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HistoriaPolíticaBiografía

Alfonso VI. Rey de Castilla y León (ca. 1037-1109)

Alfonso VI, rey de Castilla. Plaza de Oriente. Madrid.

Rey de Castilla y León nacido hacia 1037 y muerto en Toledo el 1 de julio de 1109. Conocido por el sobrenombre de el Bravo, mantuvo la supremacía del reino castellano-leonés sobre los reinos de al-Ándalus y conquistó Toledo, pero tras la llegada de los almorávides a España tuvo que adoptar una posición defensiva. Tuvo excepcional importancia su obra de colonización y repoblación. A través de sus contactos con Cluny y Roma amplió la proyección europea de sus Estados, a donde llegaron a su vez influencias ultrapirenaicas, entre ellas, la adopción del misal romano.

Síntesis biográfica

Hijo de Fernando I de León y Castilla y de su esposa doña Sancha, no se conoce con exactitud la fecha de su nacimiento y, según los autores, oscila entre 1030 y 1040, siendo 1037 la más fiable, ofrecida por las Crónicas de Sahagún. Fueron sus hermanos mayores doña Urraca, don Sancho y doña Elvira y después que él nació don García. Durante su infancia, que pasó en Tierra de Campos, fue instruido por Raimundo, que más adelante sería obispo de Palencia y probablemente fue su ayo el conde Pedro Ansúrez. A la muerte de Fernando I en 1065, Alfonso heredó el reino de León, mientras que el primogénito recibió Castilla (Sancho II) y García Galicia. Los hermanos no se conformaron con la herencia y ya antes de 1071 Sancho y Alfonso habían arrebatado Galicia al débil García, si bien fue Alfonso quien ejerció el gobierno del reino y la soberanía de Sancho fue, sobre todo, nominal. A comienzos de 1072 Sancho II invadió los territorios de Alfonso y le venció cerca del río Pisuerga. Alfonso fue trasladado a Burgos y Sancho se coronó rey a sí mismo en León. Por intercesión de doña Urraca y de Hugo de Cluny, Alfonso fue liberado y huyó a Toledo, donde fue acogido por Yahya ibn Ismail al-Ma'mun. Pero tras la muerte de Sancho II en el sitio de Zamora, Alfonso fue reconocido casi unánimemente heredero de los reinos sometidos a la soberanía de su hermano. A finales de año la principal nobleza del reino confirmó en Burgos un diploma real de Alfonso VI, lo que prueba que su sucesión no fue contestada, pero fue probablemente en ese momento en el que el rey tuvo que hacer una declaración de inocencia en lo referente al asesinato de su hermano, episodio que en el Cantar de mío Cid alcanza visos legendarios.

En 1073 Alfonso VI asumió el gobierno efectivo de Galicia, después de apresar a su hermano García, a quien mantuvo en cautividad en el castillo de Luna hasta su muerte en 1090. Entre la fecha de su coronación y junio de 1074 Alfonso VI casó con Inés de Aquitania, hija del duque Guillermo VIII. En 1076, después de la muerte de Sancho IV de Navarra, Alfonso amplió sus territorios hasta Calahorra y se extendió por las tierras de Álava y Vizcaya. Recibió también juramento de vasallaje de Sancho Ramírez de Aragón, por los territorios que éste ocupó, es decir el núcleo tradicional de la monarquía pamplonesa. Desde aquel año Alfonso VI comenzó a titularse emperador. Hacia 1078 Alfonso repudió a Inés y en otoño de 1079, con la mediación de Hugo de Cluny, contrajo segundas nupcias con Constanza, hija del duque Roberto de Borgoña. Roma, sin embargo no aceptó el matrimonio y amenazó al monarca, que debió casar de nuevo con Constanza después de la muerte de Inés. De este matrimonio nació una única heredera, Urraca, a la que hacia 1087 se casó con el conde Raimundo de Amous, hijo del conde Guillermo de Borgoña; posteriormente el rey casó a sus hijas bastardas, Elvira y Teresa, con miembros de la nobleza francesa, siguiendo una política de vinculación ultrapirenaica que causó una revuelta en Galicia, encabezada por los condes Rodrigo y Vela Ovéquiz y por el obispo Diego Peláez, que defendían los derechos hereditarios del hermano del rey, García, que permanecía preso en Bavia. Ésta rebelión ya se había concluido cuando en junio de 1088 el rey acudió a Galicia para pacificarla. Después de la muerte de García, el rey entregó el gobierno de Galicia y Portugal a Raimundo de Borgoña, lo que provocó nuevas revueltas de poca importancia.

