Alfia Domicia Severina (s. II).
Sacerdotisa hispano-romana, nacida en el municipio romano de Barbesula (en la localidad gaditana actual de Torre de Guadiaro, situada en la desembocadura del río homónimo) hacia mediados del siglo II, y fallecida en fecha y lugar desconocidos. Su vida se debió de extender durante la segunda mitad de dicha centuria.
Apenas han llegado hasta nuestros días otros testimonios relacionados con su vida que los conservados en una inscripción hallada en dicha zona meridional española. Sin embargo, merced a los notables progresos que ha experimentado la epigrafía (disciplina que estudia e interpreta las inscripciones) en los últimos años, se ha tenido acceso a numerosos detalles de la biografía de esta importante figura femenina del siglo II, así como a otros muchos datos relacionados con las circunstancias sociales, políticas y económicas de su familia. Así, de la interpretación de la citada inscripción en piedra se desprende que Alfia Domicia Severina pertenecía a una de las familias acomodadas más relevantes de la Bética, originaria de la citada población hispano-romana de Barbesula y ennoblecida, principalmente, por la rama materna, como queda patente en el hecho de que su madre, Alfia Domicia Tertuliana, le transmitiera sus nombres propios, de acuerdo con una tradición observada por las familias más notables de la sociedad local de la época.
Por otra parte, la posición preeminente de esta familia en la economía de la Bética procedía de la profesión del padre, Cayo Julio Alfio Teseo, un rico comerciante que basaba el éxito de sus negocios en el transporte a Roma de ánforas cargadas con aceite de oliva. El producto llevado a la metrópoli por este Teseo gaditano gozaba de gran aceptación entre las clases pudientes romanas, por lo que pronto alcanzó una gran difusión (como queda patente en los restos de ánforas de su propiedad hallados en el monte Testaccio, en el puerto romano de Ostia, fechados en el año 154) y contribuyó al vertiginoso enriquecimiento de la familia.
Esta envidiable situación económica familiar -que no ha sido obstáculo para que algunos estudiosos de la época especulen sobre el origen liberto de Cayo Julio Alfio Teseo, como podría deducirse de esta concatenación de nombres que indica, entre otras cosas, sucesivas adopciones- propició, en cualquier caso, la promoción de la joven Alfia Domicia Severina hasta uno de los cargos más relevantes en la sociedad local de su época: sacerdotisa flamínica (es decir, encargada de velar por el culto debido a la familia imperial). Esta alta dignidad sacerdotal ocupada por la muchacha -que, a la sazón, constituía uno de los cargos más importantes a los que podía aspirar una mujer- ha llevado a los investigadores y estudiosos de la epigrafía a llamar la atención sobre la estrecha relación sostenida entre las familias béticas enriquecidas con el comercio del aceite de oliva y las oligarquías políticas de la sociedad local e, incluso, de la propia metrópoli romana. Ello queda patente en la erección de un monumento público en honor de la propia Alfia Domicia Severina en su lugar de origen, promovida por el Senado local, en cuyo pedestal está grabada la inscripción que ha permitido averiguar no sólo la peripecia biográfica de la joven y su rica familia, sino también algunos detalles tan relevantes para la historia de la época como esas relaciones entre comerciantes y poderes públicos mencionada en líneas superiores.
Como deja patente una de las investigadoras que más tiempo ha dedicado a esta singular figura femenina de la Hispania Romana, María Dolores Mirón Pérez (vid., infra, "Bibliografía"), el análisis epigráfico de la inscripción grabada en dicho pedestal aporta otras muchas informaciones tan sugerentes como éstas:
- El enriquecimiento de los comerciantes de aceite de oliva de la época fue verdaderamente espectacular, pues la familia de la sacerdotisa empleó cien libras de plata (en moneda romana de entonces, unos cien mil sestercios) sólo en costear la erección de este monumento. Con esa cantidad, un ciudadano romano podía entonces acceder a las magistraturas locales, lo que a su vez le introducía en el estamento de los decuriones, es decir, el tercero en importancia en la jerarquía social.
- Otra prueba de la riqueza familiar (y, en general, de la opulencia en que vivían estos comerciantes) es la ausencia en la inscripción de cualquier referencia al posible esposo de Alfia Domicia Severina. Según la citada estudiosa, ello no indica necesariamente soltería, sino que puede ser reflejo de "un predominio del vínculo filial sobre el marital", lo que a su vez es rasgo inequívoco de pertenencia a las familias que hacían ostentación de riqueza.
- Además, el hecho de que el pedestal que sostiene la estatua pública de Alfia Domicia Severina esté dedicado a la diosa Juno Augusta (divinidad protectora, entre otras cosas, del matrimonio) revela el deseo de quienes erigieron el monumento de ver largamente protegida la unión conyugal de la familia imperial y, con ella, la tranquilidad y prosperidad de todo el Imperio (deseo que queda reforzado en la representación de la propia sacerdotisa homenajeada, que aparece de pie, cubierta por un largo manto y sosteniendo un niño en sus brazos). Por medio, pues, de la interpretación de la estatua y la inscripción dedicadas a Alfia Domicia Severina se puede conjeturar que, en la segunda mitad del siglo II, la romanización de la Hispania había alcanzado tal plenitud que sus pobladores se sentían firmemente integrados en las leyes, modas, costumbres e inquietudes espirituales implantadas desde la metrópoli, y seriamente preocupados por la supervivencia de quienes regían sus destinos desde Roma.
En resolución, pues, merced a la estatua que un día le erigieron sus paisanos para ganarse el favor de su preeminente familia, Alfia Domicia Severina se ha convertido en uno de los mejores emblemas reales -y no ficticios, como los difundidos por la copiosa literatura que se ha escrito sobre la época- de esas mujeres romanas que, al quedar excluidas -por su propia naturaleza femenina- de la posibilidad de ejercer el poder desde los cauces de la política, movían sus poderosos hilos de influencia en sus propias comunidades a través del dominio de la expresión religiosa. Se trataba, en general, de damas procedentes de familias adineradas, que, ya en calidad de sacerdotisas (como es el caso de la figura que nos ocupa) o ya en su mera condición de devotas, cumplían la destacada función pública de implicar al resto de sus conciudadanos en un código de valores políticos y morales que venían a reforzar el poder del Imperio y de las elites locales.
Bibliografía
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GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Julián. Inscripciones romanas de la provincia de Cádiz (Cádiz: Diputación Provincial, 1982).
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MIRÓN PÉREZ, María Dolores. Mujeres, religión y poder: el culto Imperial en el Occidente Mediterráneo (Granada: Universidad, 1986).
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RODRÍGUEZ CORTÉS, Juana. "La religiosidad de las sacerdotisas de la Bética a través de las inscripciones", en II Congresso Peninsular de Història Antigua (Coimbra. Faculdade de Letras da Universidade de Coimbra, 1993), pp. 771-780.
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RODRÍGUEZ OLIVA, Pedro. "Municipium Barbesulanum", en Baetica, I (1978), pp. 207-241.