Aparicio Martínez, Julio (1932-VVVV).
Matador de toros español, nacido en Madrid el 13 de febrero de 1932. Miembro de una dinastía torera, es hijo del matador Julio Aparicio y Nieto, y padre del coletudo actual Julio Aparicio Díaz.
De la mano de su progenitor, pronto gozó de un buen número de ocasiones para ir ejercitando esa temprana vocación taurina con la que pretendía seguir la estela paterna. Y así, se adiestró desde muy joven en tentaderos y capeas, para alcanzar la condición de novillero en la temporada de 1947, con tan sólo quince años de edad. Pero fue en la campaña de 1948 cuando dio comienzo su verdadera trayectoria taurina, a raíz de una novillada de López Navalón que, en compañía de Moreno Reina, lidió en la localidad manchega de Puertollano el día 6 de mayo. A partir de ese día, y hasta el final de aquella temporada, intervino en diecinueve corridas, cifra que le colocó en los puestos cimeros del escalafón novilleril.
No es de extrañar, por ende, que comenzara la campaña siguiente encaramado en una posición privilegiada, en compañía del que, a la postre, estaba llamado a ser su rival inseparable en los ruedos españoles, el todavía novillero Miguel Báez y Espuny ("Litri"). El día 19 de junio de aquel año de 1949 hizo su presentación como novillero en la plaza Monumental de Las Ventas (Madrid), acompañado en los carteles por los jóvenes Luis Rivas y Pablo Lalanda, para despachar entre los tres un encierro marcado con el hierro de don Antonio Pérez. Aquella tarde triunfó de manera indiscutible ante la primera afición del mundo, lo que le valió la firma de un sinfín de contratos. Acabó, así, la temporada habiendo intervenido en un total de setenta y dos novilladas, cifra más cercana a las que suele lidiar al año una figura del escalafón superior. La fortuna, además, parecía ponerse en todo momento de parte del jovencísimo novillero madrileño, ya que Aparicio apenas sufrió heridas de consideración a pesar de enfrentarse con tal cantidad de reses bravas.
Durante casi toda la campaña de 1950 continuó toreando novilladas, acompañado en los carteles -y en los triunfos- por el también imparable Miguel Báez y Espuny ("Litri"). La exitosa pareja de novilleros "rivales" era reclamada en todas las plazas españolas, admiración que se tradujo en la cifra de noventa novilladas firmadas por Julio Aparicio en aquella campaña. A finales de la misma (concretamente, el día 12 de octubre de 1950), ambos novilleros comparecieron en el coso de la Ciudad del Turia, dispuestos a ganar la borla de doctor en tauromaquia. Fue padrino de ambos el genial coletudo sevillano Joaquín Rodríguez Ortega ("Cagancho"), quien, en presencia del otro toricantano (pues los dos novilleros comparecían, a la vez, en calidad de doctorandos y testigos), cedió a Aparicio los trastos con los que había de dar lidia y muerte a estoque al toro Farruquero, que había pastado en las dehesas de don Antonio Urquijo.
Tras dar remate a aquella campaña de 1950 en varia plazas ultramarinas (sobre todo, en las arenas limeñas), Julio Aparicio Martínez se colocó desde el comienzo de la temporada siguiente en los primeros puestos del escalafón de matadores de toros, merced, sobre todo, a su característica sobriedad en el manejo de los engaños, a su poderoso dominio de todo tipo de reses, y a la extraordinaria eficacia con que empuñaba el acero. Tan fácil y seguro se mostraba a la hora de la suerte suprema, que llevaba a gala el no haber escuchado jamás un aviso.
Para confirmar su alternativa, hizo el paseíllo en las arenas de la Monumental de Las Ventas el día 19 de mayo de 1951, apadrinado en esta ocasión por el torero sevillano Manuel González Cabello; el cual, bajo la atenta mirada del susodicho Miguel Báez y Espuny ("Litri") -que había confirmado su doctorado dos días antes-, le cedió los trastos con los que lidió y mató a un astado de don Antonio Urquijo, que atendía al nombre de Cachifo. Volvió a torear ante la severa afición de la Villa y Corte los días 21 y 28 de junio, señal de que su toreo seguía interesando sobremanera al público mejor preparado; mas no por ello despreciaba las convocatorias que le reclamaban en otros cosos de provincias, algunos tan principales como los de Valencia, Granada, Pamplona y Bilbao, en los que también triunfó aquel feliz año de 1951. Y como brillante colofón, remató aquella campaña con importantes triunfos en tierras hispanoamericanas.
Tal vez la cogida que sufrió en Morelia (México) durante aquel periplo ultramarino le restó bríos al comienzo de la temporada siguiente, a la que dio término habiendo intervenido sólo en cuarenta y nueve corridas, a pesar de que cosechó un clamoroso éxito en el transcurso de la madrileña feria de San Isidro. Poco a poco, su toreo fue afianzándose en una constante persecución de la pureza en la ejecución clásica de las suertes, dejando al margen el intento de batir marcas relativas al número de festejos toreados. Durante los años cincuenta rondó casi siempre la cincuentena de festejos lidiados, para acabar el decenio con cuarenta y tres ajustes firmados en 1957, otros tantos en 1958, treinta y tres en 1959, y tan sólo veintinueve en 1960. Precisamente en este último año resultó gravemente corneado por un toro de la ganadería de don Fermín Bohórquez, el día 15 de agosto, en la plaza de San Sebastián (Guipúzcoa).
Tras retirarse del ejercicio activo de la profesión en la campaña de 1962, volvió a vestirse de luces el día 10 de septiembre de 1964, fecha en la que hizo el paseíllo en la malagueña plaza de Ronda para intervenir en su popular corrida goyesca. Alternando mano a mano con el genial espada rondeño Antonio Ordóñez Araujo, mató tres toros de don Carlos Núñez en uno de los carteles más rematados de aquella temporada. Finalmente, se cortó la coleta de forma definitiva el día 24 de agosto de 1969, en las arenas de la plaza Monumental de Barcelona, donde, en compañía del diestro mejicano Antonio Lomelín Migoni y del espada gaditano José Luis Segura Costa, se enfrentó a un encierro formado por dos reses de Campocerrado y cuatro de Ramos Matías.
En aquella década de los años sesenta rescató una antigua y benéfica costumbre de otro espada madrileño, Marcial Lalanda del Pino, consistente en organizar un festejo en pro del Asilo de Ancianos de Chinchón (Madrid). Por estas y otras actividades desinteresadas fue distinguido con la Cruz de Beneficencia.
Bibliografía
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BOLLAÍN ROZALEM, Luis. "Litri", no. Aparicio, sí (Madrid, 1951).