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Stanley, Sir Henry Morton (1841-1904).

Periodista y explorador anglo-estadounidense, nacido el 28 de enero de 1841 en Denbigh, condado de Denbighshire, en Gales (Reino Unido), y muerto el 10 de mayo del año 1904 en Londres, cuyo verdadero nombre era John Rowland. Considerado una de las figuras más sobresalientes de la exploración y colonización del África negra, Stanley se hizo conocido al rescatar al famoso explorador y misionero de origen escocés David Livingstone y por ser el descubridor del nacimiento del río Congo. Su contribución fue fundamental para el conocimiento completo del continente africano.

Henry Morton Stanley, el explorador norteamericano del África central.

Hijo natural de la sirvienta Betsy Parry y del campesino John Rowland, durante su infancia y adolescencia pasó todo tipo de estrecheces, como si de un personaje de Dickens se tratara. Antes de cumplir los quince años, el joven Rowland logró escaparse del orfelinato de St. Asaph. Tras vagar de un sitio a otro, a los diecisiete años se enroló como grumete en el Windermere, que se dirigía a Nueva Orleans (estado de Louisiana), ciudad en la cual entró al servicio del acaudalado comisionista y comerciante Henry Morton Stanley, quien acabó por adoptarle y darle su mismo nombre.

Al estallar la Guerra de Secesión (1860-1864), Stanley sirvió primeramente con el ejército confederado. Pero, tras ser capturado durante la batalla de Shiloh en 1862, se pasó a las filas federales, desde las que participó heroicamente en otras contiendas, lo que le valió ser ascendido al grado de alférez y secretario de capitán de navío. Una vez acabada la guerra, Stanley se encontró sin apenas recursos económicos, ya que su padrastro murió antes de que pudiera testar. Pero descubrió su auténtica vocación como periodista al aceptar, en 1866, el puesto de cronista para el periódico New York Herald. En su nueva ocupación, Stanley viajó a la frontera Oeste de los Estados Unidos y más tarde a Turquía, experiencias que relató en su primer libro My early travels and adventures in America and Asia (Mis primeros viajes y aventuras en América y Asia).

Nada más regresar a los Estados Unidos, acompañó al general Hancok en la campaña que éste desató contra varias tribus de pieles rojas sublevadas contra el Gobierno presidido por Andrew Johnson. De resultas del reportaje que llevó a cabo sobre la campaña, lleno de realismo y narrado con un estilo muy periodístico y ameno, Stanley alcanzó la fama en su país de adopción. El editor del periódico, James Gordon Bennett, decidió nombrarle en 1867 corresponsal de guerra del rotativo. Con ese carácter, ese mismo año cubrió la expedición británica de castigo contra el rey etíope Theodoro II, a cuyo mando se encomendaba el general británico Robert Cornellius Napier. De Etiopía partió, en 1869, a Egipto para cubrir la información sobre la apertura del canal de Suez. También asistió a la caída en España de la monarquía borbónica representada por Isabel II y al advenimiento del régimen liberal liderado por el general Serrano.

La búsqueda del doctor Livingstone

Precisamente cuando se encontraba en Madrid recibió la orden de su director de marchar a París para confiarle un asunto de extrema importancia: la búsqueda del doctor y explorador escocés David Livingstone, del que no se sabía prácticamente nada desde que emprendiera su tercera expedición por el África negra en 1866 para buscar las fuentes del Nilo.