Enferma la reina Constanza en 1092, Alfonso había tomado como concubina a Zaida, nuera de al-Mu'tamid, que le dio su único hijo varón, Sancho Alfónsez (1093); poco después murió Constanza. El tercer matrimonio de Alfonso VI (1094), con Berta, de origen italiano, supuso un inconveniente para Raimundo de Borgoña, que, a falta de hijos varones del monarca, era el que mayores probabilidades tenía de heredar la Corona. A principios de 1095, éste estableció con su primo Enrique de Borgoña un pacto sobre la sucesión del rey y, por otra parte, Enrique recibió como esposa a Teresa, la hija bastarda del rey, y recibió de éste el gobierno del condado de Portugal, hasta entonces sometido a Raimundo. La concesión de Portugal a Enrique fue el punto de partida de la independencia del reino luso.

En 1099 murió Berta y también Elvira, la hermana del rey, cuya influencia política se había dejado sentir a lo largo de todo el reinado. De la cuarta esposa de Alfonso VI, Isabel, se ha especulado un posible origen borgoñón, aunque hay quien afirma que ésta no sería otra que Zaida, que habría adoptado ese nombre al convertirse al cristianismo; de esta manera se abriría el camino de la legitimación de Sancho, que fue nombrado heredero, probablemente entre 1105 y 1106 y, con toda seguridad, ya lo era en 1107. Sobre esa época murió la reina Isabel, que había dado dos hijas al monarca, Sancha y Elvira, y Alfonso casó, por quinta y última vez, con otra borgoñona, Beatriz. Los más perjudicados con el nombramiento de Sancho como heredero fueron Urraca y Raimundo de Borgoña (muerto en 1107) de quien en 1105 había nacido Alfonso (futuro Alfonso VII), a quien Urraca colocó bajo la protección del cada vez más poderoso obispo Gelmírez. Alfonso VI aseguró a Urraca y a su hijo el gobierno de Galicia.

Después del desastre de Uclés (1108) Alfonso enfermó y comenzó a preparar una sucesión que, después de la muerte del heredero (1108) y la de gran cantidad de nobles que habían sido el sostén del reinado, se preveía complicada. Alfonso hizo casar a la heredera, su hija Urraca, con Alfonso I de Aragón, pensando que la unión de ambos reinos posibilitaría el desarrollo de una política común que permitiese resolver el problema en torno a Zaragoza y presentar un frente más compacto frente a los almorávides.

Alfonso VI ejerció el poder de forma efectiva hasta el mismo momento de su muerte. Ésta llegó mientras el rey se encontraba en Toledo tratando de reparar los daños derivados de la derrota de Uclés. Fue enterrado en Sahagún el 21 de julio de 1109 y sucedido por Urraca.

Alfonso VI y las taifas; conquista de Toledo

Las parias o tributos de los Estados musulmanes hacia los reinos cristianos han sido consideradas como un medio de empobrecer a los reinos de taifas como un paso previo a su sometimiento, aunque hoy en día prima la opinión de que las parias eran un fin en sí mismo, ya que la conquista militar de los reinos musulmanes y su rápida y eficaz repoblación con cristianos, eran en el siglo XI objetivos desproporcionados. Sin embargo el control político que los reinos cristianos ejercían sobre las taifas a las que protegían era suficiente para asegurar su superioridad, a la vez que los tributos servían a los reyes para comprar fidelidades o servicios políticos.

