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Steiner, George (1929-2020).

Narrador, ensayista, crítico literario y profesor universitario francés nacido en París el 23 de abril de 1929 y fallecido en Cambridge, Reino Unido, el 3 de febrero de 2020. Humanista fecundo y polifacético, fue autor de una extensa producción literaria en la que reflexionaba sobre los aspectos más variados de la cultura contemporánea, con especial atención al análisis de la literatura, la música, la religión y la ética. Su obra representa una síntesis armónica de tendencias contrapuestas en la visión del mundo, e invita a pensar en la posibilidad de un entendimiento por encima de diferencias accidentales. Entre los numerosos honores y distinciones con que fue reconocido en todo el mundo su brillante aportación intelectual, cabe destacar el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, que recayó en él en su convocatoria de 2001, después de haber considerado el jurado que George Steiner era "uno de los más destacados humanistas de nuestro tiempo, autor de una obra extensa y variada que ha iluminado aspectos esenciales de la cultura en ensayos donde se conjugan la literatura, la historia, la teología o la antropología".

Vida

Vino al mundo en París de forma accidental, pues sus padres, unos judíos vieneses, se habían refugiado en la capital francesa huyendo de la amenaza del nazismo que se cernía sobre ellos en su lugar de origen. Cursó sus estudios elementales en Francia, donde aprendió simultáneamente a dominar con extraordinaria precisión tres de las principales lenguas de Occidente (el francés, el inglés y el alemán), alentado por el ejemplo intelectual de su progenitor, un sionista laico y perfeccionista, poseedor de una vasta formación cultural en la que era notable la influencia de algunos pensadores europeos de tan variado cuño estético e ideológico como Spinoza o Voltaire. A pesar de haber nacido en el seno de una familia acomodada, el pequeño George Steiner tuvo una infancia gobernada por el rigor y la exigencia, sobre todo en lo relacionado con su educación humanística, en la que jugaron un destacadísimo papel las enseñanzas de su padre. Según narró el propio escritor en la autobiografía que dio a la imprenta en 1997 (Errata. El examen de una vida), las principales inquietudes intelectuales que jalonaron su pensamiento tuvieron su origen en un par de lecciones básicas que le repetía sin descanso su progenitor: la primera, acudir una y otra vez a las fuentes clásicas -desde Homero hasta Shakespeare- para buscar, en cada nueva relectura, un matiz novedoso, una iluminación original, un detalle significativo o formal que, hasta entonces, había pasado inadvertido. El joven George Steiner aprendió así a concebir la lectura como un acto personal siempre abierto y nunca autosuficiente; un fecundo ejercicio intelectual que, años después, habría de llevarle a denunciar en sus ensayos la cortedad de miras de la crítica, incapaz de aprehender toda la riqueza de matices de una obra clásica: "Insisto en que todo acto de comprensión se queda corto. Se diría que el poema, el cuadro, la sonata, trazan un último círculo alrededor de sí mismos, creando así un espacio de inviolada autonomía. Defino un clásico como aquel alrededor del cual ese espacio es perennemente fructífero" (de Presencias reales, 1988). Esta declarada predilección por los grandes clásicos de la literatura universal, grabada "a fuego" desde su adolescencia, explica bien a las claras el posterior elitismo estético de Steiner, quien en varios ensayos centrados en el hecho literario -como los titulados Tolstoi o Dostoievsky, La muerte de la tragedia o Para civilizar a nuestros caballeros-, acuñó recomendaciones tan tajantes como la que a continuación se transcribe: "no debemos perder el tiempo con libros que no se nos claven como un hacha, resquebrajando lo que está congelado en nuestro cerebro y en nuestro espíritu".

La segunda enseñanza básica transmitida por su padre -bien manifiesta, también, en la posterior producción literaria y ensayística de George Steiner- habla de la irremediable finitud de la existencia humana y, en consecuencia, de la necesidad de instalarse en la vida desde una posición ética para evitar cualquier tentación de vanidad: "Una cosa está clara. Cuando [mi padre] construyó para mí, cuando me obligó a analizar gramaticalmente y a memorizar la afirmación de Aquiles de que los hombres (y las mujeres), por más extraordinariamente dotados que estemos, por más necesarios que seamos, debemos morir (a veces muy jóvenes y de manera absolutamente inútil o injusta); cuando me hizo reparar atentamente en el axioma de Aquiles de que la mañana, la tarde o la noche de nuestra muerte están ya escritas, mi padre pretendía ahorrarme ciertas estupideces".

