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LiteraturaBiografía

Vicente Ferrer, San (1350-1419).

Religioso dominico español, nacido en Valencia el 23 de enero de 1350 y muerto en la ciudad francesa de Vannes el 5 de abril de 1419. Maestro en Teología, fue consejero del rey Juan I y adquirió gran fama como predicador y taumaturgo en numerosos países europeos.

Infancia y juventud

Fue el segundo de los ocho hijos del matrimonio formado por el notario Guillem Ferrer y Constanza Miquel. Bautizado en la parroquia de San Esteban Protomártir, asistieron a la ceremonia numerosos miembros de la nobleza y de los ciudadanos honrados locales, algunos de los cuales fueron encargados de apadrinar al niño. A los siete años recibió la tonsura clerical y un beneficio en la parroquia de Santo Tomás, y en 1367 ingresó en el convento de predicadores de Valencia. Fue en este lugar donde comenzó sus estudios: primero de Teología, después, al año siguiente, en Barcelona, de Lógica, y por último, en 1369 en Lérida de Filosofía, donde en 1370 se convirtió en lector de Lógica. Posteriormente, entre 1376 y 1378, fue lector de Filosofía en la universidad de Toulousse, donde también completó sus estudios de Teología, aunque no consta que obtuviera el grado de maestro hasta 1387. Tras este periplo, regresó a su ciudad natal para ser ordenado sacerdote en 1378. Fue nombrado prior del convento de predicadores al año siguiente. Este oficio ocupó a San Vicente hasta su dimisión en 1380, ya que su adhesión a la causa del papa de Avignon, en el Cisma de Occidente, le causó numerosos incidentes con las autoridades municipales y algunos miembros de su congregación.

Fue en este momento cuando comenzó a destacar como predicador, por lo que fue requerido por las autoridades locales de numerosos pueblos del Reino de Valencia, sobre todo para realizar los sermones de la Cuaresma. En el período comprendido entre los años 1385 y 1390, enseñó Teología en la catedral de Valencia como lector; tanto el obispo de Valencia, Jaime de Aragón, como el cabildo de la catedral, le encargaron la dirección de la cátedra. Para ello instituyeron un beneficio en la catedral del cual le hicieron beneficiario, para que contara con suficientes ingresos para su manutención. Durante los diez años que el dominico permaneció en Valencia prestó diversos servicios a la ciudad: medió en los conflictos existentes entre el clero regular y el secular, en los pleitos que la ciudad mantenía con el obispo por la jurisdicción de las escuelas y, sobre todo, en lo concerniente a la prostitución; se dedicó a predicar entre las prostitutas para que se arrepintieran de sus pecados y cambiaran de vida, y delimitó un barrio donde aquéllas pudieran ejercer su profesión sin interferir en la vida cotidiana de la ciudad. Asimismo, fue llamado por el gobernador del Reino de Valencia y por los jurados de la ciudad, para intentar restablecer el orden público, perturbado por la lucha de bandos (bandositats), que desde hacía décadas enfrentaba a dos importantes familias valencianas. En pago a estos servicios, en 1387, las autoridades locales decidieron sufragar los gastos para que Vicente Ferrer consiguiera el grado de maestro en Teología en la Universidad de Lérida, tras lo cual regresó a Valencia.

El Cisma de Occidente

El cardenal Pedro de Luna, legado pontificio de Clemente VII, fue enviado a la Corona de Aragón para buscar apoyos y obediencia al Papa aviñonés durante el Cisma de Occidente. Fue entonces cuando conoció a Vicente Ferrer, al que nombró su delegado en Valencia para que defendiera al Papa de Avignon y su presunta legalidad. Pedro IV el Ceremonioso había adoptado una posición neutral ante el Cisma de Occidente, se negó a apoyar a ninguno de los dos pontífices, e instó a las autoridades locales de sus reinos a adoptar la misma postura. Vicente Ferrer trató de atraer las simpatías del monarca hacia la postura clementina, por lo que en 1380 escribió un tratado a favor del Papa aviñonés y en contra de Urbano VI, titulado De moderno Ecclesia Schimate que dedicó al rey, y que no surtió el efecto esperado, por lo cual al dominico le fue prohibido pronunciarse públicamente sobre el Cisma. No fue hasta la muerte de Pedro IV y el acceso al trono de su hijo, Juan I, cuando la Corona de Aragón dejó la política de neutralidad y comenzó a apoyar abiertamente a la sede aviñonesa, nombrando al santo consejero real y limosnero mayor del Reino, así como confesor de su esposa, la reina doña Violante.

En 1394, con la elevación al pontificado de Pedro de Luna como Benedicto XIII, Vicente Ferrer se trasladó a la corte pontificia de Avignon, donde fue nombrado confesor papal, penitenciario apostólico y maestro del sacro palacio. Rechazó, sin embargo, los obispados de Lérida y Valencia. Vivió en Avignon hasta que, en 1398, durante una grave enfermedad, tuvo una visión extática en la cual Jesús le anunció la inminente llegada del Anticristo y le encomendó ir a predicar por el mundo.

La predicación

Al año siguiente, 1399, dejó definitivamente Avignon y comenzó su misión como legado a latere Christi, absolviendo pecados reservados a la Santa Sede (para lo cual le capacitaban los poderes conferidos por el papa Benedicto XIII), y exhortando a los fieles a la penitencia ante la proximidad del Juicio Final. Desde este momento hasta 1412, Vicente Ferrer recorrió predicando buena parte de Europa occidental: el sudeste de Francia, Saboya, Lombardía, el Piamonte, Suiza, Flandes, Galicia, Castilla, el País Vasco, Sevilla, Cataluña, Murcia y el Reino de Valencia. Durante su predicación itinerante iba rodeado de su “compañía”, formada por multitud de personas, tanto laicos como clérigos, que se le habían unido y que vivían de las limosnas. Éstos sacerdotes atendían a las múltiples confesiones que los sermones del santo provocaban.

