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Ocio y entretenimientoBiografía

Teruel Peñalver, Ángel (1950-VVVV).

Matador de toros español, nacido en Madrid el 20 de febrero de 1950. Torero pulcro y atildado donde los haya habido, poseedor de una fría naturalidad delante de los toros que le permitió exhibir su elegancia y empaque con el capote y su temple, seguridad y hondura con la muleta, no desdeñó nunca el enfrentamiento con las reses procedentes de las ganaderías más ásperas y encastadas y llegó a convertirse -a pesar de su irregular trayectoria profesional- en una de las figuras del toreo más relevantes de su época.

Nacido en la popular barriada castiza de Embajadores, desde su temprana niñez sintió una acusada vocación taurina que le impulsó, en plena adolescencia, a tomar parte en esas "Corridas de la Oportunidad" que, en la década de los años sesenta, se celebraban periódicamente en el pequeño coso madrileño de Vista Alegre, con la intención de favorecer el despegue de los jóvenes aspirantes a matadores de toros. Ángel Teruel, junto a otros nombres señeros del toreo español de finales del siglo XX -como Sebastián Palomo Martínez ("Palomo Linares") y Pedro Gutiérrez Moya ("Niño de la Capea")- fue uno de los chavales que se dieron a conocer en los medios taurinos merced a sus buenas actuaciones en estos festejos verificados en el coso carabanchelero; y así, alentado por una animosa precocidad que -según algunos estudiosos del Arte de Cúchares- a la postre habría de resultar perniciosa para su carrera, con tan sólo dieciséis años de edad se le ofreció la ocasión de enfundarse su primer terno de alamares. Corría, a la sazón, el día 19 de mayo de 1966, fecha en la que hizo el paseíllo en la citada plaza de Vista Alegre para estoquear -todavía sin el auxilio de los picadores- un lote de novillos marcados con el hierro de Agapito Blanco.

Repetido en varias ocasiones -como ya se ha indicado más arriba- en los carteles de ese pequeño pero importantísimo coso madrileño (donde los triunfos de cualquier torero cobraban una extraordinaria difusión entre la primera afición del mundo), Ángel Teruel pronto consiguió que su nombre empezase a sonar con insistencia en los mentideros taurinos, en los que no dejaba de sorprender que, al finalizar aquella campaña de 1966, el joven novillero de dieciséis años hubiera tomado parte ya en una veintena de novilladas sin picadores. Ante esta meteórica progresión, los mentores del chaval de Embajadores afrontaron la campaña siguiente con el firme propósito de encauzar cuanto antes su trayectoria profesional; y, tal ímpetu pusieron en ello, que antes de que hubieran empezado los primeros festejos serios de la temporada de 1967, Ángel Teruel ya había debutado, en el modesto redondel malagueño de Fuengirola, en una novillada asistida por los subalternos de la vara y el castoreño. Desde aquel día de su precoz debut con picadores (22 de enero de 1967) hasta mediados del verano del mencionado año, el novillero madrileño intervino en dieciocho festejos picados, ninguno de los cuales se verificó en los dos coliseos de mayor relieve dentro del planeta de los toros; no obstante, a pesar de esta llamativa ausencia en Madrid y en Sevilla, los apoderados de Ángel Teruel, deseosos de explotar cuanto antes el filón que creían haber hallado en sus notables cualidades para la lidia, organizaron precipitadamente su alternativa, que se llevó a término en la plaza de toros de Burgos el día 30 de julio de 1967, con el genial coletudo salmantino Santiago Martín Sánchez ("el Viti") como padrino de la ceremonia, y el diestro sevillano Pedro Benjumea Durán ("Pedrín Benjumea") en calidad de testigo de la cesión de trastos. Para no defraudar las ambiciosas expectativas de sus promotores, el toricantano realizó una buena faena al toro de la alternativa, un burel negro zaino, de cuatrocientos ochenta y siete kilos de peso, procedente de las dehesas de doña Agustina López Flores y bautizado con el nombre de Cazuela; pero su auténtica explosión como figura del toreo en ciernes se produjo durante la lidia de su segundo enemigo, adornado con la divisa de doña Amelia Pérez Tabernero, al que el nuevo doctor en Tauromaquia del que podía presumir el barrio de Embajadores envió al desolladero desprovisto de las dos orejas y el rabo.