Para evitar que la misión saliera a la luz pública, Stanley se vio obligado a dar un larguísimo rodeo por Turquía y parte de Rusia como corresponsal, hasta llegar a Bombay, desde donde, a través de las islas Mauricio y Seychelles, alcanzó la costa de la isla de Zanzíbar, el 6 de enero de 1871. En esta isla, Stanley obtuvo las primeras noticias fidedignas del paradero de Livingstone. El 21 de marzo de ese mismo año, Stanley inició un largo y penoso viaje por el interior del continente que duró nueve meses, durante los cuales tuvo que sortear innumerables peligros y adversidades, como las lluvias torrenciales, la actitud agresiva de muchas tribus, las bajas causadas por todo tipo de enfermedades ecuatoriales, amotinamientos y dos intentos de asesinato contra su persona. El 10 de noviembre llegó a la población de Ujiji, una miserable aldea ubicada a los pies del lago Tanganica; sobre este lago Stanley dejó escritas sus primeras impresiones:

"Me han dicho que dentro de dos horas veré el lago Tanganica, pues Kirangozi dice que se divisa desde la cumbre de una montaña empinada. La emoción casi me hace llorar; pero paciencia, primero que todo hemos de verlo. Nos lanzamos a toda marcha monte arriba, jadeantes, ansiosos de contemplar la grandiosa escena. Finalmente llegamos a la cima; pero ¡ay! no se ve nada todavía. Un poco mas aún, sí, allí, allí está, un hilo de plata. Apenas lo vislumbro entre los árboles, pero allí está al fin, de verdad, el Tanganica y aquellas son las montañas azulnegras de Ugoma y Ucaranga. Una extensión enorme, una superficie brillante de plata, bajo un dosel de radiante azul, con altas montañas por orillas, orlado de bosques de palmeras. ¡El Tanganica! ¡Hurra! Y mis gentes repiten el grito de júbilo del anglosajón con voces estentóreas; hasta las grandes selvas y las montañas parecen asociarse a nuestro triunfo. [...] ¿Y yo? Yo experimento tal felicidad, que creo que, si estuviese paralítico y ciego, sería capaz en este momento sublime de cargar con mi cama y marchar, curada repentinamente mi ceguera. Afortunadamente estoy perfectamente sano; ni un día me he sentido indispuesto desde mi partida de Unyanyembe."

Allí se encontró con un desmejorado, famélico y sorprendido David Livingstone, al que saludó, según sus propias palabras, con la famosa frase de: "¿Doctor Livingstone, supongo?".

El encuentro entre Stanley y Livingstone.

En su crónica de este acontecimiento queda de manifiesto su gran capacidad periodística:

"De pronto oigo una voz a mi derecha que, en lengua inglesa, me dice:
-¡Buenos días, señor!
Extrañado de oír aquel saludo en medio de una multitud tal de negros, me vuelvo bruscamente en busca del que lo ha formulado y lo veo a mi lado, un individuo de rostro negro, pero dulce y animado, vestido con una larga camisa blanca, un turbante de tela americana alrededor del pelo lanoso y rizado, y le pregunto:
-Bueno, ¿quién es usted?
-Soy Susi, el criado del doctor Livingstone- me responde riendo y mostrando una brillante hilera de dientes.
-¿Cómo? ¿Está aquí el doctor Livingstone?
- ¡Sí, señor!
-¿Pero es cierto?
-¡Cierto! ¡Acabo de dejarle!
Nos hallábamos ahora a doscientos pasos del pueblo. La multitud era cada vez más compacta y casi nos cerraba el camino; banderas y estandartes habían sido izados; árabes y wagwana se infiltraban entre los indígenas para saludarnos, pues, en su opinión, pertenecíamos a sus pueblos. Todos se mostraban admirados en alto grado y preguntaban:
-¿Cómo, venís de Unyanyembe?
Entretanto la cabeza de la expedición se había detenido. Kirangozi, saliendo de las filas, mantenía alta la bandera y Selim me dijo:
-Veo al Doctor. ¡Oh! ¡qué hombre más anciano! ¡Tiene la barba completamente blanca!
Y yo ¡qué no hubiese dado por estar un instante solo en medio del bosque, para poder dar expansión a mi gozo con alguna locura, sólo para poder
acallar la excitación que me dominaba! El corazón me latía con violencia, pero no podía traicionar mis sentimientos ni con el mas mínimo gesto, pues habría corrido el riesgo de perjudicar la dignidad que un blanco debe mostrar en circunstancias tan extraordinarias.
Hice pues lo que creí más propio del caso; rechacé a la multitud y, por entre una animada avenida de gente, seguí avanzando hasta llegar a un semicírculo integrado por árabes, ante los cuales se encontraba el blanco de barba gris. Al acercarme a él observé su aspecto pálido y fatigado, así como su barba; vestía una gorra azulada con descolorida cinta dorada, chaqueta de mangas encarnadas y pantalón gris. A gusto habría corrido a él, pero no me atreví, en presencia de todo aquel populacho, a mostrarme demasiado débil. Le habría abrazado, pero ignoraba cómo me recibiría, dada su condición de inglés. Hice, por lo tanto, lo que me aconsejaron la timidez y un falso orgullo: avancé prudente hacia él y quitándome el sombrero, le dije:
-¿El doctor Livingstone, supongo?
-Sí- contestó con una sonrisa amable, levantando un poco la gorra.
Me puse de nuevo el sombrero y él la gorra, nos estrechamos cordialmente la mano y dije en voz alta:
-Doctor, doy gracias a Dios por haberme permitido ver a usted.
Y él replicó:
-También yo me siento muy reconocido de poder saludarle aquí.
"

