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HistoriaReligiónBiografía

Segalelli, Gherardo (¿-1300).

Predicador heterodoxo italiano y fundador del movimiento de los Pseudoapóstoles, también llamados Apostólicos,. Los escasos datos de su vida figuran en el proceso inquisitorial al que fue sometido en el año 1300, proceso que finalizó con su muerte en la hoguera acusado de hereje. De origen humilde, trabajaba como obrero y carpintero hasta que, empujado por su extrema espiritualidad, quiso encontrar acomodo bajo el hábito franciscano pero parece ser que fue rechazado por la orden menor, aunque se desconocen los motivos. Debido a ello, vendió sus escasas pertenencias (una pequeña finca heredada de su familia) y actuó como hiciese el pobre de Asís, esto es, repartiendo su dinero entre los más necesitados (calificados de "haraganes y vagabundos" por la Inquisición). Después de ello, y tal vez tras contemplar un cuadro que representaba la predicación de los Apóstoles, sintió la necesidad de construir una congregación religiosa a imitación de la franciscana (de la que incluso copió el peculiar hábito) con la idea de extender los ideales de pobreza y predicación que había hecho suyos Jesucristo. Se cuenta que, con el fin de superar a San Francisco de Asís, en su particular Imitatio Christi se hizo circuncidar (acción gravemente condenada por la ortodoxia católica) y pasó a colocarse en un pesebre para ser amamantado por mujer pura.

El movimiento de los Pseudoapóstoles (también conocido como Segalelistas o Segarelistas en honor a su fundador) extendió sus predicaciones por toda Italia en apenas veinte años (1260-1280) donde, al grito de ¡Penitenciágite! (vulgarización del latín Penitentiam agite, "Haced penitencia"), encontraron las simpatías del pueblo llano merced al don de palabra y la expresión exultante que mostraban tanto el propio Segalelli como sus acólitos. La doctrina de Segalelli (aunque se duda si fue él realmente quien la enunció o alguno de sus acompañantes) se basaba en la pobreza y en la caridad, al igual que la orden de San Francisco, pero también propugnaba la necesidad de que todas las posesiones del hombre fuesen compartidas por la comunidad, tomando cada uno lo estrictamente necesario. Defendía, asimismo, la libertad de todo hombre y toda mujer para cultivar la religión cristiana a la manera que prefiriesen, negando toda validez a la Eucaristía y a los sacramentos efectuados por clérigos impuros e incitando a los hombres y mujeres a compartir su libertad con el resto (lo que le valió la acusación de apóstata e inductor de promiscuidades).

Con todo, el punto más importante de las predicaciones de Segalelli se hallaba en su particular interpretación de la teoría de las Tres Edades de Gioacchino da Fiore. Influido, sin duda, por el prestigioso cisterciense calabrés, Segalelli creía hallarse en la Tercera Edad del Mundo, la Edad del Espíritu Santo, el reinado del Amor, la Caridad y la Justicia para los más desfavorecidos, que hallarían el consuelo bajo el gobierno de los monjes. Sin embargo, la caridad quedaba convertida no sólo en dogma sino en Ley, por lo que nadie podía negarse a dar algo que se pedía por caridad. En el caso de negación, el cristiano penitente y solicitante quedaba legitimado para tomar aquello que le era denegado, conforme a la Ley de Cristo.

Al igual que el resto de movimientos heterodoxos de la Italia medieval, las doctrinas de Segalelli fueron seguidas por grandes masas de población entre las que, naturalmente, no todos estaban movidos por el afán de superación espiritual. Entre los segarelistas hubo muchos bravucones y pendencieros que señalaron al movimiento el camino de la ruina. La Iglesia reaccionó fulminantemente, pues no sólo se vio afectada por varios destrozos de los sangrientos acompañantes del movimiento, sino que la doctrina segarelista atacaba hondamente los principios jerárquicos sobre los que se basaba la Iglesia de Dios en la tierra.
El paso final lo dio el obispo de Parma, Obizzo, primero llamando al orden a Gherardo y después haciéndole preso, juzgándole y condenándole como hereje a morir en la hoguera, hecho acontecido en el año 1300. Sin embargo, lejos de acabar con el movimiento de los Pseudoapóstoles, ello no hizo sino vivificarlo: fray Dulcino de Novara cogió el testigo.

Bibliografía

  • MITRE FERNÁNDEZ, E. Las herejías medievales. (Madrid, Cuadernos de Historia 16 nº 66: 1985).

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez.