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LiteraturaMúsicaBiografía

Vega, Ricardo de la (1839-1910).

Dramaturgo y libretista español, nacido en Madrid en 1839 y fallecido en su ciudad natal en 1910. Su nombre completo era Ricardo de la Vega Oreiro.

Era hijo del célebre dramaturgo español -aunque nacido en Buenos Aires- Buenaventura José María Vega y Cárdenas, más conocido por su nombre literario de Ventura de la Vega. Autor de una copiosa producción dramática compuesta, principalmente, por obras adscritas a los subgéneros cómicos del teatro español de finales del siglo XIX y comienzos de la siguiente centuria (libretos de zarzuelas, sainetes, cuadros cómico-líricos, etc.), ha pasado a la historia del Arte de Talía por haber sabido dotar al género chico de una calidad literaria que, sin despreciar sus obligadas concesiones al humor y al ingenio, lo equiparó en su tiempo a las restantes modalidades genéricas que triunfaban en la escena española.

Vida y obra

El hecho de haber nacido en el seno de una familia en la que el teatro constituía el centro de cualquier comentario marcó de forma decisiva su innata vocación literaria, inclinada desde su temprana juventud al cultivo de la creación dramática. A pesar de ello, tardó bastante años en encontrar el verdadero estilo que habría de granjearle el reconocimiento unánime de los críticos y espectadores de su época, especialmente los madrileños, que a la postre se sintieron plenamente identificados con las expresiones castizas, las costumbres urbanas y las localizaciones ambientales reflejadas en los textos de Ricardo de la Vega.

Su debut como libretista tuvo lugar en 1868, año en el que estrenó Frasquito, una zarzuela compuesta de un solo acto que pasó prácticamente inadvertida en medio de la oferta teatral de la época. Después de una docena de años de lucha por ganarse el favor del público castizo, los albores de su fama le llegaron con el estreno en los escenarios de la Villa y Corte de La canción de la Lola (1880), un aplaudido sainete lírico que, acompañado por la partitura musical de los maestros Federico Chueca y Joaquín Valverde, se mantuvo en la cartelera madrileña durante tres años consecutivos. Poco después, llevó a las tablas De Getafe al Paraíso o La familia del tío Maromas (1883), obra a la que siguió otro de sus grandes éxitos, Pepa la frescachona o El colegial desenvuelto (1886). Ya consagrado como uno de los autores más apreciados por el gusto teatral y musical de sus paisanos, a comienzos de los años noventa regresó a los escenarios madrileños con El señor Luis, el Tumbón o Despacho de huevos frescos (1891), pieza que, aunque también fue muy celebrada en el momento de su estreno, no hacía preludiar el clamoroso triunfo que cosecharía Ricardo de la Vega con su siguiente libreto de zarzuela.

En efecto, en 1894 el escritor madrileño recurrió al acompañamiento musical del maestro Tomás Bretón para presentar, en el Teatro Apolo de Madrid, La verbena de la Paloma o El boticario y las chulapas, obra que de inmediato pasó a ser considerada como una de las piezas maestras de su género, y sin duda la predilecta del pueblo de Madrid, que incorporó enseguida sus textos y tonadas a su acervo tradicional castizo. Los personajes y barriadas populares, el ambiente familiar y el léxico "madrileñista" que reflejaba esta espléndida zarzuela convirtieron a Ricardo de la Vega en uno de los maestros indiscutibles del género chico; a partir de entonces, todos sus estrenos fueron saludados con unas salas llenas a rebosar de un público apasionado que esperaba ver sobre los escenarios la imagen literaria de unos usos y costumbres cada vez más diluidos en el desarrollo de la gran urbe, pero todavía vivos en una tradición teatral que se nutría de su gracia, colorido, humanidad y ternura.

Entre los abundantes títulos de Ricardo de la Vega no citados hasta ahora, cabe recordar los de algunas piezas tan aplaudidas como El año pasado por agua, A casarse tocan, Los baños del Manzanares, Acompaño a usted en el sentimiento, El señor Matías el Barbero y El perro del Capitán. Como detalle anecdótico que, pese a ello, sirve para ilustrar a la perfección el puntilloso rigor con que Ricardo de la Vega escarbaba en el sustrato léxico de las clases populares madrileñas, conviene resaltar su afición por bautizar casi todas sus piezas con uno, dos y hasta tres títulos complementarios. Buen ejemplo de ello lo constituye su obra maestra, presentada en los carteles que anunciaban su estreno como La verbena de la Paloma o El boticario y las chulapas o Celos mal reprimidos.

La verbena de la Paloma

Estrenada en el Teatro Apolo el día 17 de febrero de 1894, La verbena de la Paloma halló un considerable número de dificultades antes de ser llevada a las tablas, a pesar de que por aquel entonces el ingenio y la habilidad dramática de Ricardo de la Vega ya habían quedado fehacientemente contrastados. En efecto, el autor del texto entregó su libreto a la empresa del mencionado teatro, que a su vez lo puso en manos del maestro Ruperto Chapí, con el encargo de que lo dotase del acompañamiento musical adecuado. Pero Chapí, que había colaborado de forma asidua en los últimos montajes del Apolo, andaba a la sazón contrariado con la empresa gestora del teatro, por lo que renunció a poner música a una de las mejores zarzuelas de todos los tiempos.

Con la premura que requería su inminente estreno, se buscó entre los compositores afincados en Madrid alguno que desease cumplir el encargo, siempre y cuando sus méritos corrieran parejos a la calidad exhibida por el libreto de Ricardo de la Vega. Naturalmente, uno de los más indicados era el maestro Bretón; pero la empresa del Apolo, un tanto acomplejada por la fama de compositor serio de que gozaba el autor de tantas y tan extraordinarias óperas y partituras de concierto, dudó hasta el último instante acerca de que Tomás Bretón aceptara colaborar en el estreno de una obra tan característica del género chico.

Sin embargo, el compositor salmantino se emocionó con la lectura del texto de Ricardo de la Vega, y es fama que llegó a soltar algunas lágrimas sobre las páginas en las que Julián, loco de celos, se determina a ir a casa de Susana decidido a hacer cualquier cosa. En menos de veinte días, en los mismos escenarios populares en que transcurría la acción ideada por Ricardo de la Vega (calles, tabernas, bancos callejeros...), Tomás Bretón compuso la partitura definitiva de La verbena de la Paloma, después de haber empezado por musicar el famoso número del "mantón de la China, na, na...".

La obra narra la desesperación de Julián, un mozo consumido por los celos que en él despierta su novia, "la Susana", al coquetear con el viejo boticario don Hilarión. Después de haber armado un ruidoso escándalo en la madrileña verbena de la Paloma, ambos enamorados se reconcilian.

En el momento de su estreno en el Teatro Apolo, el papel de Julián lo representó Emilio Mesejo; el de Susana, Luisa Campos; y el de su inseparable amiga Casta, Irene Alba. Pilar Vidal encarnó el personaje de la señá Antonia y Manuel Rodríguez hizo de Don Hilarión. El descomunal éxito alcanzado por La verbena de la Paloma propició que numerosas compañías la incorporasen a su repertorio de forma inmediata, para difundirla en poco tiempo por todos los rincones de España y buena parte de Hispanoamérica. Su desembarco al otro lado del Atlántico vino precedido de tanto renombre, que sólo en Buenos Aires podía asistirse a su representación en las diferentes versiones ofrecidas, simultáneamente, por cuatro compañías distintas.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.