Baltasar de Zúñiga y Guzmán (1658–1727): Virrey Reformista y Defensor de los Fronteras del Imperio Español

Orígenes nobiliarios y primeros pasos en la administración

Linaje aristocrático y formación cortesana

Baltasar de Zúñiga y Guzmán nació en Madrid en el año 1658, en el seno de una de las casas nobiliarias más prominentes de la monarquía hispánica. Hijo segundo del duque de Béjar, no heredó los títulos principales de su familia, reservados al primogénito, pero su posición le garantizó una formación cortesana privilegiada y acceso temprano a los círculos políticos más influyentes de la corte madrileña. La familia Zúñiga era conocida por su fidelidad a la corona y por su intervención activa tanto en la política peninsular como en los asuntos de ultramar, lo que sin duda condicionó la carrera pública de Baltasar desde sus primeros años.

Su entorno aristocrático lo preparó para servir en los más altos cargos del imperio. Se presume que, como muchos miembros de la nobleza de su época, recibió una formación académica sólida basada en el humanismo clásico, el derecho y la administración, reforzada por una educación en etiqueta, diplomacia y gobierno. A pesar de no haber heredado el título principal de la familia, Baltasar desarrolló una carrera administrativa de gran envergadura, sustentada no solo por sus vínculos familiares, sino también por sus capacidades organizativas y lealtad política.

Primeras designaciones bajo los Austrias y los Borbones

En el año 1700, al final del reinado del rey Carlos II, Baltasar fue nombrado consejero de Indias, una de las posiciones más influyentes dentro del aparato burocrático de la monarquía. Esta designación reflejaba la confianza depositada en su juicio político y su conocimiento de los asuntos coloniales. El Consejo de Indias era el organismo clave en la administración de los territorios ultramarinos, encargado de redactar leyes, supervisar a los virreyes y gobernadores, y velar por el cumplimiento de la política imperial.

Ese mismo año marcó también el inicio de un profundo cambio en el trono español: la muerte de Carlos II sin descendencia directa dio paso a la Guerra de Sucesión Española, de la que saldría vencedor el Borbón Felipe V. Zúñiga supo adaptarse a los nuevos tiempos políticos. Su lealtad a la nueva dinastía fue recompensada con nuevos encargos: virrey de Navarra y posteriormente virrey de Cerdeña, dos cargos que, si bien no eran los más codiciados del sistema virreinal, suponían una prueba de confianza por parte del monarca y lo consolidaban como un administrador eficaz en regiones estratégicas para la monarquía.

Estas designaciones le permitieron adquirir una experiencia de gobierno directa, tratar con temas fiscales, militares y judiciales, y ejercer el arte del equilibrio entre los intereses del rey y los poderes locales. Durante estos años, Zúñiga se mantuvo soltero, una condición que no fue obstáculo para su ascenso, e incluso se convirtió en un factor favorable a ojos de la corte, que valoraba su dedicación exclusiva a la administración real.

Nombramiento y viaje hacia el virreinato novohispano

El 22 de noviembre de 1715, el rey Felipe V firmó el nombramiento de Baltasar de Zúñiga y Guzmán como virrey de Nueva España, en sustitución de Fernando de Lancaster Noroña y Silva, duque de Linares. El cargo de virrey novohispano era, junto al del virreinato del Perú, uno de los más prestigiosos y complejos del imperio español. La decisión se tomó en un momento de tensa calma interna y crecientes amenazas externas, cuando las potencias europeas comenzaban a disputar más activamente el control territorial y comercial de América.

Zúñiga emprendió el viaje hacia el continente americano, y llegó a San Juan de Ulúa, el puerto fortificado frente a Veracruz, el 2 de junio de 1716. Desde allí comenzó su recorrido hacia la capital virreinal, siguiendo el trayecto tradicional por Puebla y Guadalupe, hasta su llegada a Ciudad de México el 28 de junio. Durante los primeros días se alojó en el Alcázar de Chapultepec, donde participó en festejos en su honor, incluyendo corridas de toros, símbolo del boato y la teatralidad que rodeaban a la entrada de un nuevo virrey.

Finalmente, el 16 de julio de 1716, Baltasar de Zúñiga y Guzmán hizo su entrada solemne en Ciudad de México, asumiendo oficialmente el cargo de trigésimo sexto virrey de Nueva España. A partir de ese momento se convirtió en el representante directo del rey en uno de los territorios más vastos, ricos y diversos del mundo hispánico.