Las previsiones de sus apoderados -la casa de los Dominguín- empezaron a cumplirse ya en la segunda mitad de aquella campaña de 1967, en la que el matador novel, a sus diecisiete años de edad, llegó a torear cuarenta corridas en apenas tres meses. Estos prometedores comienzos (al menos, en lo que a lo crematístico se refiere) aconsejaron erróneamente a sus mentores retrasar la obligada comparecencia de su poderdante en Madrid, plaza que no llegó a pisar durante la temporada de 1968, tal vez temiendo que un posible fracaso ante la severa afición capitalina frenase en seco esa torrencial lluvia de contratos que, a la conclusión de dicho año, elevó la cifra de sus actuaciones a un total de setenta y cuatro corridas toreadas. Finalmente, el día 12 de mayo de 1969, Ángel Teruel Peñalver hizo el paseíllo a través de la arena de la Monumental de Las Ventas, donde volvió a tener por padrino -esta vez, para confirmar su alternativa burgalesa- a Santiago Martín ("el Viti"); el cual, bajo la atenta mirada del espada jiennense José Fuentes Sánchez -que hacía las veces de testigo-, puso en manos del diestro de Embajadores la muleta y el acero con los que había de trastear y estoquear a Yegüero, un cornúpeta negro bragado de capa, de poco más de quinientos kilos de peso en vivo, que había pastado en las dehesas de don Atanasio Fernández. Ángel Teruel cortó una oreja a este ejemplar y los dos apéndices auriculares al que cerraba plaza, con lo que su esperada comparecencia ante el severo dictamen de sus paisanos se saldó con una clamorosa salida a hombros por la Puerta Grande, calle Alcalá arriba. Para orgullo y satisfacción de quienes estaban dirigiendo estos primeros pasos de su carrera atendiendo a criterios más mercantiles que taurinos (¿cómo justificar, si no, su prematuro lanzamiento a la palestra profesional y, al mismo tiempo, su incomprensible temor a pasar por la cátedra venteña?), el diestro madrileño puso fin a aquella campaña de 1969 después de haberse enfundado el traje de luces en setenta y siete ocasiones, y ya situado en los puestos cimeros del escalafón superior.

Durante la temporada de 1970, después de haber sido herido de consideración por una vaquilla el día 11 de julio, experimentó el primer frenazo en su hasta entonces imparable progresión profesional, pues sólo se le ofrecieron cuarenta y ocho contratos. La constatación de este inesperado hundimiento -debido, en buena medida, a la equivocada actitud de sus apoderados en sus relaciones con los empresarios- tuvo lugar en el transcurso de la campaña siguiente, en la que sólo se ató los machos en dieciocho ocasiones, para remontar tímidamente el vuelo durante la temporada siguiente, en la que hizo treinta y cinco paseíllos. Pero, cada vez más enemistado con los responsables de la mayor parte de las plazas del planeta de los toros, en 1973 sólo se enfundó la taleguilla un par de tardes (las de los días 25 de abril y 5 de mayo, en ciclo ferial sevillano), para anunciar a continuación, movido por su carácter impulsivo, su prematuro abandono del oficio taurino.

No llegó, empero, a pasar siquiera un año en el dique seco, pues su entusiasmo todavía juvenil -no había cumplido aún los veinticinco años de edad- y su enorme afición le animaron a rebajar sus soberbias pretensiones para reaparecer en la temporada de 1974, año en el que intervino en veintitrés funciones de toros, con triunfos señalados en algunas plazas norteñas tan importantes como las de Vitoria -donde lidió ejemplarmente un lote de vitorinos-, Gijón, Bilbao y Zaragoza. Al contrario de lo que suele ser habitual, el parón sufrido por su trayectoria profesional no le hizo perder el sitio, sino que le alentó a practicar un nuevo toreo más sereno y reposado, fruto sin duda de la madurez que había experimentado también su carácter durante el largo período en el que, lejos de los ruedos, tuvo ocasión de reflexionar acerca de todo lo relativo a su carrera. Y así, el día 12 de abril de 1975 cortó una oreja en la Real Maestranza hispalense, y el 22 de mayo siguiente, en las arenas de la Monumental de Las Ventas, volvió a cautivar a la primera afición del mundo -tan poco dada a regalar triunfos atendiendo sólo a vínculos de paisanaje- con ese nuevo estilo más sólido y asentado, y con la dificultad añadida de verse inevitablemente comparado con la genial faena que, aquella misma tarde, enjaretó el coletudo sevillano Francisco Camino Sánchez ("Paco Camino") a un sobrero marcado con el hierro de El Jaral de la Mira. Estos éxitos elevaron a sesenta y dos la cifra de ajustes que cumplió aquel año.

Considerado, sólo a partir de entonces, como un "torero de Madrid" (con el reconocimiento universal que ello implica), la definitiva consagración de Ángel Teruel como gran figura del toreo tuvo lugar durante el ciclo isidril de 1976, cuando, después de haber cortado una oreja a un miura en su primera comparecencia en el abono ferial madrileño, triunfó ruidosamente en su segunda visita de aquel año a Las Ventas, en la que cortó tres orejas en una espléndida tarde de toros en la que el citado "Paco Camino" fue galardonado con idéntica cantidad de apéndices auriculares. Corría, a la sazón, el día 24 de mayo del referido año de 1976, fecha en la que confirmó su alternativa el diestro albaceteño Sebastián Cortés Amador.

