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HistoriaPolíticaBiografía

Sarmiento de Valladares, José (1643-1708).

Administrador español, nacido en San Román de Sayamonde (Pontevedra) y fallecido en Madrid el 10 de septiembre de 1708. Fue el trigésimo segundo virrey de Nueva España(1697-1701), conde de Moctezuma y de Tula, duque de Atlixco y Grande de España.

Hijo de Gregorio Sarmiento y de Juana Sarmiento, señores de San Román de Sayamonde, fue bautizado en la iglesia parroquial de su aldea el 4 de mayo de 1643. Su hermano Diego Sarmiento de Valladares fue presidente del Consejo de Castilla, inquisidor general y obispo de Plasencia. El título le viene de su matrimonio con María Jerónima Moctezuma y Jofre de Loaisa, hija del segundo conde de Moctezuma y cuarta nieta del jefe azteca.

Enviudó pronto y casó en segundas nupcias en 1694 con María Andrea de Guzmán y Dávila, nieta tercera del Marqués de Villamanrique. Nombrado virrey el 9 de abril de 1696, las “instrucciones” del rey están firmadas en Madrid el 10 de mayo de ese año, pero no pudo llegar a la ciudad de México por la ruta habitual ni celebrar las ceremonias tradicionales. El 18 de diciembre hizo su entrada de incógnito y tomó posesión del cargo, según el cronista Robles, “a las nueve de la noche, previo juramento a la Audiencia reunida en Real Acuerdo”; la entrada pública y solemne se efectuó el 2 de febrero de 1697. Se cuenta que causó general regocijo el hecho de que “al entrar por el arco de Santo Domingo lo derribó el caballo en que venía y se le cayó la cabellera”.

Una de sus primeras decisiones fue la concesión, fechada el 5 de febrero de 1697, de permiso oficial a los jesuitas Juan María Salvatierra y Eusebio Kino, grandes conocedores de las comunidades indígenas del noroeste, para emprender nuevas actividades misioneras y de exploración territorial de California. Continuaban y extendían la labor que ambos habían realizado anteriormente y que, a pesar de las penurias y carencias oficiales, contaba con la colaboración de clérigos y nobles, el apoyo de la virreina Andrea de Guzmán y la protección de la condesa de Galve, que desde Madrid seguía atentamente sus esfuerzos.

Salvatierra, al que había ayudado el padre Ugarte en la obtención de recursos económicos, visitó la región de los tarahumaras y llegó hasta la boca del río Yaqui, donde le esperaba una galeota en la que embarcó el 10 de octubre de 1697 con destino a California. Llegados al antiguo puerto de San Bruno, buscaron un emplazamiento mejor situado algo más al sur. Lo encontraron en una ensenada accesible, a pocas leguas de la cual el jesuita fundó una población a la que llamó Loreto y convirtió en capital. Poco después se le incorporó el padre Piccolo, que le acompañaría durante muchos años. Sin embargo, los problemas de la monarquía y el cambio de dinastía, retrasaron y dificultaron la cristianización de estos territorios.

El padre Kino, que había permanecido en la región de la Pimería, proseguía su labor de misionero y explorador, en su ascenso hacia el norte, que le permitió levantar mapas y corroborar viejas teorías que lo convencieron de que la California no era una “inmensa isla”, sino una península unida al continente. Desde la Pimería, en la actual Sonora, pasó a tierras de la Arizona actual y descendió por el río Colorado hacia el mar de Cortés. Finalmente, en 1700 volvieron a reunirse Salvatierra y Kino en Sinaloa, desde donde emprendieron nuevas actividades.

Seguía siendo frecuente el problema de la escasez de víveres en la ciudad de México y el hambre consiguiente. Enfrentado a las consecuencias de la sequía y para remediar la amenaza del hambre, el virrey dispuso la compra y almacenamiento en la alhóndiga local de trigo y maíz, traídos de distintas regiones, que se redistribuyeron a precios convenidos. A pesar de ello no pudo evitar, en mayo de 1697, el levantamiento de los grupos más pobres, a los que tuvo que hacer frente y dispersar con el apoyo de la nobleza y otras autoridades, además de una corta fuerza armada que tenía a su servicio. Quizá como compensación, ordenó la autorización del consumo de pulque, bebida preferida de los indios mexicanos.

Al mismo tiempo, tuvo que enfrentarse a una situación interior grave porque los caminos y las ciudades, incluida la capital, estaban plagadas de ladrones y malhechores, dedicados a la rapiña y el asalto de viajeros; una Real Cédula de marzo de 1700 imponía la pena de muerte a los salteadores. Por otra parte, la escasez de azogue paralizaba el trabajo en las minas y obligaba a mendigar a los trabajadores. Para remediar esa carencia, tomó la decisión de encargar al gobierno de Filipinas que comprase todo el azogue que le fuera posible y lo remitiera a Acapulco por medio de la nave de Manila. Para seguridad de la capital, ordenó dividirla en ocho cuarteles a cargo de los alguaciles mayores y tomó la decisión de que los delincuentes encontrados culpables fueran desterrados a la isla de Puerto Rico.