Una vez socorrido Livingstone y después de unos meses de convivencia juntos, durante los cuales ambos recorrieron en barco todo el lago Tanganica, en mayo de 1872 Stanley regresó a Inglaterra, sin haber podido convencer a Livingstone -que estaba seriamente enfermo- para que abandonara su proyecto de buscar las fuentes del Nilo. Una vez en Inglaterra, Stanley publicó otro libro con el título How I found Dr. Livingstone (Cómo encontré al Dr. Livingstone). Premiado por la Real Sociedad Geográfica de Londres y por la propia reina Victoria, Stanley volvió a recuperar su nacionalidad británica, aunque siguió trabajando para el rotativo neoyorquino. En 1873, el periódico le envió de nuevo a África para cubrir el reportaje de la ofensiva británica contra el pueblo de los ashanti (en Ghana y Etiopía).

Continuador de la obra de Livingstone

Tras la muerte de Livingstone, el 30 de abril de 1873, Stanley decidió recoger el testigo dejado por el insigne explorador escocés y continuar con las exploraciones por el África negra y central. El propio Stanley dijo más tarde que la muerte de Livingstone le había impuesto el deber de completar su obra: morir mártir de la ciencia geográfica o resolver el problema del Congo. Gracias a su fama y carisma, Stanley pudo convencer a su periódico y al rotativo londinense Daily Telegraph para que ambos costearan una gran expedición con el propósito de encontrar las ya famosas y legendarias fuentes del Nilo.

El viaje de Stanley, que también esta vez comenzó en Zanzíbar, duró desde septiembre de 1874 hasta agosto de 1877. Bordeó el lago Victoria, atravesó Uganda, tocó en los lagos Eduardo y Tanganica y alcanzó el Lualaba en la localidad de Ñangue, visitada ya por Livingstone. En su libro A través del Continente Tenebroso, Stanley cuenta que recibió más de 1.200 cartas de generales, coroneles, capitanes, tenientes, cadetes de marina, ingenieros, artesanos, camareros, criados, hipnotizadores, etc., y todos ellos se ofrecían para acompañarle en aquella expedición. De esta manera, en noviembre de 1874, la expedición partió de Zanzíbar hacia las tierras del interior, integrada por 359 hombres y un impresionante equipo que intentarían triunfar en la magna aventura que proponía Stanley. La primera escala se realizó en 1875 y fue la visita al rey Mutesa de Buganda, al que Stanley pidió permiso para instalar varias misiones cristianas en su territorio, lo cual aceptó de buen grado el monarca africano. Posteriormente, Stanley circunnavegó el lago Victoria a bordo de la nave principal Lady Alice, trayecto durante el cual se vio envuelto en varios conflictos armados con algunas tribus poco amistosas de sus orillas. A continuación, hizo lo mismo con el lago Tanganica, y continuó al Oeste en dirección al río Lualaba, donde llegó a finales del año 1876, demostrando que éste no era más que un afluente del Congo y no del Nilo, tal como pensaba Livingstone. A continuación remontó el Lualaba, llegó a un lago que bautizó con su nombre y, desde allí, a los saltos de agua que llamó Livingstone Falls, en honor de su predecesor. Justo en ese mismo lugar, Stanley interrumpió su viaje y regresó a pie en dirección al océano Atlántico, adonde llegó en agosto del año 1877. Stanley había descubierto el curso del río Congo, tras una larga expedición que había durado exactamente 999 días; casi la mitad de los miembros de la expedición habían fallecido por el camino.