Estos valiosos éxitos profesionales volvieron a repercutir favorablemente en su agenda profesional, que al término de aquella campaña de 1976 registraba setenta y cinco funciones de toros protagonizadas por el espada madrileño en plazas de la península Ibérica. Concluida allí dicha temporada, Ángel Teruel se trasladó a Hispanoamérica, donde el día 13 de noviembre cayó herido de gravedad en las arenas del coliseo de Lima. No bien repuestos, inició ya en España la nueva campaña de 1977, en la que la fatalidad se cebó en el diestro de Embajadores tan pronto como parecía que empezaba a restablecerse del todo de la cogida limeña. Había, en efecto, intervenido ya dos tardes en la Feria de Abril sevillana y en el abono isidril madrileño (donde volvió a asumir el riesgo de medirse con el terrorífico hierro de Miura, y fue luego repetido en el cartel de Beneficencia), cuando cayó herido por asta de toro el día 29 de junio, en el redondel de Burgos; apenas recuperado, volvió a ser corneado gravemente el día 19 de julio, en las arenas francesas de Mont-de-Marsan, para reaparecer todavía en el transcurso de aquella temporada y resultar de nuevo alcanzado por una res el día 11 de septiembre en la localidad burgalesa de Aranda de Duero, donde una gravísima lesión en el ano le retiró por completo de dicha campaña, después de que hubiera realizado -a pesar de tantos y tan serios percances- treinta y ocho paseíllos.

Bien ubicado, por aquellos años, en los puestos más descollantes del escalafón superior, en 1978 intervino en cincuenta y siete funciones, cifra que volvió a alcanzar en 1979 (con un destacado triunfo en las Fallas valencianas), para caer levemente hasta los cuarenta y un contratos en la campaña de 1980, en la que, ya treintañero, alcanzó un toreo de plenitud y madurez que permitió luego a la crítica especializada glosarlo en términos tan elogiosos como los utilizados por el estudioso de la Tauromaquia Carlos Abella: "Torero fino, elegante, para algunos algo amanerado, excelente torero con el capote, sólo regular banderillero y magnífico muletero, que con el tiempo mudó su inicial pose, trocándola en un toreo cada vez más hondo. Su trincherazo era una pieza maestra de su dominio, y su natural, largo y templado, concluía en la cadera y por debajo de la pala del pitón y no hacia arriba, como en otros tiempos. Buen estoqueador, Teruel era un torero al que gustaba ver con toros ásperos, pues sin el menor esfuerzo sabía sortear y encauzar sus bruscas embestidas".

Esa fatalidad que se cernió sobre Ángel Teruel cuando parecía haberse consolidado definitivamente como figura del Arte de Cúchares volvió a pasarle factura el día 15 de abril de 1981, cuando un novillo al que daba lidia en el transcurso de un festival benéfico celebrado en Segovia le asestó una gravísima cornada que le desgarró la vena safena, circunstancia que en parte propició un vertiginoso descenso del número de corridas toreadas aquel año hasta la cifra de veintidós. La diferencia respecto a aquella primera etapa de su carrera en la que estuvo tan mal asesorado por los Dominguín estriba en que, de esa veintena larga de festejos, Ángel Teruel protagonizó tres en el ciclo ferial de San Isidro y, no contento con este serio compromiso con la afición madrileña, volvió el día 17 de junio a Las Ventas para participar en el solemne festejo que conmemoraba el cincuenta aniversario de la inauguración de la plaza.

Tras un nuevo paréntesis de inactividad durante 1982 (preludio ya de su inminente retirada), volvió a los ruedos en Almendralejo (Badajoz) el 22 de marzo de 1983, donde cortó una oreja a un toro de la ganadería de Diego Garrido, y se vistió de luces dieciséis tardes a lo largo de aquel año. En la campaña siguiente, en la que sólo se anudó la pañoleta en nueve ocasiones, de nuevo fue víctima de los penosos gajes del oficio taurino, ya que resultó corneado en un glúteo el día 1 de junio en la plaza de Las Ventas, para volver a caer herido en la plaza de Plasencia el mismo día de su reaparición, por lo que optó por retirarse definitivamente del ejercicio activo del toreo. A pesar de que sólo contaba treinta y cuatro años de edad, llevaba ya diecisiete (es decir, la mitad de su vida) como matador de toros y había comenzado a evidenciar cierta peligrosa apatía que, unas veces, era consecuencia de los duros castigos recibidos durante su etapa de plenitud, y en otras ocasiones era, por contra, la causa de estos percances (así, v. gr., el que sufriera en Madrid el citado día 1 de junio de 1984, cuando fue alcanzado en el glúteo por un toro de Torrestrella cuando trataba de refugiarse con cierta torpeza en el burladero). Supo, en cualquier caso, retirarse a tiempo, por lo que dejó un grato recuerdo en la afición más ortodoxa y, de forma muy señalada, en Madrid, donde a lo largo de su carrera profesional se vistió de luces en treinta y tres ocasiones, para cortar un total de dieciocho orejas y salir cuatro veces a hombros por la Puerta Grande.

J. R. Fernández de Cano.

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  • J. R. Fernández de Cano.