de la breve producción literaria del falso César Duayen sólo cabe resaltar la espléndida narración extensa Stella, pues el resto de sus novelas -Mecha Iturbe (1906), El Manantial (1908), Eleonora (1938) y La dicha de Malena (1943)- no pasan de ser piezas vulgares, en nada comparables a los logros alcanzados por la escritora de Rosario cuando era neófita en el arte de narrar.
Una de las grandes virtudes de Stella radica en que aportó, a la historia literaria argentina, un nuevo arquetipo de protagonista femenino: el de la mujer vigorosa y emprendedora, dotada de talento y formación cultural, que intenta zafarse de los papeles tradicionales a los que la tiene relegada la sociedad de la época. En este aspecto, se ha comparado el libro de Emma de la Barra tanto con su propia peripecia vital y su carácter -en el plano de los referentes reales- como con la novela Mujercitas, de la escritora estadounidense Louise May Alcott -en lo que se refiere a los modelos brindados por la tradición literaria.
Las protagonistas de la narración son Alejandra (o Alex) y su hermana Stella, esta última afectada por una grave invalidez en las piernas, lo que obliga a Alex a hacerse cargo de ella. De la Barra recurre a un interesante procedimiento narrativo para presentar a ambas hermanas: una epístola que Gustavo Fussler, padre de las jóvenes, escribe a un tío materno de las dos muchachas, encomendándole que cuide de ellas (la figura paterna estuvo muy presente siempre en la vida de Emma de la Barra, que dedicó a su progenitor esta novela). De este modo, Alex y Stella Fussler Maura se integran en la sociedad porteña como parte de la familia de su madre.
Alex, heredera del espíritu positivista y la mentalidad científica de su padre, se erige en responsable del cuidado y la manutención de la discapacitada Stella, haciendo gala en todo momento de una actitud ante la vida valiente y decidida, en la que el coraje y el valor se ven acompañados en todo momento por la generosidad y amplitud de miras y la utilización de una viva inteligencia natural. Es, pues, una heroína activa, culta, decidida e inteligente, capaz de asumir compromisos y obligaciones que la sociedad tradicional destinaba únicamente a los hombres; y, por lo tanto, un personaje que entra en colisión con la mayor parte de las mujeres de su tiempo, incluidas las de la rama materna de su familia, que aún permanecen ancladas al ámbito de las emociones, la obediencia y la conformidad con el poder masculino.
Así, además de configurar una nueva heroína en las Letras argentinas, Emma de la Barra introduce en la narrativa de su nación el espinoso tema de la formación de las jóvenes, abogando por una igualdad de oportunidades -siquiera en el ámbito educativo y cultural- que permita a la mujer abandonar ese papel pasivo, siempre subordinado a la obediencia matrimonial, al que estaba relegada desde la noche de los tiempos.
Bibliografía
-
PRANDO, Alberto. "Dos silencios: Homenaje a César Duayen", en La Prensa (Buenos Aires), 27 de mayo de 1973.
-
SOSA DE NEWTON, Lily. "César Duayen o Emma de la Barra de Llanos: la sorprendente revelación literaria de 1905), en rev. Lucanor (Buenos Aires), 1, nº 1 (julio de 1966), págs. 31-34.