La coyuntura en la que asumía el mando no era sencilla. Aunque el virreinato disfrutaba de relativa paz interna, sus fronteras norteñas eran vulnerables, las relaciones con los pueblos indígenas estaban lejos de ser estables, y las presiones exteriores, sobre todo de Francia e Inglaterra, amenazaban el control español sobre sus posesiones americanas. Zúñiga llegaba con la misión de restaurar el orden, fortalecer la frontera norte, promover la repoblación de zonas estratégicas y reafirmar la soberanía de la corona en momentos de creciente tensión geopolítica.

Durante los años iniciales de su mandato, el marqués de Valero, como era conocido por sus títulos nobiliarios, se mostró como un gobernante metódico y prudente, dispuesto a reforzar el aparato administrativo, impulsar misiones religiosas y consolidar la presencia militar en las zonas más disputadas, sin perder de vista la compleja realidad de un virreinato que combinaba grandes centros urbanos con regiones remotas y apenas controladas.

El gobierno virreinal en Nueva España (1716-1722)

Retos iniciales: Texas, sequías y tratados con los pueblos indígenas

Recién instalado en el Palacio Virreinal de Ciudad de México, Baltasar de Zúñiga y Guzmán se vio obligado a actuar con rapidez frente a un territorio en crisis. Su atención se centró inicialmente en la provincia de Texas, una vasta y escasamente poblada región del norte del virreinato, sacudida por sequías prolongadas y hambrunas que habían diezmado a los pocos colonos y provocaban inestabilidad entre los pueblos indígenas.

En este contexto, en 1717, un acontecimiento inusual marcó el inicio de una política de conciliación: varios caciques indígenas, reunidos en la zona de Panzacola, decidieron viajar a Ciudad de México para entrevistarse con el virrey. Zúñiga no solo accedió a su petición, sino que facilitó los medios de transporte y los recibió con generosidad. Uno de los caciques, Tixjanaque, fue bautizado y, en un gesto simbólico, adoptó el nombre del virrey, lo que selló un acuerdo de paz y colaboración entre las partes.

Mientras tanto, se intensificaban los esfuerzos de repoblación de Texas, impulsados por iniciativas previas del virrey anterior. El capitán Domingo Ramón había fundado varias misiones en 1717, y su labor fue continuada por Martín de Garay, nuevo gobernador de Texas y Coahuila, quien fundó la villa de Béjar sobre el río San Antonio y estableció un presidio defensivo. Estas fundaciones se convirtieron en núcleos clave de la presencia española, junto a las regiones entre los ríos Trinidad y Sabinas, fronterizas con Luisiana, territorio disputado con Francia.

Conflictos internacionales: Francia, Inglaterra y defensas coloniales

El panorama cambió bruscamente en 1719, cuando estalló una guerra entre España y Francia en Europa, hecho del que las autoridades novohispanas no fueron informadas a tiempo. El 19 de mayo, tropas francesas procedentes de Luisiana ocuparon Panzacola, lo que obligó a los misioneros y soldados españoles a replegarse a Coahuila. Este incidente puso en evidencia la fragilidad del control español en las zonas periféricas del virreinato y la necesidad urgente de reorganizar la defensa.

En 1721, el virrey organizó una respuesta militar encabezada por el marqués de San Miguel de Aguayo, entonces gobernador de Texas y la Florida. Aguayo se ofreció voluntariamente a financiar y liderar una expedición de 500 soldados, con la cual logró recuperar las posiciones perdidas, restaurar las misiones, y fundar otras nuevas. Se estableció un sistema de defensa mediante presidios fortificados en puntos clave como San Antonio de Béjar, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora del Pilar, y la Bahía del Espíritu Santo.

A la par, la repoblación de Texas incluyó no solo colonos civiles y soldados, sino también presos y convictos enviados como colonizadores forzosos. Estos grupos eran acompañados y dirigidos por misioneros franciscanos, que buscaban extender el cristianismo. Sin embargo, la escasa duración de las campañas y la falta de recursos sostenibles hacían que la presencia española fuese estructuralmente débil en estos territorios, aunque los misioneros continuaban su labor catequizadora en condiciones adversas.

Más al sur, en la laguna de Términos, los ingleses comerciaban ilegalmente con palo de tinte, en franca violación de la soberanía española. En 1718, el virrey envió una expedición naval liderada por Alonso Felipe de Andrade que expulsó a los ingleses de la isla de Tris, la cual fue rebautizada como isla del Carmen. Aunque los británicos, replegados en Belice y Jamaica, intentaron retomar la isla, Andrade los venció de manera definitiva, reafirmando la autoridad virreinal en esa zona estratégica del Golfo de México.

