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HistoriaPolíticaBiografía

Trujillo y Torres, Manuel de (1762-1822).

Militar, escritor y político español, nacido el año de 1762 en la isla de Tenerife (Canarias) y fallecido en Baltimore el 15 de julio de 1822.

Era sobrino del virrey arzobispo Antonio Caballero y Góngora, a quien acompañó a partir de 1778 en su desplazamiento a Santa Fe de Bogotá, donde gobernó el Nuevo Reino de Granada. Tres años más tarde, a punto de cumplir los 20 años, mientras servía en uno de los cuerpos militares de guarnición en Santa Fe, conoció de cerca la insurrección de los comuneros de Nueva Granada, una revuelta que se puede situar a medio camino entre los levantamientos urbanos de Quito y la insurrección popular de Túpac Amaru. Era consecuencia del desorbitado aumento de las cargas fiscales implantadas por un nuevo visitador sobre los monopolios del tabaco y del aguardiente, y Torres tomó parte en el enfrentamiento de su tío arzobispo con miles de manifestantes armados. Los criollos moderados que negociaron el fin de la rebelión abandonaron al final las reivindicaciones indígenas.

La formación de Manuel Torres, como se hizo llamar muy pronto, fue enteramente ilustrada y simultaneó los contenidos de la fe católica que le enseñaron en su hogar con el conocimiento y la entrega entusiasta a las doctrinas de Rousseau. Aunque algún autor, citado por Miramón, quisiera imaginarlo en su época, tocado “de peluquín y espada en aquella apacible y magnífica sociedad criolla”, la realidad fue muy distinta: aprendió inglés y francés y se entregó a la lectura de las obras más novedosas, llegadas de contrabando y a escondidas a las bibliotecas de sus amigos progresistas de la capital.

Más tarde fundó una gran hacienda llamada “Tenerife”, a orillas del río Magdalena, culminación de un largo recorrido por gran parte del país, cuando tras su etapa de servicio real en la capital y llevado por sus aspiraciones, se consagró a la agricultura en aquella región. La fundación agrícola y ganadera de “Tenerife” llegó a ser tenida por ejemplar y la fertilidad de sus campos y de sus industrias “llamaban la atención de europeos y colonos”. En “Tenerife” amasó una gran fortuna, fuente de todos sus recursos y base de los negocios que emprendió más tarde, una vez instalado en Estados Unidos. Uno de sus biógrafos dice de él que tenía “atrayente cultura personal; conocimiento de la política europea; posesión perfecta de los idiomas inglés y francés; habituado y conocedor de las costumbres del país; versado en las normas de la política internacional […]”

Al iniciarse la década de 1790 Antonio Nariño y un selecto grupo de jóvenes ilustrados, entre los que se encontraba Manuel Torres, definieron con fuerza un nuevo ideal político revolucionario. Nariño tradujo la Declaración de los Derechos del Hombre y del ciudadano (1793) y editó algunos panfletos por los que fue perseguido y encausado. Comprometido con este movimiento, al igual que sus compañeros, Torres se vio obligado a abandonar el país, por lo que atraído por la fama de Filadelfia, se trasladó a Estados Unidos en el verano de 1796.

Bowman, su biógrafo estadounidense, lo describe así: “Encargado de negocios, agente de compras, publicista y economista político, Torres trabajó en exclusiva para conseguir la mayor armonía de las relaciones entre Estados Unidos y las nuevas naciones emergentes del Sur”. Durante más de un cuarto de siglo, afincado en Filadelfia, se convirtió en la referencia obligada de los agentes, comisionados, refugiados y políticos hispanoamericanos que llegaron a Estados Unidos, en busca del apoyo y reconocimiento de la gran potencia del Norte.

Para el novogranadino, Filadelfia había sido a la vez el hogar de Benjamín Franklin y el lugar donde nació la Constitución Americana. A finales de siglo se encontraba en la cresta de un formidable “boom comercial” y era, además de la ciudad que representaba los ideales republicanos, “el asilo de los oprimidos, el centro de la luz, un baluarte de la libertad y la inspiración de la independencia”. Pero también, el puerto preferido del comercio entre Estados Unidos y las colonias españolas de América, inaugurado en la década de 1780, en lo que a Nueva Granada se refiere, por el virrey Caballero y Góngora. Al iniciarse el nuevo siglo, la llegada a Filadelfia de barcos procedentes de la península Ibérica constituía un acontecimiento social. En la primera década del siglo XIX fue la capital de los estudios hispánicos, tanto literarios como históricos, en especial a través de la American Philosophical Society. Uno de sus socios correspondientes en España había sido el conde de Floridablanca.