Los Estados heredados por Alfonso en 1065 tenían frontera con la taifa de Badajoz, contra la que el monarca lanzó al menos dos expediciones en 1068 y la hizo tributaria y en 1074 volvió a dirigirse a Andalucía en busca de parias. El reino de Zaragoza, también tributario de Castilla, era imprescindible para evitar que Aragón o Pamplona se extendiesen hasta el valle medio del Ebro, por lo que Alfonso VI aseguró su protección a al-Muqtadir en 1074, a la vez que mejoraba sus relaciones con los reinos cristianos, a través de donaciones a San Millán de la Cogolla, con vistas a desarrollar la guerra contra el Islam ideada por Gregorio VII. La alianza con la taifa toledana fue una de las piedras angulares de la política alfonsina, ya que ésta constituía un tapón entre Castilla y la Extremadura y podía servir como punto de partida de expediciones en los reinos del sur de al-Ándalus. Así sucedió cuando en 1074 Alfonso VI consiguió un oneroso tributo de AbdAllah de Granada, además de las parias atrasadas. Castilla también ayudó a Toledo cuando al-Ma'mun atacó Córdoba en 1075, pero la muerte de éste monarca (28 de junio) supuso un contratiempo para Alfonso, porque su sucesor, al-Qadir, carecía de las dotes políticas de su abuelo y el delicado equilibrio entre las taifas se desplomó, cambiando la situación peninsular y dando al traste con los planes alfonsinos. Alfonso inició entonces una política de mayor intervencionismo en los reinos del sur.

Era necesario restablecer la alianza con Toledo para poder asegurar el avance de las colonizaciones en la zona situada al sur del Duero (la línea de fortificaciones de Medina del Campo, Olmedo, Coca, Cuéllar). En 1079 al-Mutawakkil de Badajoz invadió la taifa toledana y expulsó de la ciudad a al-Qadir. Alfonso VI reaccionó conquistando Coria, plaza estratégica en la ruta hacia Badajoz y en 1081 repuso a al-Qadir en Toledo, obteniendo de él a cambio la fortaleza de Zorita de los Canes, llave del reino de Zaragoza. A la vez, el monarca castellano enviaba al Cid a cobrar las parias a al-Mu'tamid de Sevilla, cuya taifa, engrandecida con Murcia, se había convertido en la potencia expansiva de al-Ándalus; Alfonso VI puso tropas al servicio de Sevilla para la guerra contra el común enemigo, el taifa de Granada.

En 1080 se produjeron ataques a San Esteban de Gormaz por parte de habitantes de la taifa toledana fuera del control de al-Qadir, a los que el Cid respondió con incursiones en el reino musulmán; el rey le acusó de luchar contra un reino aliado y lo desterró, abandonado don Rodrigo Castilla en 1081.

Desde 1082 la política de Alfonso hacia las taifas se endureció y se encaminó hacia la obtención de más tributos y un mayor control de los territorios. No todos sus intentos fueron fructíferos; así, el rey fracasó al intentar conquistar la fortaleza de Rueda de Carrión (enero de 1083), después de que la muerte de al-Muqtadir causase la división del reino zaragozano; Rodrigo Díaz, por su parte, se mantuvo fiel a al-Mu'tamin, el sucesor de al-Muqtadir, lo que constituyó un nuevo motivo de fricción con el rey castellano. Aquel año de 1082 Alfonso VI también envió embajadas al reino sevillano para exigir el aumento de las parias; los embajadores fueron apresados por al-Mu'tamid y el rey tuvo que entregar, a cambio de su liberación, la estratégica fortaleza de Almodóvar. La expedición de castigo no se hizo esperar y en verano de 1083 Alfonso se puso al frente de un ejército que devastó el reino sevillano, provocando que al-Mu'tamid solicitase el socorro almorávide; en 1083 los almorávides conquistaron Ceuta, que aseguraron como cabeza de puente para la futura invasión de la Península.

La amenaza africana hizo que Alfonso abandonase la política de protección de las taifas como medio de obtener parias de ellas y comenzase a hostigar a Toledo y Zaragoza, para ganar posiciones favorables ante una eventual invasión almorávide. Los preparativos del cerco de Toledo comenzaron en verano de 1084, pero cuando empezó la campaña en marzo del año siguiente, al-Qadir apenas opuso resistencia y rindió la ciudad; Alfonso VI tomó posesión de la ciudad el 25 de mayo de 1085 y entregó Valencia a al-Qadir, como medio de tener cubierto el flanco oriental de la ampliada Castilla. Las cláusulas de la rendición constituyeron un modelo para futuras capitulaciones. El rey aseguró a los musulmanes de Toledo el ejercicio de su religión, así como la conservación de sus bienes, su régimen fiscal y sus leyes internas; se apropió del patrimonio público y privado del emir y de todas las mezquitas, excepto la mayor y es posible que entregase indemnizaciones a los campesinos de la ciudad, tratando de mantener el sistema de producción, indispensable para hacer efectiva la conquista. El rey puso al frente de la ciudad al gobernador mozárabe Sisnando Davídiz, que ya había mostrado su moderación y sus buenas dotes administrativas en el gobierno de Coimbra.