La predicación de Vicente Ferrer puede encuadrarse en el movimiento iniciado en el siglo XIII, cuando las órdenes mendicantes comenzaron su misión apostólica a través de la predicación itinerante. Instaban a las masas a la penitencia, destacando la necesidad de la reforma de las costumbres y la denuncia de los vicios más comunes en la sociedad del momento, además de hacer hincapié en la necesidad de cumplir con los sacramentos, sobre todo con los de la confesión y la comunión. Para lograrlo, se abandonaron las formas escolásticas y se optó por un discurso más sencillo, y en lengua vulgar, que acercara la doctrina a la sociedad. Para lograr este fin, Vicente Ferrer siguió el modelo de sermón más usual en aquella época: comenzaba con un versículo de la Biblia sobre el cual versaría el tema de la predicación, seguido del rezo del Ave María; tras la oración, se realizaba la introducción a la doctrina desprendida del pasaje bíblico; se desarrollaba ésta, a continuación, siempre de manera ordenada y utilizando ejemplos para una mayor comprensión por parte del auditorio. Para ello se ayudaba de toda una serie de técnicas (juegos de palabras, gestos, onomatopeyas) que mantuvieran la atención del oyente, aunque sin rebajar en ningún momento el nivel teológico del contenido. Gracias a su estancia en distintos países, Vicente Ferrer era capaz de realizar su discurso en varias lenguas, facultad ésta que, con el paso de los años y sobre todo a partir de su canonización, fue interpretada por los fieles como un milagroso “don de lenguas”.

Muchos de los sermones de Vicente Ferrer han llegado hasta nosotros gracias a los clérigos y juristas existentes en la “compañía” que viajaba junto a él y que eran los encargados de copiar palabra por palabra, al pie de la tribuna, el sermón. Éste, que solía tener una duración de unas dos a tres horas, se completaba posteriormente con citas bíblicas y de los Padres de la Iglesia, que no habían sido desarrolladas durante el sermón por falta de tiempo. La recopilación de estos sermones, ordenados por estaciones litúrgicas, sirvieron de modelo a otros predicadores. En ocasiones, fueron traducidos al latín.

Su obra literaria

Aunque el legado más importante de Vicente Ferrer son sus sermones, el dominico también escribió tratados espirituales sobre la misa y la pasión de Cristo, así como varios opúsculos filosóficos, en los que empleaba tanto la lengua valenciana como el latín. De su época como estudiante se conservan dos opúsculos, titulados De suppositionibus terminorum y Quaestio solemnis de unitate universalis, en los que trata diversos temas teológicos. No obstante, sus obras principales son De moderno Ecclesia Schismate y Tractatus de vita spirituali. La primera, como ya se ha dicho anteriormente, fue escrita en 1380 para defender su postura ante el Cisma de Occidente, es decir, la legitimación del papa Clemente VII, para lo que utilizó toda una serie de sólidos principios teológicos, canónicos y jurídicos. Por lo que respecta a la segunda, se trata de una obra espiritual sobre la disciplina cristiana escrita en 1394, muy poco original, ya que toma fragmentos de las obras del italiano Venturino de Bérgamo, y del alemán Ludolfo de Sajonia el Cartujano. Por último, hay que citar un breve tratado poco conocido, titulado Tractatus consolatorius in tentationibus circa fidem.

El Compromiso de Caspe

Tras la muerte del rey Martín el Humano sin sucesión legítima, se decidió que la elección del nuevo monarca debería quedar a cargo de unos pocos representantes de la Corona de Aragón -tres por cada reino peninsular- nombrados por cada uno de los parlamentos de los Reinos de Aragón y de Valencia y el Principado de Cataluña. En representación del Reino de Valencia fueron elegidos Pere Bertrán, Vicente Ferrer y su hermano Bonifacio. Esta solución al problema de la sucesión fue inspirada por el papa Benedicto XIII que, partidario de Fernando de Antequera, concibió la formula para que éste accediera al trono y le prestara su apoyo en el Cisma de Occidente, ya que la mayoría de los compromisarios compartían su predilección por el candidato. El 28 de junio de 1412, Vicente Ferrer, como portavoz de los compromisarios, anunciaba la elección de Fernando de Antequera como rey de la Corona de Aragón, poniendo así fin al período de interregno. Esta elección suscitó diversas críticas en amplios sectores de la población, por lo que el santo se vio obligado a defender el dictamen de Caspe.

Muerte y canonización

Sus últimas intervenciones en la vida pública se produjeron en Perpignan, donde, tras las infructuosas conversaciones entre Benedicto XIII y el rey Fernando I de Aragón, el 6 de enero de 1416, san Vicente leyó el acta en la que se comunicaba la sustracción de la obediencia al antipapa por parte del monarca aragonés, según lo aconsejado por el santo, que pretendía a toda costa la solución del Cisma y la unidad de la Iglesia. La última etapa de su vida la dedicó a la predicación; recorrió el Languedoc, Borgoña, el centro de Francia y, finalmente Bretaña, en una de cuyas ciudades, Vannes, murió el 5 de abril de 1419.

Con el ascenso al pontificado de un papa valenciano en 1455, Calixto III, se inició el proceso de su canonización. Vicente Ferrer fue elevado a los altares en 1458 por Pío II. Su fiesta se celebra el 5 de abril o el lunes siguiente al segundo domingo de Pascua.

Bibliografía

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RMS

Autor

  • G.F.S.E. / RMS