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HistoriaPolíticaBiografía

Sebastián I, Rey de Portugal (1554-1578).

Decimosexto rey de Portugal, hijo póstumo del infante don Juan de Braganza y de la infanta Juana de Austria, hija del emperador Carlos V (1519-1556). Nacido el 20 de enero de 1554 en Lisboa, días después de morir su padre, y muerto el 4 de agosto de 1578, en la batalla de Alcazarquivir, Marruecos. Personajes controvertido en la historiografía portuguesa, Sebastián I basó todo su reinado en desplegar una política imperialista bastante agresiva e ilusoria para el potencial militar del reino en el norte de África, donde tanto él como la flor y nata de la nobleza portuguesa fueron aniquilados por el rey marroquí Muley abd el-Melek. La consecuencia política de semejante desastre fue la anexión de Portugal, dos años más tarde, a la Corona española regida por su tío Felipe II (1556-1598). De este drama nació un movimiento de tipo mesiánico en Portugal, el sebastianismo, que anunciaba el retorno del joven monarca, encarnación del triunfo de los más elevados valores morales, para devolver al imperio portugués su antiguo esplendor.

Primeros años.

Como consecuencia de una serie de uniones consanguíneas entre la Corona portuguesa y la castellana, don Sebastián, bisnieto de la reina Juana la Loca (1504-1555), heredó la enfermedad mental de ésta, manifestándose en un místico afán de gloria al que supeditó todas sus acciones. Su nacimiento fue esperado con ansia en la Corte lisboeta, ya que, de no realizarse o frustrarse el parto de la infanta Juana de Austria, habida cuenta de que el 2 de enero del mismo año había fallecido el príncipe heredero, el trono corría peligro de ser anexionado al castellano precisamente por los pactos dinásticos entre ambas coronas. Al morir su abuelo Juan III (1521-1557), don Sebastián fue elevado al trono bajo la regencia directa de su abuela Catalina de Austria, contando tan sólo con tres años de edad. La regencia del monarca-niño causó las primeras dificultades graves. El cardenal-infante don Enrique, tío del rey, reclamó su derecho al trono, pero Catalina de Austria logró abortar el proyecto gracias a las disposiciones más o menos auténticas de Juan III, por las que había nombrado como su sucesor a su nieto y como regente a su abuela. Los primeros años de don Sebastián estuvieron marcados por la educación que recibió de su ayo personal, don Alejo de Menezes, quien cuidó de la preparación del niño para sus futuras labores como rey.

Por su parte, don Enrique nunca cejó en su empeño por intrigar contra Catalina, al mismo tiempo que intentaba asegurar su elección papal en Roma y proteger los intereses de la Compañía de Jesús en Portugal. Su trabajo como conspirador obtuvo el éxito esperado en el año 1562, fecha en la que Catalina renunció por motivos de salud al cargo de regente, puesto que pasó a ocupar el ambicioso tío, que se aprestó a nombrar dos nuevos preceptores para el muchacho, eligiendo para tan delicado puesto a dos jesuitas, los hermanos de la Cámara, siendo el principal de ellos el padre Luis de Gonsálvez de la Cámara. El padre Luis ejerció en el ánimo e inclinaciones del joven rey una influencia algo perniciosa y decisiva, alimentado su exaltada imaginación propicia a llevar a cabo sueños guerreros de tipo cruzadista muy del gusto del ideario jesuítico. Don Sebastián acabó por querer convertirse en un guerrero al servicio de la religión al mismo tiempo que abandonó la preparación política adecuada para su futuro como monarca de una potencia europea como era todavía Portugal en aquellos momentos, dueña de un Imperio colonial y comercial nada desdeñable. El ideal primigenio de don Sebastián por ser "capitán de Dios" se fue transformando, poco a poco, en la orgullosa convicción de estar predestinado a realizar grandes y espectaculares hazañas.

La regencia de don Enrique llegó a su fin el 20 de enero de 1568, cuando el monarca cumplió los catorce años de dad. A partir de este momento, encaminó todos los recursos de la monarquía hacia la lucha contra el Islam en el norte de África. La nobleza portuguesa, recelosa de la notoria influencia que el tío cardenal y los jesuitas estaban ejerciendo sobre el espíritu ensoñador del heredero al trono, forzaron el reconocimiento de su mayoría de edad y de su coronación, acto que se llevó a cabo con la solemnidad requerida en Lisboa, el mismo día de su cumpleaños.

Reinado de don Sebastián.