Tal era la atmósfera intelectual del lugar en el que Torres iba a residir hasta el final de su vida. Se sabe que antes de llegar le había precedido su fama de opositor al absolutismo español. Pronto tomó contacto con William Duane, editor, intelectual exigente y seguidor de Jefferson, que le ofreció su hospitalidad y le invitó a compartir con él la aventura periodística que lo hizo famoso: la publicación del periódico Aurora, iniciada en septiembre de 1798.

Los primeros años de Filadelfia fueron de gran brillantez y “opulencia”, según comentarios de la época, lo que se entiende por la constante afluencia de recursos que le llegaban desde Santa Fe de Bogotá, donde permanecía su familia, hasta que por indicaciones de las autoridades españolas se decidió controlar y reducir drásticamente estos envíos. Pero su capacidad financiera fue declinando poco a poco, al dejarse convencer por comerciantes sin escrúpulos, que se aprovecharon de la buena fe de Torres, para especular y finalmente perder la mayor parte de sus recursos. Su biógrafo Bowman estudia este aspecto de la vida de Torres con todo detalle. Sin embargo, su decadencia financiera no le impidió mantener el interés por los estudios económicos y comerciales, ni ceder en su entusiasmo por promover y apoyar la independencia hispanoamericana.

A través de Duane, Torres entró en contacto con los políticos estadounidenses: el secretario de Estado James Monroe y su segundo Graham; su sucesor en la secretaría de Estado John Quincy Adams; el secretario del Tesoro Alexander J. Dallas; el director de Correos John S. Skinner y el jefe de la Oficina de Patentes William Thornton, además de Henry Clay y los congresistas William B. Giles y John W. Eppes. También se relacionó con los editores Baptist Irvine de los periódicos Whigh de Baltimore y Columbian de Nueva York, Jonathan Elliot de la City of Washington Gazette y Hezekiah Niles del Niles’ Weekly Register de Baltimore.

Entre sus trabajos de carácter económico y comercial, publicó en 1799 Reflexiones sobre el comercio de España con sus colonias en tiempo de guerra, firmado por “A Spaniard in Philadelphia”, traducido al inglés un año más tarde. Se mostraba un convencido antimonopolista, discípulo de Adam Smith, que abogaba por la apertura del comercio español con América a los puertos de otras naciones, de modo que las colonias pudieran sobrevivir y desarrollarse. El crítico de libros de The Monthly Magazine comentó que podía observarse “a considerable knowledge of the commercial interest of Spain and a liberality of spirit and zeal for the prosperity of the colonies, very honourable to the author”. Recomendaba el libre comercio de las mercancías procedentes de las manufacturas europeas y los productos de Estados Unidos.

En Filadelfia tuvo la oportunidad de conocer cómo actuaba el Gobierno norteamericano en el campo de las operaciones financieras, tema al que dedicó parte de su tiempo. Con el secretario del Tesoro Albert Gallantin y sus delegados en Filadelfia Robert Patterson y el banquero John Sargeant, estudió y conoció en la práctica la acuñación de monedas, así como las cuentas de ingresos y gastos del presupuesto federal. En ellos encontró durante muchos años el apoyo necesario para llevar a cabo operaciones de compra de armas y conseguir el apoyo económico a los insurgentes venezolanos. En esta misma época se encontraba en Baltimore, cerca de Filadelfia, Juan Mariano Picornell que enseñaba química y física en el Baltimore College.

Cuando Francisco Miranda llegó a Estados Unidos en 1805, con la intención de reclutar voluntarios para llevar a cabo su expedición libertadora, visitó a Torres, del que había tenido noticias en Londres años antes, en busca de la ayuda y el apoyo que necesitaba. Pero estas gestiones alarmaron al embajador español Marqués de Casa Irujo, que informó a las autoridades españolas. La expedición de Miranda a Puerto Cabello, en febrero de 1806, constituyó un rotundo fracaso. Pocos meses después llegó Simón Bolívar a Boston con el propósito de permanecer unos meses en el país y recorrer sus ciudades. En Filadelfia se entrevistó con Torres, iniciando una larga relación de amistad.

