A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
HistoriaPolíticaBiografía

Zúñiga y Guzmán, Baltasar de (1658-1727).

Militar y administrador colonial español, nacido en Madrid en 1658 y fallecido en la misma ciudad en 1727. Fue el trigésimo sexto virrey de Nueva España (1716-22), duque de Arión, marqués de Valero y de Almonte y Grande de España.

Hijo segundo del duque de Béjar, título que heredó su hermano mayor, en 1700 el rey Carlos II le nombró consejero de Indias y Felipe V le encargó el virreinato de Navarra y más tarde el de Cerdeña. Se mantuvo soltero y en esta condición fue elegido por el monarca para suceder a Fernando de Lancaster Noroña y Silva, duque de Linares en el virreinato de Nueva España; su nombramiento se firmó el 22 de noviembre de 1715.

Llegó a San Juan de Ulúa, frente a Veracruz, el 2 de junio de 1716 y después de descansar algunos días en el puerto, inició el trayecto que, tras atravesar Puebla y Guadalupe, le llevaría hasta la capital, adonde llegó el 28 de ese mismo mes. Permaneció en el Alcázar de Chapultepec para asistir a las corridas de toros y otros festejos organizados en su honor, hasta el día de su entrada solemne en la ciudad de México, 16 de julio, cuando tomó posesión de su cargo en el palacio virreinal.

Baltasar de Zúñiga y Guzmán gobernó el virreinato a lo largo de seis años, en un periodo de relativa calma pero de pésima situación interior, alterada por los enfrentamientos internacionales y los intentos franceses de penetrar y asentarse en el espacio colonial español.

Recién llegado a Nueva España tuvo que enfrentarse con la situación de Texas, asolada por un prolongado periodo de sequías y hambre, lo que había obligado a retirarse de esos territorios a los pocos colonos allí instalados. En 1717, reunidos los caciques indios en Panzacola, determinaron viajar a la ciudad de México para entrevistarse con el virrey, a lo que éste accedió, facilitándoles el medio de transporte. Recibidos y agasajados por el virrey, se dice que el cacique Tixjanaque, bautizado muy pronto, acordó la paz con los españoles, prometió permanente amistad y decidió ponerse el nombre del marqués.

Entre tanto, proseguía el esfuerzo de repoblación encargado por el anterior virrey al capitán Domingo Ramón que, procedente de Río Grande, en 1717 había logrado fundar seis misiones en Texas. El nuevo gobernador de Texas y Coahuila, Martín de Garay, fundó la villa de Béjar sobre el río San Antonio y un presidio que vigilaba la enorme extensión que cubrían las nuevas misiones, entre los ríos Trinidad y Sabinas, colindante con la Luisiana.

Pero en 1719, declarada la guerra con Francia sin que se tuviera noticia en Nueva España, el 19 de mayo los soldados galos sitiaron Panzacola y se apoderaron de esta plaza, obligando a retirarse a los misioneros y las tropas españolas, que regresaron a Coahuila. Como respuesta a estas acciones, en 1721 el virrey encargó la misión de recuperar las plazas perdidas al marqués de San Miguel de Aguayo, gobernador de Texas y la Florida, quien se había ofrecido voluntario para organizar una expedición con 500 soldados equipados y abastecidos por él mismo.

Los resultados de esta acción consistieron en la restauración de las misiones abandonadas y la construcción de otras cuatro más, así como la organización de un sistema defensivo basado en los presidios de San Antonio de Béjar, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora del Pilar y la Bahía del Espíritu Santo. De momento, los establecimientos españoles en Texas se concentraron en torno a tres núcleos: la frontera con la Luisiana, un centro en torno a la villa de Béjar y la zona de la costa.

La repoblación española de Texas se basó tanto en colonos civiles voluntarios, acompañados de soldados, como de presos y convictos, a quienes se obligó a participar, dirigidos por los misioneros franciscanos. Sin embargo, el enorme esfuerzo y los recursos empleados resultaron inútiles, dada la corta duración de las campañas y la debilidad de la presencia española en estos territorios, lo que no impidió a los misioneros mantener su esfuerzo catequizador en medio de la indiferencia general.

Con el paso de los años no cedió la presión francesa, por lo que se enviaron recursos al gobernador de la Florida para reparar las fortificaciones de Santa María de Galve, junto a la bahía del Santo Espíritu y la de San Martín, en la provincia de Apalache. Como la penetración francesa, a partir de Mobile en la Florida, se extendía en dirección del reino de Nuevo León, el virrey nombró gobernador a Martín de Alarcón, a quien encargó el fortalecimiento de los viejos presidios y la construcción de otros nuevos.

Esta situación incidía en los disturbios constantes que se producían en los reinos de Nuevo León y en las intendencias de Querétaro y San Luis Potosí, como consecuencia del enfrentamiento entre los indios y los hacendados, con títulos de propiedad difíciles de comprobar. Los indios, reducidos en “congregas” de carácter ilegal, vieron ocupados sus territorios. El licenciado Francisco Barbadillo, enviado por el virrey en 1718, hombre activo, enérgico y justiciero, consiguió acabar con los enfrentamientos, repobló y fundó nuevas misiones, disolvió a los congregados y dejó satisfechos y pacificados a los grupos indígenas. Sin embargo, tuvo que regresar un año más tarde, porque se habían vuelto a reproducir los conflictos y se hizo necesario restablecer el orden, dedicando las fuerzas militares a la defensa de las fronteras.