La conquista de Toledo disparó el prestigio de Alfonso VI, que consolidó sus alianzas con poderes extranjeros, en espacial con Cluny, Roma y la nobleza borgoñona y ultrapirenaica. Supuso además la formación de una nueva frontera de al-Ándalus en la línea del Tajo, que rompió el equilibrio de fuerzas establecido a principios del siglo X y permitió una fácil repoblación cristiana al norte del Sistema Central. Desde el punto de vista estratégico la consecuencia más relevante de la conquista de la taifa fue la ruptura del eje de comunicaciones que unía Zaragoza y la cuenca del Ebro con el resto de al-Ándalus, completado ésto con el control indirecto sobre Valencia a través de al-Qadir.

Pero, conquistada Toledo, se dejaron de percibir sus parias y en cambio se incrementaron los gastos militares, por lo que el rey reanudó la presión para recaudar más parias. Con tal fin envió expediciones a las taifas de Sevilla y Granada, que tuvieron como resultado la conquista de la estratégica plaza de Aledo (1086). En primavera de aquel año puso Alfonso sitio a Zaragoza, aunque no es probable que el objetivo fuese la conquista de la ciudad, sino el reconocimiento de protección y el pago de parias. El cerco de Zaragoza fue abandonado ante el enorme peligro que supuso el desembarco de los beréberes almorávides en la Península Ibérica a finales de junio de 1086.

Alfonso VI y los almorávides

Mientras Yusuf ibn Tashufin, después de haber estado dos meses acantonado en Sevilla, concentraba su ejército en Badajoz, Alfonso lo hacía en Toledo. El enfrentamiento era inevitable y los contendientes convinieron que la batalla se desarrollase en la dehesa de Sagrajas, el 23 de octubre. Tras la rotunda victoria de los almorávides ibn Tashufin regresó a Sevilla y Alfonso huyó a Coria, desde donde marchó a preparar la defensa de la plaza de Toledo. A finales de 1086 entregó al Cid, con el que ya se había reconciliado, la tenencia de la plaza de San Esteban de Gormaz, llave de la Castilla oriental y en primavera del año siguiente recibió los refuerzos de Eudes de Borgoña y otros nobles francos. Aquel mismo año recibió el rey castellano-leonés homenaje de Sancho Ramírez de Aragón por el recién constituido condado de Navarra, sujeto al vasallaje de Alfonso, pero adjudicado a Aragón en el nuevo reparto del reino navarro, concluido entre ambos monarcas durante el sitio de Tudela (1087).

La necesidad más acuciante después del desastre de Sagrajas era restaurar el sistema de relaciones políticas roto por los almorávides. Alfonso VI volvió a percibir parias del taifa de Zaragoza, a quien envió al Cid para enfrentarse a al-Mundir de Lérida, que ayudado por Berenguer Ramón II, ponía cerco a Valencia. Gracias al patrocinio cristiano, al-Qadir regresó a Valencia y presentó su sumisión a Alfonso, al tiempo que ibn Rasiq de Murcia, ayudado por García Jiménez, se separaba de la taifa sevillana y se colocaba bajo la protección de Castilla. De esta manera, en poco tiempo Alfonso recuperó las parias de Levante y el valle del Ebro, al mismo tiempo en que al-Mu'tamid solicitaba de nuevo la ayuda de ibn Tashufin.