En 1940, la familia de Steiner se trasladó a los Estados Unidos de América, donde continuó ampliando su rica formación académica con estudios superiores de Literatura, Matemáticas y Física, cursados en las universidades de Chicago y Harvard. Posteriormente, viajó hasta el Reino Unido para obtener el grado de doctor en Filosofía y Letras por la prestigiosa Universidad de Oxford, y dio inicio luego a una brillante y fecunda trayectoria docente que le llevó a impartir clases en las universidades americanas de Stanford, Nueva York y Princeton -donde ejerció como profesor de Literatura Comparada-, así como en otros centros de enseñanza superior tan reconocidos internacionalmente como la ya citada Universidad de Harvard (Estados Unidos) y la institución inglesa de Cambridge. También impartió clases en Ginebra (Suiza), aunque sus residencias fijas estaban establecidas en Estados Unidos y en el Reino Unido. Sin salir del ámbito universitario, cabe destacar también su investidura como doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca (año 2002).

En Norteamérica, George Steiner gozaba de una merecida reputación como crítico literario, pues durante más de cinco lustros se asomó regularmente a las páginas de algunas publicaciones culturales tan relevantes como The New Yorker, así como a los rotativos de información general The New York Times y The Economist (donde colaboró asiduamente entre 1952 y 1956). La enorme difusión de estos medios de comunicación multiplicó la influencia de sus saberes y proyectó su orientación por todo el mundo. Esta constante dedicación al ejercicio de la crítica sembró su obra reflexiva de numerosas preocupaciones temáticas relacionadas con dicho campo del saber humanístico, como la consideración de la traducción como uno de los problemas capitales de la cultura, la importancia del silencio del lector y la responsabilidad del crítico literario, etiqueta -esta última- que el propio Steiner rechazaba para sí, pues prefería ser considerado como un "maestro de lecturas".

Obra

En su faceta de narrador, Steiner se dio a conocer a mediados de los años sesenta con la novela titulada Anno Domini (1964), a la que luego sumó otras obras de ficción -como la novela El traslado de A. H. a San Cristóbal (1994) y la colección de relatos El año del Señor (1997)- que no han llegado a cobrar la relevancia alcanzada por su producción ensayística, en la que cabe destacar algunos títulos tan notables como Tolstoi o Dostoievsky (1965), Lenguaje y silencio: ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano (1967), Nostalgia del absoluto (1974), En el castillo de Barbazul: Aproximación a un nuevo concepto de cultura (1976), Extraterritorial: ensayos sobre literatura y la revolución lingüística (1978), Después de Babel (1981), Antígonas: una poética y una filosofía de la lectura (1987), Presencias reales (1988), Lecturas, obsesiones y otros ensayos (1990), Pasión Intacta: ensayos (1978-1995) (1997), Martín Heidegger (2001), La muerte de la tragedia (2001), Nostalgia del absoluto (2001), Pruebas y tres parábolas (2001) y Gramáticas de la creación (2002).

En líneas generales, la obra ensayística de George Steiner se instala en los vastos dominios de la incertidumbre para intentar, desde allí, una compleja superación de las barreras lingüísticas, culturales o políticas. Y aunque topa, en este magno esfuerzo intelectual, con numerosas barreras impuestas por las circunstancias socio-políticas actuales, el humanista parisino insistió siempre en el empeño de superar la que se le antojaba más acuciante: la necesidad de respetar las singularidades, ya sea la singularidad étnica, la singularidad de los géneros, o aquella singularidad derivada de su personal enfrentamiento con el universo específico de un poema o una pieza musical. Surgió en este punto el intelectual firmemente comprometido con la realidad de su tiempo; el observador lúcido y riguroso que abogaba por "cualquier orden social capaz de reducir, siquiera sea marginalmente, la cantidad de odio y de dolor en la existencia humana", y que, atento a las circunstancias de su entorno inmediato, contempló algunos asuntos de candente actualidad -como la alianza de las potencias occidentales contra el terrorismo islámico- con la visión esperanzadora de quien confía en el establecimiento de ese orden social capaz de anular los "violentos enfrentamientos entre culturas irreconciliables, entre visiones del mundo antitéticas".

Desde su agnosticismo sereno y reflexivo, George Steiner analizó también el vacío dejado por la secularización de la sociedad contemporánea (así, v. gr., en Nostalgia del absoluto) y proponía enfrentarse a la vida con una renovada pasión (Pasión intacta) que busque en el legado de los clásicos esa urdimbre de victorias y derrotas que, en el fondo, es la constituyente básica de la existencia humana. Esta propuesta constante de volver los ojos y la observación intelectual hacia los textos más exigentes del pasado le convirtió también en uno de los más enconados enemigos de la posmodernidad y el pensamiento débil, en un racionalista ético y humanizado que, a pesar de la penosa impresión que le causaba la observación de la cultura y la moral de su entorno, dejaba siempre abierta una puerta a la esperanza: "Me declaro incapaz, aun en los peores momentos, de renunciar a la creencia de que los dos milagros que validan la existencia mortal son el amor y los futuros verbales".