En el sureste continuaban los ataques ingleses, que se mantenían en la laguna de Términos comerciando con el palo de tinte, pero en 1718 una expedición naval al mando de don Alonso Felipe de Andrade llegó a la isla de Tris, derrotó a los ingleses y se apoderó de todas sus pertenencias, cambiando su nombre por el de isla del Carmen. Los ingleses, refugiados en Belice y Jamaica, volvieron sobre isla del Carmen, de la que se apoderaron temporalmente aunque Andrade, tras reorganizar sus tropas, consiguió vencerlos definitivamente.

En el mar Caribe, los franceses habían conseguido instalar algunas colonias en La Española (isla de Santo Domingo) por lo que el virrey Valero envió fuerzas suficientes que lograron desalojarlos en 1720, firmándose una paz definitiva. A partir de este momento, la preocupación española se dirigió a repeler los ataques de las tropas danesas, instaladas en San Juan y Santo Tomás, también desalojadas.

Entre tanto el jesuita Salvatierra desde California, a donde había llegado finales del siglo anterior para iniciar su obra misionera, se trasladó a Nueva Galicia de camino hacia la ciudad de México, porque quería entrevistarse con el virrey, quien había traído pliegos de la corte, en los que se apoyaba aquella obra colonizadora. Enfermo a mitad de camino, sólo pudo alcanzar la ciudad de Guadalajara, a hombros de sus amigos indios, para morir el 18 de junio de 1718. Continuó viaje a la capital el hermano Jaime Bravo, auxiliar del jesuita, y presentó dos memoriales al virrey, en los que se relataban los recursos con que contaban las misiones y su esperanza de aumentarlos y mejorarlos. El marqués de Valero, tras reunir a un consejo de funcionarios y religiosos, resolvió favorablemente las demandas de los jesuitas tras determinar los recursos necesarios.

El padre Juan Ugarte, continuador de la obra exploradora de Salvatierra, pudo comprobar en su recorrido por las costas del mar de Cortés hacia el norte que California era una península, además de encontrar en julio de 1721 la desembocadura del río Colorado; había sido una de las expediciones más fructuosas. Por encargo del virrey se ordenó la búsqueda de un puerto donde se pudiera recibir la nao de Filipinas en sus viajes de regreso a Nueva España, por lo que la colonización de California parecía estar bien encauzada.

Años más tarde, en el noroeste del país, el territorio de Nayarit, en la Nueva Galicia (actual estado de Jalisco), se había convertido en refugio de cuantos huían de la justicia para unirse a las tribus indias sublevadas y causar numerosos disturbios. Organizados los vecinos del reino, se enfrentaron a los indios nayaritas obligándoles a retirarse a las montañas. Al decidir las tribus plantear la paz, se ofreció al cacique Tonatiuh, en compañía de otros caciques, que viajaran a la ciudad de México, adonde llegaron en febrero de 1721. A pesar de los ofrecimientos mutuos de buena voluntad, de las atenciones y regalos del virrey, cuando el cacique Tonatiuh supo que era condición imprescindible su conversión a la religión católica, regresó a Nayarit y rechazó la imposición de los religiosos apoyados por el virrey.

Ordenada una expedición de castigo, a cargo del conde de La Laguna y después de una larga campaña, que se prolongó desde junio de 1721 hasta finales de enero de 1722, los españoles lograron asaltar La Mesa del Cangrejo, refugio y centro religioso de los coras a los que vencieron tras destruir y quemar sus templos. Se establecieron nuevas poblaciones, se nombraron autoridades diferentes y al llegar el mes de junio se dio por terminada la rebelión. En lo alto de La Mesa se construyó una iglesia y se fundó el pueblo de la Santísima Trinidad. También se instaló un presidio con el nombre de San Francisco Javier de Valero, en honor del virrey.

Pero ya en carta de diciembre de 1721 el marqués de Valero había informado a la corona de que sus males no le permitían seguir sirviendo al rey y que recelaba sufrir ataques de hidropesía, por lo que solicitaba el envío de un sucesor. Con la respuesta fechada en Madrid el 24 de mayo de 1722, llegó la noticia de que el nuevo virrey, el marqués de Casafuerte, estaba listo para embarcar.

Algunos años antes el marqués de Valero había fundado un monasterio, dedicado en exclusiva a las mujeres indias nobles que probaran su descendencia directa de los caciques y señores indios. Terminada su construcción en 1722, la apertura y dedicación eclesiástica se celebró el 16 de julio de 1724.

El marqués regresó pronto a España y como premio por el acierto de su gestión, Felipe V lo designó presidente del Consejo de Indias, cargo en el que permaneció hasta su muerte, ocurrida en Madrid el 26 de diciembre de 1727. Por figurar en una de las cláusulas del testamento, su corazón se trasladó a Nueva España, donde recibió solemne sepultura en una caja de plata, colocada en el interior de un suntuoso túmulo, en la que se conservaría embalsamado.

Bibliografía

  • OROZCO y BERRA M. Historia de la dominación española en México. México, 1938.

  • RIVA PALACIO, V. El Virreinato. Tomo II de México a través de los siglos, México, Compañía General de Ediciones, 1961.

  • RUBIO MAÑÉ, I. Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España. México, Ediciones Selectas, 1959 y México, UNAM, 1961.

  • DE LA TORRE VILLAR, E. Instrucciones y memorias de los virreyes novohispanos. México, Editorial Porrúa, 1991.

M. Ortuño

Autor

  • 0110 M. Ortuño