Por otra parte, en el Caribe, la situación era igualmente delicada. Los franceses se habían instalado en La Española (actual Haití), lo que motivó una nueva acción militar en 1720. Las fuerzas enviadas por Zúñiga lograron desalojar a los ocupantes, asegurando la isla y permitiendo la firma de una paz. Pero la tensión no cesó: tropas danesas, asentadas en San Juan y Santo Tomás, también fueron expulsadas por las fuerzas virreinales, en una muestra del activismo defensivo que caracterizó su mandato.

Tensiones internas: rebeliones indígenas y disputas agrarias

La estabilidad del virreinato no solo dependía de las fronteras. Internamente, la relación con los pueblos indígenas y los problemas de propiedad agraria generaban fricciones crecientes. En Nuevo León, Querétaro y San Luis Potosí, los haciendados reclamaban tierras cuyos títulos eran frecuentemente ambiguos o fraudulentos. Muchos indígenas eran concentrados ilegalmente en “congregas”, y sus tierras ancestrales eran ocupadas sin compensación.

En 1718, el virrey envió al licenciado Francisco Barbadillo, un funcionario enérgico y comprometido, con el objetivo de restablecer el orden. Barbadillo disolvió las congregas ilegales, pacificó a los grupos rebeldes, fundó nuevas misiones y logró acuerdos temporales. Sin embargo, los conflictos resurgieron en 1719, lo que obligó a un nuevo despliegue militar, ahora centrado en la defensa de las regiones más vulnerables del norte novohispano.

Un caso paradigmático fue el del territorio de Nayarit, donde se había concentrado una resistencia indígena duradera. Grupos coras y otras etnias se refugiaban en las montañas, en una zona prácticamente inaccesible para el control español. En 1721, varias tribus encabezadas por el cacique Tonatiuh aceptaron viajar a Ciudad de México para negociar la paz. Aunque recibieron atenciones y regalos del virrey, Tonatiuh rechazó la conversión religiosa obligatoria, regresó a Nayarit y rompió las negociaciones.

Como consecuencia, se organizó una expedición militar de castigo, liderada por el conde de La Laguna, que se prolongó desde junio de 1721 hasta enero de 1722. La Mesa del Cangrejo, centro espiritual y refugio de los coras, fue tomada y destruida. Se fundó el pueblo de La Santísima Trinidad y un presidio llamado San Francisco Javier de Valero, en honor al virrey. La operación representó el cierre simbólico de un largo conflicto en el noroeste, aunque la pacificación total de esa región seguiría siendo un desafío durante décadas.

Este periodo intenso de gobierno se caracterizó por la capacidad del virrey Zúñiga para responder con decisión a amenazas externas, mientras intentaba, con éxito variable, gestionar una paz interna frágil, basada en la mediación, la acción militar selectiva y la promoción de misiones religiosas. Su estilo de gobierno, marcado por la firmeza pero también por el pragmatismo, le granjeó el reconocimiento tanto de la corona como de muchos sectores locales.

Consolidación, legado político y retiro final

Expansión misional y geoestrategia del virreinato

Durante los últimos años de su mandato, Baltasar de Zúñiga y Guzmán, marqués de Valero, reforzó su compromiso con la colonización pacífica y religiosa, especialmente en las zonas remotas del virreinato. Una de las regiones que más atención recibió fue California, donde desde finales del siglo anterior los jesuitas habían iniciado su labor misional bajo la guía del misionero Juan María de Salvatierra.

Salvatierra, uno de los fundadores del proyecto misionero en la península de Baja California, emprendió en 1718 un viaje hacia Ciudad de México para presentar ante el virrey las necesidades y logros de las misiones. Sin embargo, cayó gravemente enfermo en Guadalajara y murió el 18 de junio de 1718, acompañado por sus seguidores y feligreses indígenas. Su legado fue retomado por el padre Jaime Bravo, quien logró entregar al virrey dos memoriales detallados sobre el estado de las misiones.

Zúñiga, tras consultar con funcionarios coloniales y religiosos, aprobó las peticiones jesuíticas, asegurando recursos económicos y materiales para ampliar la labor evangelizadora. Esto no solo fortaleció el vínculo entre la administración virreinal y las órdenes religiosas, sino que consolidó una estrategia de colonización que combinaba evangelización, defensa militar y asentamiento civil.

Un papel fundamental lo jugó el jesuita Juan de Ugarte, sucesor de Salvatierra en la misión exploradora. En 1721, Ugarte realizó una de las expediciones más importantes del periodo colonial, al recorrer el mar de Cortés hacia el norte y comprobar que California era efectivamente una península, refutando hipótesis anteriores. Durante esa expedición, también descubrió la desembocadura del río Colorado, lo que permitió ampliar el conocimiento geográfico y reforzar los argumentos para continuar la colonización y defensa del noroeste virreinal.