Nada más acceder al trono de Portugal, el joven rey dejó entrever rasgos de su carácter tan particular que inquietaron sobremanera a la Corte. En primer lugar, su impulsividad, inmadurez y poca predisposición para asumir las tareas de gobierno a las que estaba predestinado desde su nacimiento, las cuales abandonó por completo en manos de validos, muchos de ellos tan incapaces y poco preocupados por los destinos políticos del reino como él. Otro aspecto que alarmó a los nobles y consejeros regios fue el hecho de que siguiera alimentando la idea de convertirse en una especie de monarca superior, tocado por la Providencia para realizar divinas misiones en territorios de infieles, tal como habían hecho los personajes legendarios y novelescos que don Sebastián conocía muy bien por sus muchas horas de lecturas juvenil. La tradicional política portuguesa de expansión en Marruecos sirvió de terreno de juego a las ambiciones guerreras del nuevo monarca, pero con una particularidad, que a don Sebastián sólo le interesaba combatir a los infieles en nombre de la fe católica, no con intenciones políticas ni mucho menos territoriales o comerciales.

Pero, sin duda alguna, el asunto que más preocupaba en la Corte era la nada disimulada aversión, o mejor dicho, el pánico que sentía don Sebastián por las mujeres. Don Sebastián se mostró esquivo a cualquier tipo de inclinación amorosa, del tipo u naturaleza que fuera. Su espíritu religioso le indujo a imitar a los caballeros antiguos que hacían voto de castidad. Cuando la Corte, inquieta por asegurar un heredero al trono insistió en lo conveniente y necesario de que se casara, don Sebastián no tuvo más remedio que aceptar. Pero, una vez que se iniciaron las conversaciones para su matrimonio con Margarita de Valois, hermana del rey francés Carlos IX (1560-1574), las dificultades surgidas en las negociaciones por parte de la Corona de España, cuyo monarca Felipe II ofreció al joven rey la archiduquesa Isabel Clara Eugenia, sirvieron para don Sebastián de pretexto oportuno para dar marcha atrás y permanecer soltero tal como él deseaba.

En el año 1569, murió su ayo Alejo de Menezes, quien dejó a su discípulo una serie de recomendaciones escritas para llevar a cabo un gobierno equilibrado y coherente en el reino, instrucciones que el cada vez más alocado don Sebastián pasó por alto sin el menor rubor, madurando cada vez más en su mente el proyecto de convertirse en un paladín de la fe católica entre los infieles, acuciándole en su ánimo la reciente y sonada victoria que don Juan de Austria había conseguido en la batalla de Lepanto contra los turcos. Aún así, don Sebastián tuvo a su alrededor algunos validos y consejeros bien preparados que lograron aplicar medidas positivas, como fue el estimular la marina mercante nacional, auténtica base del poderío económico colonial de la Corona portuguesa. De todos modos, durante su reinado se redujeron los monopolios de la Corona en relación con los productos coloniales muy a pesar de excelentes gobernadores de la talla de Luis de Ataide, que supo agrandar los territorios coloniales en la India.

Don Sebastián recibió en Lisboa la visita del legado pontificio, el cardenal Alejandrino, quien le invitó a tomar parte en una cruzada contra los turcos. Viendo llegada la ocasión propicia y que tanto esperaba de ligar su nombre a una empresa guerrera de semejante envergadura como la ofrecida por el santo padre, don Sebastián se puso de inmediato a preparar las tropas portuguesas haciendo partícipe de la hazaña al monarca francés Carlos IX, al que don Sebastián prometió casarse con su hermana Margarita de Valois si éste accedía a unirse a él en la empresa, además de aportarle la cantidad de 400.000 ducados para combatir a los hugonotes de su reino. El monarca francés declinó la oferta porque la infanta francesa ya estaba prometida a Enrique de Navarra (futuro rey Enrique IV). La terrible matanza de hugonotes acaecida en la tristemente conocida Noche de San Bartolomé, la noche del 23 al 24 de agosto del año 1572, mandó al traste las esperanzas de don Sebastián de acudir a Francia en servicio de la fe para aniquilar herejes.

Queriendo concretar de una vez por todas sus ideales de cruzado, don Sebastián condujo una expedición a Marruecos en el año 1574. El 19 de julio, don Sebastián partió de Lisboa al frente de un contingente armado, sin la menor preparación militar y sin plan de campaña establecido. En su ausencia, don Sebastián nombró al cardenal don Enrique regente del reino. Una vez en tierras marroquíes, las tropas portuguesas alcanzaron Ceuta y después Tánger, pero la superioridad de los marroquíes, la falta de refuerzos provenientes de Portugal y los peligros que estaba atravesando el reino debido a su ausencia, le hicieron desistir de sus proyectos temporalmente y regresar de inmediato a Lisboa, el 25 de octubre del mismo año.