Las inundaciones causadas por las intensas lluvias de 1697 provocaron graves perjuicios en edificios y personas aunque, en respuesta a las peticiones del virrey, se consiguió reunir donativos abundantes, con cuyos recursos se procedió al arreglo de los canales del desagüe y a reducir los niveles de agua acumulada en el valle y en la ciudad. En la primavera de 1699 se terminaron las obras de reconstrucción del palacio virreinal, destruido durante el motín de 1692, por lo que el 25 de mayo el conde de Moctezuma se trasladó a residir en sus nuevas instalaciones.

En relación con los problemas planteados por la presencia inglesa en las costas de Campeche y Yucatán, el virrey recibió una Real Cédula, fechada en junio de 1699, que insistía en la vigilancia de esas costas y en que las naves llegaran hasta Guatemala, donde se sabía que estaban apostados algunos ingleses.

La ausencia del virrey en algunas de las celebraciones que cada 13 de agosto conmemoraban la victoria de Hernán Cortés, dio pie a que los cronistas de la época lo atribuyesen falsamente a su condición de descendiente del emperador azteca. Esta motivación quedó desmentida al comprobar su presencia en los desfiles de otros años. Con motivo de la canonización de San Juan de Dios se organizaron grandes fiestas, incluidas corridas de toros, la primera de las cuales tuvo lugar el 15 de noviembre de 1700.

El 7 de marzo de 1701 llegó a México una cédula firmada por la reina gobernadora, Mariana de Neoburgo, dando cuenta del fallecimiento del rey Carlos II, ocurrida el 1 de noviembre del año anterior. La publicación de los lutos se hizo el 16 de marzo y las honras fúnebres, celebradas los días 26 y 27 de abril, fueron de “las más solemnes nunca vistas en la Nueva España”. La proclamación y juramento de Felipe V, el nuevo rey, había tenido lugar el día 4 de este mes.

Por el testamento de Carlos II se supo que había nombrado sucesor al duque Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, pero que en ausencia o a falta del duque, debiera sucederle su hermano el duque de Berri o el archiduque Carlos, hijo del emperador de Alemania. Decisión tan delicada como sorprendente, provocó el enfrentamiento de los reinos de Europa y el alineamiento de las potencias en torno al rey de Francia o al emperador. Se iniciaba al mismo tiempo, en los diversos reinos de España, el enfrentamiento entre la nobleza y los grupos que representaban otros intereses, para dar comienzo a la Guerra de Sucesión.

El virrey Sarmiento manifestó su inclinación en favor de la casa de Habsburgo y del archiduque Carlos, por lo que fue objeto de intrigas y acusaciones que le provocaron profundo malestar. Coincidiendo con el anuncio de que una armada compuesta de navíos ingleses y holandeses, partidarios de Carlos, se dirigía a Veracruz y que, por su parte, Luis XIV había ordenado el despliegue de los barcos franceses en apoyo de Felipe V, Sarmiento recibió la orden de entregar el mando interinamente al recién promovido arzobispo de México, Juan Ortega y Montañés.

Resignó sus poderes, en solemne ceremonia, el 4 de noviembre pero permaneció en la ciudad algunos meses, hasta que logró embarcar en la flota que salió de Veracruz el 12 de junio de 1702 rumbo a España. A su regreso a la Península y tras prometer fidelidad al nuevo rey, Felipe V premió su gestión al nombrarle duque de Atlixco el 25 de noviembre de 1704. Dos años más tarde esta recompensa se amplió con el señorío y la merced de nombrar alcaldes mayores y obtener rentas en una amplia zona del valle de Atlixco y otras poblaciones, incluida Tula.

Bibliografía

  • ALAMÁN, L. Disertaciones sobre la historia de la República Mexicana. México, 1844.

  • OROZCO y BERRA M. Historia de la dominación española en México. México, 1938.

  • RIVA PALACIO, V. El Virreinato. Tomo II de México a través de los siglos, México, Compañía General de Ediciones, 1961.

  • DE ROBLES, A. Diario de sucesos Notables. En Documentos para la Historia de México. México, 1853.

  • RUBIO MAÑÉ, I. Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España. México, Ediciones Selectas, 1959 y México, UNAM, 1961.

  • DE LA TORRE VILLAR, E. Instrucciones y memorias de los virreyes novohispanos. México, Editorial Porrúa, 1991.

M. Ortuño

Autor

  • 0110 M. Ortuño