La segunda llegada de los almorávides a la Península se puede resumir en el sitio de Aledo, plaza que fue asediada entre junio y octubre de 1088 sin que Alfonso acudiese en su socorro, pero que fue inmediatamente liberada por ibn Tashufin y por los taifas de Granada y Sevilla en cuanto tuvieron noticia del ejército cristiano que acudía a su defensa. Fue en este momento cuando se consumó la ruptura definitiva entre Alfonso VI y el Cid, al no acudir éste al llamamiento real para liberar Aledo. Sin embargo las acciones que Rodrigo Díaz realizó en Levante contribuyeron decisivamente al proceso de reconquista y permitieron al rey concentrar sus esfuerzos en otras partes. Los reyes taifas de Granada y Sevilla se negaron a pagar tributos al rey cristiano, confiando en la venida de los almorávides. En 1089 logró cobrar al rey de Granada los atrasos de tres años, pero sería la última vez. En julio de 1090 tuvo lugar el tercer desembarco de ibn Tashufin en Algeciras; en esta ocasión los planes del sultán beréber pasaban por la completa ocupación de al-Ándalus, como quedó de manifiesto en el inmediato cerco de Toledo, plaza que el rey no acudió a socorrer hasta finales de agosto. La llegada de Alfonso VI y Sancho Ramírez hizo que los africanos levantasen el sitio de Toledo. En lo sucesivo Alfonso se dedicó a aunar fuerzas para enfrentarse a los nuevos invasores, mientras que ibn Tashufin se apoderaba de los reinos de Granada y Sevilla, incluyendo Murcia, Jaén y Almería.

La presencia de un enemigo tan poderoso y el desmoronamiento del sistema de parias hizo que el rey tuviese que cambiar totalmente las directrices de su política. Además Alfonso debía ocuparse de la organización de unos amplios territorios y cada vez mejor poblados, aunque descargó muchas de sus funciones de defensa, justicia y gobierno en nobles delegados. Fue 1091 un año de revueltas internas en sus reinos. El obispo de Braga, Pedro, buscó el amparo del antipapa Clemente III para conseguir la condición de metropolitano, lo que llevó a su destitución; el obispo Diego Peláez se negó a acudir a juicio en Roma; y en Castilla la revuelta de García de Cabrera sólo se apaciguó después de que el rey le casase con su hermana, la infanta Elvira. En vez de buscar un enfrentamiento directo con los almorávides, Alfonso trató de conseguir su inacción y volvió sus ojos hacia Levante. En 1092 se alió con pisanos y genoveses y atacó Tortosa y Valencia sin éxito, por lo que a partir de 1093 el Cid tuvo las manos libres para actuar en Levante. Alfonso, en cambio, consiguió progresos contra la taifa de Badajoz, con la conquista de Santarem, Lisboa y Sintra, lo que llevó al cenit de su poder al conde de Galicia y Portugal, Raimundo, que por otra parte era un estrecho colaborador del monarca. No pudo rentabilizar estas conquistas Alfonso VI, porque en 1094 la taifa de Badajoz cayó en poder de los almorávides, sustituyendo en el sector occidental a un débil enemigo por uno poderoso.

Hasta 1097 Alfonso pudo disfrutar de una tregua con los almorávides, pero aquel año, cuando el rey se disponía a proteger Zaragoza de los ataques aragoneses, ibn Tashufin volvió a la Península y Alfonso se instaló en Toledo, donde recibió refuerzos del Cid, aunque los cristianos fueron derrotados en Consuegra, plaza que fue tomada en 1099. Pero tras la muerte del Cid aquel mismo año Valencia volvió a ser objetivo almorávide y desde 1101 fue asediada por el caid Mazdali. El rey acudió a Valencia con un gran ejército en primavera de 1102, pero fue para comprobar que la ciudad no tenía salvación; Alfonso dirigió las operaciones de evacuación y en mayo los almorávides tomaron posesión de la plaza. Rápidamente cambió la situación del Levante y el valle del Ebro: con Mazdali presto para ayudar a al-Mustasin, Zaragoza dejó de pagar las parias; el pequeño reino de Albarracín pasó a dominio almorávide; y Mazdali obtuvo victorias sobre los condes catalanes.

