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PolíticaHistoriaBiografía

Abd al-Malik Ibn Hudayl, Rey de la taifa de Albarracín (ca. 1025-1103).

Segundo rey de la taifa de Albarracín, nacido hacia 1025 y muerto en la fortaleza de Santa María de Aben Razín el lunes 18 de mayo de 1103. Fue un monarca que se inclinó siempre a las fuerzas superiores, primero a los cristianos y después a los almorávides, intentando en todo momento conservar su territorio, en una época en la que el resto de las taifas eran anexionadas por unos o por otros.

Hijo de Hudayl Ibn Jalaf, que había hecho de Santa María de Levante un reino independiente, heredó sus posesiones en la Shala a la muerte de Hudayl, hacia 1045. Es esta una época en la que se fraguó un nuevo orden en España, tendente por una parte a consolidar la autonomía de las taifas, en las que empezaba a reinar una segunda generación de soberanos, y por otra al fortalecimiento de los estados cristianos, que se unieron para llevar a cabo una ofensiva de gran envergadura. En este contexto, Abd al-Malik no pudo aislarse en su reino como hiciera su padre, y se vio, en cambio, envuelto en las circunstancias que marcaron el destino de las restantes taifas de Levante, es decir someterse a las parias impuestas por los estados cristianos, como único medio de supervivencia política.

Ya en vida de su padre, Abd al-Malik había tomado el título honorífico de Husam al-Dawla ('Sable de la Dinastía'), en una ceremonia espectacular seguida de fiestas y que culminó con su designación como heredero. El mismo día de la muerte de Hudayl fue proclamado soberano y señor de la Shala. El nuevo monarca, que lo era de un estado próspero y pacífico, manifestó desde el primer momento su intención de permanecer independiente, gobernando su estado desde su capital-fortaleza de Santa María de Aben Razín. Efectivamente, mientras las taifas de Levante se veían amenazadas por la potencia expansiva de Castilla, la Shala vivió en paz durante el reinado de Fernando I de Castilla, quizás por su posición estratégica y bien defendida por la naturaleza y reforzada por un anillo de castillos entre Calamocha y Castielfabid, quizás porque su situación entre Valencia, Toledo y Zaragoza no la colocaban dentro de los planes de expansión del monarca castellano.

Sin embargo, cuando el emperador Alfonso VI conquistó Toledo (1085) y todos los distritos de Santaver, desde Guadalajara a Talavera, pasaron a su poder, Abd al-Malik acudió a su corte y le ofreció espléndidos regalos, con la esperanza de que el castellano respetase sus posesiones; según la crónica Kitab al-iktifá, el rey de Santa María sólo recibió a cambio un mono con el que el rey castellano se entretenía y que Abd al-Malik aceptó como un gran honor y una garantía de respeto a sus posesiones por parte de Alfonso VI. La realidad era otra: en los pactos de rendición de Toledo, el emperador había incluido una clausula por la que se comprometía a ayudar al destronado Yahya ibn Ismail en la eventual conquista de Santa María. La llegada de los almorávides a la Península Ibérica en 1086 volvió a cambiar el panorama político del país y todas las alianzas o enemistades debieron ser reconsideradas a la luz del nuevo elemento de presión.

Para el señor de la Shala creció entonces un nuevo peligro: la acción directa que el Cid y sus mesnadas iban a ejercer sobre los asuntos del Levante andalusí. En mayo de 1089 Rodrigo de Vivar se encontraba en las tierras de Albarracín y Abd al-Malik mandó un mensajero para que descubriese cuáles eran los planes del de Vivar; como resultado de la entrevista, el rey de Santa María comenzó a pagar al Cid un tributo de 10.000 dinares, lo que le permitió vivir en paz durante tan sólo unos pocos años.

El 13 de noviembre de 1092 Abd al-Malik ibn Hudayl se convirtió en Señor de Murviedro cuando su rey, Abu Isa Ibn Lubbun, le cedió su castillo como único medio de negarse a obedecer la orden del Cid de que los alcaides de los castillos dependientes de Valencia abasteciesen a sus tropas dirigidas a Valencia. El rey de Santa María se apresuró a tomar posesión del castillo y seguidamente, para no despertar la ira del Cid, fue a prestarle vasallaje por el dicho castillo. Abd al-Malik se comprometió a abastecer al ejército del Campeador y a comprar el botín que el Cid ofreciera. Después regresó junto con Ibn Lubbun y su familia a su castillo de la Serranía, donde éstos fueron alojados, aunque no tan espléndidamente como debían haber acordado ambos, según se desprende de los versos que Ibn Lubbun escribió durante su estancia en Santa María.

No se sabe por qué razón el señor de Albarracín se negó a pagar al Cid los tributos pactados; lo cierto es que antes de agosto de 1093 Abd al-Malik envió mensajeros al infante don Pedro de Aragón (que un año más tarde subiría al trono como Pedro I), ofreciéndole el castillo de Coalba y una gran cantidad de dinero, a cambio de ayuda para tomar Valencia. Don Pedro, que había firmado un pacto de amistad con el Cid, aceptó los regalos y comunicó al Campeador los proyectos de Abd al-Malik. Como castigo, el Cid arrasó durante los meses de agosto, septiembre y octubre, las tierras de Albarracín, causando numerosas bajas y haciendo muchos prisioneros. El de Vivar sufrió una grave lanzada en el cuello mientras combatía junto con cinco de sus hombres contra doce caballeros del señor de Santa María. Después de esta campaña, Abd al-Malik volvió a pagar tributo al Cid y se unió a él mediante un nuevo pacto de vasallaje. Es muy probable que el Señor de Albarracín se encontrase junto a Rodrigo Díaz de Vivar cuando éste tomó Valencia el 15 de junio de 1094, pero este dato es dudable, ya que sólo aparece mención de ello en la Crónica navarro-aragonesa, y en cambio no se alude a la participación de Abd al-Malik en ninguna fuente musulmana conocida.