Los sucesos de España y la entrada de tropas francesas en la Península en 1807 como consecuencia del Tratado de Fontainebleau, los enfrentamientos políticos en la Corte de Madrid y el irresistible interés de Napoleón por la Península y las colonias de América, ahondaron la pasión autonomista y libertadora de los americanos refugiados en Estados Unidos y extendieron sus compromisos y planes de actuación. Siguiendo el ejemplo peninsular, pronto surgieron Juntas revolucionarias en Nueva Granada, Venezuela, Buenos Aires y Chile, promovidas por los seguidores del naciente liberalismo y las luces de la ilustración. En 1810 se crearon las juntas de Caracas y Bogotá y, desde este momento, Torres se convirtió en el promotor de las campañas de información y opinión que se desarrollaron en la prensa norteamericana a lo largo de más de una década. Su fuente de información procedía de los contactos directos y de la voluminosa correspondencia que mantuvo con los líderes de aquellos movimientos.

Torres era el enlace más seguro de los hispanoamericanos que venían a Estados Unidos en busca de armas, recursos y reconocimiento de las autoridades, banqueros, comerciantes y voluntarios de la república del Norte. El Niles’ Weekly Register, llegó a llamarlo “el Franklin de Suramérica”. Su presencia y sus gestiones cerca del Gobierno y del Congreso, lograron vencer en numerosas ocasiones las reticencias del presidente Madison, permitiendo la venta de armas y su embarque en puertos estadounidenses con destino a las costas rebeldes, así como el desarrollo del corso y la benevolente observación de los corsarios americanos y europeos. En su mensaje al Congreso de 5 de Noviembre de 1811, Madison se refirió a “la obligación nacional de prestar un mayor interés por el destino de las colonias rebeldes”, formulando un mensaje de buena voluntad.

Los primeros en llegar a Filadelfia fueron Juan Vicente Bolívar y Telesforo Orea, enviados por el Libertador, seguidos de algunos más: Lastra y Umaña, llegados de Bogotá; Saavedra y Aguirre, procedentes de Buenos Aires; José Álvarez de Toledo, que venía de Cádiz; Pedro Gual y Manuel Palacio Fajardo, huidos de Cartagena. En 1816 llegaron Javier Mina y fray Servando Teresa de Mier.

La respuesta del nuevo embajador español Luis de Onís no se hizo esperar. Desde su llegada a Filadelfia en 1810, emprendió una incansable actividad de acoso y persecución de los patriotas refugiados en la costa Este y en Nueva Orleans, para lo cual utilizó cualquier instrumento, incluyendo el espionaje, la traición e incluso el intento de asesinato. Está documentado el que sufrió Manuel Torres a mediados de 1814, a cargo de Francisco Sarmiento, que no tuvo éxito. Sarmiento y el conocido Miguel Cabral de Noroña, estaban al servicio de Onís y contaban con su aprecio.

En el curso de esta década, que contempló sucesivamente el éxito y el fracaso de los intentos insurgentes en Sudamérica y en Nueva España, Manuel Torres desarrolló una actividad permanente, en especial por medio de la prensa y a través de todos sus contactos políticos. En sus columnas del Aurora, en las traducciones y los documentos que facilitaba a su editor, a través de los dos artículos que publicó en el Niles’ Weekly Register en el otoño de 1815, pero sobre todo en un folleto titulado Manual de un Republicano para el uso de un Pueblo Libre (1812), se recogía su preocupación por dotar a los países en proceso de independencia de nuevos valores, principios y formas políticas, que había estudiado en Rousseau y contrastado en la práctica de Estados Unidos. Era un declarado admirador de Jefferson.

En la primavera de 1815 redactó An Exposition of the Commerce of Spanish America; with some Observations upon its Importance to the United States, publicada en Filadelfia en 1816, una completa guía destinada a los comerciantes norteamericanos que tuvieran la intención de hacer negocios en la América Española. Contenía la más interesante información estadística, los flujos comerciales entre las zonas de mayor relación, así como avisos y consejos sobre procedimientos y formas de comunicación: cualquier agente que trabajara en esos países debería conocer la lengua, las costumbres y la manera de ser de sus habitantes, sus usos y formas de vender y comprar.