Tras la pérdida de Valencia era prioritario asegurar la frontera oriental de Toledo y evitar que los almorávides dominasen el corredor entre el Henares y el Jalón, paso desde la Meseta hasta el valle del Ebro, y a ese fin respondieron el asedio de Medinaceli, comenzado en 1103 y concluido el año siguiente y las razzias lanzadas anualmente al sur de Toledo. Los musulmanes no reaccionaron durante aquellos años, que fueron los últimos de Yusuf ibn Tashufin. Tras su muerte (1106) fue sucedido por su hijo Alí ibn Yusuf, que nombró a su hermano, Tamín ibn Yusuf, gobernador de al-Ándalus. Éste reunió un enorme ejército que en 1108 se lanzó a la conquista del corredor del Henares, en cuyo contexto se encuadra la conquista de Uclés en mayo. Los cristianos reaccionaron enviando un ejército desde Toledo, que el 29 de mayo fue derrotado frente a la ciudad. La batalla de Uclés supuso un nuevo descalabro para los cristianos, no sólo por la gran cantidad de vidas que se perdieron, sino, sobre todo, porque desencadenó la conquista por los almorávides de Belinchón, Ocaña, Huete, Cuenca y Alcalá de Henares, dejando libre el camino hacia Zaragoza, que cayó en 1110. Más graves consecuencias políticas supuso la muerte del heredero, Sancho Alfónsez, poco después de la batalla.

Política religiosa

Desde la segunda mitad del siglo XI los reyes cristianos habían llevado a cabo iniciativas en el plano religioso a través de la restauración y dotación de sedes episcopales en los territorios de nueva conquista, como complemento a las labores de repoblación. Los proyectos de organización previstos en el concilio de Coyanza de 1055 estaban aún basados en el antiguo orden hispano-visigodo. El pontificado de Gregorio VII supuso en el último tercio de siglo la extensión de la Reforma Gregoriana por toda Europa y en el caso castellano implicó el abandono del rito hispano y la intensificación de relaciones con Roma. Los contactos de Castilla y León con la abadía de Cluny comenzaron en la época de Fernando I, significando un importante apoyo para las iniciativas religiosas y un mejor conocimiento de los asuntos europeos. La orden cluniacense comenzó a recibir monasterios en tierras de Castilla y León durante el reinado de Alfonso VI, siendo las más importantes de la época los de San Isidro de las Dueñas (1073) y San Zoilo de Carrión (1076). Desde 1080 éstos y otros cenobios fueron centros de propaganda monástica y contribuyeron a extender el rito francés frente a los usos visigodos o mozárabes.

Efectivamente, la liturgia hispana fue uno de los asuntos que más controvesias creó entre Roma y Castilla, pero la intervención pontificia en España tenía puntos de mayor trascendencia, como la designación episcopal o la pretensión papal del dominio sobre Hispania (1077). Tal pretensión fue respondida por Alfonso VI en términos cancillerescos (es en este momento cuando adopta la titulación imperator y totius Hispanie Imperator) y respaldada por su supremacía sobre los reinos andalusíes y las recientes anexiones en el reino de Pamplona. La designación episcopal, al contrario que en el resto de Europa, no constituyó un motivo de fricción y pronto se extendió la elección canónica, aunque pesó mucho la recomendación regia, propiciando la desaparición de las iglesias propias y la generalización del diezmo episcopal. El hecho es que entre las voces que se levantaron contra la adopción del rito romano no estuvo la del rey, que lo favoreció desde el primer momento; no obstante, tras la conquista de Toledo permitió a los mozárabes de la ciudad que continuasen usando su liturgia en seis parroquias, pero ésto debe considerarse como una medida política de favor a los mozárabes, cuya colaboración necesitaba para conservar el dominio de la ciudad.

En 1088 Alfonso reunió una curia extraordinaria en Husillos (Palencia), en la que se tomaron importantes decisiones en materia eclesiástica, la más importante de las cuales fue la restauración de Toledo como sede primada de España, punto que fue confirmado por Roma el mismo año. Sin embargo Urbano II no sancionó ni la deposición del obispo rebelde Diego Peláez ni su sustitución por el abad de Cardeña, Pedro; la sede compostelana quedó en interdicto hasta que en 1093 fue ocupada por Diego Gelmírez, personaje de extraordinaria importancia en los años siguientes.

El reinado de Alfonso VI fue una época de conquistas y de nacimiento de sedes episcopales. El reconocimiento de la primacía jurisdiccional de Roma no evitó los enfrentamientos entre ellas, muchos de ellos derivados más de la peculiar organización política del reino castellano-leonés que de sucesos estrictamente eclesiásticos. Para resolver los problemas jurisdiccionales entre las diferentes sedes, después del concilio de Husillos comenzó a circular la División de Wamba, texto que revelaba los límites de las diócesis durante la época visigoda y que sirvió, por ejemplo, para resolver las disputas entre las sedes de Burgos y Osma. Aunque el documento no era auténtico, como se ha demostrado más adelante, fue reconocido como verdadero y desde finales del siglo XII, integrado en el Liber Itacii, se usó cuando fue oportuno para diseñar el mapa eclesiástico de España.

