Domingo de Soto (1494–1560): Filósofo y teólogo clave en el renacimiento científico y la filosofía política española
Contexto histórico y orígenes
Nacimiento y orígenes familiares
Domingo de Soto nació en Segovia alrededor de 1494 o 1495, en una época crucial para la historia de España y Europa. La Península Ibérica vivía un periodo de gran transformación, marcado por la expansión del Imperio español, los últimos vestigios de la Reconquista y un floreciente impulso religioso y cultural. Soto provino de una familia de escasos recursos, lo que marcó en sus primeros años la necesidad de obtener una sólida educación para poder destacarse en el contexto social y político de la época.
Su familia, probablemente de clase baja o media, no podía permitirse grandes lujos, pero brindó a Soto las bases necesarias para su futura vocación intelectual y religiosa. Su vida estuvo influenciada por la devoción religiosa de la época y por las reformas que la Iglesia vivió en los primeros años del siglo XVI, particularmente las que impulsaron las órdenes mendicantes, como la Orden de Predicadores, a la cual Domingo de Soto se incorporaría más tarde.
Al principio, Soto llevaba el nombre de Francisco, pero fue al ingresar en la Orden de Predicadores en 1524 cuando decidió cambiarlo por Domingo, como muestra de su devoción a San Domingo de Guzmán, fundador de la orden. Este cambio de nombre es simbólico de su profundo compromiso con su vocación religiosa y académica.
Educación temprana y primeros estudios
La educación de Domingo de Soto comenzó en su ciudad natal, Segovia, donde probablemente asistió a una escuela local antes de trasladarse a la Universidad de Alcalá. Fundada recientemente en 1508, esta universidad se estaba convirtiendo rápidamente en uno de los centros más importantes de la educación superior en España. En Alcalá, Soto estudió Artes y obtuvo su bachillerato en 1516. Durante este tiempo, estuvo bajo la tutela de Tomás de Villanueva, uno de los grandes intelectuales y teólogos de la época, quien también desempeñó un papel esencial en la reforma educativa y religiosa en España. El contacto con Villanueva, además de su formación académica, marcó su futuro desarrollo como teólogo y filósofo.
Su estancia en Alcalá fue fundamental, ya que le permitió formar una sólida base de conocimientos en filosofía, lógica y metafísica, además de abrir las puertas de la universidad a nuevas ideas que influirían en su pensamiento futuro. A partir de allí, Soto se trasladó a la Universidad de París, donde sus estudios se ampliaron considerablemente.
Inicio de su carrera religiosa y académica
En 1519, tras su paso por Alcalá, Soto regresó a España, acompañado de su amigo y condiscípulo Pedro Fernández de Saavedra, y se trasladó al Colegio Mayor de San Ildefonso de Alcalá, donde continuó sus estudios de teología bajo la dirección de Pedro Ciruelo. Ciruelo, un destacado teólogo y filósofo español, influiría en Soto al hacerle conocer las nuevas corrientes de la escolástica y el tomismo que comenzaban a ganar terreno en las universidades españolas. Este periodo resultó crucial para que Soto desarrollara su enfoque teológico y académico.
Fue en 1520 cuando Soto, ya con una formación avanzada, comenzó a enseñar en Alcalá, ocupando una cátedra de filosofía donde impartió clases sobre lógica, física y metafísica. Sin embargo, no todo sería sencillo. La Universidad de Alcalá atravesaba por dificultades internas y en 1524, Soto se vio obligado a renunciar a su puesto docente. No obstante, este revés en su carrera académica no detuvo su impulso intelectual. Ese mismo año, se unió a la Orden de Predicadores, una de las órdenes más influyentes de la época, centrada en la predicación, la enseñanza y el estudio profundo de la teología.
En la Orden, Soto se trasladó a Salamanca, un lugar que sería clave en su desarrollo intelectual y en el de la escolástica española. Allí, la Universidad de Salamanca sería su nuevo campo de trabajo, y a partir de 1532, Soto se dedicaría a la enseñanza de la teología en una de las universidades más prestigiosas de Europa.
Desarrollo de su carrera y contribuciones filosóficas
Enseñanza en Salamanca y primeras publicaciones
Tras su ingreso en la Orden de Predicadores, Domingo de Soto se trasladó a Salamanca, donde se convirtió en una figura central en la vida académica y teológica de la ciudad. Entre 1532 y 1533, Soto asumió la cátedra de prima de teología en la Universidad de Salamanca, reemplazando a Francisco de Vitoria, un destacado pensador y precursor del derecho internacional. Esta cátedra fue una de las más importantes dentro de la Universidad, y su ocupación consolidó a Soto como un pensador crucial en la escolástica española del siglo XVI.