Probablemente, Abd al-Malik Ibn Hudayl entró en contacto con los almorávides poco después de la toma de Valencia. Este cambio de alianza, que suponía una felonía hacia el Cid, permitiría al rey de Santa María de Aben Razín conservar su territorio, a cambio de reconocer la soberanía del almorávide Yusuf Ibn Tashufin. Y muy pronto, entre septiembre y octubre de 1094, Abd al-Malik se encontró luchando contra el Cid a las mismas puertas de Valencia. El ejército almorávide, bajo el mando de Muhammad Ibn Taxfin, contaba con el apoyo de varios señores andalusíes. Entre ellos, además de Abd al-Malik, se encontraban los señores de Lérida, Tayyid al-Dawla, Tortosa, Sulayman Sayyid, Segorbe y otros. Acampados en la llanura de Cuarte, muy cercana a Valencia, comenzaron el ataque el 14 de octubre de 1094, justo tras finalizar el ramadán. El Cid, en una rápida incursión, logró poner en desbandada al fabuloso ejército almorávide, en el que ya cundía el desaliento, e incluso sufrió muchas deserciones, tras propagarse la noticia de que Alfonso VI acudía a la defensa de su vasallo. Una de las primeras deserciones fue precisamente la de Abd al-Malik, cuya posición como antiguo tributario del Emperador le pondría en una difícil situación en caso de la participación de éste.

A finales de 1097 el Señor de Santa María recibió noticias de un tal Abulfata, alcaide de Játiva, pidiendo socorro para los habitantes de la fortaleza de Murviedro, que estaba siendo atacada por el Cid. Abd al-Malik, que en aquellos momentos era testigo de la presión almorávide en los límites occidentales de la Shala, contestó que no podía socorrerles y que aguantasen cuanto les fuese posible. El de VIvar concedió tregua tras tregua a los habitantes de Murviedro, hasta que el 24 de junio de 1098 entró en la fortaleza, a cuyos pobladores expulsó sin que estos hubieran recibido ayuda alguna de su señor.

En su Hulla, el cronista Ibn al-Abbar da cuenta de un atentado que sufrió Abd al-Malik a finales de 1099 o principios del año 1100: Obaidalá, cuñado de Abd al-Malik -había casado con su hermana, cuyo nombre se desconoce- y alcaide de Alcaón o de Alarcón, invitó sobre aquellas fechas al señor de Santa María y otros nobles, entre los que se encontraba Ibn Lubbun, antiguo señor de Murviedro, a un banquete en el que el vino se escanció sin limitaciones. Aprovechando un descuido de Abd al-Malik, Obdailá ordenó a sus esbirros que matasen a su señor; el convidado quedó malherido y sólo salvó su vida gracias al auxilio prestado por la gente que se encontraba en el exterior del castillo, que había sido alertada por la hermana de Abd al-Malik -la esposa de Obdailá-. Los implicados fueron condenados a muerte, excepto Obdailá, a quien su víctima mandó cortar los pies y las manos y después crucificar, y el hijo de éste, que alcanzó su libertad después de que le fuese cortado un pie. El señor de Santa María quedó deformado por las cicatrices, hasta el punto de que no se le podía conocer.

Ni las fuentes musulmanas ni las cristianas han dejado más información de la vida de Abd al-Malik Ibn Hudayl, pero hay varios testimonios, muchas veces contradictorios, que han dejado rasgos de la personalidad del señor de Santa María: Ibn Hayyan destaca sus cualidades negativas y así lo tacha de perverso, desvergonzado, vanidoso y débil, difamador, tacaño y embustero y de él afirma que era "la maldad del siglo y el oprobio de su época"; Ibn Bassam, en su Dajra, lo presenta como un hombre impulsivo, pero amante de la justicia y fiel cumplidor de la ley, buen gobernante y generoso; también es positivo el juicio de Ibn Jacán, que destaca su bravura, su fortaleza y su esplendidez; el autor anónimo de los fragmentos de la Crónica de los reyes de Taifas contradice a Ibn Jacán y dice que en su crónica atribuye a Abd al-Malik cualidades que éste no tenía y en cambio lo tilda de insensato, necio, precipitado en el combate y de conducta detestable; Ibn al Abbar habla en la Hulla del gusto de Abd al-Malik por rodearse de sus soldados y departir con ellos, sin que su indumentaria mostrase ninguna diferencia con la de la tropa.

Bibliografía

  • BOSCH VILÁ, J. El reino de taifas de los Beni Razín, hasta la constitución del señorío cristiano. Teruel, 1959.

  • LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, J. E. "Los reinos de Taifas", en Historia de Andalucía, vol. II. Madrid-Barcelona, 1980.

  • JOVER ZAMORA, J.M. (dir). "Los reinos de Taifas. Al-Andalus en el siglo XI", en Historia de España Menéndez Pidal, vol. VIII-I. Madrid, Espasa Calpe, 1994.

Autor

  • Juan Miguel Moraleda Tejero