En abril de 1093 fue nombrado arzobispo de Toledo Bernardo, que desde el año siguiente fue legado papal para todos los reinos peninsulares. Por iniciativa suya el papa trasladó la sede de Iria Flavia a Compostela y la declaró dependiente sólo de Roma, como medio de evitar conflictos entre sedes metropolitanas. En 1096 Bernardo consiguió que también Burgos fuese declarada exenta, haciendo así que la sede no fuese sufragánea de la restaurada Tarragona, que se encontraba fuera de los dominios de Alfonso VI. Bernardo favoreció además la presencia de clero ultrapirenaico en la sede toledana, que se convirtió, en palabras del historiador Reilly, "en un semillero de obispos para las sedes de la Península".

El rey repoblador

El esfuerzo que dedicó Alfonso VI a la repoblación, colonización y defensa de los territorios durante el último cuarto del siglo XI y comienzos del siglo XII le ha valido la fama de "rey poblador". Efectivamente, por iniciativa regia, comenzaron a desarrollarse aglomeraciones urbanas en torno a tres ejes principales: el Camino de Santiago; la franja de frontera musulmana desde Coimbra hasta Calahorra; una zona entre las dos primeras, en la que nacieron o se desarrollaron ciudades como Braga, Palencia, Valladolid, Burgo de Osma o Silos.

Las ciudades que se desarrollaron en el Camino de Santiago conjugaron las condiciones de núcleos de comercio, artesanía, acogida de peregrinos y centros religiosos. De entre todas ellas destacaron León, Nájera, Logroño, Santo Domingo de la Calzada, Castrojeriz, Frómista. En estos núcleos se establecieron pobladores procedentes de las zonas rurales, aunque con un alto componente de francos ultrapirenaicos y la aparición de comunidades judías. Los nuevos pobladores o burgueses desarrollaron de manera preferente las actividades de artesanía y comercio. Estas ciudades, al contrario de las que se desarrollaron en los territorios de nueva conquista, tuvieron alfoces pequeños, conseguidos casi siempre a través de graduales mercedes reales. También habría que destacar que en el siglo XI se produjo una jerarquización de los núcleos de población, como consecuencia de los cambios sociales, políticos y eclesiásticos y que se tradujo en un ascenso de categoría de las poblaciones dotadas de fuero.

Las tierras recién conquistadas de las extremaduras y al sur de Toledo requirieron de una organización de nueva implantación, que debía combinar la seguridad militar con los aspectos económicos, sociales y políticos. Las principales acciones del monarca se encaminaron al desarrollo del régimen concejil, la concesión de fueros y la restauración y organización de sedes episcopales. El fuero de Sepúlveda (1076) sirvió muchas veces como ejemplo para el futuro ordenamiento jurídico de las extremaduras y la definición de los privilegios de la "caballería villana" que las habitaría. Para asegurar la retaguardia de Toledo fue necesario poblar zonas en las que la presencia humana era nula, y a tal motivo respondió la población de Ávila y Segovia y Salamanca. Osma sirvió como centro para la población del alto Duero, aunque la principal actividad pobladora se debió sobre todo a Alfonso I de Aragón. Todas ellas fueron centros organizadores de amplios territorios, a los que dotaron de estatuto jurídico (mediante el fuero), organización económica y a los que ofrecían protección militar.

Leyenda de Alfonso VI, el de la mano horadada.

Bibliografía

  • LINAGE CONDE, A. Alfonso VI, el rey hispano y europeo de las tres religiones (1065-1109). Burgos, 1994.

  • MENÉNDEZ PIDAL, R. El Imperio Hispánico y los Cinco Reinos. Madrid, 1950.

  • PÉREZ DE URBEL, J. "Los comienzos de la Reconquista", en Historia de España Menéndez Pidal, vol. VI. Madrid, Espasa Calpe. 1994.

  • RAMOS LOSCERTALES, J.M. "La Sucesión de Alfonso VI", en Anuario de Historia del Derecho Español, XIII (1936-1941). Madrid, 1941.

Autor

  • Juan Miguel Moraleda Tejero