Pocos meses más tarde, en agosto de 1815, llegó a Washington Pedro Gual, procedente de Cartagena, enviado por Simón Bolívar como su principal agente en Norteamérica. Gual vivió durante varios años en la casa de Torres en Filadelfia, y juntos formularon diversos planes de liberación, especialmente relacionados con la situación de Nueva España, que concretaron y definieron con precisión. Convenía empezar por México y a partir de aquí la liberación de los países se extendería por el resto del continente con mayor facilidad. Por esta razón apoyaron de inmediato los proyectos que les presentó José Álvarez de Toledo, que estaba en contacto con José María Morelos y el Congreso mejicano.

La llegada a Baltimore de Javier Mina el 1 de julio de 1816 y sus planes de formar una Expedición libertadora, contaron con el apoyo incondicional de Torres y Gual, que habían ido reuniendo en torno suyo a los jefes rebeldes más cercanos a Bolívar: Mariano Montilla, José Rafael Revenga, Telesforo de Orea, Juan Germán Roscio, Vicente Pazos y Miguel de Santa María; con el apoyo de los comerciantes amigos de los hermanos Smith, fundadores de la Asociación Mexicana de Baltimore. Torres actuó como coordinador de las campañas de información y promoción de estos proyectos, que fracasaron estrepitosamente tras la traición de Álvarez de Toledo y la muerte de Javier Mina en México.

Sin embargo, la llegada a Estados Unidos de Lino de Clemente, cuñado de Simón Bolívar, como encargado de Negocios”, reanimó y orientó sus proyectos en otra dirección. Clemente formó una nueva "Junta de diputados de la América libre residentes en Estados Unidos”, con la intención de invadir ambas Floridas en nombre de los patriotas hispanoamericanos. La dirección de esta empresa se encargó al general Gregor MacGregor, viejo conocido de los corsarios de la zona, que desembarcó en 1818 en isla Amelia en compañía del comodoro Luis Aury, que había abandonado a Javier Mina en las playas de México, provocando la indignación del presidente James Monroe y el rechazo de John Quincy Adams, que se negó a reconocer a Clemente su carácter de agente diplomático. Fue el incidente más grave que se interpuso en los esfuerzos de Bolívar por obtener su reconocimiento.

Por fortuna, el prestigio de Manuel Torres permaneció intacto, al no haberse hecho público en ningún momento sus lazos con Clemente y con el resto de los invasores de isla Amelia. Torres continuó trabajando a favor de Bolívar y gracias a sus contactos y amistades políticas consiguió que Bolívar desautorizara a los corsarios y que lo nombrara, en octubre de 1818, encargado de negocios de Venezuela en Estados Unidos. Con este nombramiento Torres se afianzó, a partir de 1819, como el mejor propagandista de la causa de la independencia de los nuevos países, el más eficaz comprador de armas y canalizador de recursos y empréstitos de todo tipo, en nombre de la república de Gran Colombia.

Al mismo tiempo que declinaba su salud, aumentaba el prestigio y la importancia de su misión diplomática, que culminó el 19 de junio de 1822 cuando el presidente James Monroe le recibió oficialmente en el Palacio Presidencial, en el acto de reconocimiento de la primera república hispanoamericana por el Gobierno estadounidense.

Desgraciadamente, su salud se agravó repentinamente y falleció en su casa de Baltimore el 15 de julio de 1822. En el cortejo fúnebre, según testimonios de la época, se encontraban militares de alto rango, autoridades civiles, numerosos jueces y una amplia multitud de ciudadanos. Se le enterró con honores militares, mientras los barcos del puerto enarbolaban sus enseñas a media asta. Un redactor del American Daily Adviser escribió: “ This spontaneous tribute to talent, patriotism and personal worth will be duly appreciated by his countrymen”.

Bibliografía

  • BOWMAN jr., Ch. H. “The activities of Manuel Torres as Purchasing agent, 1820-1821”, en Hispanic American Historical Review. XLVIII. 1968.

  • BOWMAN jr., Ch. H. “Manuel Torres, a Spanish American Patriot in Philadelphia, 1796-1822”, en The Pennsylvania Magazine of History and Biography. XCIV. Philadelphia, 1970.

  • MIRAMÓN, A. “Los diplomáticos de la libertad”. Boletín de Historia y Antiguedades. Nº 414-416. Bogotá, abril-junio, 1949.

  • MIRAMÓN, A. Diplomáticos de la libertad: Manuel Torres. Bogotá, 1956.

  • ORTUÑO MARTÍNEZ, M. Xavier Mina, guerrillero, liberal, insurgente. Pamplona, Universidad Pública de Navarra, 2000.

Manuel Ortuño

Autor

  • 0201 Manuel Ortuño