La idea de regresar al norte de África se hizo en el rey una auténtica obsesión. Con vistas a establecer una alianza con la Corona de España contra Marruecos, don Sebastián comisionó a uno de sus principales consejeros, don Pedro de Alcaçova, para entrevistarse con el monarca español, su tío Felipe II, quien no vio con buenos ojos el proyecto del portugués de conquistar Larache. Don Sebastián se autoconvenció de que el monarca español intentaba disuadirle por envidia de que su nombre figurase en una empresa que había de reportarle perpetua gloria. Esclavizado por su sólo deseo cruzadista en el norte de África, don Sebastián se preparó a conciencia para cuando llegase el momento oportuno de retornar a África. Mientras tanto, don Sebastián sometió a su cuerpo a un auténtico castigo físico con idea de endurecerse para la empresa que le esperaba. El momento justo por fin llegó cuando el reino de Marruecos se vio envuelto en una cruenta guerra civil entre los dos pretendientes al trono: por un lado Muley Muhammad, expulsado del trono, y su tío, el usurpador Abd el-Melek. Los esfuerzos realizados por Felipe II para disuadir a su sobrino en una entrevista que llevaron a cabo ambos monarcas en Guadalupe, resultaron del todo punto inútiles, al igual que ocurrió con las advertencias de la total mayoría de las fuerzas políticas más poderosas del reino: el Consejo de Estado, la reina doña Catalina, el cardenal don Enrique y los embajadores castellanos.

Muerte de don Sebastián.

Firme en su determinación por alcanzar la gloria y la fama como "soldado de Cristo", el 24 de junio del año 1578 salió don Sebastián del puerto de Lisboa, al mando de una impresionante armada de 800 navíos y cerca de 18.000 hombres, entre los que se encontraban la flor y nata de la nobleza portuguesa. Tras desembarcar en la localidad de Arcila, el contingente portugués se dirigió hacia Larache con determinación. Pero, el 4 de agosto fueron sorprendidos por las tropas de Abd el-Melek, enfrentándose ambos ejércitos en las llanuras de Alcazarquivir (Alcáer Qibir). La práctica totalidad de las tropas portuguesas fueron literalmente destrozadas por el ímpetu guerrero que mostraron las tropas musulmanas, resultando muerto en la refriega el propio rey, cuyo cuerpo desfigurado fue conducido a Portugal para ser enterrado en el monasterio de Belem.

La herencia de don Sebastián: el sebastianismo.

La muerte del rey sin dejar descendencia acarreó serios problemas sucesorios y dinásticos a Portugal. Tras dos años de breve reinado por parte del cardenal Enrique, en el año 1580 el país pasó a formar parte de la Corona española de Felipe II, como un reino más dentro de su enorme Imperio territorial. Este hecho, que despertó los anhelos nacionalistas dormidos entre los portugueses, y alimentó la leyenda misteriosa tejida alrededor de la desaparición del aventurero monarca, al que muchos creían todavía vivo y oculto en algún lugar apartado hasta su regreso en el que supuestamente recuperaría el trono, creó el mito milenarista conocido con el nombre de sebastianismo.

Las dudas suscitadas sobre si en realidad había muerto o no, más el espíritu de la época, ayudaron a conformar la leyenda de que el rey aparecería de un momento a otro, circunstancia que fue aprovechada por toda laya de personajes para hacerse con el trono portugués y deshacer la tutela ejercida por la Corona española. De entre los muchos impostores que surgieron de la nada alegando ser el tristemente desaparecido monarca, podemos destacar dos. El ermitaño Mateo Alvares, conocido con el nombre de rey de Ericeira, sufrió la sugestión del pueblo portugués hasta acabar creyéndose ser el verdadero don Sebastián y que había estado en África. Sublevadas las poblaciones de Ericeira y Mafra por su causa, las autoridades españolas vencieron a ambos pueblos y condenaron a muerte al lunático impostor, en el año 1589. Marco Tulio Catironi, de origen calabrés, aprovechó su gran parecido físico con el desgraciado rey para, aconsejado por fray Esteban de Sampaio, intentar provocar un movimiento contra la dominación española. Expulsado de Venecia, fue hecho preso en Florencia y condenado a la horca en Sanlúcar de Barrameda.

Por último, baste decir que la figura de don Sebastián ha servido de argumento e inspiración de un buen número de obras literarias y operísticas, destacando por su relevancia el drama de Calderón de la Barca El príncipe constante, la oda Por la pérdida del rey don Sebastián de Fernando de Herrera y Traidor confeso y mártir de José Zorrilla.

Bibliografía.

  • DANVILA, Alfonso: Felipe II y el rey don Sebastián de Portugal. (Madrid: Ed. Espasa-Calpe. 1954).

  • FRANCO, António Candido: Vida de Sebastiâo, rei do Portugal. (Lisboa: Ed. Plubicaçoes Europa-América. 1993).

  • PINTO, Paulo Jorge: Do direito ao Império em don Sebastiâo. (Lisboa: Ed. Universidade Livre. 1985).

Autor

  • Juan Antonio Castro Jiménez