Así, se puede afirmar que los grandes descubrimientos de Stanley fueron la circunnavegación del lago Victoria, el recorrido del reino de Uganda, el hallazgo del lago Alberto y, finalmente, el descenso, ya citado, del Congo, desde Mangue hasta su desembocadura y, con ellos, la exploración de una vastísima superficie de tierras hasta entonces totalmente desconocidas y misteriosas. Sobre su recorrido por la cuenca del Congo se encuentran numerosas anotaciones en su diario de viaje, como las realizadas a fecha del 28 de marzo de 1877:

"La anchura del Congo no excede de 400 m, pero la sonda, en la orilla, da una profundidad de 42. La corriente es rápida, seguramente alcanza los 7 nudos; la superficie aparece lisa y sucia, acá y acullá un pequeño remolino o un lugar ligeramente abombado, pero no hay peligro para un navegante prudente y sereno. En poco rato habíamos descendido un trayecto que tendría cosa de una milla y ante nosotros, a unos 550 metros, rugían embravecidas las furiosas cataratas que, desde entonces, son designadas con el nombre de Kalulu. Con alguna dificultad logramos, contorneando el entrante que formaba la tierra, adentrarnos en la bahía abierta aguas arriba de la catarata y alcanzar una playa arenosa muy propia para acampar. Las canoas primera, segunda y tercera llegaron pronto y ya empezaba a felicitarme por el buen éxito de la jornada, cuando vi con terror la canoa Cocodrilo en el centro del río, bastante más abajo de la punta de tierra que nos había protegido, precipitándose como una flecha hacia la catarata, llevada por las aguas traidoramente mansas. Nada podían ya las fuerzas humanas y, con el alma acongojada, contemplábamos la canoa, en la que iban tres de mis favoritos: Kalulu, Mauredi y Feradshi y, entre los demás tripulantes, dos también excelentes individuos: Rehani Makua y Wado Dshumah. Pronto llegó a la isla que dividía en dos la catarata y fue arrastrada hacia el brazo izquierdo. Vimos entonces cómo, después de remolinear por tres o cuatro veces, se precipitaba en el abismo. Apareció luego la popa, levantada, pero sabíamos que Kalulu y sus compañeros de canoa habían sucumbido. Inmediatamente después de esta catástrofe, cuando no hablamos tenido aún tiempo para lamentar la pérdida de nuestros bravos compañeros, otra canoa con dos hombres pasaba por delante de la punta de tierra y era arrastrada a su vez hacia la rápida corriente con fuerza irresistible, camino de su perdición. Mandé a los hombres de mi canoa que trepasen a la cima de las peñas, para que desde allí previniesen a los incautos de la muerte que les aguardaba en el centro del río, a la vez que, a voz en grito, les ordenaba remar con todas sus fuerzas hacia la orilla izquierda. Por una rara fortuna el timonel condujo su embarcación, como una flecha, por encima de la catarata y, guiando luego diestramente cosa de una milla aguas abajo y de lado, en dirección a la margen izquierda, consiguieron los tripulantes saltar a tierra, salvándose."