Estas acciones se complementaron con las órdenes virreinales para localizar un puerto apto para recibir a la nao de Filipinas en su viaje de retorno a Nueva España, lo que reforzaría el papel estratégico de California dentro del comercio transpacífico. De esta manera, Zúñiga y Guzmán sentó las bases para un desarrollo futuro que, aunque incipiente en su época, demostraría su importancia en los siglos venideros.

Medidas culturales y religiosas de largo alcance

A diferencia de otros virreyes que se concentraron exclusivamente en asuntos militares o fiscales, el marqués de Valero también dejó una huella profunda en el ámbito cultural y religioso. Uno de sus proyectos más significativos fue la fundación de un monasterio exclusivo para mujeres indígenas nobles, descendientes comprobadas de caciques y señores prehispánicos.

Este monasterio, cuya construcción culminó en 1722, fue inaugurado con gran solemnidad el 16 de julio de 1724. Su objetivo no era solo ofrecer un espacio religioso, sino también dignificar el linaje indígena dentro del orden colonial y crear un puente simbólico entre el pasado indígena y la cristiandad católica. La institución reflejaba tanto la sensibilidad del virrey hacia la diversidad étnica de Nueva España como su voluntad de integrar a las élites indígenas en las estructuras sociales y espirituales del virreinato.

Además de este gesto, Zúñiga mantuvo una relación fluida y estratégica con las órdenes religiosas, especialmente los jesuitas y franciscanos, a quienes apoyó con recursos y autoridad en sus tareas misionales. Su visión de gobierno reconocía que la evangelización era un componente esencial de la pacificación y control de los territorios fronterizos, y por tanto, fomentó su expansión como mecanismo de consolidación imperial.

Estas acciones evidencian una mentalidad ilustrada y reformista, anticipando —al menos en intención— algunas de las ideas que cobrarían fuerza en décadas posteriores con los virreyes borbónicos del siglo XVIII. Zúñiga entendía que la construcción de instituciones educativas y religiosas, el fomento de la lealtad indígena, y la promoción del mestizaje institucionalizado eran claves para mantener la cohesión del virreinato en tiempos de amenaza externa e inestabilidad interna.

Fin del mandato y últimos años

A pesar de sus múltiples logros, el estado de salud del virrey comenzó a deteriorarse hacia finales de 1721. En una carta fechada en diciembre de ese año, Baltasar de Zúñiga informó a la corona que padecía afecciones graves, posiblemente hidropesía, y que solicitaba ser relevado de su cargo. La respuesta llegó desde Madrid el 24 de mayo de 1722, anunciando que el marqués de Casafuerte ya estaba designado como su sucesor.

El marqués de Valero preparó su regreso a la península, tras más de seis años de gestión ininterrumpida, durante los cuales dejó una impronta notable en el rumbo político y territorial de Nueva España. Su retirada fue discreta, pero pronto recibió el reconocimiento del monarca Felipe V, quien lo nombró presidente del Consejo de Indias, el máximo órgano de gobierno colonial. Desde esa posición, Zúñiga siguió influyendo en la política americana, aunque ya desde el plano institucional y administrativo, hasta su muerte.

Falleció en Madrid el 26 de diciembre de 1727, cerrando una vida dedicada al servicio del Estado y a la expansión y consolidación del imperio hispánico en América. Como gesto póstumo y por deseo testamentario, su corazón fue trasladado a Nueva España, donde recibió sepultura solemne en una urna de plata dentro de un suntuoso túmulo. Este traslado simbólico representaba no solo un homenaje a su gobierno, sino también un reconocimiento de su vínculo emocional y político con la tierra que gobernó.

La figura de Baltasar de Zúñiga y Guzmán ha sido en ocasiones eclipsada por otros virreyes más célebres o mediáticos, pero su papel fue crucial en una etapa de transición entre los últimos ecos del barroco colonial y los primeros atisbos del reformismo ilustrado. Gobernó en tiempos convulsos, contuvo amenazas internacionales, reorganizó defensas, fundó instituciones duraderas y supo ejercer el poder con mesura, visión estratégica y espíritu integrador. Su legado permanece como uno de los más equilibrados y completos del siglo XVIII novohispano.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Baltasar de Zúñiga y Guzmán (1658–1727): Virrey Reformista y Defensor de los Fronteras del Imperio Español". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/zunniga-y-guzman-baltasar-de [consulta: 27 de septiembre de 2025].