Durante este tiempo, Soto se dedicó a la preparación de sus primeras obras importantes. Su trabajo de mayor influencia fue la Summulae, una obra en la que abordaba cuestiones de teología y filosofía, un texto que pronto sería adoptado como material de estudio en diversas universidades españolas. Posteriormente, Soto continuó con otros trabajos académicos de gran relevancia, entre ellos los Comentarios a las Summulae de Pedro Hispano (1539) y los Comentarios a la Dialéctica de Aristóteles (1543).
Uno de sus logros más significativos en este periodo fue la creación de los Comentarios y cuestiones a la Física de Aristóteles (1545), obra que reflejaba su intento por integrar las teorías de la física aristotélica con las nuevas corrientes de pensamiento de la época. Estas obras no solo se adoptaron como textos de referencia en Salamanca y Alcalá, sino que se reeditaron en múltiples ocasiones durante todo el siglo XVI, consolidando la figura de Soto en el ámbito académico europeo.
Aportes a la física y la filosofía natural
Uno de los aspectos más innovadores en la obra de Domingo de Soto fue su tratamiento del movimiento, especialmente en lo que respecta a la física de Aristóteles. Su Comentarios y cuestiones a la Física de Aristóteles son de particular interés porque, por primera vez en un texto impreso, Soto abordó de manera sistemática el concepto de movimiento uniformemente diforme. En sus comentarios al libro VII de la Física de Aristóteles, Soto definió este tipo de movimiento como aquel en el que la velocidad de caída de los cuerpos aumenta de forma no uniforme pero constante con respecto al tiempo. Esta definición, que más tarde sería fundamental para las teorías de Galileo sobre la caída de los cuerpos, marcó un avance importante en la física de la época, anticipándose a los descubrimientos científicos que se producirían más de medio siglo después.
Soto no solo abordó la cuestión del movimiento, sino también temas fundamentales para la física clásica, como el análisis de los problemas del infinito, la cosmología y la causalidad. A través de sus estudios sobre el movimiento y sus aplicaciones prácticas, Soto intentó integrar la física moderna emergente con la tradición aristotélica, en un intento por reconciliar las nuevas ideas científicas con la doctrina escolástica. Esto lo llevó a adoptar los métodos de los «calculatores», un grupo de pensadores que intentaban aplicar las matemáticas al estudio del movimiento y la física, y a integrar sus resultados dentro de un marco tomista, buscando siempre una síntesis entre lo filosófico y lo científico.
Además, en su análisis del movimiento, Soto utilizó una clasificación sencilla pero profunda, diferenciando entre los movimientos uniformes y diformes, y describiendo ejemplos concretos de cada uno de ellos. Su trabajo no solo avanzó en la comprensión del movimiento, sino que sentó las bases de una teoría del movimiento que influiría en el desarrollo de la física clásica, particularmente en lo que respecta a la caída de los cuerpos.
El Concilio de Trento y sus implicaciones filosóficas
En 1545, Domingo de Soto fue enviado por el emperador Carlos V al Concilio de Trento, donde desempeñó un papel crucial como teólogo imperial. Este evento histórico fue de gran relevancia para la Iglesia Católica, ya que el Concilio de Trento buscaba reformar la Iglesia y definir la doctrina frente a los avances de la Reforma Protestante. Soto, conocido por su erudición teológica y filosófica, fue un defensor de la ortodoxia católica y participó activamente en las discusiones doctrinales del Concilio.
Su presencia en Trento también le permitió interactuar con otras figuras intelectuales de la época, como Diego Hurtado de Mendoza, embajador español en Venecia, quien, aunque crítico de la física de Soto, desempeñó un papel relevante en la formación de Soto durante este periodo. En sus cartas, Mendoza expresaba su desacuerdo con algunas de las ideas de Soto, particularmente en relación con la física y la estática, lo que refleja las tensiones intelectuales entre las nuevas perspectivas científicas y la tradición escolástica que Soto defendía.
Aunque la participación de Soto en el Concilio de Trento se centró en los aspectos teológicos, su influencia también se extendió a otras áreas del pensamiento, incluido el ámbito de la filosofía natural y la ciencia. Al regresar a España, Soto continuó desarrollando su obra filosófica y teológica, consolidándose como uno de los más grandes pensadores del Renacimiento español.
Últimos años, legado y filosofía política
La controversia sobre la libertad de los indios y su legado moral
Una de las facetas más destacadas de Domingo de Soto fue su intervención en los debates sobre la libertad de los indígenas americanos, un tema que ocupó una parte importante de su vida a raíz de la controversia entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda. Esta disputa, que giraba en torno a la dignidad y libertad de los pueblos indígenas en América, fue uno de los grandes temas de la época, con implicaciones filosóficas, teológicas y políticas profundas.