La creación del Congo Belga

En enero de 1878, Stanley regresó a Inglaterra, en cuyo país recibió la inusual petición del rey belga Leopoldo II y del Comité de Estudios del Alto Congo para explorar el territorio del Congo y sentar las bases de un nuevo Estado africano, el Estado Libre del Congo. Una vez que se llevó a cabo con éxito la operación, en el año 1885 el Congreso de Berlín reconoció la existencia del Estado Libre del Congo y ratificó su pertenencia al rey belga. El monarca nombró a Stanley gobernador de todo el Estado, período en el que se ganó el apodo por parte de los indígenas de Bula Matari ('el rompedor de rocas'), por la mano firme con que rigió los primeros destinos de aquel país. Esta actividad política le sirvió para publicar, en el año 1884, el libro The Congo and the Founding of its Free State (El Congo y la fundación de su Estado Libre) que, como otras obras suyas, estaba escrita con un estilo periodístico, sensacionalista y bastante teatral en muchos de sus pasajes.

Su última misión

La última empresa de Stanley en África fue la búsqueda y socorro de Emín Bajá, alemán cuyo verdadero nombre era Edward Schnitzer, que se había convertido en gobernador de la Provincia Ecuatorial de Egipto (actual Sudán), del que se pensaba que podía estar en las cercanías del lago Alberto, rodeado por las fuerzas rebeldes del líder musulmán integrista Mahdí.

Al frente de la Emin Relief Expedition ('Expedición para Salvar a Emín'), Stanley remontó en enero de 1877 el río Congo, hasta alcanzar el lago Alberto en agosto del mismo año, donde encontró a Emín Bayá quien, sin embargo, se negó a regresar con el explorador. Stanley, en su camino de vuelta, descubrió el río Semliki, que unía el lago Alberto con el lago Eduardo, que era el sector más remoto de la rama occidental del llamado Nilo Blanco. También identificó la cordillera Ruwenzon (montañas de la Luna). Esta misión tuvo la importancia de permitir aclarar todavía más el panorama geográfico y cartográfico de la zona. Para Stanley, como ya era costumbre en él, le sirvió para sacar a la luz otro libro de gran éxito en el año 1890, In Darkest Africa (En el África más tenebrosa).

Sus últimos años

De vuelta a Inglaterra, en el año 1890 contrajo matrimonio con Dorothy Tennant, quien publicó en 1909 la autobiografía completa y revisada de su marido, The autobiography of Henry Morton Stanley. Nacionalizado estadounidense en el año 1885, en 1892 volvió a recuperar su verdadera nacionalidad británica. Ya retirado, vivió plácidamente en su finca de Furce Hill, en Londres, aunque entre los años 1895 a 1900 fue miembro del Parlamento como diputado del Partido LIberal. En el año 1899 la reina Victoria le concedió el título de sir (caballero). Sus últimos años los pasó poseído por el orgullo de sus hazañas y, a veces, por el despecho de creerse postergado y poco valorado por sus compatriotas.

Además de las ya citadas, Stanley escribió un gran número de obras, entre las que cabe destacar las siguientes: Coomassie and Magdala: the story of two British compaigns in Africa, en 1874 (Comasia y Magdala: la historia de dos campañas británicas en África); y Through the dark continent, en 1878 (A través del continente negro).

Bibliografía

  • BIERMAN, J. Dark safari: the life behind the legend of Henry Morton Stanley. (Londres: Ed. MacMillan. 1990).

  • CORTÁZAR, Á. Grandes exploradores. (Barcelona: Ed. Salvat. 1997).

  • HERRMANN, P. Audacia y heroísmo de los descubrimientos modernos: de Colón al siglo XX. (Barcelona: Ed. Labor. 1958).

  • TREUE, W. La conquista de la Tierra: tras las huellas de los grandes descubridores. (Barcelona: Ed. Folio. 1988).

Carlos Herráiz García.

Autor

  • Carlos Herráiz García