

Al-Ahmad Al-Sabah, Jaber (1926-2006).
Emir kuwaití nacido el 29 de junio de 1926 y fallecido el 15 de enero de 2006, que ocupó el trono de su país desde 1977 hasta su muerte. Le sucedió su hermanastro Saadal-Abdullah al-Salim al-Sabah, que días depués abdicó en el jeque Sabah al Ahmed al-Sabah.
Recibió educación a cargo de tutores privados y en la Escuela Almubarakiyyah de Kuwait. Fue gobernador de Al Ah'madi entre 1949 y 1959, año en que pasó a presidir el Departamento de Finanzas y Economía. Fue ministro de Finanzas, Industria y Comercio en 1963 y 1965, y primer ministro desde 1965. Príncipe heredero de la familia Sabah a partir de 1966, sucedió a su tío, el emir Sabah al-Salim al-Sabah inmediatamente después de su fallecimiento, el 31 de diciembre de 1977. El 8 de febrero de 1978 el emir Jaber cedió la jefatura del gobierno al jeque Saad al-Abdullah al-Salim al-Sabah, designado heredero al trono el 31 de enero anterior.
La trayectoria de los Sabah ha estado íntimamente vinculada a las vicisitudes políticas y militares en el Golfo Pérsico, sensible zona en la que el emirato ocupa una posición altamente estratégica, a caballo entre Arabia Saudí, Iraq e Irán, y dominando las terminales de embarque del petróleo de Mesopotamia. En la guerra irano-iraquí (1980-1988) el emir Jaber se alineó, al igual que las demás monarquías del Golfo, con Bagdad que, si bien su régimen laico y socializante divergía diametralmente del absolutismo conservador y confesional del emirato, constituía un baluarte contra el aún más temido fundamentalismo revolucionario iraní. En el bienio 1987-1988 los petroleros con procedencia y destino a Kuwait hubieron de ser protegidos por la Armada de EE.UU. de los ataques iraníes. Asimismo se produjeron episódicos actos de terrorismo interior a cargo de grupos integristas, como el atentado contra el cortejo del emir en mayo de 1985.
Concluida la guerra en el Golfo, las relaciones con Iraq entraron en grave crisis en el verano de 1990, cuando el presidente de aquel país, Saddam Hussein, acusó al emirato de explotar yacimientos petrolíferos presuntamente ubicados en territorio iraquí, y de exportar cuotas de crudo superiores a las estipuladas por la OPEP, favoreciendo así la caída del precio del barril. Las mediaciones árabes fracasaron, y el 2 de agosto el Ejército de Iraq invadió y ocupó el país, provocando la huida del emir y la familia real a Ta'if, Arabia Saudí. Allí permaneció durante toda la crisis y posterior reconquista de Kuwait por un contingente internacional encabezado por EE.UU. El 14 de marzo de 1991 el emir Jaber regresó a la capital e instauró la ley marcial por un tiempo limitado, a fin de facilitar la reconstrucción del país, devastado por las destrucciones bélicas, los saqueos y tropelías cometidos por las tropas iraquíes y el incendio provocado de cientos de pozos de petróleo. El proceso avanzó a buen ritmo, gracias a la repatriación de las reservas financieras del exterior, y ya el 28 de julio de 1991 pudo reanudarse la exportación de petróleo y el 7 de noviembre siguiente extinguirse el último fuego.
El esfuerzo invertido en la liberación del emirato, más la persecución de supuestos sospechosos de colaboracionismo, saldada en algunos casos con condenas a muerte, confirieron legitimidad a las opiniones públicas local e internacional para exigir al emir cambios democráticos, en particular la restauración del Parlamento disuelto en julio de 1986, tras las últimas elecciones de febrero de 1985. Así, el 5 de octubre de 1992 se celebraron elecciones que, pese a su mínima base democrática (sin marco de partidos, que siguen prohibidos, y un censo correspondiente al 13,6% de la población, excluidos las mujeres y todo varón cuyo linaje no fuera kuwaití hasta 1920), permitieron un cierto pluralismo de candidaturas (panarabistas e izquierdistas, integristas, laicos liberales y monárquicos conservadores). Los candidatos de la oposición se hicieron con 32 de los 50 escaños reservados a la libre competición, pero la familia reinante no vio menoscabado su control total del poder, dados las amplias atribuciones ejecutivas y legislativas del emir, la retención de una mayoría de ministerios, incluidos todos los clave, en el gobierno, y la gestión exclusiva de la producción petrolera. Los comicios del 7 de octubre de 1996 no supusieron cambios sustanciales en este modelo, por lo demás inédito en una zona dominada por monarquías absolutas sin concesión alguna a manifestaciones electorales.
La presión de los países occidentales surtió algún efecto en los tímidos avances democráticos del país y en 1999 el emir emitió un decreto que otorgaba derechos políticos a las mujeres. Sin embargo, el triunfo de la oposición en los comicios adelantados de ese mismo año configuró un Parlamento contestatario que desaprobó de inmediato la iniciativa. Las kuwaitíes tuvieron que esperar una nueva ley, aprobada en 2005, para obtener su derecho al sufragio.
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