En 1550, Carlos V designó a Soto para presidir la Junta de los Catorce en Valladolid, una comisión encargada de estudiar el problema de la libertad de los indígenas y su estatus en el nuevo mundo. La disputa se centraba en si los pueblos indígenas debían ser considerados seres humanos con plenos derechos o si, como argumentaba Sepúlveda, podían ser sometidos por los colonizadores. Soto, a pesar de su pertenencia a la Iglesia, se inclinó firmemente por las tesis defendidas por Las Casas, que abogaban por la libertad y los derechos naturales de los indígenas.
Soto defendió la tesis de que los indígenas poseían dignidad humana, eran capaces de regirse por leyes justas y no podían ser sometidos sin más a la esclavitud o al dominio de los conquistadores. Su posición fue un paso importante en la evolución de los derechos humanos en el pensamiento occidental, influyendo en la tradición de la escolástica española y más tarde en el desarrollo de la filosofía política.
Esta postura de Soto marcó su legado moral en la historia de la filosofía y la teología. Aunque no fue el único en involucrarse en estos debates, su intervención demuestra cómo su pensamiento no solo estuvo limitado a cuestiones abstractas o filosóficas, sino que tuvo un impacto directo en los problemas sociales y éticos de su tiempo, especialmente en lo que respecta a la justicia y los derechos fundamentales de las personas.
Aportes al derecho y la justicia
En el campo de la filosofía política, Domingo de Soto alcanzó gran renombre por su defensa de los derechos humanos y su reflexión sobre la justicia. Su obra más influyente en este campo fue De iustitia et iure (1553), en la que desarrolló una teoría sobre el derecho natural y el derecho positivo. Soto seguía la tradición de Santo Tomás de Aquino, pero se distinguió de la escuela tomista en algunas cuestiones cruciales, especialmente en su concepción del derecho de gentes, o derecho de los pueblos.
Para Soto, el derecho de gentes no solo surgía de las costumbres y acuerdos entre los pueblos, sino que también tenía una raíz en la naturaleza misma de las cosas. Según Soto, el derecho natural, que es inherente a la naturaleza humana, se ve reflejado en las leyes que los pueblos establecen para vivir en sociedad. Además, argumentaba que el poder político y la autoridad provenían directamente de Dios, pero a través de la voluntad de la sociedad humana, que delegaba su soberanía a una o varias personas para que gobernaran en su beneficio.
Su reflexión sobre el derecho de gentes y el origen de la autoridad política fue una de las bases de la filosofía política moderna, influyendo en pensadores posteriores sobre el derecho internacional y el concepto de soberanía. Soto desarrolló un modelo de gobierno basado en la justicia natural y el respeto a los derechos fundamentales de las personas, defendiendo la libertad como un principio central de la vida política.
La obra De natura et gratia (1547) también fue un pilar fundamental en su pensamiento político y moral, en la que trató temas relacionados con la naturaleza humana, la gracia divina y su relación con el libre albedrío. En esta obra, Soto combinó la reflexión teológica con la filosofía política, buscando una síntesis entre la razón humana y la revelación divina.
Legado y reconocimiento posterior
A lo largo de su vida, Domingo de Soto cultivó una profunda relación con sus discípulos, quienes más tarde se convertirían en figuras prominentes en la filosofía y la teología española. Entre sus discípulos más destacados se encontraban fray Luis de León, Francisco Suárez y Francisco Herrera, quienes continuaron el legado de Soto y llevaron sus ideas a nuevas alturas en la filosofía del siglo XVI.
El impacto de Soto en la filosofía y la ciencia se extendió mucho más allá de su tiempo. Su enfoque en el derecho natural, el derecho de gentes y la libertad humana influyó en pensadores posteriores, como Hugo Grocio y Samuel Pufendorf, quienes desarrollaron la teoría del derecho internacional moderna. Además, su trabajo sobre el movimiento y la física de Aristóteles, especialmente en relación con la caída de los cuerpos, anticipó las investigaciones de Galileo Galilei y contribuyó a la evolución de la ciencia en la Edad Moderna.
Soto también dejó una huella en la historia de la física clásica, ya que su concepto del movimiento uniformemente diforme fue citado por Galileo en sus primeros trabajos. Aunque no fue reconocido de inmediato como un precursor de Galileo, el trabajo de Soto en la física marcó una transición entre la filosofía escolástica medieval y la física moderna que cambiaría la forma en que entendemos el mundo físico.
La importancia de Soto en la historia del pensamiento no se limita únicamente a su contribución en el campo de la física o la filosofía política. Su vida y obra reflejan una figura que no solo fue un brillante teólogo y filósofo, sino también un pensador comprometido con los problemas sociales y éticos de su tiempo, como la libertad y los derechos humanos, cuyas ideas perduraron más allá de su época y continúan siendo relevantes en la filosofía contemporánea.
MCN Biografías, 2025. "Domingo de Soto (1494–1560): Filósofo y teólogo clave en el renacimiento científico y la filosofía política española". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/soto-domingo-de [consulta: 18 de octubre de 2025].