El jurado del Premio Príncipe de Asturias tuvo en cuenta, pues, a la hora de conceder este relevante galardón a George Steiner, su ubicación cimera entre los grandes humanistas de nuestro tiempo, capaz de haber dejado impreso un extenso y variado repertorio de análisis y reflexiones que iluminan algunos de los aspectos fundamentales de la cultura occidental contemporánea; repertorio de ensayos en los que se dan la mano la literatura, la historia, la teología, el arte, la música, la ética, la teología, la antropología -no en vano tuvo entre sus maestros a los franceses Claude Lévi-Strauss y Jacques Maritain- y otras muchas disciplinas del saber humanístico que contribuyen a interpretar la historia de la civilización occidental y a perfilar los siempre borrosos contornos del espíritu humano.

Un ejemplo elocuente de esta vocación polifacética de la obra de Steiner puede hallarse en su libro Presencias reales (1998), donde el ensayista parisino se preguntaba si es posible desarrollar una teoría de la creación artística y musical sin contar con la presencia del Gran Demiurgo; o, dicho de otro modo, si puede darse una experiencia de la poesía, de la pintura o de la composición musical que no presuponga la presencia de un sentido que, en última instancia, es trascendente. Para responder a estas complejas cuestiones, George Steiner proponía que la comprensión de la experiencia estética implique una apuesta por la trascendencia, y añadía que todas las teorías que intentan explicar la creación acaban escamoteando lo esencial, es decir, esa presencia real que nos arranca de nuestro mundo y nos pone en contacto con otro, ajeno a nosotros, que la razón no logra explicar del todo y que remite, en última instancia, a Dios: "La gramática vive y genera mundos porque existe la apuesta a favor de Dios". Para ejemplificar estos razonamientos, Steiner indagó en la historia de la literatura francesa y localizó en la obra del poeta simbolista Stéphane Mallarmé la crisis y la ruptura de la alianza entre la palabra y el mundo; A partir de ahí este momento crucial -siempre según Steiner- en la historia de la creatividad humana, el arte entra en una fase de progresiva alienación, de alejamiento de la realidad tal como ésta se entendía a partir de una tradición que hundía hasta entonces sus raíces en el mundo greco-latino y hebraico-cristiano. La conclusión, pues, de Presencias reales es que el hombre contemporáneo vive en una perpetua postrimería, en una etapa cultura obsesionada por la glosa y el comentario, en una "era del epílogo" -según su afortunada acuñación- parasitaria de las grandes obras de otras épocas remotas. No es de extrañar, por ende, que esta propuesta de una necesaria revisión cultural, tan contraria al pensamiento débil dominante a finales del siglo XX y al nihilismo escéptico consagrado por la post-modernidad, haya encontrado numerosos enemigos en la comunidad intelectual de nuestro tiempo; como tampoco resulta extraño que el implacable diagnóstico de Steiner acerca de los devastadores efectos de la trivialización de la cultura y la crisis del humanismo haya sido acogida con alborozo por múltiples pensadores contrarios a la mixtificación ecléctica de la post-modernidad.

Errata. El examen de una vida (1997) es, sin lugar a dudas, el libro más íntimo y personal de George Steiner. Sirviéndose de su propia peripecia vital como hilo argumental de su discurso, el humanista parisino ofrecía en estas páginas un análisis minucioso y fascinante de su amor hacia la literatura y la música, dos manifestaciones de la creatividad humana profundamente imbricadas en su andadura humanística, y enfocadas ahora desde esa óptica incisiva y provocadora que caracterizaba el pensamiento de Steiner. A través de este iluminador recorrido autobiográfico, el autor iba exponiendo sus puntos de vista a trasluz de sus propias experiencias, desde su lejana educación trilingüe (en inglés, francés y alemán) hasta su fructífera labor docente, pasando por las enseñanzas de su padre, su concepción del judaísmo heredado de sus mayores, su paso estudiantil por las aulas de la Universidad de Chicago, su tenaz dedicación al cultivo de la escritura, etc. Al hilo de esta acumulación de vivencias personales, George Steiner analizó en estas reveladoras páginas el genio creador de algunos clásicos de proyección universal, como Homero, Shakespeare o Racine, sin relegar otras cuestiones de permanente atención en su carrera intelectual, como la problemática de la traducción, la complejidad del multilingüismo y la no menos complicada relación entre cultura y democracia. Steiner recordaba también en esta reflexiva autobiografía la importancia de los maestros que iluminaron los primeros pasos de su trayectoria profesional, para acabar dedicando la última parte del volumen a un deslumbrante ejercicio de análisis sobre el significado de dos conceptos tan vastos como "ciencia" y "razón"; o, dicho de otro modo, sobre el conflicto permanente entre ateísmo y religión, visto a la luz de sus peculiares manifestaciones a finales del milenio y contemplado también, interiormente, en la etapa postrera de la vida del autor.

Bibliografía

  • JAHANBEGLOO, R. George Steiner en diálogo con Ramin Jahanbegloo. Madrid: Anaya & Mario Muchnik, 1994, tr. de Manuel Serrat Crespo.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.